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Saturday 18 May 2024 | Actualizado a 20:43 PM

Desfigurando el debate

/ 6 de diciembre de 2020 / 07:09

La Corporación Mediática Empresarial Política trabaja incesantemente. En forma coordinada con los actores visibles de la trama guionizada del neogolpismo tiene un nuevo objetivo que ya no es de ataque como en los tiempos preelectorales. Hoy la narrativa con la que buscan desfigurar los hechos de 2019 busca la creación de un imaginario escenario que es la consecuencia de su triple derrota: el fracaso del noviembrismo, la capitulación ante el movimiento popular en agosto y el dramático resultado electoral del 18 de octubre. Tres momentos que son el efecto de haber forzado la secuencia constitucional en un intento de restaurar regresivamente el Estado neoliberal y su lógica de clases dominantes y segregacionistas. Para ello, generaron un proceso de ruptura institucional que concluyó de la forma que solo su miedo más profundo podía imaginar. El fallido intento de consolidación de un Estado y una sociedad con participación recortada produjo muerte, heridos y apresamientos. Ante ello, el conservadurismo opositor de hoy busca desesperadamente un constructo narrativo de posverdades excusativas que sean benignas con lo sucedido en aquellos días, pero fundamentalmente, con sus más identificados propulsores. La narrativa ficcional busca impunidad y excusar de responsabilidades a quienes desencadenaron el episodio golpista.

Quedar históricamente asociado como actor participante de una programación rupturista, ya indeleblemente señalada como golpe de Estado, produce desenlaces políticos, personales y por supuesto, también jurídicos. Conocemos que la historia ya ha referido de forma abundante al accionar del coronel Alberto Natusch Busch, por encima de las consideraciones personales positivas que varios autores destacaron en él, su nombre permanece asociado y registrado como el sello del golpe de Estado de Todos Santos. Su figura también representa la imagen de 15 días de muerte y espanto. Se ha escrito que fue un hombre de prodigiosa inteligencia y características afables, pero terminó abrazado a un proceso de ruptura institucional que las ciencias sociales categorizan como golpismo.

Cuando se produce un estado de crisis, de tensiones y conflictos, la primera víctima es la verdad, pues la industria de la posverdad se aligera y recrea realidades deformadas. Un espacio que utiliza los sesgos sociales de aquello que nos forzamos a pensar urgidos por ansiedades que requieren ser validadas y que en la confusión de opiniones, inexactitudes y relatos inagotados diluyen la claridad entre realidad e irrealidad para instalar contrahechos adulterados. El objetivo general es dificultar las diferencias, confundir, distorsionar, embarrar y desordenar para “introducir una especie de visión cínica” sobre lo que denominan Sucesión Constitucional. El objetivo político hoy está en buscar impunidad para quienes generaron los hechos de noviembre de 2019.

Las tesis de la nueva y desesperada narrativa conservadora se respaldan más en evocaciones de un sentido común subjetivo que en apreciaciones categoriales estudiadas e investigadas. Esta posverdad pobre y sin sustancia quiere reducir noviembre de 2019 a una movilización social que por sí sola indujo la renuncia de un presidente. Una sobresimplificación que intencionadamente aparta de sus argumentos la presencia desequilibrante, en el escenario político, del poder militar y policial decisivo en aquellos días. Este factor de fuerza ya accionado causó Senkata y Sacaba para sostener al gobierno No-Constitucional.

Hoy instrumentalizan con urgencia desesperada las palabras discursivas de David Choquehuanca, él expuso códigos de paz y convivencia de nuestras culturas originarias, códigos que hablan de complementariedad. Los noviembristas nunca le procuraron su atención y aún hoy no lo entienden, pero creen escuchar en esa voz un resguardo que les confirme impunidad por lo hecho y obrado en noviembre de 2019.

Jorge Richter es politólogo.

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Pensar la derechización

Los hechos están señalando los contenidos del Proceso de Cambio, con prácticas de odio, intolerancia y desprecio entre quienes declamaron desterrar toda forma de hostilidad.

Jorge Richter

/ 5 de mayo de 2024 / 06:50

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Es José Julián Martí Pérez, ese político cubano, abogado, filósofo y literato quien grafica de forma plena lo que busco escribir: “Los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con mejunjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel. A la sangre hay que ir, para que se cure la llaga. O se mete la mano en lo verdadero, y se le quema el hueso al mal, o es la cura impotente, que apenas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación […]. Hombre es el que le sale al frente al problema, y no deja que otros le ganen el suelo en que ha de vivir y la libertad de que ha de aprovechar. Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño […]. De nuestras esperanzas, de nuestros métodos, de nuestros compromisos, de nuestros propósitos, de eso, como del plan de las batallas, se habla después de haberlas dado”. Ahí está entonces lo importante, en el abordar sin ambages aquello que amenaza con apagar al más importante proceso popular de construcción de igualdades societales de la historia boliviana, después de todo, aquello que no se conceptualiza, no se categoriza, tampoco existe y menos se comprende.

Los estudiantes, siempre los estudiantes y los jóvenes, con su agudeza natural, le preguntaban a Jean Paul Sartre, cuando el calendario marcaba el año 1960, si era posible ¿una revolución sin ideología? La respuesta no dejó de sorprender por su determinación y claridad: “¿Socialismo? ¿Economía Liberal? una Revolución debe saber a dónde va”. Entonces, recuperada la democracia ante el golpe de Estado que había paralizado el Proceso de Cambio, era importante disipar si se redefinían, anticipadamente, los contenidos ideológicos del tiempo reconstituido o, si de manera contraria, era prudente esperar que los sucesos siguientes y venideros detallen su nueva dimensión. Pero si ambos elementos y condiciones vivieron indeterminados, confusos y abstractos, la posibilidad de derechizar las prácticas y las formas del proceso político y social se podría decir que era inevitable. La derechización no es una cuestión discursiva, pues desde la sola palabra se es un día revolucionario y otro libertario. La complejidad está en la consecuencia del pensamiento anclado a una línea conductual que configura la filosofía política de cada actividad humana, de cada actor político.

¿Cuánto es el tiempo de solidez y resistencia en el que puede extenderse un proceso revolucionario? o ¿cuánto podría perdurar el Proceso de Cambio sin transformarse en un hecho burocratizado y signado por las luchas de poder que lo desnortan y lo exponen a una derechización sin punto de retorno? Las revoluciones, los adelantos del progresismo y los procesos de transformación profunda no son únicamente el frenesí y el idilio de un tiempo a veces breve, pues sigue a ello el otro tiempo, el de la radicalidad, del hacer cara y resistir a las fuerzas contrarrevolucionarias, pero después qué, ¿administrar? ¿gestionar? ¿construir enemigos indefinidamente, o idolatrar unas referencias inveteradas? Si no se construye con consistencia ideológica, son las pulsiones ingobernadas de las ambiciones políticas y los dogmas quienes toman la iniciativa. La ideología es buena en cuanto expresa un sentido de hacia dónde caminar. Una sociedad confrontada desde su primer signo vital, requiere instalar una idea de humanismo posible, de libertad comprometida y aprecio por el otro, para así estructurarse y saberse sujeto mismo de su realidad emancipada.

Hoy, con una asombrosa volatilidad, los hechos están señalando los contenidos del Proceso de Cambio, con prácticas de odio, intolerancia y desprecio entre quienes declamaron desterrar toda forma de hostilidad. El Proceso de Cambio está dejando de ser un proceso y tampoco conlleva ya el cambio. Se empuja el personalismo enfurecido sin comprender lo colectivo de su construcción y acumulación en distintas temporalidades. Se olvida que la construcción del Estado Plurinacional fue una obra coral, el producto de un colectivo, que colocó a Morales en el vértice de la pirámide, pero que se soportaba sobre una base precisamente colectiva. Ese colectivo hoy se enfrenta y desgarra con prácticas que son propias de la derecha más exaltada e intransigente.

El histórico antagonismo con aquellos sectores de hegemonías dominantes se constituyó finalmente en el factor de cohesión que posibilitó la transformación de movimientos sociales a movimiento político, a opción de poder y finalmente, a modelo de poder socio estatal. Derrotado entonces el primer antagonismo en el tiempo del Proceso de Cambio y construcción del Estado Plurinacional, este segundo momento va configurándose como un proceso des-histórico y des-socializado, lo que es igual a decir, separado y apartado de las formas de su conceptualización primigenia y del entorno global actual. Allí, la necesitada unidad histórica que revierta el final de ciclo ha sido relevada por una incomprensible amplificación de la frontera de adversarios internos en la lógica fratricida del “tú” contra “él” dentro del espectro “nosotros”. Es tan totalizante este nuevo antagonismo que la agresión empieza a mostrar sus costuras autoritarias y antidemocráticas. Su intensidad, sin signos visibles de agotamiento, ha desconectado el proceso y las utopías del todo social.

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Steve Bannon, ideólogo de la extrema derecha norteamericana y vinculado con el trumpismo, entusiasta partidario del caos, la confusión y la desinformación, sentencia sin escrúpulos y exquisiteces, que lo importante es “inundar todo de mierda”, contar con un constructo discursivo mediático de anarquía extrema donde lo fundamental e importante convive y se mezcla con lo banal y accesorio, permaneciendo allí por espacios prolongados, siempre en la primera fila del debate público y al lado de lo que es urgente para el Estado. Se quiere una sociedad estresada, ansiosa, molesta, irritada hasta crear un nuevo ecosistema que impida responder por las cuestiones centrales. El caos absoluto con enemigos diarios, antagonismo extremo e ideología vacía y con la vista siempre impertérrita en el proceso electoral del 25.

El ciclo social popular se cierra y agota pues las demandas centrales han dejado de ser estructurales e históricas para ser sucedidas por simples peticiones convencionales. La cuestión movilizadora ya no es la inclusión popular y el reconocimiento de una sociedad civil marginada y periférica, se va construyendo así la lógica corriente del poder político convencional, con prácticas derechizadas que, por supuesto, no tienen esencia transformadora, menos aún, un hálito revolucionario.

En el poco tiempo que resta y con todo destrozándose, Martí de nuevo: “Por ley de historia, un perdón puede ser un error, pero una venganza es siempre una infelicidad. La conciliación es la ventura de los pueblos”.

 (*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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Riesgos sobre la plurinacionalidad

El autor advierte que, en el país, se está avanzando hacia fragmentar la homogeneización de la corporatividad social y popular.

Jorge Richter

/ 21 de abril de 2024 / 06:43

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¿Está el Proceso de Cambio en agonía? Posiblemente ese cuestionamiento, de compleja respuesta, sea uno de los factores estructurales para comprender en la dimensión correcta los niveles de energía del hecho histórico más importante del tiempo democrático. Juan José Sebrelli, filósofo argentino, observa con acierto y define con sencillez lo que aprecia, “la realidad humana es transformación permanente, pero no hay cambios sin algo que permanezca, ni discontinuidad sin continuidad, ni presente que no esté condicionado -aunque no determinadopor un pasado que limita sus posibilidades. Cada periodo histórico es singular e irreversible, el pasado no se repite nunca en el presente, aunque en toda acción o idea nueva es inevitable partir de lo anterior que se quiere cambiar”. La realidad sociopolítica es una construcción humana y su transformación se produce dentro de, a momentos, ininteligibles procesos sociológicos que tienen una extensión temporal, que, en el caso de nuestro país, suelen girar alrededor de los 18 años.

El agotamiento del orden oligárquico que antecedió a la Revolución Nacional, una sociedad marginal y periférica en relación a la economía nacional y, una representación política signada por castas sociales que convirtieron el Estado en su espacio de natural dominio, fueron, en gran medida, los factores que condujeron a cuestionar y enfrentar posteriormente a la oligarquía dominante. El pueblo triunfante inició el proceso revolucionario que se extendió por 12 años, que removió positivamente las sedimentadas estructuras del conservadurismo excluyente y que empezó a agotarse cuando, como describe Huáscar Cajías, inició la demencial “anulación del sistema jurídico y especialmente de las garantías constitucionales”: «Todo esto se justificaba y practicaba en nombre de la patria, de la justicia social, del progreso económico». A ello se adicionó la obsesiva fijación de Paz Estenssoro por reformar la CPE, algo que hizo en 1961 para permitirse una nueva reelección, dejando de lado el compromiso de alternancia suscrito tácitamente entre los líderes de la Revolución.

Siguieron al hecho histórico 18 años de militarismo no democrático: 1964- 1982, con breves y esforzados intentos por reencauzar el país por los márgenes constitucionales para que, en 1982, finalmente, el horizonte de convivencias democráticas vuelva a escribir su historia. Las debilidades del proceso que se iniciaba abrieron paso a la construcción de las mayorías pactadas. El tiempo de la democracia de coalición, de sumas congresales y consensos construidos sobre el reparto y parcelación del Estado se constituyó en el primer ciclo político de la joven democracia. El Pacto por la Democracia, que fue el pacto Paz Estenssoro/ Hugo Banzer dio inicio a una construcción de alianzas políticas que modelaron sobre el final de su vigencia un Estado de marginalidades, abusos, no representaciones políticas correctas y aprovechamientos económicos, sociales y políticos inaceptables. Construyó un Estado y una sociedad injusta que implosionó en octubre de 2003. Tras 18 años, el ciclo político de la vieja partidocracia o de la democracia pactada se desmoronó.

2006: Bolivia inicia un nuevo ciclo político en esa constante sustitución circular de élites y construcción de sentidos comunes, pero siempre bajo un perfil de hegemonía dominante. El Proceso de Cambio reemplaza a la Democracia Pactada, iniciando el proceso de construcción del Estado Plurinacional y el tiempo histórico más importante de inclusiones sociales y representaciones políticas correctas. Pero hoy, ese proceso del bloque social y popular está resquebrajado, agrietado, hendido y con elementos conductuales y formas políticas que ya lo determinan, -y esta vez vale el casi- casi inexorablemente. Entonces la respuesta a la pregunta inicial es sí, el Proceso de Cambio agoniza.

La esquizofrenia reeleccionista y de poder.

En 2019, de forma inesperada, sucede un hecho que se entendió como el fin de un ciclo, del ciclo masista como se decía con pronunciación peyorativa en aquel momento. Con entusiasmo indisimulado, se repetía incansablemente en los espacios más conservadores y radicales del país “el MAS nunca MAS”. Y el MAS volvió, con sus capacidades de movilización territorial refortalecidas y su conexión con la corporatividad social y popular en estado pleno. Sin embargo, lo que pudo ser un proceso de revitalización y oxigenación se convirtió en un retomar el vicio más antiguo: burocratización de dirigencias matrices, instrumentalización del poder, pensamiento de hegemonía dominante, desconsideración por la institucionalidad y las formas recomendadas de la buena cohabitación democrática. El país había cambiado con el remezón del golpe de Estado, pero el MAS, en sus estamentos cupulares, leyó el apoyo obtenido en el proceso electoral como un “vale todo”, un forzado entender que los ciudadanos pueden aceptar lo que venga si la prensa les entrega titulares de optimismo. A ello, la esquizofrenia reeleccionista incluso a costo de pulverizar el proceso histórico y entregar el Estado Plurinacional a la posibilidad de un regresionismo involutivo que nos retraiga a las injusticias sociales y políticas de los años ´90. Inaceptable.

Con una interna de daños irreparables y con el olvido de la razón, esa que posibilite recuperar la sensatez, se avanza a fragmentar la homogeneización de la corporatividad social y popular que hizo invencible en tiempos electorales al proyecto social popular. Siendo esta una realidad, se suman a ello, otros factores que exponen el final de ciclo. Las formas de hacer política en el movimiento popular exteriorizan hoy conductas de odio, de posibilidades evidentes de la intención de destruir al otro, así sea este de la misma familia política; muestran que la repetida unidad es solo una palabra de ocasión, no un fin irrenunciable. Unidad es la palabra dicha, destrucción del otro es la acción cotidiana. La unidad de convicción en el proyecto político de horizontes posibles, de sueños y utopías ya prácticamente no es factible. Solo queda una unidad, pobre, disminuida, recortada, una unidad de circunstancia para el momento electoral. Esa unidad es sinónimo de crisis política, ingobernabilidad y caída económica. En los tiempos que hoy condicionan al Proceso de Cambio, es el preludio del final. Algo así como el tiempo que tomó al militarismo no democrático el perder definitivamente el poder. Algo así también como el tiempo transcurrido entre octubre de 2003 y enero de 2006. El tiempo último de la crisis.

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La candidatura única no salva tampoco el final de ciclo, pues son las prácticas políticas del rutinario vivir, que no son tolerantes, incluyentes y día lógicas lo que han deteriorado la paciencia social. La ortodoxia sobre el trato conferido a los actores políticos y también al modelo económico excluye la posibilidad de construcción de unanimidades imprescindibles. En un escenario de futuras y previsibles debilidades legislativas, la ausencia de adhesiones despedaza las legitimidades obtenidas en lo electoral. El resultado en consecuencia es la permanencia de un escenario de crisis.

Sin la unidad que construya un proyecto utópico de horizontes de expectativas, sin que la codiciada candidatura única revolucione y aleje las formas desagradables de hacer política, irritantes para la sociedad toda, y que revelan una manera ya distintiva de concebir la política y porque lo discursivo carece de visión de país, proyecto de Estado y sociedad hasta reducirse a meras construcciones de relatos sin fondo; sin todo ello, el final de ciclo ya resuena en el país.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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Un país desquiciado

La sensación de que la política está subyugando al país se está convirtiendo en una aporía real.

El vocero presidencial, Jorge Richter, en entrevista con La Razón.

Por Jorge Richter Ramírez

/ 10 de marzo de 2024 / 06:17

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Van desconfigurando al país. Desconfigurado significa que los factores mayores que determinan y señalan el orden societal, la estabilidad económica necesaria y la imprescindible convivencia social en el Estado se han desordenado peligrosamente, buscando generar sensaciones y cuadros propios de una situación de constante descontrol. Elementos raciales, identitarios, culturales, dialógicos, institucionales, sociales, económicos y esencialmente constitucionales, se van desconectando de la normalidad Estado-sociedad- gobierno, pues son diariamente reusados con intenciones personalistas, de grupo pequeño. Utilizados e instrumentalizados para la política pobre, aquella del sinsentido de destruir para construir opciones electorales, de la coyuntura reducida. La desconfiguración estatal es una secuela lógica de algo. En el caso de Bolivia, es el corolario de quienes desoyendo los principios constitutivos de “libertad, igualdad e inclusión para todos” expropian las formas constitucionales de acción y competencia política para atender sus ansiedades e impulsos, es un intento de captura del poder que sojuzga y no construye. Es la satisfacción personal, la impunidad, la obsesión y la fijación por el poder como único motivo de éxito vivencial.

¿Cuándo ocurrió que, en Bolivia, los principios de “Libertad, igualdad e inclusión” pasaron a instalarse en el imaginario societal de una democracia más completa y extensa? El momento decisivo estuvo en el tiempo de gestación del Estado Plurinacional, en el imaginario de sectores excluidos y de una sociedad sobrepasada por el conflicto y la estropeada cohabitación social. En el hecho histórico de mutabilidad del poder político, de la representación política decisoria, de las nuevas incorporaciones. Algo como lo pensado por Claude Lefort en referencia a la Revolución francesa, cuando expone la relevancia de aquella máxima fundamental del nuevo tiempo revolucionario, “el poder absoluto del pueblo”. Sobre esa pasión por la igualdad Tocqueville escribió: “Sería incomprensible que la igualdad no acabe de penetrar en el mundo político al igual que en lo demás. No se puede concebir que haya hombres eternamente desiguales en un solo punto e iguales en todos los otros. Acabarán, pues, en un tiempo dado, por ser iguales en todo”.

En las democracias maduras se llega al control del gobierno por la travesía constitucional/ eleccionaria, que señala siempre el ordenamiento mayor e interno de los países. Algunos empero, buscan vías forzadas, devaluando la institucionalidad democrática, tensionando la sociedad y haciendo insoportable la cohabitación política. Son los que por la fuerza y convulsión trastocan el precepto establecido por la norma suprema. Los esfuerzos retóricos y las modernas estrategias de construcción de imagen no retirarán de escena aquello que en la retina social ya se instala, asociativamente, a un hecho de ruptura de la estabilidad democrática.

Shakespeare, por medio de su persistente Hamlet, nos expresó unas palabras: “el tiempo está fuera de quicio”. En un tiempo desquiciado, “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo…” decían Marx y Engels. Sobre esta fórmula, Jacques Derrida documentó su obra Espectros de Marx. Los espectros -y acá su valía- no son solamente aquellos que retornan de un ya recorrido pasado, sino de algo que está por llegar. Los espectros son reapariciones de lo acaecido, pero también algo que prorrumpe a ser y concretarse. Los espectros del autoritarismo antidemocrático y segregador insinúan hoy reinstalarse en nuestro espacio nacional. En tiempos de odio incontrolado, éste presenta varios rostros y formas: injusticias, derechos perdidos, dignidades violentadas, daño al otro, invalidaciones sociales, estigmatización y judicialización. Es el espectro de la incivilidad política que pensamos ya suprimida.

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¿Tiene todavía la política algún sentido? se preguntaba Hannah Arendt en los años ´70. Una interpelación que abandonaba la simplicidad y rechazaba la respuesta sencilla para centrarse en el daño que había producido la política, los hechos desgarradores y angustiantes de los que era responsable y los que amenazaba aún desencadenar. Ante el emplazamiento entonces, la mirada y la voz que habla y que refiere al sentido mayor de la política: libertad, igualdad y hoy inclusión. Los seres son más iguales en cuanto se destierran las pretensiones de predestinación, esas que imaginan algunos tener y que terminan cesando derechos y avasallando instituciones y procesos.

En este tiempo desquiciado, desconfigurado en cada ángulo, la sensación de que la política nos está subyugando se convierte en una aporía real. La insolvencia para desprendernos del odio político debería llevarnos a algo más que leer los periódicos del día buscando ver reflejadas nuestras satisfacciones de desprecio al otro, siempre disfrazadas de cobertura noticiosa, y preguntarnos, si este sinsentido construido por la obsesión de juzgar y castigar, de arrogarse el derecho de encontrar culpables, de marginar y de definir quiénes son dignos de ser aceptados en esta sociedad, es algo que nos hace mejores. Madison aseguraba que en las sociedades se trata de convivencia de hombres y no de ángeles, y para ello, evitar la destrucción de unos con otros solo es posible mediante un Estado centrado en la libertad e igualdad de sus ciudadanos y organizado de forma institucional.

En la Bolivia pre electoral un grupo desquiciado piensa que imponer es mejor que elegir democráticamente, piensa también que la construcción de años de democracia e intentos de institucionalidad no tienen valía, pues la real importancia de algo solo está en atender sus pulsiones de poder.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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La culpa es del poder

La obstinación y la insistencia no deben comprenderse como una virtud únicamente.

/ 25 de febrero de 2024 / 06:15

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El pensamiento de la escuela estoica, hoy releído en un cúmulo de nuevas lecturas e interpretaciones rescatadas de lo mejor de su razonamiento conclusivo, afirma que, “si no respetas tu tiempo, nadie más lo hará”. La revalorización de los paradigmas e ideales del estoicismo pueden encontrarse en el escenario construido por un mundo desbordado e incontrolado, donde el egoísmo y la ambición múltiple destruyen toda posibilidad de convivencia social tolerante y civilidad democrática. Se escribe y se dice sobre el estoicismo que “una de las razones de su popularidad en el tiempo actual es su enfoque en el desarrollo de la resiliencia y la fortaleza mental, además que nos anima a cultivar la virtud en todas nuestras acciones.” El estoicismo fue, en los hechos, uno de tantos retornos a la tradición clásica de la filosofía en la búsqueda de construir un pensamiento y una concepción más humana de la vida y de las relaciones sociales, pero también de la convivencia en sociedad y de las instituciones de la organización estatal.

Un tiempo antes, la escuela cínica, esa que estuvo representada por Antístenes, Diógenes y su miembro más destacado Crates, mostraron en su pensamiento una molestia por todo convencionalismo e indiferencia valorativa por la propiedad, el matrimonio, el gobierno, las leyes, la buena reputación y todas aquellas convenciones de la vida civilizada, por supuesto que por las instituciones también. Bastaba únicamente, para ellos, la sabiduría, esa que les confería la posibilidad de bastarse a sí mismos, lo cual desde el punto de vista moral era ya suficiente. Frente a esta autarquía, Panecio de Rodas reexpuso el estoicismo convirtiéndolo en una filosofía del humanitarismo, allí el ideal de servicio público, humanidad, amabilidad y simpatía. La razón es ley para todos los hombres y todos los hombres son iguales, aún a pesar de sus condiciones y situaciones en el grupo social. El igual valor de hombres y mujeres, el respeto por los derechos de las esposas e hijos. La tolerancia y la caridad hacia nuestros semejantes. La humanidad en todos los casos. Los derechos extensivos para todos y se debe asegurar la dignidad humana, es la justicia la que debe refrendar que esa dignidad llegue a todos.

Transitamos un tiempo en el que no se logran gestionar con suficiencia las ambiciones políticas y de poder, además la historia universal, exhibe sobrados ejemplos de personas que fueron deteriorándose espiritualmente por culpa del poder. Conductas despedazadas por la ambición de acumularlo sin refreno. Personas deshumanizadas, hombres de enorme valía y grandeza reducidos por el obcecado desenfreno del poder. Napoleón, durante su irrefrenable intención de expansionismo imperial afirmó victorioso: “la bala que ha de matarme aún no ha sido fundida”. Aquella vanagloria parecía confirmarse en cada paso que daba el monarca para agigantar su poder. El poder somete, doblega y enferma a líderes y políticos antes que corromperlos. Los domina con una presión impensada e inimaginada. Las tentaciones a las cuales son expuestos parecieran ser incontrolables, y después, finalmente, cuando ya son desconocidos de lo que en algún momento fueron, los corrompe por los cuatro costados.

Concentrar el poder en una sola persona reduce las instituciones y se constituye en una restricción a las garantías de igualdad y libertad. Se dice, y tienen razón, que el poder y los liderazgos son cargas en exceso pesadas y que conviene repartirlos en varias espaldas. Los políticos que no logran abstraerse de la eternización del poder, de la vigencia perenne, concluyen su vida aislados por la paranoia y la monomanía, presos del planteamiento fijo e invariable, del método único, de la inflexibilidad y del pasado exitoso. Las sociedades mutan y se transforman, y los liderazgos insistentes, amarrados al tiempo pasado se convierten en elementos desairados primero y repelidos después.

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“Quien solo sabe usar el martillo, en todo ve clavos” dice la expresión popular. Es una reflexión ante la inalterable rigidez. Si no cambias, sino te transformas sales de la sociedad y no ensamblas con el mundo que te rodea. La obstinación y la insistencia no deben comprenderse como una virtud únicamente. Pueden albergar en sí las caracteristicas propias del vicio de la irracionalidad y la terquedad. Ser valiente es algo distinto de ser temerario. La imaginación de quien cree que siempre ganará y que lo obtendrá todo y que el no darse por vencido -vulnerando a su paso cuanto obstáculo encontrase incluyendo lo legal/institucional- es una demostración de carácter solo construye destrucción y quebranto.

Hoy han rehabilitado el debate sobre el hecho producido por el 21F, casi como desenterrar al occiso para reexaminarlo. La atención de todo lo dicho tiene al mismo actor en el centro de cada palabra. La trama sigue siendo la misma, como si el tiempo se hubiese detenido, una conducta aferrada en torno al poder y sus intenciones no desmentidas de dominio hegemónico. Si no respetas tu tiempo, nadie más lo hará, sentencia la expresión estoica. El tiempo ha transcurrido, en realidad, nunca pudo detenerse, quien quedó inalterado en el pasado es aquel que sigue martirizando a un pueblo con piedras y daños, ensordecido ante el paso de su tiempo, entonces, otra vez, la culpa es del poder.

 (*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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Liderazgo, caudillismo y legado

El autor reflexiona sobre el poder, el paso del tiempo y la renovación dirigencial.

Jorge Richter en Piedra, Papel y Tinta. Foto: Rubén Atahuichi.

/ 11 de febrero de 2024 / 06:33

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La historia registra que Roma, entre los años 138 y 161, estuvo gobernada por el emperador Antonino Pío. Fueron 23 años que marcaron un tiempo de paz -allí se estableció de forma real la pax romana-. Antonino fue una persona de reconocida humanidad y clara modestia. Cuando el emperador Adriano pensó en él para señalarlo como su sucesor dijo: “he encontrado un emperador, noble, agradable, obediente, sensato, ni testarudo ni temerario a causa de su juventud, ni descuidado a cauda de su vejez: Antonino Aurelio”. Sin embargo, Adriano tenía otro sentir, su pensamiento estaba en que el verdadero futuro de Roma debía caer en manos de un niño llamado Marco y ser Antonino quien deba cuidar el trono y preparar al futuro emperador. Un emperador que debía formar a otro emperador mientras marche el tiempo y el aprendizaje que determine el momento de ser encumbrado. Durante los 23 años que duró su reinado, tiempo en el cual el imperio conoció un crecimiento excepcional en lo económico, pero de igual manera en lo social/jurídico, Antonino no solo formó, educó y preparó a un futuro emperador, tarea poco envidiable para los políticos actuales, sino que demostró templanza y decencia en el ejercicio del poder. No quiso ser quien estuviese en primer lugar, no privilegió su economía ni a los suyos. Pero por encima de todo, no manoseó el poder para destruir, matar, desterrar, calumniar y menos para consumar excesos, un hecho ilustre y una caracterización que la historia recoge y clasifica dentro de los gobiernos de “Los Cinco Buenos Emperadores”. Decencia y templanza, dos caracterizaciones alejadas de la frivolidad que señala en los tiempos actuales a líderes vanagloriados en destinos que imaginan manifiestos, que buscan descontroladamente el reconocimiento y la grandeza. Un hombre/mujer de Estado, debe esforzarse por ser indiferente a los aplausos y las honradeces. Pero esto requiere una profunda disciplina, valor que para ser logrado exige esfuerzos infatigables y constantes.

La palabra “disciplina” que deriva etimológicamente del término en latín “discipulus”, que quiere decir alumno, discípulo, el que debe aprender, conlleva dos roles: quien enseña y aquel que debe instruirse. Un maestro y un alumno/discípulo. La engorrosa tarea de Antonino no concluyó en un fracaso como presagiaban quienes alimentan la idea de que el poder debe entenderse únicamente con un sentido propietario. Antonino formó y educó otro gran emperador como fue Marco Aurelio. Lo encaminó por la disciplina, la ecuanimidad y la templanza lo que le confirió una grandeza no buscada.

Los liderazgos convencionales, inmoderados, tomados por la ambición desenfrenada no admiten, siquiera mínimamente, la probabilidad de formar, educar y construir discípulos que continúen la marcha de los procesos iniciados. Una revolución, el camino de los cambios y las transformaciones pierden aliento cuando se des institucionalizan y se construyen caudillajes -o simulación de dirigentes superiores, jefes, caporales- impuestos, dóciles o contestatarios. Los Estados se extravían en inútiles batallas, sin fin todas ellas, cuando las dirigencias reducen la comprensión del poder a una lucha de pasiones y ambiciones que glorifican, con matices de divinidad, a hombres que se visualizan imágenes delirantes de grandes líderes, aplausos y gritos de histeria en apoyos cuasi fanáticos por el gran líder, el salvador, el imprescindible. Con esa atmósfera dantesca, de tremenda veneración y culto a la personalidad, el espacio del discípulo/ alumno al que se debe guiar, la formación de nuevos hombres y mujeres activos y diligentes para el manejo del Estado ¿es posible?

El proyecto social y popular en Bolivia atraviesa una febril disputa interna que lo conduce -salvo oportuna y puntual intervención de la racionalidad- a una última etapa de desfondo definitivo. No será el primero, sino la reedición, una vez más, de una historia vulgarizada por desórdenes de ambiciones desmedidas. Fijaciones y obsesiones por el poder que incomprenden la necesidad del continuum histórico, que no se personaliza ni verticaliza en un solo nombre y una sola posibilidad.

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¿Cómo se construye continuidad de los procesos transformadores? ¿Cuánto tiempo dura una revolución? ¿Y por cuánto se extiende el espacio de legitimidad de un caudillo hasta empezar a transformarse en un factor de antagonismo social e intrapartidario? Los principios de igualdad entre quienes componen el tejido social de un Estado se desintegran cuando uno de sus actores disrumpe para fundar una asimetría que refiere a un elegido sempiterno, un nombre encadenado a un imaginario inducido de “única salvación posible”.

Resistir la emergencia de otros liderazgos es aplacar la lógica del discípulo/alumno. Es encerrarse en la visión corta y reducida de que solo existe un camino factible. Es someter el pensamiento plural y diverso, las interpretaciones de coyuntura, la evaluación de las deficiencias estructurales y condicionantes del Estado y la sociedad, es reducir y concentrar todo en uno y nada por fuera de ello. Es el camino a la intolerancia, el desprecio por el otro y la no aceptación de que las mezquindades te desvían del camino correcto, ese que toman los grandes hombres/mujeres de Estado que tiene aún mayor valor cuando más cuesta de asumir. Enseñar al discípulo/alumno es lo correcto, aunque debas abandonar tus ambiciones. Hoy quien impulsó a su discípulo, incomprensiblemente comete la felonía de calumniarlo.

Antonino encaminó a Marco Aurelio en un ejemplo digno de aprender, pero también está la opción de otros, de estar más en el espacio de Nerón.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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