Casa de ciclistas
Otrora fue un refugio de creadores y ahora es un lugar de acogida para los cicloviajeros que viven cruzando fronteras.
La rueda de una bicicleta mira hacia arriba y, sujetada por un podio, gira y gira sin cesar gracias al impulso de una mano, movimiento que hipnotiza a todo aquel que la mira fijamente. “Sus ejes centrales deben ser arreglados”, explica Cristian Conitzer, amante de las dos ruedas además de Comisario Internacional de Ciclismo. Decenas de bicicletas hacen fila y esperan su turno para ser reparadas.
El taller se encuentra en una especie de sótano de la Casa de Ciclistas, un pequeño departamento dentro de una casa más grande donde Conitzer alberga, desde marzo de 2009, a cicloviajeros de todas partes del mundo y también de todas la edades.
La que ahora es conocida como la Casa de Ciclistas, ubicada en un lugar céntrico de la ciudad de La Paz, otrora fue el hogar de la escritora Yolanda Bedregal, quien fue abuela paterna de Conitzer. “Los libros de ella los tengo en una mesita, que hace de escaparate”, señala orgulloso.
Pero lo más notorio a la hora de entrar no es la mesita con los libros de Bedregal, sino las paredes cubiertas primero con los cuadros del pintor, escultor y también escritor Juan Conitzer, padre del enamorado ciclista. Colores vivos y vibrantes pintan las paredes de uno de los ambientes que funciona como una inspiradora oficina.
Pero las paredes del espacio del living —donde los cicloturistas se relajan y comparten aventuras en inglés, el idioma que se utiliza frecuentemente en la Casa— también están llenas de dibujos y de mensajes, pero esta vez hechos por mano propia de los viajeros. Agradecimientos y bicicletas pintadas hacen de tapiz de esta habitación y de la otra donde duermen.
“Cuando llegas a un lugar como la Casa de Ciclistas, puedes ver todos los mensajes que las otras personas dejan en las paredes”, remarca la deportista australiana Emma Cary.
Ella y su esposo se encuentran viajando por 18 meses en los que conocieron a otros ciclistas y, de todos los mensajes, encontraron el que era de uno de sus amigos a quien habían conocido en el camino.
Uno de los pilares fundamentales de esta casa es, por tanto, el artístico, el cual es paralelo al otro que es el solidario. “Esta casa tiene una tradición de alojar. Fue el hogar de mi abuela, Yolanda Bedregal, donde en otros tiempos se alojaron poetas, artistas, pintores, escritores y hasta refugiados”, señala el nieto.
Esencia altruista
Fue precisamente un cicloviajero quien le recordó a Conitzer la esencia altruista de la casa heredada. Cuando él trabajaba como guía de turismo, se apareció una persona de Inglaterra que parecía estar perdida respecto a las rutas que debía tomar, algo que le recordó la actividad de brindar cobijo a los cicloviajeros que realizaba en Alemania. Conitzer —que vivió 11 años en ese país estudiando Física y luego trabajando en ello— era parte de una organización que daba techo gratuito a todo tipo de viajeros, especialmente a motociclistas y ciclistas, cuyo sistema se basaba en la reciprocidad.
“Me inscribí en la lista por nostalgia, porque al vivir tanto tiempo en Alemania me desconecté del ciclismo organizado”.
Pero la añoranza viene de la niñez. Cuando tenía nueve años, su tío lo había llevado por primera vez al velódromo de Alto Irpavi para que diera sus “primeros pedaleos” como ciclista.
Años después, este amante del ciclismo volvió a la tierra que lo vio nacer y al ver que la Asociación Departamental de Ciclistas de La Paz tenía dificultades, se postuló como secretario general, cargo en el que no duró demasiado porque la directiva no se ponía de acuerdo.
Esta fallida experiencia que tuvo en el mundo del ciclismo coincidió con el inicio de los juegos bolivarianos en Sucre, donde, según Conitzer, a pesar de que llegaron comisarios internacionales, hacía falta jueces locales para que ayudasen en el control.
Dado el caso, la Federación Boliviana de Ciclismo hizo una convocatoria a las personas que quisieran ser jueces de ciclismo nacionales. Entonces se abrió un curso para comisarios en la ciudad de los cuatro nombres dictado por el cubano Pedro Frías, uno de los jueces internacionales que había llegado exclusivamente para los juegos bolivarianos. “En este curso me fue bastante bien. Fui el primero de la clase y al estudiar el reglamento me di cuenta de que las posibilidades de ascender existían”, recuerda emocionado.
Dos años más tarde se fue a Suiza gracias a sus ahorros y su herencia, para dar el examen de postulación a la comisaría ya en el ámbito internacional.
“Aprobé este examen no solo por mis conocimientos de inglés, sino y sobre todo porque había sido ciclista y lo había vivido desde adentro. Sabía cómo se debía oficiar y cómo se debía actuar”, cuenta. Luego pasó un curso de una semana en la Unión Ciclista Internacional (UCI), que igualmente aprobó con notas excelentes. Su examen práctico fue en Canadá, donde fue alojado de manera gratuita, solidaridad que le hizo concebir el sistema de reciprocidad.
“A cambio del alojamiento, la comida, el transporte, y todo lo que me daban, yo les arreglé las bicicletas como una muestra de mi gratitud. Por eso, el sistema de reciprocidad que tiene la gente que se aloja en casas, y fundamentalmente con el que funciona esta, la de ciclistas, no viene directo desde Bolivia, sino de una larga tradición mía de haber estado en otras casas y de dar también aquello que he recibido cuando estaba en Europa”.
En marzo se cumplirán seis años que Conitzer brinda hospitalidad a los cicloturistas específicamente, porque “no es lo mismo un viajero que solo tiene bicicleta. Me registré en una página que cobija y brinda hospitalidad para cicloviajeros y a los pocos días llegó alguien a la puerta de esta casa. Desde ese instante fue oficial”. En todo ese tiempo ya son más de 1.200 viajeros de gran parte del mundo y de todas las edades que ocuparon el espacio entre tres días como mínimo, hasta 90.
“La visitante más joven que tuve tenía 15 meses y venía en un carrito llevado por sus papás ciclistas. La persona más adulta que llegó tenía como 75 años”, dice.
Los cicloturistas se la pasan viajando normalmente entre dos y tres años, pero hay personas que están 16 años seguidos en ese trajín de cruzar fronteras y que se ganan la vida tomando fotos o escribiendo reportes de sus viajes.
Tambo de ciclistas
Aclara, de igual modo, que esta es una actividad altruista, y que no debe ser considerada como un hospedaje. “Es simplemente un lugar de acogida de llegadas, que en La Paz podría conocerse como una especie de tambo de ciclistas”.
En esta casa “de” y “para” ciclistas, como él mismo la denomina, Conitzer ofrece ducha caliente y cocina, además de las habitaciones que hacen de living y de dormitorios. “A pesar de que les ofrezco colchones en un ambiente grande, los cicloviajeros llegan con los suyos propios. Incluso tienen su propia cocina”.
Conitzer pide una contribución diaria de 20 bolivianos como algo simbólico y para gastos básicos de la casa. Si vienen de un país hermano, o si tienen un presupuesto limitado y tienen la necesidad de que sea algo más barato, los visitantes tienen la opción de contribuir de otras maneras, de acuerdo con sus aptitudes y a lo que cada uno sepa hacer. “Me ocupo de bicicletas y alguna vez les propongo que me ayuden en mi actividad de juez de ciclismo, en una competencia, ya sea en la computadora o bien a anotar los tiempos o a gritar los números”, explica.
Cuando ocurre esto, Conitzer dice que el que le ayuda ya no necesita pagarle, porque al haberle hecho un favor a él, se hizo un favor a sí mismo. “Yo lo veo como una contribución de ciclistas a ciclistas”, aclara. La colaboración también se refleja en el recojo del aeropuerto a los que llegan a su refugio en la ciudad.
En este gran espacio caben hasta ocho personas, seis en el lugar más amplio, y dos en el más pequeño. En caso de que llegasen más turistas, especialmente en verano, se los aloja en otra casa, que es como un tipo de anexo: la casa de los papás de Conitzer. La dirección de la Casa es revelada solamente mediante correo electrónico que se encuentra en la página casadeciclistas.wordpress.com. Las medidas de prevención son tomadas para evitar que ladrones se entren al lugar.
“Hubo un tiempo en el que era más abierto e invitaba a la casa a los ciclistas que veía en la calle. Ese fue el error. Invité a unos colombianos que en realidad no eran cicloviajeros, sino viajeros que tenían su bicicleta, y se llevaron una computadora y todo el dinero de las contribuciones”.
Pero más allá de este robo y de otro por el descuido de cicloturistas coreanos que dejaron la puerta abierta, Conitzer mantiene la confianza en este tipo de turistas que salen de sus países con un determinado equipaje y que regresan con lo mismo.
La rueda gira lentamente, emulando el inicio del pedaleo que provoca el movimiento, impulso que sirve, a su vez, para mantener el equilibrio de la vida.