Lápidas espejos de la sociedad frente a la muerte
La historia del Cementerio General de La Paz narrada a través de los nichos que muestran cómo vivieron los que ya no están.
El libro Cementerio General, el panteón de Nuestra Señora de La Paz, publicado por el Gobierno Autónomo Municipal en 2013, señala que una de las principales fuentes de información de las concepciones que tiene una sociedad con respecto a la muerte se refleja, entre otros elementos, en las lápidas.
Son los días de celebración de Todos Santos cuando los familiares de los difuntos les rinden homenaje con el colocado de ornamentos de diversas tendencias en cuanto a materiales y estilos. Dentro y fuera del camposanto paceño se observan miles de piezas creadas que también permiten conocer algo de la historia de La Paz y sus personajes.
Por estos días, Esteban Vargas y Félix Paucara no tienen tiempo ni para comer. Lo mismo ocurre en las otras tiendas frente al Cementerio General, en la zona Callampaya de La Paz. La razón es que no cesan los pedidos y por ello se debe acelerar el trabajo para entregar las lápidas que serán instaladas en algún nicho.
Esteban y Félix son representantes de la industria que se dedica a armar y vender estos objetos que embellecen las tumbas, los que según pasa el tiempo cambian de material, forma y estilo. Desde las rejillas sencillas, pasando por las obras de arte de finales del siglo XIX y principios del XX, hasta los trabajos hechos de mármol con la fotografía del difunto grabada a mano y una pequeña capilla para acomodar al santo o virgen del que el finado era creyente.
Al contrario del sosiego dentro del camposanto en la zona norte paceña, la vereda de afuera está llena de vendedoras de diversos productos, como pescado frito con mote y chuño, verduras, papas, gafas para el sol, ollas y tazas, hasta puestos de heladeros y lustrabotas. En la calzada, el atolladero de vehículos públicos y privados se acrecienta con la llegada de ataúdes que arriban en coches negros, acompañados por los dolientes. Este movimiento continúa con el Mercado de las Flores, que ofrece una variedad de plantas que dan vida a las tumbas.
A metros de allí, bajando por la avenida Baptista, ya está el primer anuncio de tienda de lápidas. “Disculpe, no tengo tiempo, vuélvase por favor más tarde”, contesta uno de los artesanos ante el requerimiento, mientras que detrás del mostrador termina los detalles de uno de los tantos encargos. Así se desarrollan las actividades en esta manzana de la avenida Baptista, con gente que pregunta por los precios y con otra que llega a recoger los ornamentos.
Félix es uno de los que se encuentran ajetreados, debido a que tiene que entregar una lápida hasta el mediodía; pero suspende sus labores un momento para mostrar lo que produce. “Hay desde los (ornamentos) más sencillos hasta los de mármol”, cuenta el artesano, quien en su tienda tiene cuatro filas de lápidas de diferente tamaño, color, material y precio.
Tendencias
Esteban, quien preside la Asociación de Arte Metálico (Asamet) de La Paz, comenta que la venta de lápidas existe desde casi la creación de la necrópolis. “Las lápidas en la antigüedad se hacían de manera artesanal. En esos tiempos se fundía bronce y aluminio, y los tallados eran hechos por los artesanos, por nuestros padres”.
Después de la independencia de Bolivia y la presidencia de Simón Bolívar, el Mariscal Antonio José de Sucre, su sucesor, dedicó su gestión a la emisión de leyes para establecer bases legales de la nueva nación. Es así como el 25 de enero de 1826 firmó un decreto supremo mediante el cual instruía la construcción de cementerios en las principales ciudades del país. En el caso de La Paz, esta orden fue ejecutada por el gobierno del Mariscal Andrés de Santa Cruz, el 24 de enero de 1831.
De acuerdo con el texto de la Alcaldía, la técnica de elaboración de las lápidas ha variado con los años. La investigación señala que en las últimas décadas del siglo XIX se usaba casi de manera exclusiva el mármol, con excepción de algunos ornamentos elaborados con basalto pulido. “El tallado en mármol es preponderante entre las décadas de 1850 y 1880, ganando cierta preponderancia el mármol incrustado sobre negro hacia 1890 y 1900”, explica.
La decadencia del mármol se presentó en los primeros años del siglo XX, con un descenso abrupto de un 82% a un 25% hacia la década de los 50. “La causa principal es la introducción de técnicas que trabajan con vaciados de bronce”, que después fueron reemplazadas por otra innovadora, la incrustación de motivos y letras de bronce en relieve sobre superficies de otro material, algo que actualmente se puede observar dentro del Cementerio General.
Desde hace algún tiempo, los grabados computarizados han permitido prescindir del bronce y emplear motivos negros sobre láminas de piedra de color, con más variaciones de dibujo y diseño. En la oferta se anotan, entre otros, el grabado en mármol, tallado en mármol, mármol sobre fondo negro, bronce sobre mármol, relieve en bronce, metal sobre fondo negro, metal sobre piedra, metal sobre piedra con fotografía, impreso sobre piedra, impreso sobre piedra con figurilla.
Las técnicas de manufactura son variadas. Es por ello que los clientes tardan en decidirse por alguna de estas estructuras que engalanan la última morada.
También están las rejas metálicas, que aparecieron en los años 70 y que hasta finales del siglo XX aún abundaban en los cuarteles antiguos del cementerio.
“La persona que las hacía utilizaba la grapa y remache para torcer el fierro. Ahora se utiliza el arco y la amoladora”, comenta Esteban, mientras señala algunas muestras en el piso de su tienda, debido a que continúa la demanda de estos ornatos por su precio económico.
La innovación en este trabajo hecho de metal es que se combinan los colores plateado y dorado, además que presenta una flor también de metal en el centro.
Una de las muestras preferidas de Esteban es una lápida de mármol con bordes de bronce y con dos ángeles metálicos que rodean el vidrio, y que tiene 60 años de antigüedad. El artesano recuerda que es de la época en la que se fundó Asamet, cuando al frente del Cementerio General había cuatro expositores de estos trabajos.
“Estamos manteniendo los precios desde hace cuatro años”, comenta Esteban. El costo depende mucho de los materiales, la forma y los complementos que se desean acomodar en los ornamentos, que generalmente obedecen al pedido del cliente inspirado en los gustos del fallecido.
Por ejemplo, la rejilla normal para cuerpo mayor vale 75 bolivianos, mientras que las pequeñas cuestan 60. Se puede adquirir una lápida de porcelanato desde 750 bolivianos y una de mármol por 1.300. Una hecha de bronce cuesta 1.900 bolivianos, en tanto que un ornamento de mármol vale 2.800 bolivianos.
“Son para las personas que en realidad aprecian a sus seres queridos. Hay para la economía de cada cliente”, asegura Esteban antes de continuar con el grabado de un nombre en mármol.
Para adornar las lápidas también existen recuerdos que reflejan las preferencias y gustos de los que ya han partido. Por ejemplo, para bebés y niños hay angelitos, querubines y juguetes; en tanto que para los mayores hay arcángeles, santos y vírgenes, que son adquiridos según la fe del fallecido. Algunos familiares acostumbran acomodar en las lápidas botellas pequeñas de singani, ron, whisky o gaseosa. Y según se aprecia, la novedad de este año es la planta de margarita hecha de plástico que mueve sus hojas, que funciona durante todo el día y se apaga por las noches.
Una parte de la personalidad de La Paz se refleja en su cementerio más antiguo, donde las lápidas muestran las preferencias del difunto y las tendencias de esta actividad en torno a la muerte.
¿Qué ocurre después de la muerte?
Lejos de estar muerto, un cuerpo en descomposición rebosa de vida. Cada vez hay más científicos que hacen del cadáver la piedra angular de un ecosistema vasto y complejo que surge poco después de la muerte, y prospera y evoluciona a medida que la descomposición avanza, indica El País, a través de un artículo que se publicó por primera vez en Mosaic.
La descomposición empieza unos minutos más tarde de la muerte con un proceso llamado autolisis, o autodigestión. Poco después de que el corazón deja de latir, las células se quedan sin oxígeno y su acidez aumenta a medida que los derivados tóxicos de las reacciones químicas se acumulan en su interior. Las enzimas comienzan a digerir las membranas celulares antes de filtrarse por las células rotas.
El proceso suele empezar en el hígado, rico en enzimas, y en el cerebro, que tiene un alto contenido en agua. Finalmente, todos los tejidos y órganos se colapsan del mismo modo. Rotos los vasos sanguíneos, las células se depositan, por efecto de la gravedad, en los capilares y las venas pequeñas, decolorando la piel.
La descomposición es un final, un recordatorio morboso de que toda la materia del universo debe obedecer estas leyes fundamentales. Nos desbarata, equilibrando nuestra masa corporal con su entorno, reciclándola para que otros seres vivos la usen.
La temperatura corporal empieza a caer también, hasta adaptarse al entorno. Es el momento del denominado rigor mortis —“la rigidez de la muerte”—, que comienza por los párpados, la mandíbula y los músculos del cuello y continúa con el tronco y las extremidades.
En un cuerpo vivo, las células musculares se contraen y se relajan debido a la acción de dos proteínas filamentosas (la actina y la miosina), que se deslizan a la par.
Después del fallecimiento, las células se ven privadas de su fuente de energía y los filamentos proteicos quedan inmovilizados. Esto causa la rigidez de los músculos y la parálisis de las articulaciones.
En estas primeras fases, el ecosistema del cadáver está formado sobre todo por bacterias que viven en y del cuerpo humano vivo. Nuestro cuerpo alberga una enorme cantidad de bacterias. Cada superficie, cada rincón del cuerpo es un hábitat para comunidades de microbios específicas. Con diferencia, la mayor de estas comunidades está en el intestino, donde residen billones de bacterias de cientos o miles de especies diferentes.
La microbiota (conjunto de microorganismos localizados en distintos sitios del cuerpo humano) es un tema apasionante para muchos biólogos. Se le han asignado varios papeles en la salud y se la asocia a miles de afecciones y dolencias, desde el autismo y la depresión hasta el síndrome del colon irritable y la obesidad. Pero es poco lo que sabemos de estos parásitos microbianos. Y menos aún de ellos cuando morimos.
En agosto de 2014, la científica forense Gulnaz Javan, de la Universidad Estatal de Alabama en Montgomery, y sus colegas publicaron el primer estudio sobre lo que llamaron The thanatomicrobiome (del griego thanatos, “muerte”).
La mayoría de los órganos internos están libres de microbios mientras vivimos. Poco después de la muerte, sin embargo, el sistema inmune deja de funcionar, lo que permite su expansión por todo el cuerpo. Es algo que suele empezar en las tripas, en el cruce entre los intestinos grueso y delgado —y enseguida en los tejidos vecinos—, de dentro afuera.
Alimentándose del cóctel químico que se escapa de las células dañadas, los microbios invaden los capilares del sistema digestivo y los nódulos linfáticos y se propagan por el hígado y el bazo antes de pasar al corazón y al cerebro.
Las muestras tomadas de los órganos de un cadáver eran muy semejantes entre sí pero muy distintas de aquellas tomadas de esos mismos órganos en otro cuerpo. La explicación, en parte, podría estar en las diferencias en la composición de la microbiota de cada cadáver, o bien en las diferencias en el tiempo transcurrido desde la muerte. Así es como continúa la vida después de la muerte.
Ingreso y salida de lápidas
El administrador del Cementerio General, Juan Carlos Parra, indica que debido a que existen algunos conflictos familiares por la pertenencia de las lápidas y para prevenir el hurto de estos objetos, el gobierno municipal ha establecido reglas para su ingreso y salida en el camposanto paceño.
Para el ingreso:
- Solicitud de una orden para el ingreso del ornamento.
- Fotocopia del carnet de identidad del familiar.
- El trámite es gratuito.
Para la salida:
- Fotocopia del certificado de nacimiento de los familiares cercanos del fallecido.
- Fotocopia del carnet de identidad de los familiares, en la que se debe dar el permiso, por escrito y con la firma, de que se está sacando la lápida del camposanto.
- Pago de 403 bolivianos.