200 años de Frankenstein o el moderno Prometeo
Un frío verano inspiró hace dos siglos a Mary Shelley a escribir sobre un monstruo creado con partes de cadáveres humanos.
Fue en una noche triste de noviembre que contemplé el final de mis esfuerzos”, narra Víctor Frankenstein antes de que su criatura, por fin, cobre vida frente a sus ojos. Hace dos siglos esa fue la primera imagen que la británica Mary Wollstoncraft Godwin Shelley (1797-1851) describió al cultivar la historia de un científico entusiasmado con dar la chispa de vida a un cuerpo hecho de cadáveres. Así nació una de las narraciones de terror más importantes de todos los tiempos que este año cumple 200 años de haber sido plasmada en el papel y que alcanzó otros formatos que cautivaron al público, generación tras generación.
Para cualquier persona que ya tuvo la novela entre sus manos es conocida la anécdota que dio origen a Frankenstein o el moderno Prometeo. La autora contó que el verano de 1816, ella junto a su esposo Percy Shelley visitaban Suiza y se convirtieron en vecinos de Lord Byron con quien decidieron pasar el resto de la temporada. Fue uno de esos días que Byron propuso un reto literario a sus invitados para escribir una historia de fantasmas.
Se podría decir que el contexto para la creación de Frankenstein fue el adecuado, un verano donde el sol nunca apareció y las noches eran de luna llena dentro una mansión oscura y tenebrosa.
“Vi, con mis ojos cerrados, al pálido estudiante arrodillado junto al objeto que acababa de armar”, describe la narración de un sueño que inspiró a Shelley, quien con tan solo 18 años fue una escritora de lo sublime. Su imaginación la llevó a explorar lugares que hasta entonces habían sido imposibles de alcanzar por la humanidad, además de cuestionar la importancia del avance científico de su tiempo. Es por ello que en muchos ámbitos esta novela es considerada la primera obra de ciencia ficción, pues en sus páginas se narra cómo un científico quiere pasar las fronteras para poder llegar al secreto de la vida.
Desde ese momento, la novela de Shelley marcó una línea en el género literario entre lo optimista y lo pesimista, de igual manera instaló un mecanismo psicológico que afectaba nuestra relación con las máquinas que creamos.
Una mañana del 1 de febrero de 1818, dos años después de aquel sueño y de cuentos inconclusos de verano, se terminó de imprimir 500 ejemplares que fueron fabricados de forma económica y que no llevaban el nombre de la autora (misterio que se extendió por varios años), pues no era del agrado masculino que una mujer hable sobre estos temas.
Según la profesora de teoría literaria María Mercedes Andrade, de la Universidad de los Andes, “es muy interesante que haya sido ella, que no era escritora profesional, la que haya hecho algo que marcó tanto la cultura popular como ese libro, porque durante mucho tiempo fue un texto mal visto, especialmente, porque lo había escrito una mujer”.
Con el paso de los años, el monstruo superó en popularidad a su creador ficticio —se apropió de su nombre, por ejemplo— y a su creadora real y, 200 años después, se ha convertido en una de las criaturas más representativas del terror universal en todas sus plataformas. Además, al igual que sucedió con Drácula de Bram Stoker (que se convertiría en novela epistolar casi 80 años después), el monstruo de Frankenstein significó una metáfora de su tiempo y las preocupaciones de la época. Así para algunos estudiosos, Shelley usó un monstruo como metáfora del pueblo enardecido, un colectivo monstruoso que con una violencia irrefrenable aplasta a sus élites corruptas y termina volteando el status quo.
Pasaron varios años antes de que Mary Shelley fuera reconocida por algo más que ser la creadora de una novela de terror. Fue desde 1970 que otras obras como Valperga (1823), El último hombre (1826), Perkin Warbeck (1830), Lodore (1835) y Falkner (1837) fueron valoradas tanto por los lectores como por los académicos.
Hasta el último día de su vida Mary Shelley no se pudo separar del monstruo que había creado: murió por un tumor cerebral el 1 de febrero de 1851, cuando esta novela cumplía 33 años de publicación.
Hasta la actualidad más de 130 inspiraciones fílmicas surgieron de la creación de Shelley desde 1910, cuando salió el primer cortometraje relacionado con Frankenstein, que ha invadido el mundo del cómic, el teatro, el ballet y la televisión.
Si bien fue Drácula de Bela Lugosi (1931) la cinta que despertó el universo de monstruos de los estudios Universal, fue la interpretación del imponente Boris Karloff como un gigante de 2,44 metros y tornillos en el cuello que, en el mismo año que el vampiro, impulsó la popularidad de estas criaturas y generó un universo dentro y fuera de la pantalla.
La película que fue dirigida por James Whale y personificada por Karloff se basaba en una obra de teatro que se tomaba algunas libertades sobre la obra original de Shelley y fue un éxito entre la crítica y el público. Y por eso, dentro del mismo universo, no tuvo una secuela, sino seis: La novia de Frankenstein, El hijo de Frankenstein, El fantasma de Frankenstein, Frankenstein contra el Hombre Lobo, La guarida de Frankenstein y Abott y Costello contra los fantasmas.
Los estudios Universal, que son los dueños de sus derechos cinematográficos, recientemente decidió revitalizar a todos sus monstruos clásicos, pero el fracaso en taquilla de La Momia de Tom Cruise paralizó el proyecto de volver a traer a Frankenstein bajo la piel de Javier Bardem.
A lo largo de las décadas las readaptaciones son continuas y tanto el Dr. Frankenstein como su monstruo vuelven a la pantalla una y otra vez. Esto se debe a que la obra de Shelley trasciende todas las épocas. Hoy con 200 años tras sus espaldas, el moderno Prometeo es uno de los personajes más abordados y recordados tanto en el cine como en la literatura.