Sunday 19 May 2024 | Actualizado a 17:20 PM

Sobre el suicidio de un artista (II)

Autorretrato de Cecilio Guzmán de Rojas

/ 4 de diciembre de 2022 / 00:02

¿Por qué el artista boliviano más importante de la primera mitad del siglo XX decidió terminar con su vida? Solo se puede especular

Sobre el suicidio de un artista. La congoja de la sociedad boliviana tras la muerte de Cecilio Guzmán de Rojas no duró mucho. El suicidio se consumó un martes 14 de febrero de 1951, el cuerpo fue reconocido el miércoles, la noticia difundida el jueves en la mañana y el entierro se realizó ese mismo día en la tarde. El viernes comenzaba el Carnaval ¿Habrá calculado el suicida la proximidad de su muerte con la festividad de la carne?

El entierro fue el primer homenaje que recibió el indigenista. Al acto acudieron decenas de dolientes de todos los estamentos sociales y numerosas representaciones oficiales. Antes de ingresar el féretro a su lugar en el Pabellón de los Ilustres del Cementerio General se pronunciaron extensos discursos que coincidían en calificarlo como uno de los más grandes artistas de América. Algunos de ellos serán transcritos en la prensa.

El establecimiento de las circunstancias precisas de su muerte permanecería pendiente unas semanas más. Antes del entierro, su cuerpo había sido sometido a una autopsia en la morgue de Miraflores y la policía había recabado testimonios de familiares, amigos, vecinos y testigos. La reconstrucción del hecho suicida, sin embargo, se realizaría pasados los 20 días, publicándose un reporte final recién la primera semana de marzo.

Sobre el suicidio

Este documento, firmado por el jefe de Laboratorio del Gabinete Criminalístico, el doctor Alberto Mariño, solo vino a corroborar lo que se sabía desde el principio: que la muerte se había producido por suicidio, más específicamente, por colapso pulmonar y desangrado a causa de dos disparos que el artista se había infringido con una pistola automática. La incógnita que ni la policía ni nadie más se animó a responder con absoluta certeza fue el porqué.

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Un ser extraño y extravagante

Guzmán de Rojas podía ser calificado como un personaje extraño y un tanto extravagante. Consciente de su talento y de su fama, cultivaba una vida pública fuera de lo común para una sociedad conservadora. No era secreto para nadie que practicaba algún tipo de esoterismo y se contaban historias sorprendentes sobre sus supuestas habilidades hipnóticas, mágicas y curativas que causaban perplejidad, cuando no, miedo. Estas seguramente pasaban por leyenda para quienes no lo conocían, pero para sus amigos eran realidades que atestiguarían públicamente por las décadas por venir. 

Asimismo, pese a sus consabidos humildes orígenes como hijo de un maestro de colegio y a su evidente ancestro indígena, a su retorno a Bolivia en 1929 tras casi nueve años de peripecias y estudios en Europa se había propuesto ocupar un lugar de preminencia en la élite social local. Uno de los pasos que tomó para cumplir tal objetivo fue raptar, hacia 1931, a una joven de 15 años perteneciente a una de las principales familias potosinas y de evidente ascendencia eslava: María Luisa Riskowsky, con quien se casó y estableció familia en La Paz.  Dadas las circunstancias, esta no sería la única “historia de amor” en la vida del artista.  Para finales de la década de 1940 era un secreto a voces que había mantenido varias relaciones sentimentales con damas de la sociedad paceña, al menos así lo asevera la crónica firmada por Juan Capriles en 1951, en la que se afirma que mientras el artista “ejercía el culto de la belleza”, “las mujeres se sentían atraídas por su talento, por su magnetismo personal”.

Certeros o no, seguramente estos rumores habían conseguido dañar severamente la vida familiar de Guzmán de Rojas en la que se registraban exabruptos constantes. Una de sus discípulas, a finales de la década de 1940, Teresa Gisbert Carbonell, resume la situación de la época afirmando lo siguiente: “Se llevaba mal con la mujer”.

Extraño, extravagante, provocador, de una vida sentimental apasionada y cargando un matrimonio a rastras.  Guzmán de Rojas no conocía sosiego. A estas circunstancias de inestabilidad emocional se habría sumado, de acuerdo con Capriles, el desprecio de una mujer desconocida.  Quizás fuese demasiado.

El artista pintando a una de sus modelos.

Heridas de la guerra

Para los primeros años de la década de 1930, Guzmán de Rojas era uno de los personajes más prominentes del país. Su obra pictórica era alabada por intelectuales y muy requerida por familias de las clases altas, que no paraban de comisionarle retratos estilizados de sus damas. Asimismo, ocupaba simultáneamente dos cargos públicos de importancia, la Dirección de la Academia de Bellas Artes y la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio de Educación, instancias desde donde regia el gusto artístico local y aseguraba ingresos regulares a sus arcas. En 1932 había llegado, además, su consagración internacional mediante su designación como académico correspondiente de su alma mater en España, la prestigiosa Academia Real de Bellas Artes de San Fernando. Esta vida de ensueño debió de verse abruptamente interrumpida cuando, en 1934, fue convocado a sumarse a las tropas de la Guerra del Chaco (1932-1935).

El artista permaneció en el Chaco un total de siete meses, según algunas fuentes en Fortín Ballivián a las orillas del Pilcomayo, y a otras, en los puestos de vanguardia en Cañada Strongest. Lo más probable es que no acudiese como soldado raso sino (como otros artistas y fotógrafos) en una misión especial al servicio de la oficina de propaganda del Ministerio de Guerra.  Solo de ese modo se explica que en tan corto tiempo hubiera podido elaborar decenas de dibujos y pinturas que registran crudamente la naturaleza del conflicto. La misión no se encuentra exenta de peligro. En una libreta anotó que los miles de disparos que emergen del bosque por las noches “parecen luciérnagas que llevan la muerte”.  

Sea como fuere, su concurso en el Chaco terminó en disentería y paludismo, males comunes entre los soldados que fulminaron rápidamente su frágil cuerpo de habitante del Ande. Aunque sobreviviría para celebrar el final de la guerra, su salud quedaría comprometida para siempre. Uno de sus amigos, Raúl Bothelo, testimonia que pese a su intensa actividad desde su retorno del frente el artista andaba “periódicamente enfermo” y se sentía “fatigado y vacío”.

Una disentería mal curada no fue, sin embargo, la única secuela que arrastró del Chaco. A ella se sumaron las imágenes de los horrores de la guerra: violencia, hambre, sed, enfermedad y  muerte. Todas ellas quedarían reflejadas con inédita crudeza para el arte boliviano en dibujos y pinturas de corte expresionista que el artista expuso en 1935 como desgarrador alegato contra la guerra. 

Guzmán de Rojas nunca habló en detalle de su experiencia en el Chaco. Como a muchos soldados, esta probablemente le dejase una visión oscura y pesimista de la existencia y, posiblemente, también pesadillas y mal sueño.

Una fotografía de Cecilio Guzmán de Rojas, cuyo original está en el archivo de la Universidad Autónoma Tomás Frías.

La inmortalidad truncada

Una gran ilusión se apoderó de Guzmán de Rojas hacía 1947: el supuesto descubrimiento de una técnica pictórica del Renacimiento que se había perdido para los siglos. Este hallazgo, que según el artista le iba a proporcionar fama mundial, se había producido en circunstancias poco claras mientras se encontraba estudiando técnicas de restauración en la National Gallery de Londres gracias a una beca otorgada por el Gobierno británico.

Según unas versiones, Guzmán de Rojas había dado con la famosa técnica descifrando los códigos secretos del Tratado de Pintura de Leonardo. Según otras, estudiando en contacto directo las cualidades físicas y químicas de lienzos renacentistas que habían sido dañados durante la Segunda Guerra Mundial. Ambas olvidan mencionar que desde mediados de los 30 el artista se había abocado a restaurar lienzos coloniales en Bolivia. Seguramente sus indagaciones en esta área, sumadas a sus obsesivos estudios esotéricos, encontraron la oportunidad perfecta en el viaje a Europa para complementarse con los más recientes conocimientos científicos.

La supuesta “pintura coagulatoria”            —así llamó Guzmán de Rojas esta técnica— nunca llegó a descubrirse por completo. El motivo fue que la libreta en las que el artista anotaba sus avances le había sido sustraída en Inglaterra por otro becario, un arquitecto argentino llamado Juan Carlos Dellepiane. Para consumar este hecho —que quedó ficcionalizado en el cuento La muerte mágica de Óscar Cerruto— el ladrón había manipulado al potosino con alguna técnica hipnótica no solamente dejándolo en ridículo, sino también sumiéndole en una profunda crisis nerviosa.

Al volver al país, el artista se empeñó obsesivamente en proseguir sus investigaciones con base en lo que guardaba en su memoria y a la experimentación química de su taller que se transformó en lo que la prensa de la época definió como un “laboratorio de alquimia”. Fueron años de esfuerzos infértiles. En 1949 realizó conferencias públicas para presentar la técnica, en La Paz y en Santiago de Chile. Ambas fracasaron o no convencieron del todo a su auditorio. Las críticas y los rumores del fracaso, e incluso de la pérdida de cordura del artista, ya eran públicas y llegaban hasta los labios de sus amigos.

Un final sin respuestas

Una vida sentimental desordenada y apasionada. Secuelas físicas y mentales de una guerra cruenta. El fracaso de una aspiración largamente añorada. Todos estos son motivos que pudieron haber causado depresión en el artista a sus 51 años. Pero si acaso no fuesen suficientes, cabe una especulación más.

Guzmán de Rojas probablemente sufrió alguna enfermedad mental. Muchos testimonios señalan que a lo largo de su vida manifestó un carácter fuerte e impositivo, pero también, voluble e irascible hasta el descontrol.  En entrevista con Wilson Mendieta, su hijo, Iván, menciona que poseía un ánimo oscilante y neurótico “pero (que) se controlaba”.  En Londres habría sufrido una depresión que, sumada a la enfermedad y la mala alimentación, le habrían causado “un extraño desequilibrio” que lo obligó a retornar a Bolivia antes de lo previsto. El mismo día de su suicidio habría sufrido un ataque de furia, amenazando a los gritos con matarse.  Bothelo consigna, asimismo, que ya en 1947, hacía y decía “cosas inesperadas, como un niño”, mostrando a su vez señales de “pesimismo” y “tragedia”. 

Los episodios de descontrol y los desvaríos podrían encontrar explicación en los traumas de la guerra o en una vida personal apasionada y oscura. Otra fuente, el testimonio de un amigo de infancia, Carlos Urquidi, señala no obstante que el artista había tenido una personalidad muy particular incluso antes de su partida a Europa en 1920 y que, al parecer, esta no hizo más que acentuarse con sus estudios esotéricos en los 30. Una biógrafa del artista, Amparo Miranda, sugiere que hubo antecedentes de demencia en la familia del artista, más específicamente en su madre, Justa Rojas. El historiador del arte Pedro Querejazu, al comparar a Guzmán de Rojas con Arturo Borda, menciona que en la familia del potosino se habían dado “casos de neurosis” y sostiene que ciertamente fue un “depresivo” y un “loco”.

En la primera parte de este trabajo se explica que, de acuerdo con Capriles, el suicidio de Guzmán de Rojas se precipitó a causa del dolor por un amor no correspondido y, sin embargo, en la línea del autor, pensamos que “decir que Guzmán de Rojas se suicidó porque estaba enamorado sería absurdo y ridículo”. Parece ser, en cambio, que fueron varios los motivos que provocaron una depresión severa en el artista, siendo el desamor simplemente su disparador. O quizás, como escribió Augusto Guzmán años después, para la edad de 51 años simplemente Guzmán de Rojas se había cansado de vivir.

Fotos: Archivo Universidad Autónoma Tomás Frías, libro“Pintura boliviana del siglo XX” de Pedro Querejazu (1989) y El Diario (década de 1930).

EL REGRESO Los trazos de José Ballivián

El artista paceño presenta una selección de dibujos en Kiosko Galería de Santa Cruz

Los trazos de José Ballivián

/ 19 de mayo de 2024 / 06:58

—¿Qué hará Quilco en la vida?” —él respondió resuelto: — ¡Nada!

Y tornó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar. Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.

Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymara:

—Tatay me he regresado…

Fragmento final del cuento ‘Quilco en la raya del horizonte’ de Adolfo Cáceres Romero

La reflexión sobre lo mestizo implica una definición de raza, una combinación que se ha producido en Bolivia antes de la llegada española y que tuvo un impacto político por los privilegios que gozaban los españoles y sus hijos durante la así llamada colonización.

Las reivindicaciones raciales, de alguna forma fracasadas durante la revolución de 1952 en Bolivia y los grandes esfuerzos políticos de este siglo por darle presencia a algunos grupos hasta entonces marginados, generaron propuestas estéticas que no solamente repiensan la idea de igualdad ante la ley, sino que también reivindican sus expresiones estéticas y, en algunos casos, como los de Adriana Bravo, Iván Cáceres y José Ballivián, entre otros, estiran esta reflexión hasta lugares que si bien transgreden los márgenes de lo políticamente correcto, son una inevitable muestra de la expresión cultural de una Bolivia actual, responsable por una condición social en la que los flujos comunicativos ponen en permanente diálogo lo local, popular y andino con los dejos producto de la imparable invasión global. 

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Esta muestra titulada El Regreso, inspirada en el cuento Quilco en la Raya del Horizonte de Adolfo Cáceres Romero, sugiere un retorno a una práctica tradicional y a una representación normativa como lo es el dibujo de José Ballivián, pero que se distingue y se diferencia por las temáticas que presenta y en las que se pone en tensión combinaciones culturales poco ortodoxas y en muchos casos políticamente incorrectas.

José Ballivián reflexiona sobre las múltiples capas que conforman la identidad nacional.

La selección de dibujos de distintas épocas conjuga un cuerpo de obra que se enfoca en lo así definido como mestizo, pero que simplemente implica la visibilización de ciertos grupos que consiguieron combinar con éxito visiones transversales sobre lo boliviano.

*El artista José Ballivián expone una selección de dibujos del 2013 – 2024 en la exposición ‘El regreso’ en Casa Melchor Pinto (con la colaboración de Kiosko Galería) de Santa Cruz. La muestra permanecerá abierta del 26 de abril al 2 de junio.

PERFIL

José Ballivián nació en La Paz, Bolivia. El artista visual estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles. Ha expuesto en muestras individuales y colectivas, como la 57a Bienal de Venecia en Viva Arte Viva, en el Pabellón de Bolivia (Venecia, Italia); Bienal Sur (Buenos Aires, Argentina), Bienal Conart (Cochabamba, Bolivia), Bienal Siart (La Paz, Bolivia), Museo de Arte Contemporáneo MAR (Buenos Aires, Argentina), Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino + Macro (Rosario, Argentina), Museo de Bellas Artes (Salta, Argentina), Museo Emilio Caraffa (Córdoba, Argentina) y el Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro (Tucumán, Argentina), entre muchos otros.

Texto: Douglas Rodrigo Rada

Fotos: José Ballivián

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Máncora Restaurant & Bar: Los sabores del Perú, en Sopocachi

restaurante y bar Máncora

Por Fernando Cervantes

/ 19 de mayo de 2024 / 06:47

Crónicas gastronómicas

Máncora es el nombre de una de las playas más bonitas del norte del Perú, caracterizada además por tener un agradable clima cálido los 365 días del año. Antiguo pueblo pesquero, tuvo entre sus visitantes nada menos que al laureado escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien anduvo por esos lares allá por el año 1956.

En la ciudad de La Paz, Máncora es el nombre de un nuevo restaurante situado en el barrio de Sopocachi, en el tercer piso de una antigua casona que cuenta con una calurosa terraza en la cual se puede disfrutar de una extensa carta que incluye variedad de ceviches, aperitivos, arroz con mariscos, chaufas y también platos para compartir, como piques o milanesas de la casa. Las especialidades peruanas —como el chupe de camarones, el lomo saltado o la jalea de mariscos— también dicen presente en este menú, pero evidentemente el protagonismo lo tiene ampliamente ganado su barco marino, que trae a bordo platos como el arroz dulce con camarones, jalea de mariscos, ceviche de trucha, ceviche de mariscos, cóctel de camarones, arroz chaufa de pollo, chaufa de mariscos, chaufa de carne, ceviche de camarones, salsas y canchita con chifles. El barco para seis personas está 350 bolivianos y para cuatro personas, a 250.

Algo interesante de mencionar es el amplio horario en el cual este restaurante abre sus puertas, pues se puede visitardesde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche los días de semana y el fin de semana la cocina está abierta hasta las 4 de la mañana.

Máncora Restaurant & Bar

  • Dirección: Av. Sánchez Lima # 2201, 3er nivel. Sopocachi.
  • Reservas: 72009685       
  • Rango de precios: Bs. 24 (empanadas de choclo y queso) a Bs 350 (Barco marino para seis personas)    
  • Producto estrella: Barco Marino. 
  • Horario de atención: Lunes, martes, miércoles y domingos, de 10.00 a 22.00. Jueves, viernes y sábado de 10.00 a 4.00 del día siguiente.

Peter Pablo es el propietario

restaurante y bar Máncora

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Contáctenos:

Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,  Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Nación Menotti: Un espectáculo para pensar

El 5 de mayo falleció el entrenador argentino César Luis Menotti, Julio Peñaloza recupera un texto que hizo sobre la visión de este estratega

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 19 de mayo de 2024 / 06:45

Pep Guardiola se convirtió en la confirmación de todo cuanto César Luis Menotti pregonaba desde los años 70 sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras, tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta para otros. De lo que ya no hay duda es de en qué consiste jugar lindo. La inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir fueron características de este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:

Cómo le pega Leonardo Pisculichi de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus compañeros mejor habilitados.  Cómo le pega  Neymar Jr. que le hizo el segundo al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con 30 años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más importante jugador boliviano fuera del país.

El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola
El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola

Siempre convencido de que el buen trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y otros —para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos—, me reencontré con los orígenes que me convencieron de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la albiceleste.

Pues bien, el número de El Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo, quien ofrece respuestas a 120 preguntas y cero cigarrillos luego de haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol y resultado.

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A Menotti le debemos infinitas reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que  botín político, —a pesar de haberse convertido en un negocio descomunal— ese que el propio Flaco calificó alguna vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.

Menotti fue mi maestro por entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74 y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador, arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil.” Y como para hacer más ilustrada tan rotunda afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola. Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó, no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco. Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la  otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió. Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”

Diego Armando Maradona

¿Qué más? Para fines de comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo. Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto refiriendo las virtudes de tres futbolistas —Pisculichi, Neymar Jr, Martins— que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre, con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota nuestros equipos.

Han transcurrido 46 años desde que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo, y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos, igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol, continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los días en el verde césped.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Internet

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‘Experiencia Ítaca’: la travesía interior multisensorial

La espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión de la protagonista

La actriz Cristina Wayar y la directora general de la obra, Roswitha Grisi-Huber.

Por Mitsuko Shimose

/ 19 de mayo de 2024 / 06:41

El hecho de haber sentido, conocido o presenciado algo tiene que ver con la vivencia, una de las acepciones de la palabra “experiencia”. Esta vivencia es transmitida a través del viaje interior en Experiencia Ítaca, propuesta teatral del grupo La valija de Penélope, que obtuvo el apoyo del Fondo Concursable Municipal de las Culturas y las Artes (Focuart 2023), estrenada ese mismo año y que regresó hace poco  a las tablas del Centro Cultural de España en La Paz y la Casa Grito. Esta obra, dirigida por Roswitha Grisi-Huber, es la puesta en escena del poemario Ítaca, de Blanca Wiethüchter (1947-2004), cuya reedición fue gestionada también el año pasado por el grupo teatral después de que la edición del año 2000 se hubiese agotado.

Experiencia Ítaca busca no solo mostrar la vivencia de Penélope (Cristina Wayar) durante la angustia de su espera —una angustia de amor que, para el teórico literario y ensayista francés Roland Barthes, en su libro Fragmentos de un discurso amoroso (2014), “es el temor de un duelo que ya se ha verificado, desde el origen del amor”—, sino también hacer vivenciar al público dicha angustia —y su resolución— a través de recursos multisensoriales.

Lo primero que se ve al ingresar al teatro es, naturalmente, la escenografía. Más allá de los elementos en la escena, lo que más resalta son los diversos colores, sobre todo en los vestidos guardados en el closet de la protagonista, los mismos que viste para pintar aquella espera grisácea. Bien lo señala Barthes que existe una “escenografía de la espera”, donde se provocan “todos los efectos de un pequeño duelo”, el cual es rehuido por  ella mediante el uso de prendas en toda la paleta de colores, convirtiéndose así el (des)vestirse en un acto subversivo.

En la puesta en escena se siente, además, el aroma del humo de la vela que la actriz apaga luego de prenderla, cuya luz denota esperanza, y desesperanza cuando ella extingue la llama con su aliento. Era al encender la vela que su angustia se incrementaba, lo que no quiere decir que al apagarla el desasosiego desapareciera. “La angustia de la espera no es continuamente violenta; tiene sus momentos apagados”, apunta al respecto Barthes.

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El sentido del gusto se hace presente a través del vino que bebe Penélope (nombre griego que significa “la que teje”), algunas veces imaginando la celebración de cuando esa ausencia se disolviera, u otras, en actitud de cavilación, la cual la lleva del tejer y destejer al escribir y reescribir. “Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas)”, se lee en  los Fragmentos.

La sonoridad —cuyo diseño está a cargo de Canela Palacios— también se percibe claramente en la puesta en escena a través de llaves, sogas tensionadas, arena en un círculo de papel mantequilla, entre otros, cuyas resonancias simbolizan collares, el paso del tiempo y las olas del mar. Del mismo modo se escucha el canto de Penélope, que al igual que el de las sirenas, es el que realiza el conjuro que invoca su nombre en el acto de aguardar. Ya decía Barthes que “la espera es un encantamiento”. Según este teórico francés, “la ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda —y no de quien parte—. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa)”; pero debido al conjuro, el estado de espera se subvierte.

Unida a la percepción del oído, está la del tacto, pues todo lo que toca la protagonista tiene un sonido específico acompañado de particulares texturas, como el tejido y el telar o, se manifiesta desde el re-descubrimiento de su propio cuerpo, algo que le brinda conciencia de sí misma a través de su corporeidad. Para Barthes, es necesario sacrificar ese Imaginario del otro, para acceder al “amor verdadero”, ese que logra sacarla de su espera sin (des)esperar y que la envuelve en su propio abrazo.

De ese modo, en Experiencia Ítaca, la espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión en la que la actriz se sumerge durante su viaje interior multisensorial. Esta introspección la lleva a tejer/escribir su propia historia, conduciéndola al tan anhelado encuentro, que ya no es con el otro, sino consigo misma, re-unión que se da en el mar de su isla natal de la cual se reapropia borrando la sensación de anulación que genera la espera, puerto al que llega en el buque de su propio nombre: Penélope, y que termina diluyéndose para convertirse una con el océano: Ítaca florece.

Texto y Foto: Mitsuko Shimose

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Nocturno de Tiwanaku

El sitio arqueológico de Tiwanaku abrió sus puertas —de 19.00 a 22.00— para la Larga Noche de los Museos. Una experiencia diferente.

/ 19 de mayo de 2024 / 06:30

Son las siete de la noche y hace (mucho) frío. Un centenar de personas esperan a que las puertas de acceso al sitio arqueológico de Tiwanaku se abran. Llegan los primeros guías y piden paciencia. Es la quinta vez que la Puerta del Sol, los monolitos, el templete subterráneo y las pirámides de la cultura tiwanacota van a ser apreciados de una manera diferente: de noche. Bajo la oscuridad y bajo las estrellas de mayo (mes de la Chakana), Tiwanaku —la vieja capital— revela sus misterios ancestrales.

La pirámide de Akapana es la primera parada del recorrido nocturno. La Chakana —la Cruz del Sur— se ve con todo su esplendor bajo un cielo despejado. El templo está estratégicamente pensado para disfrutar de las deidades astrales en forma de constelación cuadrada y escalonada. La cultura tiwanacota perduró durante más de 25 siglos y siempre supo dónde estaba el sur, gracias a la chakana.

Se ven colores azulados y blancos, rojos, naranjas. Todas las estrellas son más grandes y luminosas que el sol. Los tiwanacotas y otras culturas ancentrales estaban íntimamente conectados con el cosmos, con el cielo. En esta noche de Tiwanaku, lejos de las luces de la ciudad, esa relación —olvidada con la llegada de la era de la industrialización— renace de repente. Es un viaje en el tiempo.

En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.
En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.

El “puente/escalera” (eso significa chakana en quechua) está frente a los ojos de los que llegaron. La conexión entre el mundo terrenal y el mundo de los dioses se dibuja en el firmamento despejado. Son los cuatros “suyos”. Un guaraní que visita Tiwanaku por primera vez dice en voz alta en el primer grupo de visitantes: “no veo una cruz, lo que veo yo es al ñandú”. Tiene razón (también): la constelación lleva la forma de una avestruz. Cada uno ve lo que quiere.

La segunda estación es el monolito Ponce. Es la estela ocho. Estamos dentro del Templo de Kalasasaya, el templo de las piedras paradas. Tiene tres metros y es de una sola pieza, de piedra andesita. Tiene lágrimas con forma de pez, hombres alados, águilas, plumas, cóndores. De noche impresiona más, de noche parece saber cómo y porqué desapareció la cultura tiwanacota, esa que se extendió desde las costas del actual Chile hasta el altiplano, desde el Perú hasta la Argentina actual. ¿Qué pensaría la noche que lo “descubrió” Carlos Ponce Sanginés? Dime cuál es tu verdadero nombre, ahora que está oscuro y nadie nos escucha. Cerca está el monolito Fraile, pieza de arenisca veteada. Tiene peces. Es un dios del agua, cuando el lago Titicaca llegaba hasta estas orillas. En una mano un “keru” (vaso) y en la otra un báculo. Viste faja. Fue enterrado con honores. No sabemos cuándo resucitará.

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Unos metros más adelante, al extremo oeste, los turistas se sacan fotos con la Puerta del Sol. Está iluminada y la gente aprovecha para sacarse “selfies”. Dicen que antes adorábamos a la luna y luego la cambiamos por el sol. Este recorrido nocturno es una ofrenda a la diosa luna, esa que ilumina nuestras noches de insomnio. Espero que Huiracocha, el Señor de los Báculos, no se moleste.

Los visitantes observan y toman fotografías a las estelas de Tiwanaku.

Caminamos en la oscuridad, hay que mirar al suelo para no tropezar. Algunos alumbran el piso con la luz de los celulares. Cuando bajamos hacia el Templo de Kalasasaya, hay que agarrarse de las piedras de las escaleras, de las paredes balconeras. La temperatura, a campo abierto, roza los cero grados. Cuando llegamos a la escalinata de piedra, todos se paran para sacar fotos. Cuando bajamos al templete subterráneo, al mundo de abajo, las 175 cabezas clavas de roca caliza dan más miedo que de día. Están a punto de contarnos la verdad en esta noche de misterio. La guía habla de mensajes extraterrestres que se escuchan en las noches más frías, como la de hoy.

En el centro del templete estaba el monolito Bennet, la estela Pachamama. Hoy está a resguardo en el Museo Lítico, bajo techo. Ha sufrido demasiado desde que fuera llevada a la fuerza y sin permiso de la comunidad a la ciudad de La Paz en 1932. Primero estuvo en el Prado y luego junto al estadio Hernando Siles en Miraflores. Cada vez que lo movieron/molestaron sin pedir permiso/ofrenda ocurrieron desastres, especialmente inundaciones, como aquellas del 2002 cuando fue trasladado de vuelta por última vez. Su “descubridor”, el gringo Bennett, murió ahogado en una playa de su país, Estados Unidos. Con los dioses no se juega y menos si son gigantes. En su lugar, hoy está el Monolito Barbado, es la estela 15 o “Kontiki”. La guía apura a los visitantes: “vayan saliendo, tienen que entrar el resto de los grupos”.

De regreso al Museo Lítico, nos chocamos con otros grupos. En la entrada del museo, los chicos del grupo de teatro de la UPEA, la Universidad de El Alto, escenifican pasajes y leyendas. El paseo por las salas cerámicas y líticas es gratuito cuando Tiwanaku se muestra de noche.

La estela Pachamama luce imperial, sobrecoge por su tamaño. Me gustaría que estuviese de nuevo en su lugar junto al resto de las estelas, junto a sus hermanos, como reina de la noche. Son las 10 y los últimos minibuses devuelven a los citadinos a las luces de la ciudad. El sortilegio ha terminado. Los gigantes duermen tranquilos. Hasta el próximo nocturno de Tiwanaku.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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