El Planeta de los simios nuevo reino
Imagen: Internet
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La película del director Wes Ball propone un nuevo espacio temporal en la saga basada en el libro de Pierre Boulle
Al ver la primera versión de El Planeta de los simios dirigida en 1968 por Franklin Schaffner adaptando la novela homónima de Pierre Boulle, y protagonizada por Charlton Heston, muy pocos imaginaron que esa sería la raíz de una de las franquicias más exitosas de todos los tiempos. Entre otras cosas porque aquella realización ha resistido bastante bien el paso del tiempo, al punto que no faltan los críticos e historiadores convencidos de que se trata de un trabajo merecedor de figurar en la lista de los clásicos del género de ciencia ficción, no obstante sus indisimulables flaquezas, muy propias por lo demás del grueso de los productos fabricados en Hollywood de cuyas fórmulas Schaffner quiso tomar distancia sin haberlo logrado del todo.
El hecho es que fue un gran suceso taquillero. Y en los 56 años transcurridos desde entonces se hicieron más de una veintena de películas, telefilms y series de variada envergadura. Limitándonos al campo de la producción fílmica, antes de esta nueva vuelta de tuerca, fueron ocho los largometrajes, de muy disímil contextura que aterrizaron en las pantallas, incluyendo la fallida rehechura intentada en 2004 por Tim Burton, con el mismo título del original. En cambio la trilogía más reciente, incluyendo algunas precuelas de la historia tuvo el fuste suficiente como para bajar a tiempo el telón. Me refiero a El origen del planeta de los simios (Rupert Wyatt/2011), Confrontación: el amanecer del planeta de los simios (2014) y La guerra por el planeta de los simios (2017) ambas de Matt Reeves.
Era pues todo un desafío entrarle una vez más al asunto. Imagino que fueron tres los motivos que animaron al director Wes Ball a correr el riesgo. De una parte el resurgimiento de innumerables regímenes autoritarios desperdigados por distintos puntos del planeta. En segundo lugar, y estrechamente vinculado al anterior: el lugar central que las distopías ocupan lo mismo en la literatura como en el cine de ciencia ficción actual, recordando que la distopía, al contrario de la utopía, una mirada sobre un futuro indeseable, pero que en muchos casos tales creaciones consideran ya presentes en el siglo que transitamos. Y por último, los múltiples cuestionamientos, también en auge, al antropocentrismo heredado de la modernidad capitalista que les confiere a los sapiens el dominio absoluto sobre las demás especies, premisa fundacional gracias a la cual habríamos terminado aterrizando en una nueva era denominada antropoceno donde, desde mediados del siglo xx, la influencia de las acciones humanas ha llegado al punto de influir decisivamente sobre el equilibrio natural al extremo de haber desatado el cambio climático y el calentamiento global.
Infiero esa triada de alusiones pues, de alguna manera la trama de, El planeta de los simios: el nuevo reino se sustenta, con mayor o menor énfasis, en ellas.
A manera de una suerte de prólogo, el relato alza vuelo con una breve escena del funeral de Caesar, el muy sensato cuanto osado chimpancé, líder de los simios en las versiones precedentes y cuyas enseñanzas perduran durante varias generaciones sucesivas, sin dejar empero de ser en gran medida desoídas, cuando el antagonismo —retratado en la versión de 1968— entre humanos y simios ha dejado su lugar a una contienda igualmente brutal entre las varias especies de simios: chimpancés, gorilas y orangutanes, entretanto los pocos humanos sobrevivientes, mudos y aterrorizados, no dejan de interrogarse si alguna vez será factible una relación armónica entre las distintas especies. La respuesta es que ello no será factible en tanto y en cuanto esas colisiones sigan siendo activadas por la ambición del poder y el deseo de utilizarlo con el fin de dominar a los demás.
El texto que acompaña a la introducción da cuenta que la arrogancia precipitó el desbarrancamiento de la raza humana, a la cual un virus le hurtó el intelecto y el habla, obligándola a recluirse en las tinieblas, entretanto los simios se volvían, gracias al mismo virus, más inteligentes, pasando a ser la especie dominante en la tierra. Esa advertencia, igual como varios otros momentos del relato, podría estar avisando oblicuamente de lo que eventualmente vaya a suceder a corto plazo con los androides y la inteligencia artificial si el desarrollo de dichas tecnologías sigue librado al descontrolado libre albedrío de los gigantes tecnológicos, movidos ante todo por un insaciable apetito de lucro.
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De la referida escena inicial otro escrito nos remite desde la pantalla a “varios siglos después”, o dicho de otra manera, a los tiempos descritos en las antes mencionadas versiones dirigidas por Reeves, cuando poco a poco los simios se han hecho del control del planeta, reduciéndose la población humana a su mínima expresión. Conocemos entonces a Noa, joven chimpancé que habita en una pequeña y próspera aldea llamada El Clan del Aguila. Allí el ritual diario hace que algunos de sus habitantes, entre ellos, claro, Noa y sus amigas, Anaya y Soona, escalen empinados acantilados para hacerse con los huevos depositados en el respectivo nido por águilas con las cuales mantienen una muy cordial relación.
Cierta noche al regresar de su expedición cotidiana, en realidad cae de un árbol en llamas, salvándose milagrosamente de morir, Noa se topa con un ejército de gorilas comandados a caballo por el sanguinario Proximus Caesar que acaban de dejar en ruinas toda la aldea, asesinando o secuestrando a sus moradores, incluido el padre de Noa. Solo y perdido este va deambulando de un lado a otro hasta encontrar al anciano sabio orangután Raka y a Nova, humana casi adolescente en condición salvaje, privada del habla más no de una capacidad a flor de piel para la conspiración, o sea semeja ser muy inocente pero dista de serlo.
Los tres se aventuran a pasar por un túnel que desemboca en el Valle del Más Allá, en el cual Proximus ha establecido su despótico reino y donde trabajan miles de esclavos, incluyendo los prisioneros traídos de la aldea de Noa, encargados de una tarea que obsesiona al dictador: conseguir entrar en una bóveda herméticamente cerrada. En ese lugar azotado por vientos y tormentas quedan los saldos de la que alguna vez fue una ciudad: ruinas de edificios, escaleras mecánicas hechas trizas, pasos a desnivel no menos deteriorados. Y la bóveda ha sido de igual modo heredada de la antigua civilización humana. Por eso, sospecha Proximus, allí dentro, en esa nueva versión de la Caja de Pandora, estarán a su alcance los primores tecnológicos de los sapiens, principalmente armas que le facultarán extender su dominio al infinito. Fantasía dictatorial contra la cual Noa, Raka y Nova se rebelarán asumiendo el liderazgo de sus compañeros de desventura, en la contienda fratricida entre semejantes desatada por la ambiciosa procura de asumir el poder absoluto, vicio que los simios heredaron de su previa convivencia con los humanos.
El conflicto dramático abordado en El planeta de los simios: nuevo reino no viene a ser entonces en modo alguno original, pero sí, a pesar de ello, Ball consigue un resultado narrativo en buen grado atrayente es, sobre todo, merced al impecable e inmersivo tratamiento visual apoyado en la excelente tarea del director de fotografía Gyula Pados y en el recurso preciso a los efectos trabajados mediante la técnica CGI (imágenes generadas por computador) que permiten combinar creíblemente la actuación de los protagonistas con su apariencia simiesca, sin extralimitarse en la manipulación exhibicionistas de tal acoplamiento, exceso frecuente en las mega producciones actuales, develando la escasa consistencia argumental de las mismas, riesgo que Ball también ha conseguido franquear gracias a su larga experiencia en el mundo digital. Ello posibilita que en lugar de mostrar actores disfrazados con máscaras de monos, los personajes/simios de este film resulten muy verosímiles merced a sus expresiones, que transmiten sus distintas reacciones emocionales, con particular acento en el miedo y la incertidumbre. Ello se advierte especialmente en el periplo emprendido por Noa huyendo de su demolida aldea en busca de algún lugar seguro y, al mismo tiempo, de su identidad y sentido existencial.
Aun cuando Ball superó las expectativas, poniendo su realización al nivel de la trilogía antes referida, no quiero decir que el resultado se encuentre totalmente exento de ciertas falencias. Demora más de lo deseable en tomar impulso, en varios pasajes la progresión narrativa se alarga porque sí, deteniéndose en diálogos enfáticos a fin de subrayar conceptos ya expuestos y que se reiteran con un tono de solemnidad lindante con el bochorno. Y si bien el ritmo impreso a la acción, con un montaje funcional, como debe ser, al avance de la historia, salvándolo de extravíos cansadores para el espectador funciona bien, Ball no pudo librarse de la manía de extender innecesariamente el tiempo de proyección, más de dos horas y media, cuando lo que nos cuenta podía haberse sintetizado un tanto sin perder fuerza, o incluso acentuando la mordacidad mediante la cual invita a reflexionar acerca de los horrores aparejados a la ambición de dominio sobre los demás y otras averías causadas por ciertos falsos valores confundidos con logros civilizatorios.
Mientras seguía la película me pregunté cómo había sido posible que Disney hubiese accedido a financiarla, teniendo presente que el relato se ubica en gran parte en la vereda opuesta a las posturas políticas prevalecientes en Hollywood. La respuesta a ese acertijo pareciera estar empero en el incierto futuro que el tratamiento augura al personaje de Nova, dejando claramente abierta la eventualidad de convertirla en el personaje central de otros capítulos venideros de la franquicia, que así, sospecho, volvería al principio del círculo para enfocarse sobre el renacimiento de una humanidad transformada por haber aprendido de sus errores pasados, alargando de tal suerte el ya extenso estrujado de la versión original, sin que resulte en absoluto clara desde el punto de vista dramático la pertinencia de seguir exprimiendo el asunto, salvo, tal cual ocurre de modo recurrente en las sagas, por el muy pedestre mero cálculo de cuántos dólares pudiesen continuar engordando los ingresos taquilleros de la productora.
No tengo idea si tal era de inicio el propósito de Ball y el guionista Josh Friedman, autor asimismo de Avatar: el camino del agua (James Cameron/2022), pero como a la hora de sacar cuentas importan los resultados, su película termina enviando fácticamente al basurero la prejuiciosa idea de que el cine de ciencia ficción, al igual que las películas de animación, atraen sobre todo, o con exclusividad, a los menores de edad, ergo deben ser hechas apuntando a ese segmento, conceptuado, en otro de sus dislates, por el así llamado sentido común como denominativo referente a entes escasamente perspicaces y/o faltos de la mínima capacidad de comprensión.
FICHA TÉCNICA
Título Original: Kingdom of the Planet of the Apes – Dirección: Wes Ball – Guion: Josh Friedman – Creación de personajes: Rick Jaffa, Amanda Silver – Fotografía: Gyula Pados – Montaje: Dirk Westervelt, Dan Zimmerman – Diseño: Daniel T. Dorrance – Arte: Ian Gracie, Jenny Hitchcock, Carlo Crescini – Música: John Paesano – Producción: Wes Ball, Peter Chernin, Joe Hartwick Jr., Rick Jaffa, Jason Reed, Amanda Silver, Jenno Topping – Efectos: Gunter Anderson, Rodney Burke, Juan Fabrellas, Anthony Arnoux, Oscar Bartle, Tom Forrest, Adam Khamis, Jacob Kyriakidis – Intérpretes: Freya Allan, Kevin Durand, Dichen Lachman, William H. Macy, Owen Teague, Lydia Peckham, Peter Macon, Sara Wiseman, Karin Konoval, Neil Sandilands, Eka Darville, Ras-Samuel, Travis Jeffery, Nina Gallas – EEUU/2024
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Internet