El trompo inmenso del mundo
‘Los de abajo’ es una tragedia griega, un duelo; parece un cuento/drama rural ruso
Ricardo Bajo
El primer plano es un gran plano general. Es el Érase una vez de las películas de indios y vaqueros. Es un plano que dura un rato. Nos da tiempo a verlo todo, a ubicarnos donde se mascará la tragedia, lentamente como si fuera un bolo de coca en tu boca. Estamos en un pequeño pueblo de Tarija, se llama Rosillas. Nadie se irá de rositas. Un hombre, machete en mano, camina sobre las piedras. Cava un pozo, busca agua. El sol es inclemente; la tierra, árida.
Los cóndores y caranchos sobrevuelan en un cielo intensamente azul. El hombre se ve diminuto, empequeñecido entre las montañas. Se llama Gregorio, le dicen Goyo. Su padre le ha puesto —a la mala— una “chapa” que lo va a marcar: Alacrán. Es Gregorio del Saire, como se llama la hacienda familiar donde vive con padre, madre e hijo —Olegario— al que maltrata. Los niños de Rosillas juegan al trompo. Gregorio es un “cucarro”; un trompo saltarín, un trompo que no puede bailar quieto, indomable como un potro, salvaje como un centauro del desierto.
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Goyo no habla mucho. Hay que saber escuchar el sentido de sus miradas, hay que asomarse a los recovecos de su alma. “A mí me gustaban los indios”, dice hablando de esas películas con su hijo. Su casa está amurallada, parece un fortín asaltado, devastado. Del pueblo, todo el mundo se está yendo. En Rosillas no hay futuro, como en Utama.
La casa del padre queda por debajo de la naciente/vertiente. Se han quedado sin agua y sin agua no se puede sembrar. El cauce del río ha sido desviado por un dique que ha beneficiado a casi todos. Goyo, un antihéroe condenado a la cruz, trepa a la represa, sube al calvario de sus dolores. Después de 10 minutos de metraje, leemos el título del filme: Los de abajo, un anti-western.
Goyo, interpretado por Fernando Arze Echalar (en el mejor papel de su carrera cinematográfica) cava y se emborracha con singani. Enfrenta al alcalde, choca con el coronel Iglesias, el malo argentino (el actor César Bordón) que triunfa con sus viñedos regados sin clemencia (pasado/sequía vs futuro/progreso). Pide una asamblea de vecinos para que el tractor desvíe la acequia hasta su casa, ruega a los compañeros trabajar juntos. Le dicen que no, que nunca a la misa, que no se aparece por la iglesia, que el tractor no es gratis.
Goyo pierde, solo logra cuatro manos alzadas a su favor. Goyo va a perder toda la película. Los de abajo es la historia de una derrota, de una derrota con dignidad, de esas que nos gustan harto (en las canchas de fútbol y en las pantallas). Goyo no tiene perdón, solo culpa. La madre del hijo, Paula, no está. No sabemos si se ha ido del pueblo, no sabemos si está muerta. Goyo es un cadáver que camina y respira.
Los de abajo es una tragedia griega, un duelo; parece un cuento/drama rural ruso; a ratos, una película de Kurosawa con harakiri; es como si John Ford hubiese nacido en Tarija. El punteo de la guitarra (excelente la banda sonora de Johnny Roldán) nos lleva desde la cueca chapaca al trotar de un caballo solitario. Hay que respirar primero y después disparar.
Una vaca —peregrina— se ha marchado de la casa. Ya no tienen tanta leche para vender. La carne está más cara en la tiendita de abarrotes del pueblo. Todo lo que puede salir mal, va a salir mal. El padre de la solitaria maestra (la actriz colombiana Sonia Parada que compone un personaje ausente/presente que crece psicológicamente) muere tras una larga enfermedad. Goyo mira su casa por la noche. Vemos una luz de esperanza. La única secuencia feliz de este “relato salvaje” es un abrazo. El abrazo de ella mientras tres comparten una bicicleta. Es un espejismo. No habrá más abrazos, solo sexo (y amor) salvaje.
Goyo llora por primera y única vez. Ya ha tomado una decisión. Será el “último mohicano”. Arnildo (un Luis Bredow contenido/resignado/nostálgico) aconseja partir. Padre toca la caña chapaca. Es un sonido gutural, vibrante, grave. Todos los objetos de Los de abajo tienen un sentido, un sentir. La muerte llega siempre con tonada de caña, no con boleros de caballería. La caña chapaca es la trompeta del Apocalipsis, la que anuncia la destrucción final. Abre la muralla, el sable del coronel, cierra la muralla.
Los de abajo del cineasta tarijeño Alejandro Quiroga Guerra (guion y dirección) es la (gratísima) sorpresa cinematográfica de 2023. No ha hecho mucho ruido en los festivales (para eso se necesita plata) y se ha colado en silencio en la cartelera. No durará mucho por culpa del monocultivo de las megaproducciones de los cinco grandes estudios gringos. Los de abajo es un secreto a voces. Sobre los títulos de crédito, canta Nilo (Soruco), con letra de Oscar (Alfaro), chapacos decentes, dignos y valientes, como Goyo. “Y por un solo segundo / yo soy un dios soberano / que hace bailar en su mano / el trompo inmenso del mundo”.
(*) Ricardo Bajo es un pinche periodista