Wednesday 8 May 2024 | Actualizado a 22:15 PM

Kike Pinto, del canto su medicina

Una de las sesiones de Kike Pinto en el taller de Kurmi Wasi.

/ 11 de febrero de 2024 / 06:33

El músico e investigador peruano Kike Pinto estuvo de paso por La Paz, donde cantó e impartió un taller de pedagogía musical intercultural

La hualina (o walina) es un canto ritual para llamar/honrar el agua, la lluvia. Se canta en las serranías de la región Lima (Perú), en pueblos como San Pedro de Casta. Las hualinas —pegadizas e hipnóticas— se entonan en coro para que las aguas —en cada acequia— rieguen de vida el valle. Arturo Enrique Pinto Cárdenas —más conocido como Kike Pinto— es etnomusicólogo, compositor, profesor, coleccionista de instrumentos y cantautor peruano. Y la hualina ha recorrido su vida. Estando en San Pedro de Casta, conoció a su actual compañera de vida (Lourdes) y una de sus hijas ha dedicado a estas canciones su tesis de licenciatura. Pinto cree que la música no es solo entretenimiento; cree que también puede ser medicina, magia, sentido y ritualidad; que las canciones pueden sanar y reconciliarnos con la vida.

Arturo Enrique Pinto es serrano aunque nace —accidentalmente— en Lima en 1956 (un 22 de agosto). Su familia paterna viene de la ciudad de Andahuaylas, capital del departamento del Apurímac, sur del Perú, la patria chica del escritor José María Arguedas. Su padre es Juan Arturo Pinto Echegaray (ingeniero, profesión que le obliga a viajar) y su madre Sarita Cárdenas (maestra de primaria) de la ciudad de Tarma, en el centro del hermano país. Los ancestros musicales vienen del abuelo materno, don Fortunato Elías Cárdenas Álvarez, poeta, periodista y compositor musical de yaravís y huayños (como Despedida y Flor de mayo). La abuela, María Elvira Cárdenas Abarca (“Mari Cucha”) es de Cusco y con ella comienza a aprender el quechua. Cuando viaja por todo el Perú para investigar, termina de aprender el idioma. “¿Cómo me iba a comunicar y a cantar si no sabía la lengua?”, se pregunta. La infancia la pasa en Tarma, la ciudad de las flores.

Estamos charlando con Kike en la casa paceña/miraflorina de otro músico, Víctor “Chino” Colodro, fundador de grupos como Bolivia Manta, Kollasuyo ñan y Willka Mayu. Víctor nos ofrece hojitas de coca sobre un tapete ceremonial de cuatro “suyus” y le invita a Kike una pipa de fumar tabaco. La charla será larga como una buena sobremesa.

Con seis años, la familia regresa a Lima “la horrible” desde Tarma. Van a vivir en el distrito de Breña, por aquel entonces uno de los últimos barrios de la capital, rodeado de chacras. De chico estudia en el Colegio Salesiano con unos curas obsesionados con el contagio del ateísmo y el comunismo. Los profesores logran lo contrario: los estudiantes —algunos— comienzan a interesarse por esos virus “ateos y comunistas” tan peligrosos. “Me daba mucha cólera que intentaran adoctrinarnos”. Una mañana, Kike y otros amigos pintan en la pizarra —antes de la clase de religión— una frase provocadora: “Dios no existe”.

Con el paso de los años, Kike Pinto se autodefinirá como “muy religioso” y cercano a filosofías noteístas como el budismo y el taoísmo y “muy cómodo dentro del animismo del universo indígena”. Son aquellos años los del gobierno revolucionario del general Juan Velasco Alvarado, época de reforma agraria y nacionalizaciones. Y de frases para la leyenda: “campesino, el patrón ya no comerá más de tu pobreza” (Velasco Alvarado dixit).

Pinto en una fotografía junto a jóvenes  músicos peruanos.
Pinto en una fotografía junto a jóvenes músicos peruanos.

(“Nubecita blanca que navegas con el viento / Llévate mis penas y mi sufrimiento / y la voz de mi sentimiento / Anda corre y dile a mi Pachacámac y a mi madre linda Pachamama / que en una montaña lloro muy sediento / Por unas gotitas de tus aguas / Hojita de coca, ay adivíname la suerte / ¿qué será mi vida? ¿qué será mi muerte? / y eleva mi voz en mi aliento / Anda corre y dile a mi Pachacámac y a mi madre linda Pachamama / que en una montaña lloro muy hambriento/  por tu medicina y alimento”, Nubecita blanca, hualina de Kike Pinto).

Cuando lee con 16 años las novelas y cuentos de José María Arguedas, algo pasa dentro de su cabeza y de su corazón. “Parecía mi propia vida, me sentí identificado y emocionado”. Esos mitos, esas leyendas, esos cantos y poemas del mundo andino/quechua reivindican la fuerza de los pueblos ante la imposición europea/occidental. En la novela de Arguedas Los ríos profundos se ven reflejados cientos de jóvenes que luchan entre lo que tienen que ser y lo que quieren ser. Pinto es uno de ellos. Kike quiere ser (y lo será) una voz (más) de la resistencia cultural.

Con 18 años estudia ingeniería en la universidad (siguiendo la tradición familiar) pero “negocia” para apuntarse también en el conservatorio nacional. Escucha la frase lapidaria de todos los tiempos: “te vas a morir de hambre”. Y sus capítulos: “te vas a volver drogadicto y desviado sexual”.

El viejo conservatorio (rebautizado en el gobierno de Velasco Alvarado como Escuela Nacional de Música) tiene como director a Celso Garrido Lecca, el compositor peruano más importante del siglo pasado. Garrido Lecca —vivo hoy a sus 97 años— es el promotor en aquellos inicios de la década de los 70 del Taller de la Canción Popular. “Se trataba de copiar lo que hacían los chilenos, la música de Quilapayún y de Inti Illimani”. A Kike, la entrada de bombos, quenas y zampoñas al antiguo conservatorio le gusta pero no le alcanza pues siente que la música peruana y sus ritmos tradicionales todavía están arrinconados, mal vistos; todavía son “músicas de cholos y serranos”.  Por eso se queda a la puerta del Taller sin atravesar el umbral.

“Yo también en su tiempo he tocado charango en canciones de protesta pero no me gustaba imitar a esos grupos chilenos, todos cantando Papel de plata; ¿por qué no hacíamos lo que hacía Violeta Parra? Cantar cuecas, tonadas con ese rostro popular y salvaje que tenía la Violeta”.

(“En un jardín una rosa vestida de terciopelo / mirando al cielo se mostraba vanidosa / se mostraba vanidosa en un jardín una rosa. / Y a pesar de su hermosura antes que pase un momento la lluvia, el viento / dejan la rosa desnuda, dejan la rosa desnuda / a pesar de su hermosura./ Si así es la vida tan corta ¿de qué valen los tesoros, la plata y el oro? / Son cosas que poco importan son cosas que no me importan. / Si así es la vida tan corta en la oscura sepultura. / Todos seremos iguales orgullos banales / son cosas que poco duran, son cosas que no perduran / en la oscura sepultura rosa hermosa flor fraganciosa / son tus espinas dolorosas”, Rosa Desnuda, huayno estilo huamanguino de Kike Pinto).

En 1977 el cineasta Francisco “Pancho” Lombardi prepara su “opera prima”. Se llama Muerte al amanecer. Kike Pinto tiene apenas 19 años. Termina componiendo la banda sonora del filme. En los títulos de crédito aparece su primer nombre y apellido: Arturo Pinto. Cuando padre y madre asisten al estreno del filme, sienten orgullo. Y tranquilidad. El hijo no se va a morir de hambre. Ni será drogadicto. Ni desviado sexual. Se dedicará al cine, imaginan. Pero Kike se rebela, otra vez. Y exclama: “¡pero a mí lo que me gustan son los huayñitos!”. Ese día el cine peruano perdió probablemente a un gran compositor y ese mismo día la canción popular/tradicional peruana (andina y amazónica) ganó a uno de sus mejores defensores/exponentes.

Fiel a sus principios (y a aquellas lecturas arguedianas), comienza a viajar por todo el Perú. Está haciendo (aunque todavía no lo sabe) etnomusicología. Sale a encontrarse con las músicas vivas, con las tradiciones vivas. En la universidad ha conocido a dos músicos que se dedicarán a lo mismo: el guitarrista colombiano Fernando Meneces y la investigadora venezolana Chanela Vásquez.

Se va de gira/viaje por el Cusco, por Puno junto a un amigo que será ceramista/escultor Henry Ledgard Parro, “otra oveja negra”. Visita las comunidades, se entusiasma y apasiona con las festividades religiosas, sincretismo puro. El mundo ancestral de resistencia y las espiritualidades andinas aparecen delante de sus ojos fascinados. La Fiesta de la Candelaria de Puno (la “Mamacha Candelaria”) explota sus oídos con la fuerza telúrica de las tarkas, los pinquillos, los sikuris.  En Juliaca, los comunarios aymaras —en plenos carnavales— no creen que Pinto y Ledgard sean peruanos. “¿De qué país vienen?” preguntan a la pareja de “gringos”. Cuando ambos muestran su carnet de identidad peruano, los comunarios tampoco creen: “estos gringos, ¡qué bien falsifican!”. Más tarde no los dejarán entrar en una fiesta en Puno: “no son aymaras, no pueden entrar”.

El músico Kike Pinto
El músico Kike Pinto brindó un concierto en Efímera, La Paz, el 27 de enero.

El viaje por el sur del Perú es un choque cultural para Arturo Enrique Pinto. “Los discursos izquierdistas que escuchaba en la universidad no recogía la identidad y reivindicaciones del movimiento indígena y campesino”. La academia musical se alejaba de las luchas populares. “Políticamente era una incoherencia y estéticamente era una apropiación/suplantación cultural, una artificialidad inventada; la izquierda capitalina desconocía el país”. Ni siquiera se veían zampoñas en Lima salvo algunos grupos de sikuris en la universidad y algunos conjuntos migrantes de Puno. A su regreso a la capital se acerca al Taller Experimental de Arte (TEA) de Javier Lajo (uno de los principales intelectuales indígenas del Perú, recientemente fallecido en 2021). El marxismo comenzaba a rimar con el indianismo con sikureada de fondo.

A finales de los 70, Kike Pinto y su primera compañera de vida (la pianista Flor Canelo Marcet, actual directora de la Escuela Musical Qantu de Cusco) se van a vivir a Ayacucho. Entonces conoce (y entrevista) a Ranulfo Fuentes Rojas, poeta quechua (ayacuchano) y compositor de huayños, entre ellos “El hombre”. Don Ranulfo (vivo todavía hoy a sus 82 años) es una inspiración, un maestro.

(“Yo no quiero ser el hombre / que se ahoga en su llanto / de rodillas hechas llagas / que se postra al tirano. / Yo no quiero ser como el viento / que recorre continentes / y arrasar tantos males / y estrellarlos entre rocas. / No quiero ser el verdugo / que de sangre mancha al mundo / y arrancar corazones / que amaron la libertad / que buscaron la justicia. / Yo quiero ser el hermano / que da la mano al caído / y abrazados férreamente / vencer mundos enemigos. / ¿Por qué vivir de engaños, cholita? / De palabras que segregan veneno / acciones que martirizan al hombre / Ay solo por tus caprichos, dinero/ ay solo por tus caprichos, riqueza”, El hombre, huayño de Ranulfo Fuentes).

La década de los 80 con el auge de Sendero Luminoso lo agarra a Kike en Ayacucho, epicentro del “Conflicto Armado Interno” del Perú. Pinto no conocerá en persona a Abimael Guzmán, el líder senderista pero sí a muchos de sus seguidores (“eran muy dogmáticos”). Con el paso de los años, todos los que hacen música tradicional serán llamados “terrucos” (terroristas) y tendrán que salir al exilio. “A los senderistas les faltaba la espiritualidad andina, la compresión de lo que ahora se llama cosmovisión indígena; estaban en contra incluso del masticado de la hoja de coca”.

En esa época Pinto forma el grupo/trío Taklla (arado/azada en quechua). En su primer disco suenan catorce temas (en castellano y quechua), entre ellos un yaraví con fuga de huayño Ojos de piedra / Lágrima estancada (su primer “hit”, versionado mil veces mil), Watatu Mayu y una versión de El hombre de Ranulfo Fuentes, toda una declaración de principios. El concertista de guitarra Raúl García Zárate (fallecido en 2017) escribe: “el Trío Taklla, superando barreras del idioma, ha intentado reproducir con fidelidad, honestidad y humildad la grandeza y profundidad del alma indígena”.

(“Mis ojos no quieren ver / lo que hay delante de mí / yo ya no puedo entender / Ay, lo que está pasando aquí  / Del grito de libertad que por las costas se oyó / hablan los himnos en vano / Ay, yo no sé quién lo gritó  / Ojos de piedra tuviera para poder resistir / Y aún cuando más me doliera / ay, no los dejará de abrir  en cada surco abierto / ay, Ayacucho en tu piel ahí está penando un muerto / Ay, ebrio de sangre y de hiel  / Ay, Ayacucho, lágrima estancada. / Así es tu vida, camino del viento / llorar tu canto y reír tu llanto. / Ay ese llanto, lágrima estancada. / Yo forastero, camino del viento / bajo tu cielo también he llorado / pero ese llanto, lágrima estancada / llegará el día, camino del viento / en que se vuelva canto de alegría”. Ojos de piedra / Lágrima estancada, yaraví/huayño de Kike Pinto).

Pinto toca el charango ayacuchano que tiene una afinación y un número de cuerdas y familias distintas al charango boliviano (de Sucre y Potosí). Y otra forma de alargar las notas con el efecto trémolo de vibración. Ha tenido un gran maestro, don Jaime Guardia (fallecido en 2018), al que Arguedas le dedicara su novela Todas las sangres con estas palabras: “a Jaime, en quien la música del Perú está encarnada cual fuego y llanto sin límites”.

En los 80, viaja por primera vez a la comunidad campesina de San Pedro de Tasca. Escucha por primera vez las hualinas, las alabanzas al agua, las que marcarán su vida. Graba los cantos con una pequeña grabadora; aprender a cantar y a tocar el violín. Es aceptado por los comunarios “después de que una cascada me adoptara”. Comienza a darse cuenta de que la música puede ser mágica, sanadora. “Encontré la conexión más profunda con mi espiritualidad, me cambió la vida al ver como la gente le cantaba al agua, comprobé que la extirpación de idolatrías no había conseguido destruirlo todo”. De esa época, Pinto posee una colección de más de 40 horas de hualinas registradas. “No me gradué ni en la universidad ni en el conservatorio, lo hice ahí en la comunidad, fue un honor inmenso, infinito”.

Mientras los 80 (y la guerra) avanzan, muchos músicos tradicionales peruanos salen al exilio. Kike Pinto es uno de ellos. El destino favorito es Alemania, Suiza e Italia. Ahí se mezclan todos alrededor de la música: bolivianos, ecuatorianos, colombianos. Pinto conoce a la agrupación Trencito de los Andes de los hermanos Felice y Raffaele Clemente, a los Bolivia Manta de los hermanos Arguedas (Carlos y Julio) y Víctor Colodro. Llega a tocar con los Runa Mayu de éste último. (Nota mental: por eso se aloja en la casa del “Chino” Colodro ahora que ha venido a tocar/cantar en Efímera y dar talleres de pedagogía musical intercultural en la comunidad educativa de Kurmi Wasi, en Achocalla).

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Estando en las Europas, Kike extraña el Perú y extraña las hualinas. Atacado por la nostalgia compone Cuatro direcciones. Está a miles y miles de kilómetros de distancia de San Pedro de Tasca, de la serranía peruana. Entonces decide regresar para que la comunidad escuche esa hualina y sea aceptado como uno más. Pinto es un convencido de que no se aprende ni se estudia (desde la horizontalidad) para saber sino para crear. La comunidad adopta esa hualina como propia y acoge a su nuevo hijo. En esos días conoce a su actual compañera, Lourdes, que también ha llegado de Lima con sus sikuris para conocer el ritmo pegadizo e hinóptico de las hualinas.

(“Cuatro direcciones, cinco continentes / por los siete mares buscando andaría / aguitas tan cristalinas donde encontraría / aunque mil caminos marquen mi destino / tu muy bien lo sabes yanapacha hermosa / por cantarte una hualina siempre volvería. / Manantial de kolla mi única alegría / por ti todo el mundo yo recorrería / recordando cada día a mi champería”, Cuatro direcciones, hualina de Kike Pinto).

A su retorno al país se acerca al movimiento OBAAQ (Organización de Bases Aymaras, Amazonenses y Quechuas), a la obra de Carlos Milla Villena, también conocido como “Wayra Katari” (fallecido en 2017) y a Salvador Palomino Flores del Movimiento Indio Peruano (MIP). “No eran peruanos, eran tawantisuyanos, no creían en las fronteras”.  En esa época arma otra banda, Incarri.

En los 90 se instala en Cusco y abre el Museo de Instrumentos Musicales Andinos y Amazónicos TAKI, donde tiene un archivo musical/visual, una biblioteca especializada y más de 500 instrumentos (desde flautas de cráneo de venado hasta “chumpis, waka waqras y q’iru tukanas”). En estos tiempos conoce a Román Vizcarra Noriega y la “medicina extirpada”. La semilla sagrada vilca/huilco (yopo o cebil en el sur del Chaco) es la primera medicina (alucinógena) que toma. “Marcó un antes y un después en mi visión de las cosas, me acomodó”. Del rapé (polvo tostado) de semilla de la vilca a experimentar con las plantas amazónicas ancestrales (como la ayahuasca o yagé) hay un paso. Entonces aprende los temas ceremoniales para cantar los sueños, alejado siempre del mercado de la espiritualidad y el chamanismo moderno y sus charlatanes.

Sus canciones con la planta sabia se hacen conocidas en redes sociales como Youtube. Es cuando los periodistas (tan adictos a etiquetar como somos) acuñamos el término que lo persigue desde entonces. Kike Pinto hace “música medicina”.

El concierto (de dos horas) en la pizzería Efímera de Sopocachi es más que nada una ceremonia íntima. Estamos 60 personas a la luz de las velas, escuchando a Kike. Cuando canta las hualinas, un par de niños hacen los coros. Son de tercero y cuarto de primaria de la comunidad educativa del Kurmi Wasi. No solo entona canciones al agua, huayños y yaravís, sino que también canta a capela acompañado de una “shakapa” (sonaja del Amazonas). Todavía no cree estar a la altura de la riqueza de los géneros populares, de la música de los pueblos. Sospecha que las canciones que crea están esperando en algún rinconcito de su memoria. Ahora tiene un nuevo sueño: su escuela intercultural Wiñaypasa (en Cusco).

Kike comparte el corazón cuando canta. No sabe si es etnomusicólogo, compositor, profesor, coleccionista de instrumentos o cantautor; “en realidad no sé qué soy”.  Fue y es un niño (grande) atraído por el canto, por la música. Sigue siendo. Viajó por el Perú (y el mundo). Sintió que le hacía falta la música tradicional/ancestral de su país, sintió nostalgia de algo que nunca vivió, algo tatuado desde su herencia telúrica. Hoy se siente feliz, se siente contento cuando canta, cuando comparte su canto. Así se mantiene sano (física y mentalmente), así puede seguir viviendo. La música/medicina da sentido a su vida. Las hualinas, esas alabanzas al agua, han regado su corazón.

Texto: Ricardo Bajo Herreras

Fotos: Ricardo Bajo Herreras, comunidad Kurmi Wasi y Archivo Arturo Enrique Pinto Cárdenas.

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Buscando desesperadamente a Khespy: ‘Haz lo que no debes’

La Expo Khespy convocó el último fin de semana de abril en el ex cine Princesa a más de cinco mil personas

Por Ricardo Bajo Herreras

/ 5 de mayo de 2024 / 07:00

Octubre de 2021. En los muros externos del Cementerio General de La Paz empiezan a aparecer “tantawawas” y escaleras al cielo, ñatitas y botellas de trago, flores y cruces cuadradas, velas y difuntos, perros callejeros y hojas de coca. Una señora de pollera —geometrizada— sostiene un cartel que dice “Nunca moriremos”. Es la cosmovisión andina sobre la muerte resumida en 500 metros cuadrados, es el “ukhu pacha”. La firma del mural es clara: Khespy. Este 2021 se celebra el sexto Festival de Arte Urbano Ñatinta, organizado por el colectivo Perros Sueltos. En la primera edición de 2016, Khespy Pacha (así firma sus primeros trabajos) pinta un mural dentro del cementerio. Es la primera galería de arte a cielo abierto dentro de un campo santo. Es un hombre haciendo una ofrenda. Comienzo a buscar desesperadamente a Khespy.

Los zapatistas al cubrirse el rostro se muestran. Desaparecidos de la historia, los derrotados regresan, como las almitas al cementerio. Han pasado tres años, no soy el mismo. Camino por la calle Comercio. “Jesús te ama, Jesús te busca”, me dice una señora que me entrega una hojita de una secta evangélica. Nota mental: ¿yo busco a Khespy y Jesús me busca a mí? Algo no está bien.

Una cuadra más allá, en la esquina de la plaza Murillo dos chicos vestidos de rojo y cajas cuadradas con chakanas tapando sus caras me entregan otro papelito que dice así: “Khespy. Exhibición única, 26 y 27 de abril de 2024, ex Princesa, Pasaje Sáenz, calle Comercio, 19.00”. En el folleto, un perro cuadrado mea a un policía. Detrás hay un QR y una vasija con el cocodrilo del alcoholcito Caimán en relieve. Llego a la esquina y un pasacalles cruza la vereda: “Expo Khespy. Aquí y ahora”. La cola da la vuelta a la esquina y llega hasta el Musef.

Los murales de Khespy se pueden encontrar en diferentes calles de La Paz y El Alto.
Los murales de Khespy se pueden encontrar en diferentes calles de La Paz y El Alto.

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Marzo de 2019. Camino por la avenida Quintanilla Zuazo de la zona norte de la ciudad. Voy rumbo a la cancha del Kilómetro Tres de Pura Pura a ver un partido de fútbol femenino entre las chicas del club The Strongest y las muchachas del CAR. Dos jóvenes (son Khespy y Nacho) están pintando un gigantesco mural. Es una pareja recostada, la cabeza de ella/él sobre el pecho/corazón de él/ella: dos monolitos geométricos tumbados en la larga noche de los tiempos. Edgar Arguedas graba el proceso de la obra y luego sube un video a Instagram. Ahí está el Khespy con un pasamontañas negro, como los lustras de La Paz, como los hermanos zapatistas de la selva Lacandona.

Cuando termina el mural agradece el apoyo de las caseras, del zapatero de la esquina. Siempre lo hace. La firma es clara: “Khespy. Ps”. Es un “perro suelto”, negro y callejero, como la canción del Tri.

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Último viernes y sábado de este abril, mes rojo. Unas cinco mil personas esperan pacientemente para entrar a la Expo Khespy en los salones altos del ex Cine Teatro Princesa, fundado hace un siglo. Las últimas imágenes que se proyectaron en el vetusto cine de la calle Comercio fueron pornográficas/transgresoras. Es una señal. Hay miles de personas haciendo cola en la noche fría para ver/probar/ser parte del arte. La ciudad ha sido empapelada con docenas de lienzos interactivos, es el juego del gato y el ratón.

La muestra es inmersiva, como nunca se ha gozado en La Paz. Los amigos de Khespy y la galería Miko Art (que está enfrente, en el pasaje Kuljis) intervienen el espacio de forma audaz, crean una narrativa subversiva con relatos en eterna disputa, como el retorno. La gente espera pegada a la pared de la derecha para entrar; los que salen se agarran de la barandilla de madera para bajar.

Una pintada —en lo más alto— recibe a los visitantes (la gran mayoría jóvenes con celular en mano): “Haz lo que no debes”. Debajo un corazón en negro, geométrico, por supuesto. Enfrente, la primera obra colgada del techo, suspendida. Es otra pareja, esta vez se besan, están —por supuesto— con máscaras cuadradas y aretes de flores y estrellas. Visten elegantes trajes futuristas con “jach’a qhanas” (grandes luces resplandecientes) y calaveritas. Son dos diablitos con cabezas rojas (como lxs chicxs que andan repartiendo folletos en la calle y que deambulan luego por toda la exposición de forma secreta e inquietante). Están con pucho en la mano, como algunos jóvenes espectadores. No tienen rostro real, como los retratos geométricos enormes del belga Stefaan De Croock.

Hay bodegones de alasitas, collages, cajas de Paceña colgadas en el aire, un retrato de “moreno” titulado Sin jefe, arte de cartón, bolsos para vender, corazones espinados de cactus: sincretismo vivo. Un DJ kusillo pincha música electrónica mientras un hombre de rojo ofrece relleno de papa a diez lucas, Coka Quina y té de kombucha. Hay videoinstalaciones (con guion y fotografía de Tizi) donde un actor (Edwin Villarroel) camina la ciudad (La Paz y El Alto) para “publicitar” la muestra. Hay obras con carros policiales en llamas y “cholets” insuperables. Hay un mural de aluminio (“alocubont”) de edición limitada de cuatro piezas con el mundo Khesy pintado como si fuera una cueva de arte rupestre. El domingo, tras la muestra de viernes y sábado, se organiza un tour privado para compradores. La jugada sale bien.

—¿Quién es este Khespy pues? —dice una chica mientras se saca una foto con espalda desnuda y graba un video para Tik Tok junto a uno de los cuadros.

—Es un artista callejero y son muchos, es uno y son todos —responde el chico que la acompaña, hecho al filósofo conquistador.

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Estamos en noviembre de 2023. Cerca de la Ceja de El Alto, junto a la estación roja de Teleférico, una instalación/cyber-mural es contemplado por la gente que espera por los baños. La obra tiene un QR para sumergirse en una realidad aumentada y vivir con los personajes del mural. Es una invitación a “fusionarse”, en palabras de Khespy. Ellos son (en el bodegón): un gato cubista que roza su hocico junto a un cuadro donde dos abuelos se besan en un puente; una radio canchera con el logotipo de ACAB (“All Cops Are Bastards”), una calavera con hojitas de coca, una botella blanca de “alcohol potable para cañar” (Caimán, por supuesto), una caja de cervezas (roja, por supuesto) y una gigantesca moneda de un boliviano rectangular: la unión es la fuerza con el logotipo de unas hojas de marihuana. Cerca de esa pared, otro mural con la palabra éter: un corazón multicolor hecho wiphala, rodeado de ocho rostros y unas manos acogedoras.

Las obras de Khespy están a la vuelta de la esquina. Un perro en la avenida 6 de Agosto; un monolito “chupaco” junto a una licorería en la 20 de Octubre; un mural en la zona de Puente Vela en El Alto, carretera a Oruro (“gracias a doña Dorita”); otra obra junto al teleférico de Irpavi; un papá cargando a su wawa en Carquín, Perú; una vaquita mil veces encuadrada en la Benedetto Vincenti; un unicornio con pistola de juguete lanzando estrellas andinas (en lugar de balas) a un paco sin rostro en la Sánchez Lima; un policía de alto rango y su sombra negra chorreando sangre y recibiendo una coima de 100 bolivianos, en la Zoilo Flores; otra “pareja” de uniformados con el apellido de “policía corrupta”, en el surtidor abandonado de la 17 de Obrajes; dos serpientes de colores besándose debajo de la pasarela de la Uno del mismo barrio; otro perro (verde) sobre una ventana en la avenida Ecuador. Son los personajes de Khespy que aparecen (también) en sus obras colgadas de la “expo”. De las calles al lienzo y viceversa.

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“Es una exposición redonda, congruente, cohesiva y con una gran capacidad inmersiva. Es una bellísima bola. Tiene autenticidad discursiva y energía creativa. Khespy tiene no solo algo que decir sino mucho; y desde una sensibilidad crítica y profunda. Se nota que tiene calle. Eres o no eres, el Khespy es. Lo que más me gusta es que lo que dice no es fácil ni obvio en el sentido panfletario, porque parece estar cargado de mucha emotividad, sensibilidad y sentimiento. Da lugar al espectador para la interpretación subjetiva pero también para la lectura objetiva de sus contenidos de crítica social”, me dice la crítica de arte Narda Alvarado que baja y sube las escaleras, de sala en sala, con la boca abierta.

“La gente, de forma masiva, ha venido a ver lo que Khespy tiene que decir. No han venido por el vinito del ‘vernissage’, para hacer acto de presencia o para hacer vida social alrededor del arte”, me dice mientras escuchar/mira el monólogo del actor Winner Zeballos, a ratos con rostro oculto.

A Narda Alvarado lxs de rojo le recuerdan a los personajes de Skibidi Toilet y sus cámaras de vigilancia en lugar de cabezas. Y los milicos/pacos a los roles de dominación jerárquica del chileno Nicolás Grum. El arte de Khespy es total.

Andrés Kuljis, de Miko Art, se suma al recorrido. “Lo más novedoso de esta exposición radica en su enfoque innovador al utilizar espacios no convencionales, lo que desafía las expectativas tradicionales de una galería. Además, el hecho de preservar el anonimato del artista añade un misterio intrigante a la experiencia, mientras que la curaduría intangible colectiva crea una atmósfera participativa y única para los espectadores”. ¿Dónde estás Khespi?

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Las obras se suceden cuartito tras cuartito, el espacio expositivo. En cualquier rincón oscuro te sorprende una, como una pesadilla en bucle. No hay miedo, hay atrevimiento/osadía. Las encapuchadas mujeres/hombres de rojo invitan a una chica en minifalda a pintar las paredes. No solo se observa se participa. Un chango flaco es apretado/abigarrado —cuerpo a cuerpo— por dos obesos hombres/mujeres de rojo. Explosión. “Callas mientras duermes, grita un “graffiti”. Las “haches” de Khespy se parecen mucho a las “haches” mudas del enigmático y omnipresente Shon.

En la sala de venta de obras y productos/objetos (“blows ups”, vaciados) del mundo de Khespy veo cartón, es “cardboard art”. Es otro santo y seña. Hay esculturas en cartón, ese material abandonado en las calles (como los perros) junto a los contenedores de basura. Hay una frazada con un tigre en salto. Ñu, ñu, ñu, ñu. También está en 3D, el tigre te mata. Son todos objetos insaciables.

El montaje de la exposición merece un párrafo aparte. La curaduría colectiva y la adaptación museográfica/intervención performática son principios medulares, son declaraciones. La apuesta/apropiación del lugar y la oscuridad son manifiesto. Khespy no escogió una galería de la zona sur, no optó por un museo nacional o espacio acartonado oficial, acorde a los modos/modas audiovisuales del arte contemporáneo, se fue a un viejo y abandonado ex cine porno con sus salones altos y sucios, con sus paredes listas para ser ensuciadas de nuevo.

El ex cine porno Princesa fue tomado para esta exposición de arte contemporáneo.

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El arte/mundo de Khespy —ecléctico/andino por naturaleza— emerge del olvidado pasado y se proyecta a un futuro distópico/autoritario. Modernidad y ancestralidad. Tradición y tecnología. (No) viene de las viejas vanguardias soviéticas (y el arte geométrico/suprematista de Malevich), de Kandinsky y del cubismo y la psicodelia. Aunque pueda parecerlo. Su geometrismo es de (más) lejos; llega desde los ancestros que aprendieron a mirar el cielo en la noche, de la Cruz del Sur y la forma astronómica/geométrica de una cruz andina/cuadrada; viene desde la chakana (en quechua, “puente”) y las formas geométricas de los aguayos y el arte textil milenario.

Su paleta va desde el rojo al verde, pasando por el ocre, el amarillo y el naranja. Los colores —de la tierra— prohibidos han regresado, el dios sol (y el mundo de arriba) brillan de nuevo.

El mundo/arte (paralelo) de Khespy se mixtura/superpone con el muralismo mexicano/boliviano del siglo pasado, con los rostros marrones del indigenismo, con la animación y el cómic (con estética cohetillo), los videojuegos, el arte callejero/clandestino de Banksy y las nuevas formas del arte digital con QR y obras tridimensionales que se mueven y reviven en tu celular.

Khespy —una esponja— pinta de golpe en las paredes pacos y militares “cuadrados”, los jefes verdaderos del próximo Estado policial. Su anti-autoritarismo no es negociable, su crítica (frontal/burlona) a los poderes fácticos, tampoco. Pinta perros callejeros de color ocre, son los verdaderos habitantes de la ciudad, los príncipes libres y salvajes del mundo de aquí.

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Abril rojo 2024, tres años de búsqueda. He paseado la ciudad siguiendo los rastros que deja como murales/migas. He subido hasta lo más alto de un antiguo cine porno. Me he manchado de pintura. Me he perdido en la oscuridad. He mandado un cuestionario al “feis” y al “insta” de Khespy. Me ha jurado en vano varias veces que respondería. He visto en dos canales de televisión a encapuchados con chakanas rojas hablar en su nombre (incluso en un programa de ATB salió un tipo que decía ser Khespy y no era). He buscado desesperadamente a Khespy y lo he encontrado sólo en sus murales, pinturas, obras. Khespy se cubre el rostro para mostrar su mundo. Y aún lo busco.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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/ 5 de mayo de 2024 / 06:53

Crónicas gastronómicas

Gilson Aguilar era un integrante más de la numerosa colonia boliviana que vive en la gigantesca metrópoli brasileña de Sao Paulo, donde conoció a su actual esposa, Samara Paixao do Espirito Santo, a quien conquistó llevándola a conocer la gastronomía y cultura de Bolivia presentes en la Feira  Kantuta, un  punto de encuentro para todos los connacionales en el vecino país.

Años después, este feliz matrimonio se encuentra liderando un emprendimiento de salteñas bolivianas, empanadas estilo argentino y especialidades de la cocina brasilera como las tradicionales coxinhas (bocaditos rellenos de pollo) o la popular feijoada que se puede acompañar con una deliciosa caipirinha todos los fines de semana.

Este lugar se encuentra ubicado en la zona Sur de la ciudad de La Paz, exactamente en la 21 de Calacoto, donde también se ofrecen empanadas de pollo, carne, jamón con queso o empanadas fritas dulces, tucumanas especiales y jugos de frutas, empanadas horneadas de dulce de leche y diversos sabores de salteñas como la de pollo, carne, pollo picante, carne picante o fricasé. El precio de cada salteña es de siete bolivianos.

La Auténtica

  • Dirección: Calle 21 de Calacoto, Galería Sol de Illimani, local 14  (Al lado del Banco Unión)
  • Teléfono: 69741647  
  • Plato Estrella: Feijoada
  • Rango de precios: De Bs 5 (coxinhas de pollo) a Bs 30 (feijoada)   
  • Atención:  Lunes a domingo de 8.30 a 15.00. 
  • Estacionamiento propio: No

Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda ,Correo: [email protected]

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Texto: Fernando cervantes

Fotos: La Auténtica

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¡Muere, Walking Dead, muere!

Por Cristian Callejas

/ 5 de mayo de 2024 / 06:49

(una obra de teatro corta)

El 31 de octubre de 2010, un programa arribó a la grilla para apasionar a multitudes: The Walking Dead, serie de televisión estadounidense de drama horror postapocalíptico de la compañía AMC Networks Inc basada en la exitosa serie de cómics homónima de Robert Kirkman.

14 años después, y luego de una serie de spin off que bebieron de ese éxito, el crítico de cultura pop Cristian Callejas propone esta “obra de teatro” para explicar el fenómeno.

Acto 1: Cuando los personajes se enamoran. De 2010 a 2015

Fan enamorado: Wow, nunca había conocido una serie así. Haces que tenga mariposas en el estomago. ¡Y tus personajes! Uh. Cuando los matas siento que mi corazón palpita el doble. Solo no le hagas nada al coreano, como en los cómics.

Robert Kirkman: Ka-ching. Money, money, money.

Frank Darabont: Prometo que esta será una serie de calidad y con una lógica que respete… ¿qué? ¿Cómo que estoy despedido de mi propia serie? Yo no… ¿cuánto piensan darme? Ah. Ya, claro, la serie es toda tuya AMC.

Fan enamorado: Qué bonita granja. Qué fea prisión. Qué malvado gobernador. ¿Cabezas? ¿Qué es un Terminus? Ah, Alexandria. Cómo te amo Walking Dead. Nunca te voy a dejar.

The Walking Dead: Es hora de matar al coreano.

Acto 2: Una relación empieza a volverse tóxica. De 2016 a 2020

The Walking Dead: Mi fan enamorado, ¿sabes que te quiero mucho, no? Quiero presentarte a mi hermana. Creo que los tres podemos hacer una linda familia. Puedes quererla como me quieres a mí.

Fear the Walking Dead: Lo mío es la familia, pero ten en cuenta que luego ya no será de eso y mientras avancemos en nuestra relación trataré de mantener tu interés trayendo a Morgan de vuelta porque según las estadísticas a la gente no le gusta tener a una mujer empoderada de principal.

Fan enamorado: Oigan, me siento un poco abrumado. ¿Podemos ir un poco más lento? Siento que hay demasiada información y no todas las cosas que estamos viviendo juntos me gustan. Osea, ¿un tigre? ¿Ese meme de Rick llorando? ¿Carl muere? Chao, Rick, susurradores… paren por favor…

World Beyond: Hola que tal, soy la prima lejana que nadie quiere y solo estoy aquí para distraerlos de las malas tramas que están pasando.

Acto 3: Una amplia familia que nadie pidió. 2021 a 2023

Fan enamorado: Creo que ya no estoy enamorado.

The Walking Dead: ¡No puedes dejarme! Cambiaréééé. Sí, sé que Fear te aburrió hasta la muerte este tiempo y que Beyond no nos aportó nada, pero mira, mi amiga Tales te juro que te dará lo que necesitas para que sigamos juntos.

Tales of the Walking Dead: ¿Uh?

Fan enamorado: No, no, no. Suficiente. Creo que debemos ver a otras series. No eres tú, soy yo. Tomarnos un tiempo.

Dead City: Yo soy el hermano y ¿sabes qué, fan? Tú no te vas a ninguna parte. Los ratings dicen que te gusta Negan, pues toma Negan. En par con Maggie y que buscan rescatar a su hijo en Nueva York zombie. Sí, pérdida de tiempo pero son solo seis episodios y al final el malo será el hijo que rescatan y que los traicionará. Y hablaremos de eso que le hicimos al coreano.

Daryl Dixon: Hola, yo soy el otro hermano y con mis seis episodios te llevaré a una Francia trucha y te mostraré esos famosos hiper zombies de los que hablan las otras series y también veremos una que otra extravagancia porque, pues, es Europa ¿no? (vemos una extraña orquesta zombie) Fan enamorado: Eh…

Acto final: El regreso del amado. 2024 a futuro.

The Ones Who Live: Ok, sé que ya no creías en este amor, pero ¡mira¡, he traído de vuelta a Rick y a Michonne. Dos episodios brillantes de inicio. Un cuarto experimental donde sólo hablan y finalmente el reencuentro que estaba esperando toda américa latina: Rick y sus hijos. Si esto no te saca una lágrima tú debes estar muerto. (Vemos al fan llorando y abrazando a Ones who live. Se besan)

El libro de Carol: Me dicen que aquí aceptan a viejos personajes en series donde un personaje busca a otro por seis episodios, ¿es cierto?

(Baja telón. Fin)

Tales está disponible en Prime desde el 20 de marzo. Dead City desde el 3 de abril. The ones who live desde el 19 de abril y Daryl Dixon estrena el 3 de mayo.

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Personajes

Fan enamorado: Vio The walking dead desde su lanzamiento y pese a las constantes decepciones en el camino, sigue enamorado de la serie y cree que mejorará.

The Walking Dead: Serie de zombies lanzada el 31 de octubre de 2010 que para sobrevivir su propia muerte en vida creó diferentes spin off de cuestionable calidad.

Robert Kirkman: Creador del cómic en el que se basa la serie.

Frank Darabont: Creador de la serie y la última persona a la que le importó la calidad de la misma. Despedido en medio de la segunda temporada.

Fear the Walking Dead: Ocho sosas temporadas de las aventuras de Madison, Morgan y un grupo de personajes olvidables.

The Walking Dead: World Beyond: Serie presentada en el “futuro” que busca justificar todo ese tema del CRM (Republica Civil Militar) y la serie de Daryl y Rick Grimes. 

Tales of the Walking Dead: ¿Por qué Parker Posey, por qué?

The Walking Dead: Dead City: ¿En serio ellos dos serán los protagonistas?

The Walking Dead: Daryl Dixon: Uh-la-la en Francia

Walking Dead: The Ones Who Live: La serie que vino a salvar la franquicia y explica aún más esa tontera del CRM.

Texto: Cristian Callejas

Foto: Internet

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Un puente de integración a través del arte

El Centro de la Cultura Plurinacional de Santa Cruz entró en diálogo con la muestra del Museo Nacional de Arte

Por Jackeline Rojas Heredia

/ 5 de mayo de 2024 / 06:42

Creadoras, proyecto museográfico que nació en el Museo Nacional de Arte, ha construido un puente de integración en todo el país y sobre todo, entre oriente y occidente, hecho con las obras de mujeres artistas bolivianas. En la Paz, se encuentra vigente la muestra Creadoras, mujeres artistas en Bolivia y en Santa Cruz, se inauguró el 11 de abril una exposición temporal que lleva el título de: Creadoras, mujeres del oriente boliviano, que puede ser visitada en el Centro de la Cultura Plurinacional, CCP. Ambas instituciones, tanto el MNA como el CCP, dependen de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FC-BCB).

Creadoras surge de la necesidad de llevar adelante una muestra bienal con obras realizadas solo por mujeres; antes del mencionado proyecto, no se tomó en cuenta la capacidad creadora de las mujeres, o bien, las obras eran incluidas como parte de una temática en contextos o muestras en las que lo fundamental era destacar la creación de artistas varones.

Años atrás, para las artista mujeres era difícil acceder con sus obras a una sala del Museo Nacional de Arte; hoy están presentes obras que dialogan con las creaciones que, a su vez, se constituyen en el legado de precursoras y pioneras, obras contemporáneas y otras propuestas más en concordancia con la época actual.

Sin embargo, cuando la propuesta se manifestó atravesó por la oposición de quienes creyeron que llevar adelante una muestra solo con obras de mujeres era un exceso innecesario; aun así la tenacidad del equipo del Museo, con el apoyo del Consejo de administración de la FC-BCB, sobre todo, de la consejera Susana Bejarano, hizo posible que hoy esté montada la muestra Creadoras en diez salas, dos pisos del Museo Nacional de Arte.

La muestra integra, además, el trabajo de 104 artistas provenientes de ocho departamentos de Bolivia, más un grupo de obras de artistas extranjeras de países como México, Brasil, Perú, Colombia, Argentina, Yugoslavia, Inglaterra y Chile.

La exposición narra una historia no lineal, una que surge de la tierra, de la fuente de vida, y se enlaza a la misma historia de lucha de la mujer porque se le respeten sus derechos y se les permita ejercerlos, la lucha colectiva y cotidiana aún vigente, en paralelo al contexto histórico y político de Bolivia en su vida como país. Todas esas historias, solitarias y plurales, están plasmadas en obras pictóricas, grabados, instalaciones, fotografías, videos, obras digitalizadas, tejidos, cerámicas y más.

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Una extensión, casi similar, se llevó adelante en el CCP en Santa Cruz, a cargo del equipo curatorial dirigido por Andrea Hinojosa, en coordinación con la jefatura de la Unidad de Museo del MNA. En Santa Cruz se dirigió el trabajo museográfico sobre la base de tres ejes temáticos: Creaciones antiguas y actuales con alto contenido temático en distintas técnicas y materiales; la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos y el ejercicio de los mismos; y el nexo de la mujer con la tierra (lugar al que pertenecen).

La muestra en la capital oriental cuenta con la participación de reconocidas artistas como: Ejti Stijh, Raquel Schwartz, Aless Abruzzese, Magenta Murillo y Wara Cardozo , así como de artistas jóvenes como Gabriela Zeballos y Kelly Ledezma.

El MNA llevó, en el marco de su programa “El Museo dónde tú estás”, las obras de colección de artistas, entre la década de los 40 al 90 como: Norah Beltrán, María Luisa Castro, Teresa Córdova, María Haydée Aguilar, Agnes Ovando, Julia Meneses, Elisa Ballivián, Inés Córdova, Marina Nuñez del Prado y María Luisa Pacheco.

También están presentes los trabajos de creadoras más contemporáneas como Giomar Mesa, Ángeles Fabbri y Beatriz Nogales Iturri. De Brasil, se exhibe una obra de Teres Nicolau; de Inglaterra, una de Elisabeth Wisheropp y de Perú, una pieza  de Patricia Eyzaguirre.

La muestra hermana a la del Museo Nacional de Arte estará abierta hasta el 30 de mayo en el CCP Santa cruz.
La muestra hermana a la del Museo Nacional de Arte estará abierta hasta el 30 de mayo en el CCP Santa cruz.

Son obras que nunca antes fueron expuestas en Santa Cruz y que se integran a las obras de las artistas cruceñas, benianas, pandinas, además, porque la museografía de Creadoras lo permite. 

Por otro lado, en este marco se realizará un homenaje especial, recordando a la artista cruceña Etelvina Peña, una gran artista pictórica, actriz de teatro y televisión, una maestra cruceña que falleció el 1 de febrero de 2008.

A la vez, el CCP —con el apoyo y participación de la organización Apoyo para el Campesino Indígena del Oriente Boliviano (APCOB) y el Centro de Investigación, Diseño Artesanal y Cooperativa (CIDAC)— hace posible la participación de tejedoras de tierras bajas, las obras de artistas de las naciones indígenas originarias del oriente boliviano.

Creadoras, mujeres artistas en el oriente boliviano estará abierta al público hasta el 31 de mayo, la entrada es libre y será una experiencia que la población de Santa Cruz y de Bolivia pocas veces tendrán la oportunidad de apreciar.

Texto: D. Jackeline Rojas Heredia

Fotos: Centro de la cultura plurinacional de santa cruz

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Letras bolivianas, letras hispanas: una celebración que suma

La Academia Boliviana de la Lengua entregó un reconocimiento a la investigadora Ximena Soruco por el Día Mundial del Libro

El acto de la Academia Boliviana de la Lengua en el Centro Cultural de España.

Por Bruce Aramayo

/ 5 de mayo de 2024 / 06:35

Desde que en 1995 se proclamara en la Conferencia General de la UNESCO el 23 de abril como el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor para celebrar y promover la lectura, muchos países se han unido, a su manera, a esta fiesta de los libros. En el mundo hispano en particular esta fecha es especialmente importante porque se conmemora el entierro de Miguel de Cervantes Saavedra, autor de la obra cúspide de la literatura en español.

La Real Academia Española, por ejemplo, celebra en su sede institucional la Semana Cervantina con actividades culturales abiertas al público y organiza todos los años las honras fúnebres al autor del Quijote en el Convento de las Trinitarias de Madrid. También en esta fecha se entrega el Premio de Literatura en Lengua Castellana “Miguel de Cervantes” que es considerado el máximo galardón a la actividad creadora de autores españoles e hispanoamericanos; este año el escritor español Luis Mateo Díez ha sido merecedor de dicho reconocimiento.

De la misma manera, en América, las Academias organizan celebraciones similares en sus sedes con eventos que solo acrecientan el festejo universal de las letras hispanas. Nuestro país no es la excepción; su Academia, la Academia Boliviana de la Lengua (ABL), organizó el miércoles 24 de abril en el salón de actos del Centro Cultural de España en La Paz un evento en el que presentó su Anuario Nº 32 y dio un reconocimiento a la estudiosa Ximena Soruco Sologuren por su labor filológica. La celebración estuvo dirigida por la directora de la institución, España Villegas Pinto, y los académicos Hugo César Boero Kavlin y Juan Marcelo Columba Fernández; este último dio un discurso titulado Sobre algunos proyectos editoriales contemporáneos de Bolivia, que fue preparado para la ocasión.

El Anuario de la ABL se viene publicando desde 1985. Empezó bajo el nombre de Anales de la Academia Boliviana de la Lengua hasta su número 23 en 2008 y desde entonces se imprime como el Anuario de la Academia Boliviana de la Lengua. El número que se entregó la semana pasada sigue cumpliendo, como dice en su presentación, “las funciones conmemorativas mencionadas para el Día del idioma [y] las finalidades prácticas de materializar las metas de la misión institucional de la Academia”; en él se publican diferentes estudios e investigaciones sobre asuntos filológicos, lingüísticos y literarios en Bolivia. El reciente número incluye, además, los discursos de ingreso de sus más flamantes miembros (Juan Marcelo Columba Fernández, Diego Valverde Villena y Hugo José Suárez), homenajes póstumos y en vida a personajes de las letras nacionales y cuatro evocaciones in memoriam a Gaby Vallejo Canedo, quien falleció el 20 de enero de este año.

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El motivo del reconocimiento que se otorgó a Ximena Soruco fue su obra de edición e investigación Carlos Medinaceli. Ensayos reunidos (1915-1930), publicada en 2022 por el Instituto de Investigaciones Literarias, la Carrera de Literatura de la UMSA y Plural editores. Con este galardón la ABL quiso, por un lado, evocar el trabajo literario de Medinaceli y, por otro, distinguir la labor de Soruco respecto al autor y su obra. Carlos Medinaceli. Ensayos reunidos (1915-1930) es el primer libro de una colección de cinco volúmenes donde la investigadora reúne toda la obra del autor de La Chaskañawi, novela que se editará como último volumen de la colección. En el primer y el segundo libro (ambos publicados) se reúnen los ensayos en los que Medinaceli analiza y comenta obras de literatura nacional y extranjera. El discurso de reconocimiento escrito por los académicos Tatiana Alvarado Teodorika, Hugo Boero Kavlin y Alba María Paz Soldán Unzueta, señala que “más allá del aporte que representa para las letras bolivianas, su mejor conocimiento y su divulgación, esta obra es una prueba de la construcción intelectual más allá de las fronteras” y en él se agradece a Ximena Soruco por haber iniciado esta labor de investigación y compilación. “La felicitamos por el rigor con el que está llevando a cabo este trabajo, hacemos público nuestro reconocimiento y compartimos nuestro sincero deseo de que todos los volúmenes salgan pronto a la luz”, concluyen los académicos.

Entrega del reconocimiento a Ximena Soruco. Abajo: Ejemplar del Anuario de la ABL.

Tanto en nuestro país como en el resto del continente, de este y del otro lado del Atlántico, el reconocimiento a los escritores en lengua española es una forma común de expresar el amor a la literatura. En el mes de abril se elogian los libros y la lengua; y todas las personas e instituciones que aprecian el español se suman a este festejo para distinguir a los escritores que nos deleitan con su prosa o sus versos y para recordarnos que las letras hispanas, y las letras las bolivianas, son motivo de orgullo.

Texto: Bruce Aramayo

Fotos: Bruce Aramayo y Archivo ABL

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