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El río de estaño

‘Con estas aguas regábamos nuestras tierras, pero los componentes químicos las quemaron. Los comunarios tienen derecho a trabajar’.

/ 22 de septiembre de 2013 / 04:00

El olor. Recuerda al que se siente cuando uno va al refrigerador y destapa un envase en el que hay pollo pasado. Así huelen las calles de Huanuni que están cerca del río del mismo nombre. Al asomarse al barranco que atraviesa este municipio orureño, se ve el arroyo, denso, color plata, que corre entre las casas. Resulta chocante ver las viviendas con sus ventanas encaramadas al sucio torrente. Es imposible que los cristales puedan impedir que el embriagante hedor se quede afuera.

Dos cerdos grandes y negros bajan por una de las laderas lodosas que hay unos metros más abajo del antiguo puente ferroviario; caminan sobre el cauce; sus pezuñas apenas se hunden en el escaso caudal; y se paran a beber. Un perro  del mismo color que los chanchos se detiene también y toma el líquido.

Algunos autos atraviesan el agua  (si es que esto merece tal nombre) por debajo del puente, sin importarle a sus ocupantes que el fango hediondo se quede pegado en los bajos. Arriba, la gente camina por las calles sin fruncir el gesto. Dicen que el olfato se acostumbra a todo. Parece ser cierto.

“Huanuni fue un campamento minero limpio. Hoy es una ciudad y debe ser ¡ limpia!”, dice un gran letrero sobre un muro a la entrada de esta urbe de 24.677 habitantes, según el Censo 2012. Sin embargo, tanto en el cauce como en los laterales de la carretera que lleva a Uncía, otro lugar de tradición  minera, se ven botadas botellas, bolsas y otros objetos de plástico. Por todo lado hay insistentes pintadas en las que se lee: “Vota por Verde 2013”.

Resulta irónico, pues no parece que acá se tengan ideales medioambientales.

Toda la suciedad hecha río baja desde la parte alta de la población —ubicada a 54 km de Oruro—. Ahí arriba, en el cerro Posokoni, está el ingenio Santa Elena de la Empresa Minera Huanuni (EMH). De sus muros sobresalen tubos por los que se “escapan” litros de líquido argentado que tiñen el agua y el propio lecho del río, sobre el que hay montículos de tierra del mismo color. Por la ladera del cerro se ven unas tuberías que, en algunos puntos, se desunen.

En teoría, los líquidos de la actividad del ingenio deberían subir por ahí hasta el dique de cola (una especie de piscina en la que se acumulan los residuos para, luego, tratar esas aguas) situado más arriba, en Cataricagua. Se empezó a construir en octubre de 2010, según el boletín número 189, Minería al día, publicado por el Ministerio de Minería y Metalurgia. Y, dice este mismo documento, el dique funcionaría durante cinco años. “De esta manera se evitará tirar las aguas contaminadas al río Desaguadero y al lago Poopó, como una muestra de que el Estado cumple con la normativa medioambiental y, sobre todo, preserva de la contaminación de las aguas del sector”. No obstante, sólo ver el cauce del Huanuni da una idea de si se está cumpliendo o no con el propósito de no dañar el medio ambiente de la región.

“Con esas aguas regábamos nuestras tierras, pero los componentes químicos las quemaron”, señala Félix Laime observando el entorno desde afuera del ingenio. Lleva una chompa de alpaca, pantalón de terno gris y botas marrones. Es el presidente de la Coordinadora en defensa de la Cuenca del Río Desaguadero, los lagos Uru Uru y Poopó (Coridup), y también de la Coordinadora Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería y Protección al Medio Ambiente (Conamproma). El xantato, usado en la flotación (proceso por el cual se separa el mineral de otros materiales) y el queroseno, que da vida a la maquinaria, son algunos de los productos que van a parar al río. “Ellos (los mineros) tienen derecho a trabajar, pero también los comunarios tienen derecho a trabajar su tierra”. Pero eso es complicado para buena parte de los habitantes de las comunidades ubicadas entre Huanuni y el lago Poopó, porque la contaminación que genera la mina ha salinizado los suelos, así como buena parte de los acuíferos subterráneos, y las aguas superficiales no sirven para el riego. Esto no sólo afecta a los agricultores, también a los ganaderos: el forraje ha ido desapareciendo, mientras que las malformaciones en los animales son cada vez más habituales, cuenta Félix. Y el ingeniero Jaime Caichoca, del Centro de Ecología de los Pueblos Andinos (CEPA) de Oruro, lo corrobora basándose en diversos estudios que se han hecho en la zona. Sólo la polución de la subcuenca Huanuni afecta directamente a 800 familias; las actividades de otras minas (Morococala, Japo, Santa Fe, etc.) también dañan a las subcuencas Desaguadero, Poopó y Cañadón Antequera. En total, 40 comunidades sufren las consecuencias.  

Entre Huanuni y Oruro se encuentra Sora Sora, en el municipio de Machacamarca. Este poblado está a tan sólo 60 metros de la orilla del caudal que baja del ingenio. El estudio Kimsa Jalsuri. Evaluación Ambiental de Pacopampa-Sora Sora (Subcuenca Huanuni – Oruro), editado por la Liga de Defensa del Medio Ambiente y CEPA, arroja datos preocupantes sobre la cantidad de minerales que ingiere el ganado vacuno en la zona debido a que bebe agua y se alimenta de forrajes contaminados por las partículas de minerales que arrastran tanto el río como el viento. La investigación, realizada en 2011, concluyó que un bovino ingiere 0,858 gramos por semana de arsénico, un elemento químico que en los humanos puede provocar desde diarreas, dermatitis, problemas en el hígado y en la médula ósea, hasta la muerte —Napoleón Bonaparte murió, supuestamente, por haber ingerido arsénico a lo largo de su vida—; 1,925 g de estaño, sustancia que genera, entre otros, dolor de cabeza y estómago en las personas; de zinc, que puede provocar náuseas, vómitos o fiebre, 101,903 g; 3,047 g de cadmio (puede permanecer en el riñón humano entre 18 y 33 años), que causa trastornos crónicos como hipertensión y cáncer, así como 2,898 g de plomo. En total, el ganado de la zona introduce en su cuerpo 474,150 g de metales pesados al mes.

La leche y la carne de los animales son luego consumidas por los lugareños. Por el momento, las consecuencias más graves de la elevada exposición a estos materiales se está viendo, sobre todo, en las propias bestias, que mueren por enfermedades infecciosas pero, también, presentan malformaciones.

Jaime muestra un ejemplo: la foto de la cría de una oveja con cuatro patas delanteras y el mismo número de traseras.

En las personas, hay dolencias también, y eso no pasaba antes, asegura Gregoria Chachaqui de Mamani, pobladora de Machacamarca. Es habitual que la gente sufra descomposición, dolores de cabeza y de estómago. “Infección es”, dice que les indica el médico. Nada más. Entre las personas de más edad, hay casos de cáncer, lo cual según los lugareños no era común antaño.

Machacamarca es conocida como “el oasis del altiplano”. Hay aquí otro ingenio de la EMH, que lleva el nombre del lugar y que procesa 200 toneladas de minerales complejos, según el Informe de Gestión 2012 presentado por el presidente de Bolivia, Evo Morales. Se  levanta sobre una colina en la que hay varios montículos de pasivos,  “residuos sólidos o líquidos, generalmente peligrosos para el ambiente y/o la salud humana que quedan como remanentes de una actividad minera determinada”, según el documento Pasivos ambientales mineros. Barriendo bajo la alfombra, publicado en 2011 por el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina. Enfrente, a unos cuantos kilómetros, está el lago Uru Uru. Más lejos queda el Poopó y es en dirección a él donde la tierra, en el horizonte, se ve blanca. “Es por la sal”, apunta Félix.

“Hasta más o menos los años 60, aquí se plantaba papa y haba. Ahora, no se puede”, refiere Gregoria, señalando el río a su paso por Machacamarca, cerca de la zona del cementerio local. Y no sólo por la salinización de la tierra y la contaminación de las aguas: los sedimentos que arrastra el río han hecho que el cauce crezca, restando espacio para sembrar, coinciden en mencionar tanto Gregoria como Félix. Aseguran, junto con Jhonny Terrazas, de la                Federación Departamental de Juntas Vecinales (Fedjuve) de Oruro, que, según estudios que se han hecho en este lugar, el limo tiene un espesor de 1,80 metros. Además, decenas de botellas PET están acumuladas en el lecho por el que corre el líquido plateado.

El paisaje es muy diferente a cómo Gregoria lo tiene grabado en su memoria. En su recuerdo, las aguas eran  más profundas y había peces. Eran “asisotes”, afirma, separando una mano de la otra unos cuantos centímetros. Pero hace tiempo que la pesca es cosa del pasado, y la agricultura y la ganadería parecen seguir el mismo camino. La única forma de continuar pastoreando y evitar que los animales se enfermen es trasladarlos lejos. Tanto, que los comunarios se turnan para llevar los rebaños de varios vecinos a pastar; luego, esa persona descansa y otra se encarga de caminar kilómetros en busca de pastos más saludables. Las ovejas de Gregoria están ahora mismo en El Choro, un municipio a unos 20 km de distancia, al otro lado del lago Uru Uru. El resto de los pobladores que se dedican a las tareas del campo también tiene que andar buenas distancias para llegar hasta otros terrenos, alejados del río Huanuni.

La mujer se pone en cuclillas y recoge un poco de agua del río con un vaso de plástico. “¿Qué vamos a hacer? ¿Dónde vamos a ir?”, pregunta al aire. “Los pozos eran tomables y ya no se puede (usar el agua)”. Desde luego que no: en el fondo del recipiente, donde el líquido elemento lleva sólo unos instantes, ya hay posos. El contenido se ve turbio. “Cuando la tomas, te hace la boca gruesa”, asegura la oriunda de Machacamarca. “Es salada y picante”.

Surcando el río de plata

Aparecen por la ribera del frente un hombre subido en una motocicleta y una mujer a pie. Él cruza sin bajarse del vehículo; ella se saca los zapatos, se arremanga la pollera y cruza caminando, pues no hay puente. Dice Gregoria que por aquí transitan todos los días comunarios que llegan al pueblo para vender sus productos —queso y yogur— y compran agua para llevársela a casa. Al cruzar el Huanuni, se quitan los zapatos para evitar que se deterioren.

Sin embargo, si no se lavan los pies en seguida, se les cuartea la piel. La mujer, a paso lento, llega hasta esta orilla. “¿No le hace daño esa agua?”. “Sí”, responde la mujer. “Pero no hay otra”.

La Universidad Técnica de Oruro (UTO) publicó este año un estudio que determinó que el río Huanuni es el más contaminado por la minería de toda la región. El promedio de acidez de sus aguas es de 2,6, cuando el nivel normal es 7. De aquí para abajo, hasta el 0, la acidez va en progresivo aumento.

Pero no es sólo la explotación del cerro Posokoni lo que afecta al río y a las comunidades de su entorno. “La gente de Huanuni está sobre todo preocupada con la problemática de la basura, los residuos sólidos (…), y no tanto con lo que pasa en las comunidades, río abajo”, comenta Gilberto. “Todo va al río”. Eso es lo que se ve en lugares como Machacamarca o Sora Sora, pero también en el propio centro minero donde, además de basura desperdigada y líquidos de la mina, van a parar al río las aguas de los baños. El gobierno municipal anunció en enero que estaba preparando un plan ambiental para concienciar  a la ciudadanía en este tema, implementar el reciclado de botellas PET y crear un botadero local.

Saliendo de Huanuni, el cauce está totalmente removido. Montañas de lodo y pequeñas piscinas con agua de color extraño hacen que el agua tenga que zigzaguear para continuar su cambiado rumbo. Sobre las partes altas del lecho se ven pequeñas construcciones hechas de ladrillo, sacos de arena y techos de calamina. Ante una de estas casas faena incansable Félix Achacollo, de 60 años, aunque luce de mayor edad. Haber trabajado toda la vida en la mina y, desde hace unos años, ocho horas bajo el sol del altiplano, no ayuda a conservar la juventud en el rostro. Es hijo de minero. De hecho, su padre murió en las entrañas del Posokoni, pero él se ha dedicado a lo mismo que la gran mayoría de los habitantes del lugar y en lo que actualmente se ocupan unos 4.700 trabajadores, según publicó La Razón. Pero, por su edad, hace tiempo que abandonó la oscuridad del yacimiento subterráneo para trabajar como palliri (recogedor, en quechua). Él mismo ha construido las canaletas por las que baja agua y en las que echa lodo de los montones. El mineral que queda en el fango pasa a una especie de pozo, luego se solidifica, y camiones de la EMH vienen a llevárselo. “En un mes he sacado tres volquetas yo solo”, cuenta, a pesar de que cuesta arrancarle las palabras. Faena sin guantes, ni barbijo ni gafas ni ningún otro material de protección. “Tengo guantes”, asegura. Y los muestra, apoyados sobre unos sacos. Pero manifiesta que no le gusta usarlos.

Posee una pequeña construcción de sacos de tierra. Él duerme allí, impregnado del olor . Tiene que hacerlo, dice, para que no venga otro y le robe el estaño que ha logrado exprimirle a la tierra.

El presidente de la Coridup y Conamproma pide que se cumpla lo dispuesto en el Decreto Supremo N° 0335, de 21 de octubre de 2009, que determina la situación de riesgo y emergencia de la población de la subcuenca Huanuni. En él, dentro de la primera línea estratégica, se habla de crear acciones para mitigar y tratar la contaminación en la zona, además de la “construcción inmediata” del dique de colas. Los comunarios denuncian que han pasado cuatro años y no se ha cumplido el decreto. Uno de los obstáculos, según el abogado de la Unidad de Justicia Socioambiental de CEPA y Coridup, Clemente Paco, es porque hay comunidades que no quieren ceder tierras para hacer el dique, pues tienen miedo de que se desborde. Esto ha retrasado la construcción durante años pero, por fin, la EMH va a comenzar a expropiar terrenos, según su responsable de medio ambiente, Jorge Venegas, “para que todos unidos hagamos de una vez este proyecto que va en beneficio de todo el departamento”. Aunque aún no hay fecha prevista (se espera que esté listo cuando empiece a operar el nuevo ingenio, en el primer trimestre de 2014, que  producirá 3.000 toneladas de estaño al día), sí hay acuerdo entre la empresa, comunarios y representantes de los ministerios de Medio Ambiente y Minería, tras una reunión celebrada el 17 de septiembre. “A partir de ese momento, ya no estaríamos contaminando más el río”. Félix sentencia: “No se puede pedir que lo arreglen todo este año, pero el asunto es empezar. Si seguimos contaminando, no hay remedio ni mitigación que valga”.

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Vidal Cussi: De los nombres de una exposición

‘Caos’ es el nombre de la exposición que el pintor paceño presenta hasta el 7 de mayo en la galería Altamira de San Miguel

Desde el caos

Por Daniela Espinoza M

/ 28 de abril de 2024 / 07:03

¿Por qué Caos?, me pregunto al recibir las fotografías de Vidal Cussi con el nombre de su exposición —que se exhibirá hasta el 7 de mayo en Galería Altamira, calle José María Zalles Nº 834, bloque M-4, San Miguel— y me quedo pensando mientras miro las obras y me digo ¿dónde está el caos?, ¿en esas gotas que el rocío deja en una manzana o en esas nubes que parecen atravesar con calma los cuerpos instalados en espacios infinitos y crepusculares?

¿Habrá caos, acaso, en esos rostros que observan paisajes montañosos o en aquellos que parecen reposar entre las nubes? Tal vez sí lo encuentro en los caóticos cabellos que se entrelazan a través de los rostros, cabellos en forma de listones de lata que se entrecruzan y supongo se enlazan en la parte que el cuadro ya no nos deja ver.

Entonces pienso que lo mejor es recurrir al artista para encontrar la respuesta. La charla me tranquiliza, el caos no está en las obras que presenta, sino que estuvo en él en el momento previo a su producción y, tras una catarsis —“una explosión” como él prefiere llamar—, surgió esta muestra llena de señas de paz.

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Luego, teniendo que escribir sobre su obra, me quedo pensando en el artista, en lugar de acercarme a su exposición me gana la vida de Cussi, me quedo intrigada en los procesos de unas obras que a todas luces reflejan sosiego y calma, pero que —ahora lo sé— no se engendraron de esa manera.

“El arte es para mí una terapia, un reencuentro conmigo mismo. Las tristezas, así como las alegrías, se van plasmando en las obras. Ellas son un desahogo”, me dice. Por supuesto que ya mi mirada es otra, y me siento en el deber de compartir con ustedes esa breve charla, pues si alteró mi forma de apreciar su arte, sin duda hará algo similar por ustedes.

De pronto, ya no son importantes los nuevos colores que Cussi propone y que despuntan en algunas obras, ya no es vital pensar en él en tonos tierras. Ya conocemos algo, aunque sea un poco, del proceso creador de un artista al que admiramos ahora un poco más, ya sus cuadros nos dictan palabras en voz baja, las palabras con las que el artista empezó a trabajarlas.

La muestra ‘Caos’, del artista paceño Vidal Cussi, se exhibe en la galería Altamira (San Miguel, zona Sur).

PERFIL Vidal Cussi Tiñini nació en Santa Rosa, provincia Pacajes del departamento de La Paz en 1983. Actualmente reside en la ciudad de El Alto. Estudió en la Academia de Bellas Artes Hernando Siles donde obtuvo la especialidad en pintura. Ha sido ganador de varios premios, entre los que destacan: Gran Premio Salón Pedro Domingo Murillo (La Paz) en 2012 y 2020, Gran Premio Salón Villa San Felipe de Austria (Oruro) 2019 y Gran Premio Salón 14 de Septiembre (Cochabamba) 2019 y 2023.

Texto: Daniela Espinoza M.

Obras: Vidal Cussi

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Semilla, picantería boliviana: Sabores tradicionales para disfrutar en Achumani

Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido

Por Fernando Cervantes

/ 28 de abril de 2024 / 06:55

Crónicas gastronómicas

Fue el ají de fideo materno lo que motivó a Ernesto Bernal a elegir la profesión de cocinero, sobre todo después de haberlo preparado muchos años para sus hermanos cuando su mamá viajaba por motivos de trabajo.

Luego de un buen tiempo estudiando gastronomía y habiendo trabajado en diversos establecimientos es que se animó junto a su esposa Karen Mujica (administradora de empresas con estudios en diseño gráfico, decoración y comunicación visual) a dar a luz a un viejo anhelo: tener su propio restaurante inspirado en las tradicionales picanterías de Sucre y Potosí, que tenga los sabores bolivianos muy presentes y que se sumerja en el recuerdo de los fogones familiares que eran manejados magistralmente por madres y abuelas. 

Encontrar la casa ideal no fue nada fácil hasta que el destino quiso que en enero de este año esta joven pareja pudiese alquilar un bonito y espacioso inmueble con jardín, ubicado en el barrio de Achumani, muy cerca de la avenida Francia. El lugar fue decorado y rediseñado con muy buen gusto. Así nació Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido, queso humacha, picante de lengua, anticuchos, relleno de papa, mondongo, sajta de pollo, keperí o sopa de maní, los que pueden ser acompañados con  jugo de tumbo, limonada o mocochinchi, ya sea en vaso o en jarra.

Un detalle no menor: el lugar no cuenta con parqueo propio pero la calle donde están ubicados es sumamente tranquila, por lo que estacionar el automóvil en las cercanías del restaurante no debería representar problema alguno.

Semilla: un lugar ideal, para visitar en familia.

Semilla, picantería boliviana

  • Dirección: Calle 21 de Achumani Nº 5  (a una cuadra de la av. Francia) 
  • Teléfono: 67020523 
  • Rango promedio de precios: Bs  20-65    
  • Plato estrella: Picante surtido       
  • Atención: sábados y domingos de 12.00 a 16.00     

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Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Back to Black

La directora britànica Sam Taylor-Johnson ha estrenado una tendenciosa película biográfica sobre la cantante Amy Winehouse

Por Pedro Susz K.

/ 28 de abril de 2024 / 06:50

En julio de 2011, Amy Winehouse, notable y exitosísima cantante londinense de soul, falleció a causa de una brutal ingesta de alcohol. Sumaba entonces apenas 27 años (la misma edad que en el momento de sus respectivas defunciones tenían Jimy Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Kurt Cobain y Jim Morrison, valga el apunte anecdótico a pesar de que seguramente a quienes no son fans de la música rock los nombres les resulten desconocidos). Esto ha dado lugar a la popularidad de una supuesta “maldición del club de los 27” entre los seguidores del rock.

A esas alturas la discografía de Winehouse incluía apenas un par de títulos en los que interpretaba composiciones de ella misma, todas las cuales dejaban traslucir, sin lugar a dudas, una personalidad compleja, irreverente, traumatizada por los dramáticos altibajos de su vida. Y su potente voz, ligada a un estilo asimismo muy propio, hacían que tales temas cautivaran pronto a muchísima gente, harta de la chatura en la que había caído el rock merced a las imposiciones de la acaudalada industria discográfica jugada a pleno en la venta masiva de sus producciones para incrementar sin pausa los réditos de los productores. Era en realidad lo mismo que ya venía acaeciendo en otros rubros de la industria del entretenimiento: en la cinematográfica también, claro, obstinadas cómo Sony Music y sus competidoras  por exprimir hasta la última gota de cualquier diana de mercado, copiada luego, en el rubro específico, una y otra vez por compositores e intérpretes debidamente domesticados para bloquear cualquier antojo autoral.

Que la directora de este segundo film centrado en la biografía de Winehouse —el primero fue un largo documental hecho el 2005 por el cineasta inglés Sadif Kapadia— sea Samantha, su nombre aparece abreviado en los créditos como Sam Taylor-Johnson, cuya filmografía arrancó justamente en la insípida época recién aludida y en la cual obtuvo su más resonante éxito de taquilla el 2015 con la más que mediocre adaptación para la pantalla de la no menos anodina novela erótica de E.L. James 50 sombras de Grey no invitaba a tener muchas ilusiones respecto a Back to Black, en definitiva fallido y en buena medida falsificado biopic que toma su título del segundo de los dos únicos álbumes que Winehouse alcanzó a completar.

Volviendo al citado documental de Kapadia, titulado sencillamente Amy, allí quedaba ratificado lo que muchos trascendidos, divulgados con el marcado acento sensacionalista de los medios crecientemente ladeados hacia la más barata crónica roja y cuyo acoso sobre la cantante se volvió insoportable, habían engordado las sospechas acerca de los motivos que condujeron al desequilibrio emocional de aquella y a su adicción al alcohol y a las drogas duras. Dichas causas no fueron otras que la manipulación a que fue sometida Winehouse por su padre Mitchell, un taxista obsesionado con volverse millonario así fuese explotando sin la menor conmiseración a su propia hija, en complicidad con Ray Cosbert, manager de la muchacha, igualmente obstinado en lucrar al máximo con su popularidad.

Ello se tradujo, entre otras barbaridades, en obligarla a realizar una gira ininterrumpida de casi cinco años e innumerables presentaciones en público, con todas las tensiones que comporta cada actuación para cualquier artista y más aún para una que apenas había entrado en la adultez. A fin de no pausar aquel incesante ir y venir Mitchell, alentado por Cosbert, incluso se opuso a que Amy se sometiera a un tratamiento para poner coto a su entonces incipiente dependencia del alcohol. El hecho es que la gira culminó, pocas semanas antes del fallecimiento de Amy, con una escandalosa presentación en Belgrado, donde ella se resistía a subir al escenario y finalmente fue forzada a hacerlo de mala manera por sus custodios, quienes empero no pudieron hacerle recordar las letras que olvidaba obligando a reiniciar una y otra vez cada canción, hasta provocar el furioso estallido del público. 

Por añadidura, en el ínterin Amy había sido seducida por, otro chupasangre, un tal Blake Fielder-Civil, quién la empujó hacia la cocaína, la heroína y otros alcaloides y con el cual contrajo un tóxico matrimonio, signado por los abusos así como por el maltrato recurrente de él, hasta terminar en la previsible ruptura que se sumó a las otras afectaciones mentales, acentuando así a grados extremos los trastornos psicóticos de Winehouse.

Todo ello ha sido omitido en Back to Black, se presume debido a que papá Mitchell aportó una considerable cantidad de dinero a la producción, condicionando el enfoque que tomó el guion en una nueva de las varias maniobras de lavado de imagen intentadas por aquel luego del óbito de Amy. Así la película de Sam Taylor-Johnson se limita a repetir hasta el hartazgo escenas mostrando a la protagonista frente al micrófono, que se alternan mecánicamente con otras focalizadas sobre la tortuosa relación matrimonial de Amy y Blake, cuyo tratamiento narrativo se atiene al pie de la letra a las fórmulas hollywoodenses de los más pedestres melodramas. Ese modo de estructurar el relato: a cada secuencia dramática le sigue una canción cuya letra reitera lo que se ha escuchado o se escuchará a continuación, monocorde ir y venir que en lugar de permitir la aproximación del espectador al personaje protagónico lo va distanciando, o dicho de otra manera termina aguando la contextura emocional de esa historia a la que, en la vida real, le sobraron momentos trágicos, congojas y aflicciones. Bien podían haberse destinado algunos de los 122 minutos del metraje, malgastados en sosas y previsibles escenas, a tratar de acercarse al personaje en esos momentos, cuando sola, encerrada en sus dolores e incertidumbres, daba a luz a sus creaciones, franqueando de tal suerte la mencionada aproximación a su dimensión humana, mutada por la directora en un intraspasable acartonamiento.

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No le va mejor tampoco al resto de los personajes, pero es particularmente imperdonable la flagrante tergiversación del rol de Mitchel en el drama, mostrándolo como un progenitor ejemplarmente amoroso, siempre atento a las necesidades de su hija, distorsión atribuible al antes colacionado soborno que representó su aportación financiera al film. Tal exoneración de cualquier responsabilidad de Mitchel en el doloroso descenso de Amy hacia una inescapable desesperación existencial hace que todas las tintas resulten cargadas sobre el funesto papel de Blake.

No es casual entonces que la escena más larga de la película se detenga en el encuentro entre Amy y Blake en un bar donde ella, entonces ya una celebridad gracias al éxito de su primer álbum, se encuentra dando fin a una bebida espirituosa y rumiando la angustia, como todos los demás detalles de la obsesiva personalidad de la Amy real dejadas, a lo largo del film, sin mayor ahondamiento, que en el fondo le provocaban las presiones paternas y financieras, al igual como el hostigamiento mediático, vicisitudes aparejadas justamente a la fama. Blake, ebrio, finge desconocer de quién se trata y la invita a jugar una partida de billar mientras desde el reproductor de discos se escuchan otras tantas piezas de moda que él acompaña con una mímica estrafalaria apuntada a completar su eficaz estrategia seductora que de inmediato atrapa a la muchacha y narrativamente sienta la base dramática que luego desarrollará de la misma manera esquemática, indescifrable para quienes no conozcan los pormenores de esa historia, reducida en lo que entrega Back to Black a explotar los  típicos altibajos propios de un  melodrama amoroso cualquiera. 

Si bien es cierto que  la canción cuyo título toma prestado la película, que podría traducirse como “regresar a la oscuridad”, estuvo inspirada en la insoportable relación matrimonial entre Amy y Blake, en la cual tampoco escasearon las infidelidades de este último, de allí a considerar que el dolor, la angustia, el sinsentido vital transmitido por todas las composiciones de Winehouse puedan atribuirse únicamente a tales tropezones es entonces otra de las múltiples simplificaciones y distorsiones de Taylor- Johnson, atribuibles asimismo al guionista Matt Greenhalgh, especializado en la fabricación de dudosas biografías fílmicas de figuras prominentes del mundo musical contemporáneo. Entre ellas Nowhere Boy (2009) o Mi nombre es John Lennon, opera prima de Taylor-Wood donde tomando como inspiración la biografía de su media hermana Julia Baird se relata la adolescencia del futuro integrante de Los Beatles. Ese primer trabajo conjunto entre Greenhalg y Taylor-Wood ya exhibía las flaquezas en las cuales reincide Back to Black. Sobre todo la superficialidad biográfica y la distorsión de los entretelones familiares causantes de la espiral autodestructiva que precipitó la prematura muerte de Winehouse. 

Resulta notorio el esfuerzo de Marisa Abela para meterse en la personalidad de Wienhouse, no sólo a interpretarla, por eso asumió el reto de cantar ella y no limitarse a la fonomímica con la voz original de fondo, y si bien lo hace correctamente, la voz y la entonación de aquella eran inigualables. Con todo su personificación está entre lo poco que sobresale en la medianía general de la película, atenida a los convencionalismos, incluso en los restantes trabajos actorales apegados, al igual que todo lo demás, a los clisés, comprendiendo el brevísimo fragmento del tema musical que, se dijo también, presta su título al emprendimiento de Taylor-Johnson, cuyas declaraciones a la prensa trasuntan una empeñosa, cuanto forzada, auto-atribución del carácter de autora, en el sentido de quien posee un estilo propio y una asimismo privativa visión del mundo y de la vida, cualidades que personalmente no he podido detectar en lo más mínimo siguiendo las películas que hasta la fecha puso en pantalla.

Ficha técnica

Titulo Original: Back to BlackDirección: Sam Taylor-Johnson – Guion: Matt Greenhalgh – Fotografía: Polly Morgan – Montaje: Laurence Johnson, Martin Walsh – Diseño: Sarah Greenwood – Arte: Alex Bowens, Joe Howard, Matthew Kerly, Emma MacDevitt, John McHugh – Música: Nick Cave, Warren Ellis –  Efectos: Neil Damman, Joe Holden, Sophie McGown, Hayden Sheridan, Richard Van Den Bergh – Producción: Nicky Kentish Barnes, Alison Owen, Ron Halpern – Intérpretes: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville,  Bronson Webb, Therica Wilson-Read, Juliet Cowan, Sam Buchanan, Harley Bird, Ansu Kabia, Spike Fearn, Amrou Al-Kadhi, Ryan O’Doherty, Pete Lee-Wilson, Matilda Thorpe, Miltos Yerolemou, Daniel Fearn, Michael S. Siegel, Colin Mace  – ESTADOS UNIDOS, INGLATERRA, FRANCIA/2024 

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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José Ballivián: vestirse en tiempos actuales

El artista paceño llevó la muestra ‘Alta Gama / Espíritu Colonial’ a la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra

Por Juan Fabri

/ 28 de abril de 2024 / 06:42

José Ballivián (2024) presentó Alta Gama / Espíritu Colonial en la Galería Nube en Santa Cruz de la Sierra. En esta exposición nos invita a reflexionar sobre la vestimenta en los Andes actuales y los significados que detonan las materialidades vinculadas a la ropa.

La muestra es una serie de obras sobre lo chojcho que viene explorando por lo menos desde hace 10 años. Él dirá: “Lo chojcho es un término usado comúnmente en la zona occidental boliviana para denominar a una persona sin buen gusto para la vestimenta, además de tener la particularidad de ser muy básico en su lenguaje y cultura general”.

Desde mi perspectiva, considero que lo chojcho confronta las miradas exógenas y exóticas sobre el arte del país, donde se busca en Bolivia una especie de “pureza indígena”. Frente a estos discursos, lo chojcho encarna la tensión y la disputa cultural diaria sobre los cuerpos en un territorio atravesado por su historia colonial y la actual globalización. En la exposición, Ballivián relaciona lo chojcho con la vestimenta, pero esta se encuentra ligada inevitablemente con los cuerpos de quienes usan o podrían usar estas prendas.

Dentro del contexto boliviano, uno de los elementos claves de la identificación cultural, pero también de duda sobre si unx es o no indígena, es la vestimenta. El chojcho también va a encontrar en la ropa una expresión sobre su impureza, una disputa de sus ideas y una forma de habitar la ciudad llevando estas vestimentas.

El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.
El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.

En Bolivia recientemente vivimos el censo de población y vivienda (2024) que se realiza cada 10 años y que brinda una idea de quiénes somos como país. Dentro de una de sus preguntas se planteó la pertenencia o autoidentificación a una nación indígena. Los activistas aymaras convocaron a la población a identificarse como aymaras (por ejemplo, el concurso de video para aymaristas convocado por Elias Ajata) si es que sus padres o sus orígenes eran aymaras, más allá de si hablaban o no la lengua. Estos planteaban que ser de una nación indígena en Bolivia trasciende el vivir en el área urbana o rural, es una identidad, una pertenencia. Sin embargo, las identidades para el censo han sido entendidas de manera esencialista, es decir, si eres aymara, no podías ser guaraní o de otra nacionalidad, sólo debías escoger una opción. Lo mismo sucedió con temas de género, donde solo había dos opciones excluyentes, hombre o mujer, omitiendo el otro universo de posibilidades; de esta manera el Estado negó las diversidades que tanto publicita.

La discusión sobre las identidades, particularmente en torno a las nacionalidades indígenas, en el Estado Plurinacional de Bolivia es un elemento que constantemente está en debate tanto en el campo político como en el estético y es sobre lo que viene discutiendo el artista paceño José Ballivián, quien frente a estos discursos esencialistas, nos propone un ser chojcho. Es decir, un lugar de enunciación que está vinculado a lxs hijxs migrantes aymaras en espacios urbanos y con fuertes influencias globales, pero que no dejan su vínculo con lo aymara. Me pregunto si alguna vez será posible censarse en Bolivia como chojcho. Claramente es una categoría no reconocida en el país, porque va más allá de los esencialismos, y que Ballivián rescata del lenguaje popular.

La vestimenta es un factor importantísimo en los Andes de Bolivia. Dentro las comunidades indígenas existen fuertes controles sociales para que las personas sigan usando ponchos, sombreros, polleras, awayos, por lo menos, respecto a las autoridades originarias. Esto está en tensión con el costo de tiempo, esfuerzo e incluso dinero que pueden costar estas prendas. Frente a la gran oferta de ropa usada proveniente del contrabando que llega desde Chile y que proviene de países del Norte, principalmente Estados Unidos de América.

En la exposición, Ballivián propone que alguien chojcho podría caminar por la ciudad usando un ladrillo como cartera. La pieza Alta Gama consiste en un ladrillo sujeto con una wiskha (soga de lana de llama) que de manera conjunta evocan una forma de cartera. La importancia del ladrillo en La Paz y El Alto, ciudades en las que al llegar se puede ver el ladrillo expandido por toda la urbe y que además es símbolo de modernidad, frente al adobe que era el material tradicional con el que se hacían las casas. El usar un ladrillo como cartera enriquece para generar una metáfora de lo que nos colgamos en nuestros cuerpos, más aún que se encuentra serigrafiado el símbolo y las letras de Adidas a uno de los costados. La pintura Ladrillo led también enfatiza la importancia del ladrillo y lo vincula a un toro.

La Feria 16 de Julio o qhatu en la ciudad de El Alto ha crecido acompañada de la gran oferta de ropa usada o de segunda mano proveniente de Estados Unidos, que se vende a precios bajos y que de alguna manera ha quebrado la industria local de ropa en el país. Es decir, para las industrias bolivianas se les hace imposible o muy difícil competir económicamente en el mercado con ropa que viene con etiquetas originales de Louis Vuitton, Balenciaga o Adidas, y que se comercializan en grandes ferias a precios bajos y con una marca avalada por la gran industria de la moda occidental. Por otra parte, la Feria 16 de Julio es quizá el centro comercial más importante de los Andes actuales que toma las calles de El Alto los días jueves y sábado. Además, es quizá uno de los ejemplos más importantes de economías populares en el país. Por otra parte, la Feria 16 de Julio no es la única: todas las ciudades y ciudades intermedias en el país cuentan con algún día a la semana o al mes con una feria donde se revende ropa americana de segunda mano. Dicen que por ello en el campo es más sencillo ver gente usando jeans y zapatillas de marcas globales que pantalones de bayeta o lanas tradicionales, como quizá sucedía hace 50 años.

la muestra del artista José Ballivián se exhibió en la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra.

Ballivián nos propone una obra que refiere a marcas occidentales pero también a la crucifixión cristiana como parte del mismo proceso de imposición cultural. Utilizando una prenda deportiva, un buzo negro, que en la parte de adelante está escrito “Balenciaga Latam”, vinculando a la famosa marca y en la parte de atrás menciona “espíritu colonial”. La obra evoca la colonización y la imposición de las vestimentas en el contexto de la globalización. Un detalle particular es una abarca u ojota, prenda utilizada por las poblaciones indígenas campesinas originarias en Bolivia y que es posible relacionar con los pies de Cristo en la cruz.

Ballivián en la muestra reflexiona sobre el uso de estas marcas occidentales que llegan a Bolivia a manera de ropa de segunda mano o como imitaciones. Podría ser sencillo entender una asimilación cultural hacia las estéticas del norte, usando ropa americana, por los aymaras urbanos o por lxs chojchxs. Sin embargo, al lado de estos jeans, zapatillas o carteras de marcas globales que son vendidas a precios bajísimos, se encuentran también las abarcas, sombreros, ponchos o cinturones de mallkus y jilacatas (autoridades originarias aymaras). Entonces, es posible usar jean con poncho y zapatillas Adidas. También es posible no usar ninguna vestimenta indígena, no hablar aymara, ni quechua, pero preguntarse si se es o no indígena. De la misma manera, alguien que habla aymara y viste como indígena, también a veces duda si es completamente indígena o si quiere seguir siéndolo. La dinámica de las identidades también se encuentra atravesada por el autocuestionamiento de lxs sujetxs.

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Entonces, Ballivián propone que lo chojcho es una manera de existir con estos cuestionamientos existenciales y también con las prácticas. Además, como si se tratara de la antropofagia brasileña, lxs chojchxs se apropiarán de todas estas vestimentas y generará opciones y alternativas particulares. De la misma manera, la pieza Chojcho Cultura es una prenda negra casi como una pieza de un sacerdote con una capucha y el texto explícito que hace referencia a esta identidad. En la zona baja de la pieza, en un lugar casi pélvico, un textil tradicional aymara irrumpe esta especie de túnica.

La obra de José Ballivián nos ayuda a repensar fenómenos como la Feria 16 de Julio y también las discusiones sobre “lo original”, “lo trucho”, la copia, la falsificación, la apropiación, la alienación, lo puro y lo contaminado.

La pieza Ansiedad es una instalación que hace referencia a una chompa o suéter gigante de tres metros de alto. Un tejido elaborado de lana de llama, lana de oveja y lana sintética, que en sus materialidades nos propone la construcción de una pieza en contra los esencialismos. Es decir, en la mezcla, en la unión de varias lanas nos propone la tensión de lo chojcho. En la parte de adelante está escrito con tejido: “Locos por ti”, y en la parte de atrás: “Alta tristeza”.

Recorrer esta exposición de Ballivián invita a imaginar a sujetxs que recorran la ciudad con estas prendas chojchxs y que estas sean la expansión de sus cuerpos y las dinámicas de las identidades. Por otra parte, la obra de Ballivián me permite reflexionar que el arte contemporáneo en Bolivia, que por su tradición es principalmente occidental y que llega al país y se articula con las reflexiones y búsquedas locales, puede ser en sí mismo chojcho, por su carácter impuro.

* Juan Fabbri es licenciado en Antropología, maestro en Antropología Visual y Documental Antropológico y candidato a doctor en Antropología Cultural (Uppsala Universitet, Suecia) y docente investigador en la Universidad Mayor de San Andrés.

Texto: Juan Fabri

Fotos: José Ballivián

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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