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Antropología del ‘selfie’

Ante las preguntas planteadas, la ciencia de tomarse autofotos intenta analizar la trascendencia de este género surgido hace solo tres años.

/ 9 de marzo de 2014 / 04:00

¿Es Instagram un reflejo de la sociedad? ¿Pueden revelar sus fotos los estereotipos culturales de una ciudad? ¿Puede decirnos un selfie algo (real) de una persona? ¿Y de una ciudad? ¿Tal vez de la humanidad? Los miembros del equipo de Selfiecity, un grupo de investigación estadounidense dirigido por el profesor Lev Manovich y la Iniciativa para los estudios sobre el software, creen que sí. De hecho, consideran que las autofotos revelan los estereotipos culturales y características antropológicas propias de una comunidad.

Esta conclusión puede parecer tan irreal como el filtro Kelvin, pero los datos que arroja su estudio pretenden, al menos, bosquejar los valores que rigen en cada ciudad. La ciencia del selfie ya está aquí.

Solo el 4% de las fotos que se suben a Instagram son selfies. La edad media del posteador es 23,7 años.

“Ahora todos nos comportamos como marcas y los selfies son simplemente nuestros anuncios. Nos permiten posicionarnos, muchas veces frente a nuestros competidores, para ganar reconocimiento, apoyo y, finalmente, relacionarnos con nuestro círculo social”, explica Karen Nelson-Field, profesora de la Universidad de Carolina del Sur y autora de Viral marketing: the science of shering.

Sí, los selfies pueden ser un instrumento para vender la mejor versión de nosotros mismos: guapos gracias a encuadres que desafían las leyes de la gravedad; con el outfit perfecto tras horas de pruebas de vestuario, y siempre embarcados en actividades interesantes en las que solo participamos para (o durante el tiempo necesario para) hacernos la foto.

Pero, ¿resultan extrapolables a una sociedad concreta? Después de que Barack  Obama se sacase el famoso selfie en el funeral de Nelson Mandela, se creó un Tumbrl que recogía autofotos tomadas en entierros. ¿Dice esto algo de alguien que no sean la veintena de personas que colgaron allí sus fotos?

Estudiar los selfies no es lo mismo que observar los gorilas en su hábitat a lo Diane Fosssey. Pero tras analizar más de 140.000 fotos publicadas en cuentas de Instagram de Bangkok, Berlín, Moscú, Nueva York y Sao Paulo mediante sistemas de reconocimiento de imagen, las conclusiones de Selficity dan, como poco, para un par de conversaciones en el bar (en el autobús o en el ascensor).

Si todo esto le parece inútil o innecesario, la herramienta Selfiexploratory le permite utilizar distintas herramientas de búsqueda para encontrar, entre toda su base de datos, selfies de hombres con rostros enfadados, de mujeres con los ojos cerrados o nofilters reales.

Los datos que dejó el estudio

1. Solo en torno al 4% de las imágenes de Instagram son selfies. ¿Nos gustan más los gatos de lo que nos gustamos nosotros mismos?

2. La mayoría de selfies son de mujeres. En Moscú, el número de autofotos femeninas es cuatro veces superior al de selfies masculinos.

3. La edad media de los que se hacen selfies es de 23,7 años. Aunque en Bangkok baja a los 20. Curiosamente, los hombres mayores de 30 años postean más selfies que las mujeres de la misma edad. Saquen sus propias conclusiones.

4. Las ciudades donde más gente sale sonriendo en sus autofotos son Bangkok y Sao Paulo. ¿Adivine cuáles son en las que más gente está enfadada o seria? Moscú y Nueva York.

5. Las fotos de las chicas son más expresivas. El porcentaje de cabezas inclinadas es 50% mayor entre los retratos femeninos que entre los masculinos. Y en casi el 17% de los selfies de mujeres de Sao Paulo los rostros describen un ángulo oblicuo. Aunque nada comparado con los #selfieolympics que recogen las poses más arriesgadas, antianatómicas y cuasisuicidas de Twitter.

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La moda al límite

Su vida es una mezcla de lujo, genio, ‘celebrities’ y adicciones. El asesinato de su hermano Gianni Versace la convirtió en sucesora de su imperio. 20 años después, la firma que revolucionó el estilo de los 90 lucha por mantener su legado.

/ 16 de febrero de 2018 / 07:06

Las modelos más jóvenes gritan como fans histéricas y los directores de las biblias de la moda lloran como niños. Suena Freedom, de George Michael, y los flashes ametrallan la pasarela. Sobre ella desfilan Cindy Crawford, Carla Bruni, Naomi Campbell, Helena Christensen y Claudia Schiffer. Es la primera vez que pisan juntas la pasarela en décadas. Es un espectáculo más allá de la moda. En medio de la apoteosis, Donatella Versace sale a saludar entre tímida y orgullosa. Es septiembre de 2017. La diseñadora acaba de dar por concluido su desfile de prêt-à-porter femenino. Ha querido homenajear a su hermano, el gran Gianni Versace, en el 20 aniversario de su asesinato. Y lo ha hecho al estilo de la casa Versace: por todo lo alto.

Ha convocado a las míticas top models que el italiano fabricó y encumbró, y presentado una colección que reinterpreta algunas de las prendas con las que el creador definió la moda de los 90. Un acontecimiento emocionante e irrepetible. También una declaración de intenciones: Versace sigue siendo grande. Muy grande. Conserva su relevancia en la industria del lujo, en contra de los que auguraban su final y gracias a la habilidad de Donatella para conectar con las nuevas generaciones y reinventarse una y otra vez.

Un mes y medio después del golpe de efecto de Versace, Donatella, su creadora y alma, está en el cuartel general de Milán, en su hermético despacho de Via Gesù. El espacio está custodiado por un guardaespaldas y su interiorismo resulta inesperadamente sencillo para los estándares estéticos de la compañía. De las paredes cuelgan retratos de sus hijos. También de la diseñadora en su juventud, cuando exhibía una belleza que, a sus 63 años, intenta retener con uñas y bótox. Entra en la habitación con la fuerza que se espera de la matriarca de uno de los clanes más legendarios de la historia de la moda; única cabeza visible de aquella familia del sur de Italia que desde cero conquistó el mundo. Cada uno con su papel: Gianni, como Rey Sol; Santo, su hermano mayor, de cerebro en la sombra, y la piccola Donatella, como fiel escudera. Hoy es la reina. Ya no compite con Armani por el bronceado más intenso. Y luce un vestido negro de manga larga y cuello a la caja. Su voz suena nasal y horadada. Sentencia: “Hubo un tiempo en que ser sexy era sinónimo de revelar, de enseñar mucha piel. Pero hoy tiene más que ver con una actitud”.

Aquel tiempo pasado al que se refiere Donatella fue el de la época legendaria de Versace, tapizada de leopardo y con los escotes más vertiginosos de la historia. Gracias a aquellas colecciones, el poder sexual de las mujeres se convirtió en el centro de la cultura y la industria del lujo. “Esa moda hacía que te sintieras feliz y segura”, dice. Unos sentimientos que ha rescatado en esta última colección, que gira en torno a los estampados barrocos y aquellos vestidos de lentejuelas con los que Gianni revolucionó la moda en 1992. “Nunca antes lo había hecho. Jamás tuve el coraje de volver a los archivos de mi hermano para revisar su obra. Me daba miedo revivir su muerte”.

El asesinato del modista siciliano marcó la vida de su familia y de su compañía. Ocurrió el 15 de julio de 1997, cuando Andrew Cunanan, prostituto y autor de otros cuatro crímenes, le descerrajó dos tiros en las escalinatas de su mansión de Miami. El móvil nunca se esclareció. Y 20 años después, la creadora sentada en su despacho de Gesù sigue dividiendo el mundo en “antes” y “después de la muerte de Gianni”. Sobrevivir al diseñador la ha convertido en una superviviente. En lo personal y en lo empresarial. La firma celebra cuatro décadas sobre la pasarela, y la última mitad de su historia —la liderada por Donatella— demuestra que en Versace resistir es vencer. A punto de quebrar en 2004, la marca vivió un nuevo resurgir en 2014 y hoy factura 668 millones al año.

El impacto televisivo

Versace vuelve a ser viral. A agitar las redes sociales. La serie American Crime Story, una de las grandes apuestas televisivas de la temporada, recupera la tragedia de los Versace. Édgar Ramírez da vida al diseñador. Y Penélope Cruz, a Donatella. Tras que la italiana publicase un comunicado en el que calificaba a la producción estadounidense de “ciencia-ficción”, se especuló con un potencial enfrentamiento entre Penélope y ella. “Para nada. Penélope es muy amiga mía, una persona cálida y auténtica. Que me interprete es un honor”, dice sonriente. Revela que recibió una llamada de Cruz antes de comenzar a rodar: “Me dijo que no me preocupase, que sería muy respetuosa. Yo confío en ella. Lo que no significa que lo haga en el resto del equipo. Eso es otra historia”.

Su vida solo puede contarla ella. Donatella reconoce que empieza a los 42 años, delante del cuerpo sin vida de su hermano, y la necesidad de tomar una decisión: ¿seguir con la firma o tirar la toalla? En su testamento, y para sorpresa de todos, Gianni Versace había nombrado heredera a Allegra, su sobrina favorita. Al ser menor de edad, toda la responsabilidad recayó en Donatella —la madre de la joven heredera, para quien Gianni había reservado el puesto de vicepresidenta—, delegando en su otro hermano, Santo, el trabajo de director general. “No puedo decirte si quería continuar; estaba en shock; pero lo que sí sabía es que estaba obligada a hacerlo. No podía fallar a toda la gente que estaba a mi alrededor buscando respuestas”.

Icónicas. En 1997, en la gala del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York,  las divas del pop, Madonna y Cher, flanquean a la diseñadora.

Empezaban unos terribles años que ella define como “llenos de reproches”. Los suyos propios y los de una industria que le recordaba a diario que nunca llegaría al nivel de su hermano: el genio. Aquel niño que se divertía escogiendo hilos y abalorios con su madre y que, tras estudiar arquitectura, captó el interés de la industria textil italiana diseñando vestuario para obras teatrales. La firma Callaghan fue la primera en ficharlo. Animado por la buena acogida, decidió crear su marca en 1978. Desde el primer día, Donatella estuvo a su lado. Lo que pocos saben es que fue ella quien llevó el timón del atelier durante los dos últimos años de vida de Gianni. “Estuvo muy enfermo antes de morir. Tenía cáncer de oído. Mientras duró el tratamiento yo estuve dirigiendo la empresa. Le consultaba todo, claro. Pero fue como un entrenamiento. Seis meses después de que el doctor le confirmase que estaba curado, le mataron. Fue horrible”.

Donatella asegura que funcionaban como una sola persona. “Él reinaba en primera línea, se llevaba las críticas. Y yo, detrás, segura. Pasar de esa posición a ser la cabeza visible fue demasiado. Sentía que no era mi sitio. Me preguntaba constantemente: ‘¿Cómo podría hacerlo mejor?’. ‘¿Qué haría Gianni si estuviese aquí?”. Pero las expectativas y obligaciones con las que se encontró fueron distintas a las que el modista tuvo que afrontar: la industria estaba cambiando. “Mi hermano se centraba en sus colecciones, pero a mí me tocó transformar el modelo de negocio y estaba distraída por todo lo que implicaba. Me resultó muy difícil hacer que la gente escuchase y respetase mi voz. Ni siquiera mi familia lo hacía”. Junto a Miuccia Prada, era una de las pocas mujeres al frente de una gran casa de moda. “Era un mundo de hombres. Pero ha cambiado. También yo. Ahora confío más en mí”. Confiesa que tardó ocho años en sentirse cómoda en el papel de diseñadora. En ese tiempo, sus problemas con las drogas ocuparon portadas y alimentaron la imagen de mujer inestable, caprichosa y excesiva. La leyenda cuenta que exigía que todas sus cajetillas de tabaco se envolviesen en papel rosa y dorado con sus iniciales impresas.

Las ventas comenzaron a caer, lastradas por las irregulares colecciones de Donatella y la llegada del minimalismo, en las antípodas del estilo de Versace. La fiesta había terminado. En 2004, siete años después de la muerte de Gianni y con una deuda de 118 millones de euros (unos $us 147 millones), la firma se encontraba al borde del abismo. Santo vendió las mansiones de Nueva York y Miami. También su colección de arte, que incluía 20 picassos. Se cerraron boutiques por todo el mundo. Pero los números seguían sin cuadrar. Hasta que Donatella hizo lo que mejor sabe hacer: renacer de sus cenizas.

Hermanos. Santo, Donatella y Gianni Versace, fotografiados en 1987 por Alfa Castaldi.

Para empezar, salió de un programa de rehabilitación y fichó como ejecutivo a uno de los impulsores del éxito de la firma rival Fendi: Giancarlo di Risio. El diagnóstico que ese nuevo consejero le hizo al llegar fue demoledor. “Esto va a morir”. Mientras da vueltas en su mano izquierda a un anillo enorme, Donatella asegura: “He cometido muchísimos errores. Digamos que he tenido una vida interesante y todo lo que he hecho ha sido bastante imperfecto. Pero, ¿quién quiere ser perfecto? Resulta tan aburrido”.

En 2009, Gian Giacomo Ferraris, antiguo responsable de la división de prêt-à-porter del grupo Gucci, sustituyó a Di Risio e impuso una política de austeridad en Versace, la casa del exceso. Con él llegó a su fin la costumbre de fletar el jet de la compañía para que sus adictas compradoras acudiesen a probarse un vestido desde cualquier parte del mundo.

Clientes satisfechas

La atención al cliente en Versace es legendaria. No en vano, y como Donatella recuerda, Gianni fue el primero en vestir a celebrities. “Él lo inventó. Nadie quería dejarles ropa. Y ahora hay una guerra por ver quién consigue colocar más looks en la alfombra roja”. La diseñadora sigue disfrutando de la relación personal con sus clientas vips. “Si no sabes cómo es la mujer, el vestido no le va a sentar bien”. No se trata de un eslogan vacío. El año pasado, viajó hasta Houston solo para animar a Lady Gaga, que actuaba en la final de la Super Bowl vestida de Versace.

“Volé hasta allí porque sabía que era muy importante para ella y que necesitaba mi apoyo”. Resulta fácil inferir que lo hizo en jet privado.

Bajo la estricta batuta del nuevo CEO, la firma duplicó su tamaño y dejó de ser una empresa familiar. En 2014, admitía la entrada del grupo inmobiliario Black­stone que adquirió un 20% de la compañía por 1.000 millones de euros ($us 1.243 millones), con ganacias en 2015 de 17,2 millones de euros ($us 21,37 millones). Pero de nuevo llegaron los números rojos. En 2016, Versace declaró 7,4 millones de pérdidas.

Para entonces Donatella había sustituido a Gian Giacomo Ferraris por Jonathan Akeroyd, llegado desde Alexander McQueen. “Contratarlo ha sido la mejor decisión que he tomado. Nunca me dice que no. Es británico y tiene una visión más internacional del mundo”. Según Akeroyd, la caída de beneficios responde a la fuerte inversión en la apertura de tiendas, y señala que las ventas han crecido un 3,7%.

Hermanos. En el entierro de Lady Di, en 1997, Donatella estuvo acompañada por Santos. En el círculo, la diseñadora con el desaparecido Gianni. 

“Trabajar con un ejecutivo que no entiende de moda es muy complicado”, apunta Donatella. “Cuando lo único que sabe es de números, resulta peligroso. Con todos mis respetos, si solo escuchas a la gente de marketing pierdes tu personalidad y acabas siendo como todos los demás”. Para Donatella este es, sin duda, uno de los grandes males que aqueja a la industria del lujo actual. “Ha llegado el momento de volver a ser arriesgados, divertidos, espontáneos. Hay 10 veces más marcas que cuando Gianni vivía. Algunas son muy interesantes. Pero la mayoría resultan iguales. La monotonía acabará matando la moda”.

El sector afronta una crisis estructural y ha puesto sus esperanzas en los millennials, la generación nacida después de 1980 y que en 2025 acaparará al 45% de los consumidores de productos de lujo, según un estudio de la consultoría Bain & Co. “Son ellos los que deciden qué va a comprar el mercado”, asegura Donatella. Pero captar su atención y descubrir qué quieren no es sencillo, a juzgar por la cantidad de propuestas fallidas. “Sigo a muchos millennials en Instagram y veo cómo visten. Su estética cambia radicalmente de un día a otro. No son como nosotros, que teníamos un estilo definido. Pero la clave es que en todos sus looks buscan algo que los diferencie, que les permita expresar su personalidad, algo único”.

Donatella sabe de lo que habla. Sus dos hijos, fruto de un matrimonio de 17 años con el modelo estado­unidense Paul Beck, son millennials. Allegra, de 31 años, está en el consejo de administración de la firma y trabaja en Versus, la línea más asequible de Versace. “Daniel, de 28, es un rockstar que cuando llega Navidad me suplica que decore la casa como cuando era pequeño… Ellos cogen una pieza de una colección y la mezclan con sus propios jeans o con algo que no tenga nada que ver. Esa es la tendencia. Tienes que darles algo auténtico y que cuente una historia. Y con mi última colección yo les he contado una: la historia de los 90 y de cómo empezó todo esto. Por eso fue un éxito”.

—Pero la mayor parte de los millennials no tienen dinero…

—Eso no es verdad. No hablamos de niños de 15 años, sino de personas de 30. Tienen capacidad para adquirir una camiseta, buenos vaqueros, una camisa.

Genio y figura. Su antiguo CEO, Ferraris, asegura que la mayor habilidad de Donatella es la de “proyectarse en el futuro, interactuar con las nuevas generaciones y anticiparse a las tendencias”. Siempre ha considerado imprescindible rodearse de jóvenes creadores y ha demostrado tener un olfato infalible para detectar el talento. Por Versus han pasado, cuando todavía eran figuras emergentes, Anthony Vaccarello, actual director creativo de Saint Laurent; Virgil Abloh, adalid del street style de lujo, y J. W. Anderson, responsable de Loewe. “Cuando vi la primera colección de Anderson no la entendí, pero tenía mucha fuerza. Le pedí que interpretase Versace desde su propia perspectiva, no la mía, y me entregó ideas realmente fantásticas”.

No oculta su orgullo como mentora y mamma creativa. Representa esa figura protectora para algunos de los diseñadores más influyentes del momento, como Riccardo Tisci, con el que mantuvo conversaciones —finalmente infructuosas— para que entrase a formar parte de su compañía. “Trato de entender todo lo que sucede en la moda, otra cosa es que me interese. Pero en este trabajo nunca puedes decir nunca; porque, cada vez que he jurado que no haría algo, he terminado haciéndolo”. Su carcajada es contagiosa. Los miembros de su equipo comentan que está “de muy buen humor”, motivada.

Acaba de recibir el premio Icono de Moda del British Fashion Council y en mayo inaugura en el museo MET de Nueva York Heavenly Bodies, exposición que patrocina y que gira en torno a la influencia del catolicismo en la moda. “El Vaticano ha prestado por primera vez 15 piezas. Estoy muy contenta porque, como italiana, el Vaticano son mis raíces”. Está emocionada. “No sé por qué se tiene una imagen tan fría de mí. Los valores familiares son lo más importante en mi vida, y cuando la gente me conoce se sorprende y me dice que soy muy cercana y cariñosa”.

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Virgil Abloh, diseñador ‘influencer’

Representa el paradigma del nuevo creador que está por venir. “Tengo un grupo de chat con mi equipo, copio y pego, envío fotos de cosas que me inspiran, dibujo. No tengo asistente. Es una forma de trabajar nueva. Las ideas fluyen, nadie tiene una tarea concreta”, explica.

/ 24 de octubre de 2017 / 16:00

En solo tres años, ha concebido una de las firmas más deseadas del momento. Convoca a los asistentes a sus desfiles por Instagram y encarna como ningún otro el poder de las redes sociales. Virgil Abloh, un estadounidense de 37 años, tiene un método de trabajo, una estrategia de comunicación e, incluso, un discurso creativo que responde a las reglas de ese universo digital. Representa el paradigma del nuevo creador que está por venir. “Tengo un grupo de chat con mi equipo, copio y pego, envío fotos de cosas que me inspiran, dibujo. No tengo asistente. Es una forma de trabajar nueva. Las ideas fluyen, nadie tiene una tarea concreta”, explica.

Hace tres años fundó Off White, acaba de firmar una colaboración con Nike y en junio presentó su primera colección para hombre en la feria de moda masculina más relevante de Europa. Este rápido ascenso dentro del establishment resulta especialmente sorprendente teniendo en cuenta su singular y subversiva percepción del lujo. “Antes debía ser algo caro y tenía que ver con los mejores materiales del mundo, pero creo que las nuevas generaciones entienden que es cualquier cosa que les guste y que codicien”, argumenta.

Antes del desfile, Abloh se mueve frenéticamente de un lado a otro: da indicaciones a sus modelos —mucho más relajados que él—, escribe personalmente notas en post-its que luego coloca en cada una de las zapatillas deportivas que se ven en la pasarela, habla con su esposa por teléfono y consulta su Iphone 70 veces por minuto. Es su universo y su arma. Ahí promociona y es promocionado, elogia y recibe elogios de su mediática y mundialmente famosa troupe.

El diseñador de Chicago es el chico popular de la clase. Además de celebrities varias, cuenta entre su círcu­lo de amigos y followers con dos de los diseñadores más influyentes y vanguardistas del momento: Demna Gvasalia, al frente de Vetements y Balenciaga, y Shayne Oliver, responsable de Hood by Air y recientemente nombrado director creativo de la revivida firma de culto Helmut Lang. Además, no hay fiesta de la moda con pretensiones hiphoperas que no cuente con él como DJ. En septiembre, incluso pinchó en el desfile de Tom Ford.

Abloh ha demostrado ser un maestro en la gestión del fenómeno influencer. A través de sus célebres amigos alcanza a una audiencia global, refuerza la imagen de su marca en el nicho de mercado que le interesa —­el de los que admiran a las mujeres que defienden su estética— y gana a su vez poder de prescripción.
Abloh asegura sin parpadear que el fin de su marca no es vender ropa. “Si solo persigue ese objetivo deja de ser una expresión artística”. Dando forma a todo, una estética urbana y deportiva que trata de elevar los códigos de la cultura skater y grafitera con ínfulas experimentales y una buena dosis de ironía. “Es la raíz del diseño moderno, lo que define a nuestra generación. No queremos entrar en una tienda y salir vestidos de arriba abajo de esa marca, sino mezclar lo exclusivo, lo caro con lo barato”, argumenta.

Su madre, una inmigrante de Ghana, fue modista durante “casi 50 años”, y aunque Abloh estudió ingeniería en la Universidad de Wisconsin, defiende que sabe perfectamente cómo se debe coser una prenda. No todo son likes y retuits. El creador tiene su sede empresarial en Milán y desfila en la semana de la moda de París. Su proyecto es serio, asegura, aunque, a veces su forma de gestionarlo no lo sea tanto. En junio del año pasado, el creador compartía en su cuenta de Instagram la foto de una invitación para su desfile a nombre de Luka Sabbat, un influencer neoyorquino de tan solo 19 años que se precia de ser el mejor amigo de Jaden Smith, hijo del actor Will Smith. En el texto que acompañaba a la imagen podía leerse: “Voy a sacar a Luka en el show, así que no va a necesitar su invitación. La dirección y la hora están aquí para que vengan todos los chicos. Muy inclusivo, no muy exclusivo”.

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Ocho claves para salir de fiesta en nueva york

La cuestión es divertirse, dejarse llevar es importante, arreglarse para comerse la noche neoyorquina sin desentonar con la gran ciudad.

/ 1 de junio de 2014 / 04:00

Si la actriz Chloë Sevigny representa el epítome del cool posmoderno, su hermano Paul es el equivalente dentro de la noche neoyorquina. DJ, empresario y a-lister (aquellos que siempre son invitados a los eventos más exclusivos de la ciudad), acaba de inaugurar su primer club, el Paul’s Baby Grand, en el corazón del barrio de Tribeca. Da algunas de las claves para moverse como un insider (y no como un turista a una Lonely Planet pegado) por la noche neoyorquina.

1. Música: vulgar sin complejos.

El lema es no tomarse demasiado en serio a uno mismo. Durante años existió una especie de competición por ver quién era el más purista, crítico y vanguardista de los DJ neoyorquinos. Los grupos pasaban de ser “lo más a lo más obvio” en el mismo fin de semana, con su consiguiente revival nostálgico al mes siguiente.

“La gente cada vez trabaja más y cobra menos, y cuando tiene un rato para salir quiere disfrutar de verdad. Y eso significa que a veces puedes permitirte pinchar la canción más vulgar del universo. No se trata de ser tan cools que nadie te entienda. Se trata de hacer que la gente se divierta. Sin complejos”, explica Sevigny al referirse a la selección musical.

2. Bebidas: olvida el Cosmopolitan.

La complejidad técnica de la coctelería neoyorquina ha llegado a cotas tan elevadas que resulta incluso sobrecogedora. “La época en la que las copas venían con un manifiesto ha pasado. Todos agradecemos que haya un profesional detrás de la barra, pero creo que muchos se preocupan más de lo que deberían: no es ingeniería química. Ahora se llevan los cocteles trabajados, pero con una presentación que te haga sonreír. No hay que tener miedo de servir un trago granizado sobre un coco coronado con sombrillas. Hay que empezar a divertirse antes de que el alcohol llegue a la sangre”. Y sobre el coctel Cosmopolitan, Sevigny tiene muy clara su postura: resulta tan fácilmente ridiculizable que lo verdaderamente esnob es no hacerlo. “No hay que burlarse de los turistas que quieren sentirse como Sarah Jessica Parker”.

3. Ropa: chinelas no, esmoquin sí.

La tendencia es ir hacia una estética más arreglada tras años de dictadura chinelística. “Hemos llegado a un punto en el que si apareces en esmoquin frente a la puerta de mi bar tienes garantizada la entrada, aunque solo sea porque haces juego con el papel pintado de las paredes”, bromea. La ciudad, en su opinión, se está volviendo demasiado relajada en comparación con los implacables noventa y los sobreproducidos ochenta. “Elegir tu vestimenta, ponerte guapo, es parte de la ceremonia y donde empieza la emoción”.

4. Admisión: no cualquiera.

Los estilosos, dentro. Serán considerados motivos de expulsión inmediata: llevar camisa blanca con jeans, gorros de lana —“da igual que todos los hombres que viven en Hollywood los usen”—, carteras con cadena, zapatos con punta cuadrada; y, en el caso de las chicas, tops de fiesta. “No importa que seas importante o hayas hecho algo importante, si vas vestido como un andrajo, te quedas fuera”.

5. Citas: todos con todos.

Las mujeres lo tienen complicado  “porque cada vez quedan menos hombres”. De lo que se infiere que los hombres lo tienen cada vez más fácil. ¿El único problema? Los grupos se han vuelto pequeños y aislados: modelo Friends. “Por eso los clubs que funcionan son los que mezclan gays, lesbianas, gente mayor y más joven. Lo monotemático es un aburrimiento”.

6. Cirugía plástica: prohibida.

“Los Ángeles da miedo. Cuando ves a la gente no sabes si aún siguen siendo humanos con tanta cirugía, y en Chicago está pasando lo mismo. Gracias a Dios en Nueva York bótox y silicona se consideran lo peor, puede que sea por la influencia europea. La única persona con grandes pechos falsos que podría entrar en mi club sería un hombre”.

7. Edad:  veinteañeros.

“La gente se casa menos de lo que solía hacerlo, así que la edad media de los bares ha subido considerablemente en los últimos años. Pero en Nueva York no se sale ni la mitad que en Europa”. Así que, aunque los mayores de 35 años están un poco mejor representados que los Verdes en el Parlamento, la noche sigue siendo de los nacidos d. K. (después de la muerte de Kurt Cobain).

8. Zonas: siempre Brooklyn.

Hace diez años “todo se movía” en torno a Chelsea y al Meatpacking District, que vivió su revitalización gracias a la avalancha de tiendas y restaurantes de autor entre las calles 14 y Hudson. “Poco a poco los bares se han ido moviendo hacia Hells Kitchen (la zona más baja y sucia de la ciudad en el siglo XIX, delimitada por las calles 34 y 59) y Bowery (donde se encontraba la mítica sala CBGB, hoy convertida en una tienda de John Varvatos)”. Sin olvidar Brooklyn, que “es donde están sucediendo las cosas más excitantes ahora mismo y el lugar con los impuestos más bajos de todo Estados Unidos. El sitio perfecto para los que tienen veinte años”, sentencia Sevigny.

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