Sunday 19 May 2024 | Actualizado a 12:48 PM

Lealtad al cacharro: Los socios del Club Brasilias dicen que el auto es parte de la familia

El motor en la parte trasera y el ruido que genera hacen de este vehículo de Volkswagen un modelo muy especial.

/ 21 de diciembre de 2015 / 04:00

Danushia, la esposa de Sergio Campos, no estaba de acuerdo con el nombre del Volkswagen Brasilia que acababan de comprar, por lo que se mezclaron en un debate en apariencia interminable, hasta que un día la disputa fue dilucidada por la hija de ambos, cuando se refirió al vehículo como Don Tití. Desde entonces, el coche verde lechuga modelo 1980 se ha convertido en parte inseparable de la familia y en un símbolo del Club Brasilias Bolivia, un grupo de amantes de esta máquina a la que califican de leal.

“Los que tienen coches nuevos me piden que levante mi carcacha de la carretera, pero ni bien pisa el asfalto se hace respetar”, asegura Sergio, y como muestra de su cariño da unas palmadas al capó de su auto, como se lo hace con los amigos de mucha confianza. Si bien Don Tití sufre las consecuencias del tiempo y le falta un poco de pintura, su dueño lo mantiene limpio y le añade adornos y accesorios que le dan cierta personalidad. Como las luces alógenas amarillas que usa para recorrer las rutas paceñas. Ama a su Brasilia.

A principios de los años 70, la empresa Volkswagen estaba sustentada por tres modelos: la peta, la combi y el karmann. Ante este panorama, Leining Rudolph, presidente de la firma de coches en Brasil, se puso como meta construir un auto que sustituyera la producción anterior. Es por ello que para celebrar los 13 años de la creación de la capital del país vecino, en 1973 fue presentado el Brasilia, un vehículo ágil y fácil de manejar, con un motor en la parte trasera muy ruidoso que lo diferencia de los demás. Tal vez esas características han hecho de estos vehículos un objeto apreciado en el continente americano, incluido el país, donde los fanáticos de este singular modelo dieron vida al Club Brasilias Bolivia. Sergio es uno de los 30 socios activos de la agrupación, fundada el 8 de septiembre de 2013 con personas que coincidían en el mismo sentimiento.

“Nos juntamos entre algunos amigos para compartir nuestras experiencias, así es que decidimos ampliar el grupo a todos los que tuvieran su Brasilia”. Rodrigo Zenteno, el presidente de esta organización, recuerda de esa manera a Danilo Machicado, Paul Valenzuela y Fidel Delgado, apasionados por los coches que fueron fabricados hasta 1982.

Rodrigo tiene a su Negra Brazuca, su primer y hasta ahora único auto, el que adquirió hace 15 años, antes de ingresar a la universidad y con el que ha compartido tantas historias que lo considera parte inseparable de su vida. Cuando se le pregunta si lo vendería, responde con un taxativo: “No sale de mi familia”.

En su caso, este apego le fue inculcado por su progenitor. Raúl Mendoza  aprendió a manejar con un Brasilia cero kilómetros modelo 1975 que su padre compró en una importadora. Una vez que el ahora médico formó su propia familia, su economía solo alcanzaba para conseguir un motorizado barato. Y se acordó de la Brasilia: “Parecía como hecho en manualidades; íbamos parchando una cosa, parchando otra, hasta ponerlo bien”. Con el tiempo adquirió otros vehículos, pero Raúl guardaba un deseo que se lo confesó un día a su esposa Carolina: tras jubilarse iría a comprar un Brasilia para pasear los fines de semana. El sueño se hizo realidad hace ocho meses, cuando obtuvo a su Mona, un coche azul plateado con aros y escape deportivos. “Hemos pasado los mejores momentos con mis hijos, hemos viajado a todo lado, incluso nos aventuramos a los Yungas cuando aún no había la carretera asfaltada. Es un auto muy noble”. Esta sensación también es compartida por Daniela Murillo, una de las pocas mujeres en el club y que maneja uno al que bautizó como Brasilia, igual que el nombre del modelo. El vehículo rojo perteneció a su madre, pero como “no lo utilizaba”, decidió quedárselo. “Ni bien aprendí a manejar saqué el Brasilia y desde ese momento no lo suelto”.

Es probable que lo que más le agrade sea la lealtad de los fierros, porque “me han chocado y yo igual seguía manejando. Llega a donde tenga que llegar, a veces rodando, apenas, pero llega. Yo no sé, pero uno lo siente muy noble”. Estos imponderables han hecho que Daniela también sea una entendida en mecánica y que con sus amigas hable del cambio de un cigüeñal o de una correa ventiladora, “pero todos aman a mi Brasilia, porque nos lleva a cualquier parte”. “Prácticamente he nacido en este carro”, asevera Fidel Delgado, vicepresidente del club, acerca de su primer encuentro con este modelo de Volkswagen. Su apego se reflejó cuando consiguió la licencia de conducir y quiso hacer “modificaciones” al coche de la familia, pese a la reticencia de su padre. Un día, en la Feria 16 de Julio de El Alto, Fidel encontró un Brasilia plomo oculto debajo de autopartes usados y repuestos de otros automóviles. Al principio, los dueños se lo ofrecieron en 1.000 dólares. “Si te animas ahorita, llevátelo en 900”. Esa misma tarde retornó con su madre para iniciar la transacción, hasta que finalmente cerraron el negocio en 800.

Desde ese momento, Fidel ha dedicado gran parte de su tiempo a la Leo. Tal es así, que muchas veces prefiere trasladarse en bicicleta a su trabajo con el objetivo de ahorrar dinero y comprar lo necesario para mejorarlo, el fiel compañero con el que incluso ganó competencias de cuartos de milla organizados por la Asociación Paceña de Aceleración y Tuning. “Todos piensan que un auto es fierro y lata, pero con mi papá nos hemos acostumbrado a verlo como parte de la familia”. Fidel llega a creer que su Leo siente celos. “Tenía una chica a quien no le gustaba mi coche y cuando iba a pasear con ella, siempre pasaba algo, se pinchaba la llanta o se rompía el cable del acelerador”. Así es que un día tuvo que elegir. Ahora enamora con Ana, que “siempre se preocupa por la Leo”.

Por otro lado, existen socios del club que tienen afición por modificar sus automóviles de acuerdo con sus gustos personales, como Ariel Apaza, quien reflejó su simpatía por los animés y mangas en su Brasilia blanco, que tiene además imágenes pintadas de las series Le Portrait de Petit Cossette y Tokio Ghoul en los costados y en la parte delantera. Edwin Espinoza tiene en Demian —su Brasilia rojo y negro— un lienzo metálico donde deja volar su imaginación en las modificaciones. De hecho su auto es blanco, pero lo cambió de color por dentro y por fuera para que se transformase en una obra de arte, a la que aumenta detalles para darle su propia personalidad.

Otro ejemplo es un motorizado Volkswagen transformado en buggy, que cuando Ricardo Rivas lo vio por primera vez  “se enamoró inmediatamente”, cuenta su papá Julio, cómplice de la obsesión. Esta agrupación de fanáticos tiene en la actualidad 85 socios en La Paz, 25 en Oruro, 20 en Cochabamba, 15 en Potosí, dos en Tarija y, por ahora, uno en Sucre. Rodrigo explica que para afiliarse a la organización existe la condición de tener un Brasilia, pagar 10 bolivianos para la roseta que los identifica y asistir a las reuniones. Además de los números de teléfono (70534415 – 70549718) y el grupo de Facebook (Brasilias Bolivia, que tiene más de 1.730 miembros), el club cuenta con un número de WhatsApp mediante el cual los socios ayudan a quien tuviese algún problema con su vehículo.

Ésa es una de las razones por las que el auto de Sergio es el más querido por los miembros del club. “Don Tití ya es una leyenda porque se planta en todo lado, entonces él (Sergio) pone en la red dónde se encuentra y le ayudamos a cambiar la llanta. A veces se sale el cable del acelerador o se descarga la batería, debemos ayudar a empujar”, revela Rodrigo. Acerca de su Brasilia, Sergio confiesa que si bien se pensó en la posibilidad de vender a Don Tití, Danushia “le ha agarrado cariño y creo que se quedará por un largo tiempo. Es parte de la familia”.

Breve historia del Brasilia

Brasilia es un vehículo que se produjo entre 1973 y 1983 por Volkswagen do Brasil. El objetivo de este proyecto era fabricar un auto práctico y económico para su uso en los centros urbanos, con más espacio por dentro y manteniendo la robustez de las petas.

En un inicio, la prensa especializada no sabía cómo encuadrarlos, si como una miniperua VW, una mini Variant o un anti Chevette. No obstante, el Brasilia tiene personalidad propia, con líneas rectas y modernas, y un vidrio amplio que permite ver en todas las direcciones.

El coche, que debe su nombre a la capital brasileña, está equipado con un motor de 1.584 cc montado en la parte trasera, refrigerado con aire y con cuatro cilindros opuestos.

Es, además, el segundo modelo Volkswagen en el mundo en ser construido fuera de Alemania —el primero fue el también brasileño SP2, en 1972—.

Como la producción había superado el medio millón de unidades para 1975, se armaron otras 126.000, pues era buscado por jóvenes y familias pequeñas. En 1976 se adoptó el motor para ser alimentado por dos carburadores, que aumentaron su potencia a 65 HP (caballos de fuerza), pero su principal problema era el ruido interior. Si bien se presentaron versiones con acabados más lujosos, nunca se solucionó este problema. En 1978 salió la versión de cinco puertas, que fue más del agrado de los taxistas que de las familias. En 1980 apareció el Brasilia LS, una versión más equipada y con un tablero con más instrumentos. Los asientos son de un diseño más anatómico y con cabeceras delanteras.

En la parte frontal se destacan cuatro faros redondos y luces direccionales integradas en el guardabarros. Su parte lateral es armoniosa y equilibrada. Debajo de la ventana lateral trasera se aprecian grandes tomas de aire para la refrigeración del motor. Mientras que en la parte trasera, debajo del parachoques, una pequeña parrilla esconde el caño de escape.

En mayo de 1980, Volkswagen do Brasil presentó el modelo GOL, un auto más moderno y atractivo, lo que determinó la caída del Brasilia, que terminó su producción en marzo de 1982, después de más de 1 millón de unidades, de las que 950.000 fueron comercializados en Brasil.

En Bolivia se adaptó muy bien a los terrenos del país, tanto así que entre 1975 y 1985 ingresaron más de 176.000 unidades de estos motorizados. El Brasilia fue exportado a Colombia, Chile, Uruguay, El Salvador, Filipinas, Paraguay, Honduras y Nigeria, mientras que en el continente europeo se comercializó en Portugal. La planta de Volkswagen de la población de Palma Sola, en el estado de Carabobo, también produjo este modelo de vehículo.

Características del modelo

• Motor: Refrigerado por aire

• Cilindros: Cuatro cilindros opuestos

• Cilindrada: Entre 1.550 y 1.600cc  

• Carburador: Un cuerpo (una boca)

• Potencia: 60 a 65 HP (caballos de fuerza)

• Tracción: Trasera  

• Consumo: 140 kilómetros con 10 litros

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EL REGRESO Los trazos de José Ballivián

El artista paceño presenta una selección de dibujos en Kiosko Galería de Santa Cruz

Los trazos de José Ballivián

/ 19 de mayo de 2024 / 06:58

—¿Qué hará Quilco en la vida?” —él respondió resuelto: — ¡Nada!

Y tornó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar. Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.

Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymara:

—Tatay me he regresado…

Fragmento final del cuento ‘Quilco en la raya del horizonte’ de Adolfo Cáceres Romero

La reflexión sobre lo mestizo implica una definición de raza, una combinación que se ha producido en Bolivia antes de la llegada española y que tuvo un impacto político por los privilegios que gozaban los españoles y sus hijos durante la así llamada colonización.

Las reivindicaciones raciales, de alguna forma fracasadas durante la revolución de 1952 en Bolivia y los grandes esfuerzos políticos de este siglo por darle presencia a algunos grupos hasta entonces marginados, generaron propuestas estéticas que no solamente repiensan la idea de igualdad ante la ley, sino que también reivindican sus expresiones estéticas y, en algunos casos, como los de Adriana Bravo, Iván Cáceres y José Ballivián, entre otros, estiran esta reflexión hasta lugares que si bien transgreden los márgenes de lo políticamente correcto, son una inevitable muestra de la expresión cultural de una Bolivia actual, responsable por una condición social en la que los flujos comunicativos ponen en permanente diálogo lo local, popular y andino con los dejos producto de la imparable invasión global. 

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Esta muestra titulada El Regreso, inspirada en el cuento Quilco en la Raya del Horizonte de Adolfo Cáceres Romero, sugiere un retorno a una práctica tradicional y a una representación normativa como lo es el dibujo de José Ballivián, pero que se distingue y se diferencia por las temáticas que presenta y en las que se pone en tensión combinaciones culturales poco ortodoxas y en muchos casos políticamente incorrectas.

José Ballivián reflexiona sobre las múltiples capas que conforman la identidad nacional.

La selección de dibujos de distintas épocas conjuga un cuerpo de obra que se enfoca en lo así definido como mestizo, pero que simplemente implica la visibilización de ciertos grupos que consiguieron combinar con éxito visiones transversales sobre lo boliviano.

*El artista José Ballivián expone una selección de dibujos del 2013 – 2024 en la exposición ‘El regreso’ en Casa Melchor Pinto (con la colaboración de Kiosko Galería) de Santa Cruz. La muestra permanecerá abierta del 26 de abril al 2 de junio.

PERFIL

José Ballivián nació en La Paz, Bolivia. El artista visual estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles. Ha expuesto en muestras individuales y colectivas, como la 57a Bienal de Venecia en Viva Arte Viva, en el Pabellón de Bolivia (Venecia, Italia); Bienal Sur (Buenos Aires, Argentina), Bienal Conart (Cochabamba, Bolivia), Bienal Siart (La Paz, Bolivia), Museo de Arte Contemporáneo MAR (Buenos Aires, Argentina), Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino + Macro (Rosario, Argentina), Museo de Bellas Artes (Salta, Argentina), Museo Emilio Caraffa (Córdoba, Argentina) y el Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro (Tucumán, Argentina), entre muchos otros.

Texto: Douglas Rodrigo Rada

Fotos: José Ballivián

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Máncora Restaurant & Bar: Los sabores del Perú, en Sopocachi

restaurante y bar Máncora

Por Fernando Cervantes

/ 19 de mayo de 2024 / 06:47

Crónicas gastronómicas

Máncora es el nombre de una de las playas más bonitas del norte del Perú, caracterizada además por tener un agradable clima cálido los 365 días del año. Antiguo pueblo pesquero, tuvo entre sus visitantes nada menos que al laureado escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien anduvo por esos lares allá por el año 1956.

En la ciudad de La Paz, Máncora es el nombre de un nuevo restaurante situado en el barrio de Sopocachi, en el tercer piso de una antigua casona que cuenta con una calurosa terraza en la cual se puede disfrutar de una extensa carta que incluye variedad de ceviches, aperitivos, arroz con mariscos, chaufas y también platos para compartir, como piques o milanesas de la casa. Las especialidades peruanas —como el chupe de camarones, el lomo saltado o la jalea de mariscos— también dicen presente en este menú, pero evidentemente el protagonismo lo tiene ampliamente ganado su barco marino, que trae a bordo platos como el arroz dulce con camarones, jalea de mariscos, ceviche de trucha, ceviche de mariscos, cóctel de camarones, arroz chaufa de pollo, chaufa de mariscos, chaufa de carne, ceviche de camarones, salsas y canchita con chifles. El barco para seis personas está 350 bolivianos y para cuatro personas, a 250.

Algo interesante de mencionar es el amplio horario en el cual este restaurante abre sus puertas, pues se puede visitardesde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche los días de semana y el fin de semana la cocina está abierta hasta las 4 de la mañana.

Máncora Restaurant & Bar

  • Dirección: Av. Sánchez Lima # 2201, 3er nivel. Sopocachi.
  • Reservas: 72009685       
  • Rango de precios: Bs. 24 (empanadas de choclo y queso) a Bs 350 (Barco marino para seis personas)    
  • Producto estrella: Barco Marino. 
  • Horario de atención: Lunes, martes, miércoles y domingos, de 10.00 a 22.00. Jueves, viernes y sábado de 10.00 a 4.00 del día siguiente.

Peter Pablo es el propietario

restaurante y bar Máncora

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Contáctenos:

Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,  Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Nación Menotti: Un espectáculo para pensar

El 5 de mayo falleció el entrenador argentino César Luis Menotti, Julio Peñaloza recupera un texto que hizo sobre la visión de este estratega

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 19 de mayo de 2024 / 06:45

Pep Guardiola se convirtió en la confirmación de todo cuanto César Luis Menotti pregonaba desde los años 70 sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras, tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta para otros. De lo que ya no hay duda es de en qué consiste jugar lindo. La inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir fueron características de este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:

Cómo le pega Leonardo Pisculichi de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus compañeros mejor habilitados.  Cómo le pega  Neymar Jr. que le hizo el segundo al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con 30 años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más importante jugador boliviano fuera del país.

El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola
El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola

Siempre convencido de que el buen trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y otros —para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos—, me reencontré con los orígenes que me convencieron de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la albiceleste.

Pues bien, el número de El Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo, quien ofrece respuestas a 120 preguntas y cero cigarrillos luego de haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol y resultado.

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A Menotti le debemos infinitas reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que  botín político, —a pesar de haberse convertido en un negocio descomunal— ese que el propio Flaco calificó alguna vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.

Menotti fue mi maestro por entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74 y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador, arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil.” Y como para hacer más ilustrada tan rotunda afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola. Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó, no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco. Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la  otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió. Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”

Diego Armando Maradona

¿Qué más? Para fines de comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo. Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto refiriendo las virtudes de tres futbolistas —Pisculichi, Neymar Jr, Martins— que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre, con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota nuestros equipos.

Han transcurrido 46 años desde que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo, y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos, igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol, continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los días en el verde césped.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Internet

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‘Experiencia Ítaca’: la travesía interior multisensorial

La espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión de la protagonista

La actriz Cristina Wayar y la directora general de la obra, Roswitha Grisi-Huber.

Por Mitsuko Shimose

/ 19 de mayo de 2024 / 06:41

El hecho de haber sentido, conocido o presenciado algo tiene que ver con la vivencia, una de las acepciones de la palabra “experiencia”. Esta vivencia es transmitida a través del viaje interior en Experiencia Ítaca, propuesta teatral del grupo La valija de Penélope, que obtuvo el apoyo del Fondo Concursable Municipal de las Culturas y las Artes (Focuart 2023), estrenada ese mismo año y que regresó hace poco  a las tablas del Centro Cultural de España en La Paz y la Casa Grito. Esta obra, dirigida por Roswitha Grisi-Huber, es la puesta en escena del poemario Ítaca, de Blanca Wiethüchter (1947-2004), cuya reedición fue gestionada también el año pasado por el grupo teatral después de que la edición del año 2000 se hubiese agotado.

Experiencia Ítaca busca no solo mostrar la vivencia de Penélope (Cristina Wayar) durante la angustia de su espera —una angustia de amor que, para el teórico literario y ensayista francés Roland Barthes, en su libro Fragmentos de un discurso amoroso (2014), “es el temor de un duelo que ya se ha verificado, desde el origen del amor”—, sino también hacer vivenciar al público dicha angustia —y su resolución— a través de recursos multisensoriales.

Lo primero que se ve al ingresar al teatro es, naturalmente, la escenografía. Más allá de los elementos en la escena, lo que más resalta son los diversos colores, sobre todo en los vestidos guardados en el closet de la protagonista, los mismos que viste para pintar aquella espera grisácea. Bien lo señala Barthes que existe una “escenografía de la espera”, donde se provocan “todos los efectos de un pequeño duelo”, el cual es rehuido por  ella mediante el uso de prendas en toda la paleta de colores, convirtiéndose así el (des)vestirse en un acto subversivo.

En la puesta en escena se siente, además, el aroma del humo de la vela que la actriz apaga luego de prenderla, cuya luz denota esperanza, y desesperanza cuando ella extingue la llama con su aliento. Era al encender la vela que su angustia se incrementaba, lo que no quiere decir que al apagarla el desasosiego desapareciera. “La angustia de la espera no es continuamente violenta; tiene sus momentos apagados”, apunta al respecto Barthes.

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El sentido del gusto se hace presente a través del vino que bebe Penélope (nombre griego que significa “la que teje”), algunas veces imaginando la celebración de cuando esa ausencia se disolviera, u otras, en actitud de cavilación, la cual la lleva del tejer y destejer al escribir y reescribir. “Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas)”, se lee en  los Fragmentos.

La sonoridad —cuyo diseño está a cargo de Canela Palacios— también se percibe claramente en la puesta en escena a través de llaves, sogas tensionadas, arena en un círculo de papel mantequilla, entre otros, cuyas resonancias simbolizan collares, el paso del tiempo y las olas del mar. Del mismo modo se escucha el canto de Penélope, que al igual que el de las sirenas, es el que realiza el conjuro que invoca su nombre en el acto de aguardar. Ya decía Barthes que “la espera es un encantamiento”. Según este teórico francés, “la ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda —y no de quien parte—. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa)”; pero debido al conjuro, el estado de espera se subvierte.

Unida a la percepción del oído, está la del tacto, pues todo lo que toca la protagonista tiene un sonido específico acompañado de particulares texturas, como el tejido y el telar o, se manifiesta desde el re-descubrimiento de su propio cuerpo, algo que le brinda conciencia de sí misma a través de su corporeidad. Para Barthes, es necesario sacrificar ese Imaginario del otro, para acceder al “amor verdadero”, ese que logra sacarla de su espera sin (des)esperar y que la envuelve en su propio abrazo.

De ese modo, en Experiencia Ítaca, la espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión en la que la actriz se sumerge durante su viaje interior multisensorial. Esta introspección la lleva a tejer/escribir su propia historia, conduciéndola al tan anhelado encuentro, que ya no es con el otro, sino consigo misma, re-unión que se da en el mar de su isla natal de la cual se reapropia borrando la sensación de anulación que genera la espera, puerto al que llega en el buque de su propio nombre: Penélope, y que termina diluyéndose para convertirse una con el océano: Ítaca florece.

Texto y Foto: Mitsuko Shimose

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Nocturno de Tiwanaku

El sitio arqueológico de Tiwanaku abrió sus puertas —de 19.00 a 22.00— para la Larga Noche de los Museos. Una experiencia diferente.

/ 19 de mayo de 2024 / 06:30

Son las siete de la noche y hace (mucho) frío. Un centenar de personas esperan a que las puertas de acceso al sitio arqueológico de Tiwanaku se abran. Llegan los primeros guías y piden paciencia. Es la quinta vez que la Puerta del Sol, los monolitos, el templete subterráneo y las pirámides de la cultura tiwanacota van a ser apreciados de una manera diferente: de noche. Bajo la oscuridad y bajo las estrellas de mayo (mes de la Chakana), Tiwanaku —la vieja capital— revela sus misterios ancestrales.

La pirámide de Akapana es la primera parada del recorrido nocturno. La Chakana —la Cruz del Sur— se ve con todo su esplendor bajo un cielo despejado. El templo está estratégicamente pensado para disfrutar de las deidades astrales en forma de constelación cuadrada y escalonada. La cultura tiwanacota perduró durante más de 25 siglos y siempre supo dónde estaba el sur, gracias a la chakana.

Se ven colores azulados y blancos, rojos, naranjas. Todas las estrellas son más grandes y luminosas que el sol. Los tiwanacotas y otras culturas ancentrales estaban íntimamente conectados con el cosmos, con el cielo. En esta noche de Tiwanaku, lejos de las luces de la ciudad, esa relación —olvidada con la llegada de la era de la industrialización— renace de repente. Es un viaje en el tiempo.

En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.
En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.

El “puente/escalera” (eso significa chakana en quechua) está frente a los ojos de los que llegaron. La conexión entre el mundo terrenal y el mundo de los dioses se dibuja en el firmamento despejado. Son los cuatros “suyos”. Un guaraní que visita Tiwanaku por primera vez dice en voz alta en el primer grupo de visitantes: “no veo una cruz, lo que veo yo es al ñandú”. Tiene razón (también): la constelación lleva la forma de una avestruz. Cada uno ve lo que quiere.

La segunda estación es el monolito Ponce. Es la estela ocho. Estamos dentro del Templo de Kalasasaya, el templo de las piedras paradas. Tiene tres metros y es de una sola pieza, de piedra andesita. Tiene lágrimas con forma de pez, hombres alados, águilas, plumas, cóndores. De noche impresiona más, de noche parece saber cómo y porqué desapareció la cultura tiwanacota, esa que se extendió desde las costas del actual Chile hasta el altiplano, desde el Perú hasta la Argentina actual. ¿Qué pensaría la noche que lo “descubrió” Carlos Ponce Sanginés? Dime cuál es tu verdadero nombre, ahora que está oscuro y nadie nos escucha. Cerca está el monolito Fraile, pieza de arenisca veteada. Tiene peces. Es un dios del agua, cuando el lago Titicaca llegaba hasta estas orillas. En una mano un “keru” (vaso) y en la otra un báculo. Viste faja. Fue enterrado con honores. No sabemos cuándo resucitará.

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Unos metros más adelante, al extremo oeste, los turistas se sacan fotos con la Puerta del Sol. Está iluminada y la gente aprovecha para sacarse “selfies”. Dicen que antes adorábamos a la luna y luego la cambiamos por el sol. Este recorrido nocturno es una ofrenda a la diosa luna, esa que ilumina nuestras noches de insomnio. Espero que Huiracocha, el Señor de los Báculos, no se moleste.

Los visitantes observan y toman fotografías a las estelas de Tiwanaku.

Caminamos en la oscuridad, hay que mirar al suelo para no tropezar. Algunos alumbran el piso con la luz de los celulares. Cuando bajamos hacia el Templo de Kalasasaya, hay que agarrarse de las piedras de las escaleras, de las paredes balconeras. La temperatura, a campo abierto, roza los cero grados. Cuando llegamos a la escalinata de piedra, todos se paran para sacar fotos. Cuando bajamos al templete subterráneo, al mundo de abajo, las 175 cabezas clavas de roca caliza dan más miedo que de día. Están a punto de contarnos la verdad en esta noche de misterio. La guía habla de mensajes extraterrestres que se escuchan en las noches más frías, como la de hoy.

En el centro del templete estaba el monolito Bennet, la estela Pachamama. Hoy está a resguardo en el Museo Lítico, bajo techo. Ha sufrido demasiado desde que fuera llevada a la fuerza y sin permiso de la comunidad a la ciudad de La Paz en 1932. Primero estuvo en el Prado y luego junto al estadio Hernando Siles en Miraflores. Cada vez que lo movieron/molestaron sin pedir permiso/ofrenda ocurrieron desastres, especialmente inundaciones, como aquellas del 2002 cuando fue trasladado de vuelta por última vez. Su “descubridor”, el gringo Bennett, murió ahogado en una playa de su país, Estados Unidos. Con los dioses no se juega y menos si son gigantes. En su lugar, hoy está el Monolito Barbado, es la estela 15 o “Kontiki”. La guía apura a los visitantes: “vayan saliendo, tienen que entrar el resto de los grupos”.

De regreso al Museo Lítico, nos chocamos con otros grupos. En la entrada del museo, los chicos del grupo de teatro de la UPEA, la Universidad de El Alto, escenifican pasajes y leyendas. El paseo por las salas cerámicas y líticas es gratuito cuando Tiwanaku se muestra de noche.

La estela Pachamama luce imperial, sobrecoge por su tamaño. Me gustaría que estuviese de nuevo en su lugar junto al resto de las estelas, junto a sus hermanos, como reina de la noche. Son las 10 y los últimos minibuses devuelven a los citadinos a las luces de la ciudad. El sortilegio ha terminado. Los gigantes duermen tranquilos. Hasta el próximo nocturno de Tiwanaku.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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