Fernando Arze, entre el placer y el suplicio de crear
El reconocido actor paceño se encontró con el teatro mientras estudiaba ingeniería en Estados Unidos. Sin embargo decidió dedicarle su vida al arte, lo que lo llevaría a vivir en Nueva York, Río de Janeiro y La Paz, además de convivir con un futuro permanentemente incierto.

Sentado en un bus, Fernando Arze Echalar estuvo cerca de una hora debatiéndose consigo mismo. Pasó todo el trayecto desde la casa de su madre en Río de Janeiro (Brasil) hasta el centro cultural en el que había recibido su primera clase de teatro preguntándose por qué volvía. Al llegar, se decidió a entrar, aún con el conflicto interior revolviéndole el estómago.
Estaba visitando a su mamá, Leonor, durante las vacaciones de su segundo año de universidad, que cursaba en Estados Unidos. Un día antes, él y una amiga suya decidieron ir a ver una película y donde la proyectaban también estaban dando un taller de actuación para principiantes.
“Por la insistencia de la secretaria decidimos entrar. Irrumpimos en un cuarto oscuro con personas que hacían ruidos raros. Nunca había visto algo así y me quedé casi dos horas y media sentado en un rincón preguntándome por qué no salía de ahí, hasta que me pidieron que improvisara”, comenta el artista paceño, quien ha protagonizado cintas como Muralla —por la que ha recibido premios internacionales— El río y Fuertes, entre otras. Actualmente forma parte del elenco de la serie brasileña (producida por Fox) 1 contra todos.
Esa improvisación cambió su vida. Fernando nació en La Paz en 1973. Pasó diez años en su ciudad natal y luego se mudó junto a su familia al Brasil. Allí pasó siete años, terminó el colegio y se mudó a Estados Unidos para ir a la universidad. Había elegido especializarse en Ingeniería, y al poco tiempo se dio cuenta que no era algo que le apasionara.
El teatro nunca había llamado su atención —“me da vergüenza decirlo, pero hasta entonces había ido al teatro a ver obras máximo unas tres veces”—, sin embargo en cuanto comenzó a crear, el ejercicio lo consumió por completo y al terminar las personas a su alrededor estaban conmovidas.
“El monólogo trataba de un viejo payaso al que le anuncian que ha sido despedido, poco antes de que entrara a escena. Recuerdo cómo eran sus medias, cómo lucía al mirarse frente a un espejo, cada detalle, me acuerdo de todo. Volver a Estados Unidos después de eso fue uno de los días más tristes de mi vida”, comenta el teatrista, quien ha dirigido obras como Arte, junto a Cristian Mercado, Gory Patiño y Luigi Antezana y 7 Menús, de la compañía Coyoacán en Agosto.
En Pensylvania (EEUU) los estudios volvieron a absorber su atención y su tiempo, hasta que se abrió un taller de teatro, donde además de montar escenas viajarían a Nueva York para asistir a diferentes obras. Sin dudarlo, Fernando se inscribió y al volver del viaje supo que eso era lo que quería hacer. En paralelo a sus exámenes finales daba audiciones en un intento por entrar a diferentes escuelas de artes escénicas. American Academy of Dramatic Arts lo aceptó y así, su título de ingeniero se quedó guardado para siempre.
Los siguientes tres años, de 1994 a 1997, los pasó en aquella escuela en Manhattan, aprendiendo y superando obstáculos. “De 250 alumnos, terminamos 17 o 18 el último año. Todos creyéndonos muy buenos, pero el mundo real es otro. Sales y hay dos mil o más igualmente buenos que tú, más lindos y con más conexiones. Fue un balde de agua fría”.
A pesar del nivel de competencia, en 1998 el actor logró ser parte de una obra, y el año siguiente fue aceptado en la compañía Metropolitan Play House of New York. Junto a ellos trabajó por cuatro años, hasta que volvió a Bolivia para cuidar de Elsa Echalar —abuela suya que estaba muy enferma— renovar su visa de trabajo y participar de las películas El atraco y Corazón de Jesús.
“Tras 14 años de vivir en Estados Unidos, me negaron la visa y no volví. Ya había logrado tener un agente bueno y grabar locuciones… Dejé allá una parte de mi vida que no he podido recuperar y tuve que empezar de cero, pero la vida hizo que me quedara y estoy agradecido porque me dio la oportunidad de estar cerca de mi abuela”.
En 2005, luego que Elsa se recuperara y de que tres proyectos en el país se cancelaran, decidió lanzarse una vez más al Brasil. Volvió al centro cultural donde el teatro se le había revelado y se montó en los engranajes del mundo cultural de Río de Janeiro. Entre nuevas técnicas teatrales, obras y experimentación, el artista también se hizo parte del universo de las telenovelas.
“Hay muchos prejuicios sobre esta industria, pero aprendí muchísimo; sobre todo a valerme por mí mismo. En cada novela se graban 40 minutos de material por día, que es mucho, así que no hay tiempo para grandes charlas sobre los personajes, menos aún, sobre los pequeños. Ya con un papel más recurrente, como el que tuve en Poder Paralelo, interactué más con los directores generales y con los protagónicos. De ellos aprendí a estar muy consciente de las cámaras y del ritmo de trabajo, fue muy interesante y lo haría de nuevo sin dudar”.
Con cada nuevo trabajo, fue naciendo en él la necesidad de escribir. Ya había sido parte de propuestas de escritura colectiva, también había dirigido, así que no se hizo problema con lanzarse a escribir dramaturgia. Nada lo había preparado, hasta entonces, para los nervios que sintió el día del estreno de O que nos resta. La obra —inspirada en la cinta Closer (2004) — contaba la historia de un artista plástico que decide crear caos amoroso a su alrededor para poder crear.
“Si la primera vez que dirigí fue un suplicio, el estreno de mi obra como dramaturgo fue peor. Escribir es muy íntimo, implica estar desnudo ante la audiencia, sin que nada pueda cubrirte y lo descubrí ese día. Por eso es que para escribir debe ser algo de lo que realmente quiera hablar”.
Ya para entonces el creador sabía que la incertidumbre sería parte de su vida. En 2012 volvió a Bolivia para protagonizar Carga sellada dirigida por Julia Vargas-Weise y desde entonces tampoco volvió al Brasil. Al terminar de filmar, Luigi Antezana lo encontró en la calle y le propuso dirigir Arte y comenzaron a salir trabajos en Bolivia. De eso ya ocho años.
En 2014 dirigió y protagonizó su segunda obra, el monólogo El Perdón. En ella, un extorturador, que soñaba con ser pintor, le cuenta su historia a una periodista. Y mediante cuadernos, el público toma el lugar de la receptora, para después reflexionar sobre si lo perdonarían o no.
“El teatro es un intercambio. En escena hay un actor y un receptor. El actor es el profesional de la entrega y una de sus funciones es hacer que la gente se sienta lo suficientemente cómoda para entregarse también. El cuaderno fue una manera de hacer más concreto ese intercambio, en el que pude ver cosas muy interesantes, desde dibujos muy sombríos, hasta agradecimientos por tratar el tema de la depresión clínica”.
Desde entonces sus propuestas creativas han pasado por la docencia, la dirección teatral, la escritura dramatúrgica y de guiones y la actuación en teatro y en cine. Para quien crea desde el arte, el destino es siempre un misterio. Viajar entre libros y ollas ha sido una constante y ha preparado a Fernando para comenzar su carrera de los cimientos, esté en donde esté. Sin embargo, la relación humana que implica su trabajo —en los ensayos o con sus alumnos— es el combustible que ahora más extraña y que cree que el teatro puede dar a la sociedad una vez que la cuarentena por la pandemia del COVID-19 termine. El miedo es ahora también una constante, sin embargo, los pequeños recovecos lo animan a seguir proponiendo.
“Cuando leí todos los cuadernos de me dejó el público en El Perdón, la mayor parte de las veces ganó el perdón y nunca el negarse a otorgarlo. Eso me dio y me da esperanzas. Sé que el teatro puede cambiar vidas —se lo digo a mis estudiantes siempre antes de salir a escena— y espero que ese contacto, que tanto estamos necesitando ahora, pueda romper las barreras que se están creando y que nos tienen enviciados con la tecnología”.
La cuarentena no ha cambiado dramáticamente su rutina. Desde sus años en Nueva York, batallar contra la soledad ha sido una constante, así que tiene herramientas cerca para alejarla. Ha terminado dos guiones, da clases por internet, cocina y experimenta. Las peripecias que su vida ha dado para atraerlo a volver a La Paz y a quedarse no han sido pocas, sin embargo, le han permitido construir una carrera multifacética, con retos a cada instante.
“Los amigos que tengo que aún están en EEUU festejan que les ha salido un comercial. Porque allá eso es un gran logro. Y si bien no tengo nada en contra, no quiero eso para mí. Quiero trabajar, seguir aprendiendo, enseñar y hacer una obra entera. En otros lugares hacer todo lo que hago aquí sería poco posible. El teatro nacional ha dado saltos espectaculares, el cine está siguiendo ese camino y ser parte de este movimiento me llena de orgullo”.