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Marcos Malavia: ‘Una sociedad sin teatro es una sociedad sin memoria’

Este hombre de teatro tiene otros frentes abiertos: la lucha por la Escuela Nacional de Teatro, dos películas y un sueño pendiente: montar ‘Hamlet’

/ 24 de febrero de 2021 / 11:13

Marcos Malavia está otra vez en la pelea, el leit motiv de su vida. La Escuela Nacional de Teatro atraviesa problemas económicos por el enésimo incumplimiento de la Alcaldía de Santa Cruz y Malavia, entre película y obra de teatro en Francia, ha vuelto a la trinchera para que la única escuela teatral en Bolivia no desaparezca. El orureño está por estrenar su ópera prima en cine, El novio de la muerte sobre el asesinato de Lucho Espinal y subirá a las tablas su versión de Las criadas de Genet en octubre en Francia. Va a rodar también en el Plan 3.000, el barrio que acoge hace casi 20 años a una Escuela que resiste siempre. Es un convencido de que una sociedad sin teatro y sin arte es un pueblo sin memoria.

— Mirando para atrás, hacia la fundación de la Escuela Nacional de Teatro (ENT) en 2004 en el Plan 3.000, ¿qué valoración haces?

— Efectivamente, si hago un esfuerzo de introspección sobre la escuela y estos 17 años, lo primero que me viene es que no sé cómo pudimos hacerlo y cómo todavía está en pie frente a tanta indiferencia de las instituciones y los apoyos que tenemos constantemente que reclamar, poniéndonos en una posición siempre difícil como si se tratara de un favor. Pero a pesar de todo esto estamos ahí y siempre cumpliendo con rigor.

— ¿Cuántos hombres y mujeres salieron de la Escuela Nacional de Teatro?

— Son más de 5.000 actores y actrices que se han beneficiado con la labor pedagógica de la escuela, entre los que cursaron los cursos regulares, los talleres de preparación, los Talleres Nómadas y otras acciones que hemos desarrollado. Estamos por 350 actrices y actores egresados y titulados de la escuela y que hoy están al frente de muchas compañías de teatro y son gestores culturales bastante idóneos, tanto en Santa Cruz como en otras ciudades.

En cuanto al aporte al barrio Plan 3.000, creo que es una relación de comprensión, de respeto y orgullo que se ha establecido entre nosotros durante estos años. El plan representa para nosotros una lección de vida, una forma de hacer frente a las indolencias de la sociedad y es siempre para nosotros una fuente de inspiración en el trabajo. Nos permite comprender cotidianamente el porqué de nuestro oficio y a quién lo destinamos. Es muy importante en el teatro saber a quién nos dirigimos y por qué. El teatro es y será siempre un espacio de transformación a través de la palabra comulgada, es decir que se convierte en un acto colectivo. Estar en contacto con una realidad que nos muestra la injusticia social nos permite saber dónde tenemos que poner nuestros esfuerzos como artistas. Los estudiantes que cursaron y cursan en nuestra escuela, en su mayoría salen con la conciencia de que tienen un rol que cumplir en el esfuerzo de ser un eco de las vivencias de los seres humanos y las injusticias a las cuales están sumisos, sean políticas, económicas o de vida.

DUPLA. Marcos Malavia y el guitarrista Piraí Vaca unieron esfuerzos en la obra ‘El duende’. Foto: Marcos Malavia

— ¿Cómo ves el futuro de la ENT?

— Espero que el futuro de la ENT sea el de definitivamente poder estabilizarse económicamente, permitiendo que sea una institución que tenga justamente garantizado su futuro y pueda de esta manera tener mayores proyecciones en el tiempo y asentar sus proyectos, como el caso de las jornadas de investigación. Pero esto pasa por una toma de conciencia de las necesidades por parte de las autoridades departamentales, pero también nacionales. El aporte de la Escuela no se limita a Santa Cruz, recibimos estudiantes de todo el país. Me parece que el Ministerio de Culturas o el de Educación tendrían también que venir a contribuir a la estabilización de la Escuela. En las anteriores gestiones de dichos ministerios yo inicié gestiones, pero sin ningún resultado. Creo que la idea de la necesidad de valorizar las culturas y el arte no está aún entre las prioridades de la clase política y es bastante perjudicial para el desarrollo armonioso de nuestra sociedad. 

— En estos casi 20 años de la Escuela, ¿de qué obras estás más satisfecho, si es que se puede elegir?

— Hay tres obras que me vienen a la cabeza. La primera es la que realicé con los alumnos de la primera promoción. El título era Tierra de nadie del rumano Matei Visniec. El espectáculo tuvo bastante éxito, sobre todo en el festival Peter Travesí y allí estaba toda una generación de actores y actrices que hoy están muy activos. La otra obra es Ópera pánico de Alejandro Jodorowsky, que era para mí una manera de mostrar la dureza y la poesía de la vida de los olvidados de la calle. Y la tercera es una de las últimas que realicé, Tejas verdes de Fermín Cabal, que fue estrenada en La Paz el día de la muerte del dictador García Meza, una obra que denunciaba justamente las oscuras y terribles acciones de las dictaduras militares de los años 70.

FILMACIÓN. Malavia estrenará este año su ópera prima, denominada ‘El novio de la muerte’. Foto: Marcos Malavia

— La batalla por la plata y las constantes peleas con la Alcaldía cruceña y con otras administraciones, ¿qué te dicen de la relación poder públicoculturas-artes?

— Creo que la posición del arte en nuestras sociedades ha sido siempre una fuente de conflicto, tanto para valorarlo como para mantenerlo. Desde el punto de vista económico somos totalmente improductivos, no creamos una riqueza directa que pueda multiplicarse, sobre todo el teatro, que es un evento puntual en el tiempo y espacio. Es difícil contenerlo y tolerarlo. Esto provoca una profunda incomprensión de los políticos y también de la ciudadanía para percibir la necesidad de ayudar y contribuir a su crecimiento. No ven el reporte directo a su vivencia física y material. Pero la verdad es que somos seres sociales de la representación y el arte es una expresión profunda de nuestra condición, como respirar o alimentarse.

El ser humano necesita la expresión de sus vivencias y sus sentimientos, que los mismos sean compartidos, lo que le permite relacionarse con los otros seres de su comunidad. Sentir ser parte de un todo, de una identidad que le permitirá afrontar sus incertidumbres existenciales. Es la alimentación del ser y es a eso que se dedica el artista, el arte y en mi caso, el teatro. Una sociedad sin arte y sin teatro es una sociedad sin memoria, sin perspectiva de construcción de crecimiento humano.

Es por esto que, a pesar de las dificultades, el arte y los artistas lucharán siempre por estar vivos. Los cálculos a corto término que traen la política y el poder no permiten ver que necesitamos ser apoyados por el bien de la sociedad. La obsesión de mantenerse en el poder hace que los políticos y las autoridades pierdan la visión del ser y el buen vivir interior colectivo.

— Con toda tu experiencia en Francia, “paraíso” del apoyo público a las artes/culturas, ¿cómo logras pasar sin morir en el intento de un país así a nuestro páramo boliviano?

— Francia ha comprendido desde ya hace mucho tiempo que una de las riquezas naturales más importantes de un país es la cultura y el arte. Sus esfuerzos se han encarado hacia esa riqueza natural que no se puede agotar, como son las riquezas naturales energéticas. Una de las exportaciones de primera línea de Francia es su influencia intelectual, artística y cultural. Está entre los productos más importantes exportables que cohabita con los bienes naturales, como es el caso del vino. Esta manera inteligente de abordar su influencia en el mundo ha hecho efectivamente que se aporte una atención de primera línea a la cultura y los artistas. Evidentemente tiene sus bemoles cómo se reparten esas ayudas y también el deseo intrínseco de controlar la producción cultural-artista a través de las subvenciones.

Pero no hay que negar que esta predisposición de dotar al Ministerio de Cultura un presupuesto que le permite apoyar a los artistas es un ejemplo a seguir. Los impuestos de los ciudadanos deberían de la misma manera poder garantizar que el público pueda beneficiarse del arte de manera gratuita. Jean Vilar proponía un arte “elitista para todos”. Bolivia tiene un gran potencial creativo en el arte, pero los artistas viven como pueden.

— Regresando a tus comienzos en Huanuni y Oruro, ¿qué recuerdos te vienen a la cabeza si lees las palabras: Teatro El Túnel y Líber Forti?

— Mis comienzos están siempre presentes en mi trabajo. El ser humano es a cada instante la expresión de su pasado, su presente y su futuro. Personalmente no soy muy nostálgico, pero creo que mis inicios en mi Huanuni natal y el grupo El Túnel en Oruro forjaron en mí una disciplina de trabajo y constante aprendizaje. La falta de una escuela y el empirismo con el cual comencé este oficio me enseñaron lo importante que significa tener una formación, proceder con una técnica. Esta es la razón principal que me motivó para fundar y construir el proyecto de la Escuela Nacional de Teatro. Tuve la suerte de tener maestros como Jean-Louis Barrault y Marcel Marceau. Con ellos comprendí lo que significaba poseer un conocimiento de la escena y el camino que tenía que recorrer para considerarme un artista profesional.

Dentro de mis recuerdos, evidentemente, está el encuentro con Forti. Fue para mí la primera luz brillante que comenzó a iluminar mi camino en el arte. Líber era un hombre de teatro excepcional y tenía una relación con el teatro directa y al servicio de los otros, del pueblo. Su ejemplo de trabajo fue una influencia importante en mi recorrer.

Foto: Marcos Malavia

— ¿Confías todavía en este mundo distópico en la capacidad del teatro como formador de hombres y mujeres por un mundo más justo, solidario y tolerante?

— El teatro es la consecuencia poética de la condición humana y por ello va siempre a existir. Parte del principio del desdoblamiento del ser que nos constituye y forma parte de nuestra condición existencial. El ser humano vive constantemente en una elaboración de puesta en escena, todo lo que nos rodea está sumado a esta función fundamental que es la de organizar el movimiento caótico de la vida. Cuando digo esto, digo que vivimos y nos vemos vivir constantemente y es allí donde se funda el teatro. Necesitamos hipótesis existenciales para comprender nuestra vida y comprender el comportamiento humano. El teatro ofrece este espejo de la existencia. Ahora, que se considere como un acto que toca a una pequeña parte de la población, no es a causa del arte del teatro. Esto radica sobre todo en que vivimos un mundo industrializado y todo lo que no puede reproducirse al infinito termina siendo destinado a unos cuantos pocos. Es resultado sobre todo de un disfuncionamiento de la superestructura social que es la economía. La gente de teatro somos verdaderos resistentes de esta lucha silenciosa y perversa a la cual nos ha sumido la sociedad actual, que finalmente busca deshumanizar las relaciones entre las personas. No importa que el teatro no sea un deporte de masas, lo fue en un momento de la historia del ser humano, pero es esencial para el equilibrio social que exista y esto lo saben de manera cognitiva nuestras estructural sociales.

— ¿Ha caído el teatro en cierta forma en una especie de onanismo, en personas que se quieren y se ven solo así mismos?

— Francamente no creo. Pienso sobre todo que hoy los hombres y mujeres viven un constante bombardeo a través de la redes sociales y de la preponderancia de la imagen que le exigen y lo empujan a ser un ser único y que es mirado por todos. Creando de alguna manera una sociedad más solitaria e individualista, el teatro a veces puede sufrir de esto igualmente, pero creo que ese tipo de actor o actriz termina por agotarse solo y la mayor parte queda solitaria en su mirar narciso.

— Sigues escribiendo en francés con más comodidad/facilidad que en castellano, ¿se puede sentir alguien totalmente libre en un idioma que no es el suyo propio?

— La escritura es para mí un acto de desdoblamiento como el teatro. Me posiciono siempre en el lugar del que va a leer y al cual le cuento la historia que tengo detrás mío, como si fuera un fantasma que me empuja y guía las palabras que constituyen el texto, sea un poema, una novela o la obra de teatro que escribo. Escribir en francés, contrariamente a lo que podría uno imaginarse, me da mucha más libertad que el castellano. En francés las palabras no tienen el mismo peso, como si ellas podrían tener un destino más imaginativo que las que corresponden a mi lengua materna. Es como si el hecho de escribir en otro idioma me permitiera abordar el imaginario a partir de otro punto de vista, de otra organización interior. No sé si es más fácil para mí, pero la verdad es que mi producción literaria se enriquece cuando estoy en otro idioma.

— ¿En qué trabajas actualmente?

— Acabo de terminar la postproducción de mi ópera prima en el cine llamada El novio de la muerte que rodé en Bolivia en 2019 con el 97% de actores bolivianos y que explora las circunstancias de la muerte de Luis Espinal. Es una coproducción boliviana-francesa entre Fuentes Audiovisuales (productora boliviana), Mia Production y PasoProd (francesas). Fue una experiencia bastante enriquecedora y una incursión que tenía pendiente desde hace muchos años. La película está terminada y será propuesta a diversos festivales. Espero que pronto pueda ser vista en Bolivia. He tenido un enorme placer de trabajar con los actores bolivianos que son excelentes y de una entrega única. Las preproyecciones que hemos realizado aquí en Francia fueron muy positivas en ese sentido, remarcando el formidable trabajo de esos actores y actrices.

Ahora que terminé la película estoy escribiendo otro guion que se inspira en la novela que publiqué en Francia, Un cuerpo despedazado. La película va a ser rodada casi íntegramente en el Plan 3.000 y busca mostrar la violencia y la injusticia en la cual viven las mujeres hoy a través de un personaje muy cercano a Antígona, que busca la justicia. Por otra parte acabo de terminar la puesta en escena de la obra Las criadas que tenía que estrenarse en París el mes próximo pero por la maldita pandemia se pospondrá para octubre.

OBRA. La Escuela Nacional de Teatro está ubicada en el Plan 3.000 de Santa Cruz de la Sierra. Foto: archivo La Razón

— ¿Cómo has vivido la experiencia no corporal del teatro en pandemia con Zoom, presentaciones virtuales y la ausencia física del espectador?

— Es una época singular la que vivimos. Durante varios meses he dictado mis clases por Zoom a los alumnos de la Escuela. Es una experiencia difícil porque te obliga a trabajar de una manera que no corresponde a la realidad. El teatro se aprende en el escenario, es allí que surge lo justo. El Zoom es una manera de poder continuar y tratar de paliar la dificultad que está frente a nosotros. Para el teatro,  esto es un castigo suplementario que nos impone la vida hoy. Esperemos que pronto salgamos de este túnel en el cual estamos todos.

— ¿Qué obra o autor te gustaría montar que no lo hayas hecho aún?

— Es difícil responder esa pregunta. Siento que tengo mucho que hacer por delante y muchas obras pendientes para montar, pero si podría decirte que me gustaría en un futuro próximo poder montar Hamlet, es una obra que me gustaría hacerla vivir en el escenario.

— La experiencia con Piraí Vaca en El duende fue especialmente gratificante, por lo menos para el espectador, ¿hay planes de repetir cuando pase esta maldita pandemia?

— Piraí es un genio y un hermano del alma. Esa experiencia artística nos ha unido mucho. Regularmente hablamos y comentamos nuestras experiencias artísticas. El duende es una de las obras que más satisfacciones me ha dado. Son esos momentos mágicos que unen a dos artistas y que una vez juntos todo parece fácil, como si no tendrías que hacer ningún esfuerzo para que todo funcione. Fue un momento en mi vida artística muy importante y sobre todo la acogida que tuvo la obra por todo el público. Fue realmente lo que se llama el teatro “elitista para todos”, porque es divertida pero al mismo tiempo dices cosas muy profundas con las palabras de ese hombre de teatro genial como fue Federico García Lorca. Una de las cosas que muchos no saben es que antes que considerarse poeta, Lorca fue un verdadero teatrero, llevaba sus obras a los lugares más alejados de España con su compañía de teatro. Y creo que con El duende ofrecimos esa dimensión popular que es propia de Lorca. Nuestro deseo con Piraí es volver a trabajar juntos, sea remontando El duende, sea inventando otra cosa. La vida se hace con los sueños y es así como veo que llegaremos a estar pronto nuevamente juntos en el escenario con mi entrañable amigo Piraí.

— ¿En qué momento se encuentra el Festival de Teatro en Santa Cruz?

— El Festival Internacional de Teatro de Santa Cruz es una de las obras clave para que el teatro en Santa Cruz pueda asentarse y cobrar la dinámica y el vigor que tiene hoy. Su existencia permitió que el proyecto de la Escuela Nacional de Teatro pueda crecer, sin lugar a dudas.

— ¿Cómo ves la escena cruceña? En los últimos años Santa Cruz ha vivido una explosión de teatro con una cierta inclinación por lo comercial.

— De lo que yo he visto, me parece que la escena es bastante diversa. Es cierto que hay algunas compañías que tienen el deseo de crear un teatro que podría imaginarse que es más fácil para consumir pero he visto a la par bastantes trabajos que no entran en ese cuadro y que toman riesgos llevando sus obras a barrios populares. Hay varios autores nuevos también que están montando sus propias obras. Pienso en Ariel Muñoz que tiene su compañía y que trabaja una creación bastante original; en Fred Núñez igualmente; y en las experiencias singulares de teatro de Tía Ñola, donde existe un movimiento muy importante y lo llevan con mucha pasión. Lo que sobre todo caracteriza hoy al teatro de Santa Cruz es su diversidad, creo mucho en eso. Hay que tener mucho cuidado cuando el teatro toma un ángulo ideológico o puramente estético. Cuando se busca obedecer esta concepción, es la mejor manera de alejar el público de los escenarios. Somos artífices de las vivencias humanas y estas pueden ser escuchadas por el público más amplio que sea posible.

— Saliste al exilio chileno después de un golpe, el de García Meza, ¿cómo viviste el 2019? ¿Cómo ves el ascenso de la ultraderecha?

— Creo que los errores que se cometieron en la visión política y el análisis de la situación por los que se consideran de izquierda son el resultado de esta derechización. Lamentablemente, el paradigma político no cambia. La lucha por el poder pervierte las ideas más loables. La gente que llega al poder se encuentra en una encrucijada: cómo hacer para mantenerse, de tal manera que todas las buenas ideas que podían haber tenido llegando al poder, muy a menudo se diluyen en esa lucha constante por no perderlo y mantenerse, cueste lo que cueste. Es el paradigma que hay que cambiar. La cuestión no es quedarse en el poder sino el de permitir que la coherencia que nos llevó al poder sea respetada; que el deseo por la justicia esté siempre en primer plano, cueste lo que cueste, incluso hasta perder el mismo poder.

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Vidal Cussi: De los nombres de una exposición

‘Caos’ es el nombre de la exposición que el pintor paceño presenta hasta el 7 de mayo en la galería Altamira de San Miguel

Desde el caos

Por Daniela Espinoza M

/ 28 de abril de 2024 / 07:03

¿Por qué Caos?, me pregunto al recibir las fotografías de Vidal Cussi con el nombre de su exposición —que se exhibirá hasta el 7 de mayo en Galería Altamira, calle José María Zalles Nº 834, bloque M-4, San Miguel— y me quedo pensando mientras miro las obras y me digo ¿dónde está el caos?, ¿en esas gotas que el rocío deja en una manzana o en esas nubes que parecen atravesar con calma los cuerpos instalados en espacios infinitos y crepusculares?

¿Habrá caos, acaso, en esos rostros que observan paisajes montañosos o en aquellos que parecen reposar entre las nubes? Tal vez sí lo encuentro en los caóticos cabellos que se entrelazan a través de los rostros, cabellos en forma de listones de lata que se entrecruzan y supongo se enlazan en la parte que el cuadro ya no nos deja ver.

Entonces pienso que lo mejor es recurrir al artista para encontrar la respuesta. La charla me tranquiliza, el caos no está en las obras que presenta, sino que estuvo en él en el momento previo a su producción y, tras una catarsis —“una explosión” como él prefiere llamar—, surgió esta muestra llena de señas de paz.

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Luego, teniendo que escribir sobre su obra, me quedo pensando en el artista, en lugar de acercarme a su exposición me gana la vida de Cussi, me quedo intrigada en los procesos de unas obras que a todas luces reflejan sosiego y calma, pero que —ahora lo sé— no se engendraron de esa manera.

“El arte es para mí una terapia, un reencuentro conmigo mismo. Las tristezas, así como las alegrías, se van plasmando en las obras. Ellas son un desahogo”, me dice. Por supuesto que ya mi mirada es otra, y me siento en el deber de compartir con ustedes esa breve charla, pues si alteró mi forma de apreciar su arte, sin duda hará algo similar por ustedes.

De pronto, ya no son importantes los nuevos colores que Cussi propone y que despuntan en algunas obras, ya no es vital pensar en él en tonos tierras. Ya conocemos algo, aunque sea un poco, del proceso creador de un artista al que admiramos ahora un poco más, ya sus cuadros nos dictan palabras en voz baja, las palabras con las que el artista empezó a trabajarlas.

La muestra ‘Caos’, del artista paceño Vidal Cussi, se exhibe en la galería Altamira (San Miguel, zona Sur).

PERFIL Vidal Cussi Tiñini nació en Santa Rosa, provincia Pacajes del departamento de La Paz en 1983. Actualmente reside en la ciudad de El Alto. Estudió en la Academia de Bellas Artes Hernando Siles donde obtuvo la especialidad en pintura. Ha sido ganador de varios premios, entre los que destacan: Gran Premio Salón Pedro Domingo Murillo (La Paz) en 2012 y 2020, Gran Premio Salón Villa San Felipe de Austria (Oruro) 2019 y Gran Premio Salón 14 de Septiembre (Cochabamba) 2019 y 2023.

Texto: Daniela Espinoza M.

Obras: Vidal Cussi

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Semilla, picantería boliviana: Sabores tradicionales para disfrutar en Achumani

Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido

Por Fernando Cervantes

/ 28 de abril de 2024 / 06:55

Crónicas gastronómicas

Fue el ají de fideo materno lo que motivó a Ernesto Bernal a elegir la profesión de cocinero, sobre todo después de haberlo preparado muchos años para sus hermanos cuando su mamá viajaba por motivos de trabajo.

Luego de un buen tiempo estudiando gastronomía y habiendo trabajado en diversos establecimientos es que se animó junto a su esposa Karen Mujica (administradora de empresas con estudios en diseño gráfico, decoración y comunicación visual) a dar a luz a un viejo anhelo: tener su propio restaurante inspirado en las tradicionales picanterías de Sucre y Potosí, que tenga los sabores bolivianos muy presentes y que se sumerja en el recuerdo de los fogones familiares que eran manejados magistralmente por madres y abuelas. 

Encontrar la casa ideal no fue nada fácil hasta que el destino quiso que en enero de este año esta joven pareja pudiese alquilar un bonito y espacioso inmueble con jardín, ubicado en el barrio de Achumani, muy cerca de la avenida Francia. El lugar fue decorado y rediseñado con muy buen gusto. Así nació Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido, queso humacha, picante de lengua, anticuchos, relleno de papa, mondongo, sajta de pollo, keperí o sopa de maní, los que pueden ser acompañados con  jugo de tumbo, limonada o mocochinchi, ya sea en vaso o en jarra.

Un detalle no menor: el lugar no cuenta con parqueo propio pero la calle donde están ubicados es sumamente tranquila, por lo que estacionar el automóvil en las cercanías del restaurante no debería representar problema alguno.

Semilla: un lugar ideal, para visitar en familia.

Semilla, picantería boliviana

  • Dirección: Calle 21 de Achumani Nº 5  (a una cuadra de la av. Francia) 
  • Teléfono: 67020523 
  • Rango promedio de precios: Bs  20-65    
  • Plato estrella: Picante surtido       
  • Atención: sábados y domingos de 12.00 a 16.00     

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Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Back to Black

La directora britànica Sam Taylor-Johnson ha estrenado una tendenciosa película biográfica sobre la cantante Amy Winehouse

Por Pedro Susz K.

/ 28 de abril de 2024 / 06:50

En julio de 2011, Amy Winehouse, notable y exitosísima cantante londinense de soul, falleció a causa de una brutal ingesta de alcohol. Sumaba entonces apenas 27 años (la misma edad que en el momento de sus respectivas defunciones tenían Jimy Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Kurt Cobain y Jim Morrison, valga el apunte anecdótico a pesar de que seguramente a quienes no son fans de la música rock los nombres les resulten desconocidos). Esto ha dado lugar a la popularidad de una supuesta “maldición del club de los 27” entre los seguidores del rock.

A esas alturas la discografía de Winehouse incluía apenas un par de títulos en los que interpretaba composiciones de ella misma, todas las cuales dejaban traslucir, sin lugar a dudas, una personalidad compleja, irreverente, traumatizada por los dramáticos altibajos de su vida. Y su potente voz, ligada a un estilo asimismo muy propio, hacían que tales temas cautivaran pronto a muchísima gente, harta de la chatura en la que había caído el rock merced a las imposiciones de la acaudalada industria discográfica jugada a pleno en la venta masiva de sus producciones para incrementar sin pausa los réditos de los productores. Era en realidad lo mismo que ya venía acaeciendo en otros rubros de la industria del entretenimiento: en la cinematográfica también, claro, obstinadas cómo Sony Music y sus competidoras  por exprimir hasta la última gota de cualquier diana de mercado, copiada luego, en el rubro específico, una y otra vez por compositores e intérpretes debidamente domesticados para bloquear cualquier antojo autoral.

Que la directora de este segundo film centrado en la biografía de Winehouse —el primero fue un largo documental hecho el 2005 por el cineasta inglés Sadif Kapadia— sea Samantha, su nombre aparece abreviado en los créditos como Sam Taylor-Johnson, cuya filmografía arrancó justamente en la insípida época recién aludida y en la cual obtuvo su más resonante éxito de taquilla el 2015 con la más que mediocre adaptación para la pantalla de la no menos anodina novela erótica de E.L. James 50 sombras de Grey no invitaba a tener muchas ilusiones respecto a Back to Black, en definitiva fallido y en buena medida falsificado biopic que toma su título del segundo de los dos únicos álbumes que Winehouse alcanzó a completar.

Volviendo al citado documental de Kapadia, titulado sencillamente Amy, allí quedaba ratificado lo que muchos trascendidos, divulgados con el marcado acento sensacionalista de los medios crecientemente ladeados hacia la más barata crónica roja y cuyo acoso sobre la cantante se volvió insoportable, habían engordado las sospechas acerca de los motivos que condujeron al desequilibrio emocional de aquella y a su adicción al alcohol y a las drogas duras. Dichas causas no fueron otras que la manipulación a que fue sometida Winehouse por su padre Mitchell, un taxista obsesionado con volverse millonario así fuese explotando sin la menor conmiseración a su propia hija, en complicidad con Ray Cosbert, manager de la muchacha, igualmente obstinado en lucrar al máximo con su popularidad.

Ello se tradujo, entre otras barbaridades, en obligarla a realizar una gira ininterrumpida de casi cinco años e innumerables presentaciones en público, con todas las tensiones que comporta cada actuación para cualquier artista y más aún para una que apenas había entrado en la adultez. A fin de no pausar aquel incesante ir y venir Mitchell, alentado por Cosbert, incluso se opuso a que Amy se sometiera a un tratamiento para poner coto a su entonces incipiente dependencia del alcohol. El hecho es que la gira culminó, pocas semanas antes del fallecimiento de Amy, con una escandalosa presentación en Belgrado, donde ella se resistía a subir al escenario y finalmente fue forzada a hacerlo de mala manera por sus custodios, quienes empero no pudieron hacerle recordar las letras que olvidaba obligando a reiniciar una y otra vez cada canción, hasta provocar el furioso estallido del público. 

Por añadidura, en el ínterin Amy había sido seducida por, otro chupasangre, un tal Blake Fielder-Civil, quién la empujó hacia la cocaína, la heroína y otros alcaloides y con el cual contrajo un tóxico matrimonio, signado por los abusos así como por el maltrato recurrente de él, hasta terminar en la previsible ruptura que se sumó a las otras afectaciones mentales, acentuando así a grados extremos los trastornos psicóticos de Winehouse.

Todo ello ha sido omitido en Back to Black, se presume debido a que papá Mitchell aportó una considerable cantidad de dinero a la producción, condicionando el enfoque que tomó el guion en una nueva de las varias maniobras de lavado de imagen intentadas por aquel luego del óbito de Amy. Así la película de Sam Taylor-Johnson se limita a repetir hasta el hartazgo escenas mostrando a la protagonista frente al micrófono, que se alternan mecánicamente con otras focalizadas sobre la tortuosa relación matrimonial de Amy y Blake, cuyo tratamiento narrativo se atiene al pie de la letra a las fórmulas hollywoodenses de los más pedestres melodramas. Ese modo de estructurar el relato: a cada secuencia dramática le sigue una canción cuya letra reitera lo que se ha escuchado o se escuchará a continuación, monocorde ir y venir que en lugar de permitir la aproximación del espectador al personaje protagónico lo va distanciando, o dicho de otra manera termina aguando la contextura emocional de esa historia a la que, en la vida real, le sobraron momentos trágicos, congojas y aflicciones. Bien podían haberse destinado algunos de los 122 minutos del metraje, malgastados en sosas y previsibles escenas, a tratar de acercarse al personaje en esos momentos, cuando sola, encerrada en sus dolores e incertidumbres, daba a luz a sus creaciones, franqueando de tal suerte la mencionada aproximación a su dimensión humana, mutada por la directora en un intraspasable acartonamiento.

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No le va mejor tampoco al resto de los personajes, pero es particularmente imperdonable la flagrante tergiversación del rol de Mitchel en el drama, mostrándolo como un progenitor ejemplarmente amoroso, siempre atento a las necesidades de su hija, distorsión atribuible al antes colacionado soborno que representó su aportación financiera al film. Tal exoneración de cualquier responsabilidad de Mitchel en el doloroso descenso de Amy hacia una inescapable desesperación existencial hace que todas las tintas resulten cargadas sobre el funesto papel de Blake.

No es casual entonces que la escena más larga de la película se detenga en el encuentro entre Amy y Blake en un bar donde ella, entonces ya una celebridad gracias al éxito de su primer álbum, se encuentra dando fin a una bebida espirituosa y rumiando la angustia, como todos los demás detalles de la obsesiva personalidad de la Amy real dejadas, a lo largo del film, sin mayor ahondamiento, que en el fondo le provocaban las presiones paternas y financieras, al igual como el hostigamiento mediático, vicisitudes aparejadas justamente a la fama. Blake, ebrio, finge desconocer de quién se trata y la invita a jugar una partida de billar mientras desde el reproductor de discos se escuchan otras tantas piezas de moda que él acompaña con una mímica estrafalaria apuntada a completar su eficaz estrategia seductora que de inmediato atrapa a la muchacha y narrativamente sienta la base dramática que luego desarrollará de la misma manera esquemática, indescifrable para quienes no conozcan los pormenores de esa historia, reducida en lo que entrega Back to Black a explotar los  típicos altibajos propios de un  melodrama amoroso cualquiera. 

Si bien es cierto que  la canción cuyo título toma prestado la película, que podría traducirse como “regresar a la oscuridad”, estuvo inspirada en la insoportable relación matrimonial entre Amy y Blake, en la cual tampoco escasearon las infidelidades de este último, de allí a considerar que el dolor, la angustia, el sinsentido vital transmitido por todas las composiciones de Winehouse puedan atribuirse únicamente a tales tropezones es entonces otra de las múltiples simplificaciones y distorsiones de Taylor- Johnson, atribuibles asimismo al guionista Matt Greenhalgh, especializado en la fabricación de dudosas biografías fílmicas de figuras prominentes del mundo musical contemporáneo. Entre ellas Nowhere Boy (2009) o Mi nombre es John Lennon, opera prima de Taylor-Wood donde tomando como inspiración la biografía de su media hermana Julia Baird se relata la adolescencia del futuro integrante de Los Beatles. Ese primer trabajo conjunto entre Greenhalg y Taylor-Wood ya exhibía las flaquezas en las cuales reincide Back to Black. Sobre todo la superficialidad biográfica y la distorsión de los entretelones familiares causantes de la espiral autodestructiva que precipitó la prematura muerte de Winehouse. 

Resulta notorio el esfuerzo de Marisa Abela para meterse en la personalidad de Wienhouse, no sólo a interpretarla, por eso asumió el reto de cantar ella y no limitarse a la fonomímica con la voz original de fondo, y si bien lo hace correctamente, la voz y la entonación de aquella eran inigualables. Con todo su personificación está entre lo poco que sobresale en la medianía general de la película, atenida a los convencionalismos, incluso en los restantes trabajos actorales apegados, al igual que todo lo demás, a los clisés, comprendiendo el brevísimo fragmento del tema musical que, se dijo también, presta su título al emprendimiento de Taylor-Johnson, cuyas declaraciones a la prensa trasuntan una empeñosa, cuanto forzada, auto-atribución del carácter de autora, en el sentido de quien posee un estilo propio y una asimismo privativa visión del mundo y de la vida, cualidades que personalmente no he podido detectar en lo más mínimo siguiendo las películas que hasta la fecha puso en pantalla.

Ficha técnica

Titulo Original: Back to BlackDirección: Sam Taylor-Johnson – Guion: Matt Greenhalgh – Fotografía: Polly Morgan – Montaje: Laurence Johnson, Martin Walsh – Diseño: Sarah Greenwood – Arte: Alex Bowens, Joe Howard, Matthew Kerly, Emma MacDevitt, John McHugh – Música: Nick Cave, Warren Ellis –  Efectos: Neil Damman, Joe Holden, Sophie McGown, Hayden Sheridan, Richard Van Den Bergh – Producción: Nicky Kentish Barnes, Alison Owen, Ron Halpern – Intérpretes: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville,  Bronson Webb, Therica Wilson-Read, Juliet Cowan, Sam Buchanan, Harley Bird, Ansu Kabia, Spike Fearn, Amrou Al-Kadhi, Ryan O’Doherty, Pete Lee-Wilson, Matilda Thorpe, Miltos Yerolemou, Daniel Fearn, Michael S. Siegel, Colin Mace  – ESTADOS UNIDOS, INGLATERRA, FRANCIA/2024 

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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José Ballivián: vestirse en tiempos actuales

El artista paceño llevó la muestra ‘Alta Gama / Espíritu Colonial’ a la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra

Por Juan Fabri

/ 28 de abril de 2024 / 06:42

José Ballivián (2024) presentó Alta Gama / Espíritu Colonial en la Galería Nube en Santa Cruz de la Sierra. En esta exposición nos invita a reflexionar sobre la vestimenta en los Andes actuales y los significados que detonan las materialidades vinculadas a la ropa.

La muestra es una serie de obras sobre lo chojcho que viene explorando por lo menos desde hace 10 años. Él dirá: “Lo chojcho es un término usado comúnmente en la zona occidental boliviana para denominar a una persona sin buen gusto para la vestimenta, además de tener la particularidad de ser muy básico en su lenguaje y cultura general”.

Desde mi perspectiva, considero que lo chojcho confronta las miradas exógenas y exóticas sobre el arte del país, donde se busca en Bolivia una especie de “pureza indígena”. Frente a estos discursos, lo chojcho encarna la tensión y la disputa cultural diaria sobre los cuerpos en un territorio atravesado por su historia colonial y la actual globalización. En la exposición, Ballivián relaciona lo chojcho con la vestimenta, pero esta se encuentra ligada inevitablemente con los cuerpos de quienes usan o podrían usar estas prendas.

Dentro del contexto boliviano, uno de los elementos claves de la identificación cultural, pero también de duda sobre si unx es o no indígena, es la vestimenta. El chojcho también va a encontrar en la ropa una expresión sobre su impureza, una disputa de sus ideas y una forma de habitar la ciudad llevando estas vestimentas.

El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.
El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.

En Bolivia recientemente vivimos el censo de población y vivienda (2024) que se realiza cada 10 años y que brinda una idea de quiénes somos como país. Dentro de una de sus preguntas se planteó la pertenencia o autoidentificación a una nación indígena. Los activistas aymaras convocaron a la población a identificarse como aymaras (por ejemplo, el concurso de video para aymaristas convocado por Elias Ajata) si es que sus padres o sus orígenes eran aymaras, más allá de si hablaban o no la lengua. Estos planteaban que ser de una nación indígena en Bolivia trasciende el vivir en el área urbana o rural, es una identidad, una pertenencia. Sin embargo, las identidades para el censo han sido entendidas de manera esencialista, es decir, si eres aymara, no podías ser guaraní o de otra nacionalidad, sólo debías escoger una opción. Lo mismo sucedió con temas de género, donde solo había dos opciones excluyentes, hombre o mujer, omitiendo el otro universo de posibilidades; de esta manera el Estado negó las diversidades que tanto publicita.

La discusión sobre las identidades, particularmente en torno a las nacionalidades indígenas, en el Estado Plurinacional de Bolivia es un elemento que constantemente está en debate tanto en el campo político como en el estético y es sobre lo que viene discutiendo el artista paceño José Ballivián, quien frente a estos discursos esencialistas, nos propone un ser chojcho. Es decir, un lugar de enunciación que está vinculado a lxs hijxs migrantes aymaras en espacios urbanos y con fuertes influencias globales, pero que no dejan su vínculo con lo aymara. Me pregunto si alguna vez será posible censarse en Bolivia como chojcho. Claramente es una categoría no reconocida en el país, porque va más allá de los esencialismos, y que Ballivián rescata del lenguaje popular.

La vestimenta es un factor importantísimo en los Andes de Bolivia. Dentro las comunidades indígenas existen fuertes controles sociales para que las personas sigan usando ponchos, sombreros, polleras, awayos, por lo menos, respecto a las autoridades originarias. Esto está en tensión con el costo de tiempo, esfuerzo e incluso dinero que pueden costar estas prendas. Frente a la gran oferta de ropa usada proveniente del contrabando que llega desde Chile y que proviene de países del Norte, principalmente Estados Unidos de América.

En la exposición, Ballivián propone que alguien chojcho podría caminar por la ciudad usando un ladrillo como cartera. La pieza Alta Gama consiste en un ladrillo sujeto con una wiskha (soga de lana de llama) que de manera conjunta evocan una forma de cartera. La importancia del ladrillo en La Paz y El Alto, ciudades en las que al llegar se puede ver el ladrillo expandido por toda la urbe y que además es símbolo de modernidad, frente al adobe que era el material tradicional con el que se hacían las casas. El usar un ladrillo como cartera enriquece para generar una metáfora de lo que nos colgamos en nuestros cuerpos, más aún que se encuentra serigrafiado el símbolo y las letras de Adidas a uno de los costados. La pintura Ladrillo led también enfatiza la importancia del ladrillo y lo vincula a un toro.

La Feria 16 de Julio o qhatu en la ciudad de El Alto ha crecido acompañada de la gran oferta de ropa usada o de segunda mano proveniente de Estados Unidos, que se vende a precios bajos y que de alguna manera ha quebrado la industria local de ropa en el país. Es decir, para las industrias bolivianas se les hace imposible o muy difícil competir económicamente en el mercado con ropa que viene con etiquetas originales de Louis Vuitton, Balenciaga o Adidas, y que se comercializan en grandes ferias a precios bajos y con una marca avalada por la gran industria de la moda occidental. Por otra parte, la Feria 16 de Julio es quizá el centro comercial más importante de los Andes actuales que toma las calles de El Alto los días jueves y sábado. Además, es quizá uno de los ejemplos más importantes de economías populares en el país. Por otra parte, la Feria 16 de Julio no es la única: todas las ciudades y ciudades intermedias en el país cuentan con algún día a la semana o al mes con una feria donde se revende ropa americana de segunda mano. Dicen que por ello en el campo es más sencillo ver gente usando jeans y zapatillas de marcas globales que pantalones de bayeta o lanas tradicionales, como quizá sucedía hace 50 años.

la muestra del artista José Ballivián se exhibió en la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra.

Ballivián nos propone una obra que refiere a marcas occidentales pero también a la crucifixión cristiana como parte del mismo proceso de imposición cultural. Utilizando una prenda deportiva, un buzo negro, que en la parte de adelante está escrito “Balenciaga Latam”, vinculando a la famosa marca y en la parte de atrás menciona “espíritu colonial”. La obra evoca la colonización y la imposición de las vestimentas en el contexto de la globalización. Un detalle particular es una abarca u ojota, prenda utilizada por las poblaciones indígenas campesinas originarias en Bolivia y que es posible relacionar con los pies de Cristo en la cruz.

Ballivián en la muestra reflexiona sobre el uso de estas marcas occidentales que llegan a Bolivia a manera de ropa de segunda mano o como imitaciones. Podría ser sencillo entender una asimilación cultural hacia las estéticas del norte, usando ropa americana, por los aymaras urbanos o por lxs chojchxs. Sin embargo, al lado de estos jeans, zapatillas o carteras de marcas globales que son vendidas a precios bajísimos, se encuentran también las abarcas, sombreros, ponchos o cinturones de mallkus y jilacatas (autoridades originarias aymaras). Entonces, es posible usar jean con poncho y zapatillas Adidas. También es posible no usar ninguna vestimenta indígena, no hablar aymara, ni quechua, pero preguntarse si se es o no indígena. De la misma manera, alguien que habla aymara y viste como indígena, también a veces duda si es completamente indígena o si quiere seguir siéndolo. La dinámica de las identidades también se encuentra atravesada por el autocuestionamiento de lxs sujetxs.

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Entonces, Ballivián propone que lo chojcho es una manera de existir con estos cuestionamientos existenciales y también con las prácticas. Además, como si se tratara de la antropofagia brasileña, lxs chojchxs se apropiarán de todas estas vestimentas y generará opciones y alternativas particulares. De la misma manera, la pieza Chojcho Cultura es una prenda negra casi como una pieza de un sacerdote con una capucha y el texto explícito que hace referencia a esta identidad. En la zona baja de la pieza, en un lugar casi pélvico, un textil tradicional aymara irrumpe esta especie de túnica.

La obra de José Ballivián nos ayuda a repensar fenómenos como la Feria 16 de Julio y también las discusiones sobre “lo original”, “lo trucho”, la copia, la falsificación, la apropiación, la alienación, lo puro y lo contaminado.

La pieza Ansiedad es una instalación que hace referencia a una chompa o suéter gigante de tres metros de alto. Un tejido elaborado de lana de llama, lana de oveja y lana sintética, que en sus materialidades nos propone la construcción de una pieza en contra los esencialismos. Es decir, en la mezcla, en la unión de varias lanas nos propone la tensión de lo chojcho. En la parte de adelante está escrito con tejido: “Locos por ti”, y en la parte de atrás: “Alta tristeza”.

Recorrer esta exposición de Ballivián invita a imaginar a sujetxs que recorran la ciudad con estas prendas chojchxs y que estas sean la expansión de sus cuerpos y las dinámicas de las identidades. Por otra parte, la obra de Ballivián me permite reflexionar que el arte contemporáneo en Bolivia, que por su tradición es principalmente occidental y que llega al país y se articula con las reflexiones y búsquedas locales, puede ser en sí mismo chojcho, por su carácter impuro.

* Juan Fabbri es licenciado en Antropología, maestro en Antropología Visual y Documental Antropológico y candidato a doctor en Antropología Cultural (Uppsala Universitet, Suecia) y docente investigador en la Universidad Mayor de San Andrés.

Texto: Juan Fabri

Fotos: José Ballivián

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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