NICOLÁS PEÑA, el hombre que sabía demasiado (de jazz)
‘La quinta disminuida’ es el programa de jazz de Radio Deseo (103 FM). Detrás de él, está Nicolás Peña y su voz/estilo particular
El vino hace que las cosas sucedan más lentamente. El jazz, también. Nicolás Peña abre una botella de Catena Zapata, el reconocido caldo argentino, el “mejor Malbec del mundo”, dice. Sobre su cabeza nos mira una serigrafía/prueba de autor de Fernando Ugalde de su serie sobre Felipe Delgado, el personaje de Jaime Saenz. Hace unos años, el artista le confesó que su programa de jazz en Radio Deseo —La quinta disminuida— le ayudaba a pintar. Ugalde entonces le pidió un “pequeño” favor: “¿me puedes grabar todos los programas en un CD?”. Peña, ni corto ni perezoso, grabó cientos de ellos en unos 60 CDs con carátulas personalizadas/temáticas de “las quintas” que ya llevan más de 700 sesiones al aire. Cuando el “Nano”, tiempo después, montó una exposición en La Paz lo llamó al “Nico” y le dijo: “escoge la obra que más te guste”. Y ahí está/sigue don Felipe Delgado y su laberinto en este cuarto de la casa de Nicolás en Achumani.
La segunda vez que le pasó algo mágico con uno de sus oyentes fue en El Alto. Peña era, por aquel entonces, gerente de la fábrica de helados Delizia. Un obrero de la sección lácteos se paró delante de su oficina y preguntó por él. Cuando “Nico” salió, se encontró con otra sorpresa: Raúl Fernández se había enamorado del jazz gracias a La quinta disminuida. Don Raúl tiene todos los programas grabados en cassettes. Y está delante de la fábrica para regalarle un grueso anillo de plata con leyendas en señal de agradecimiento. Han pasado años y “Nico” —mostrando el presente— todavía se emociona al contarlo.
—¿Por qué haces un programa de jazz sin cobrar un peso?
“Porque un poema, lo lees y lo guardas pero la música está para compartirse. Porque lo más lindo es la retroalimentación con los oyentes. Cuando alguien te escribe desde las Islas Canarias o desde Argentina para reprisar tu programa en radio Nihuil de Mendoza, como lo hace el periodista y escritor Miguel García Urbani, no hay mejor pago ni compensación que esa”. Es un convencido de que si la música no se comparte, no tiene sentido. “De yapa, aprendo mientras preparo cada espacio, pues me obliga a actualizarme, a buscar un nuevo dato que no conocía, un autor famoso con hija pianista…”, añade.
Nicolás Peña Díaz Romero graba La quinta disminuida desde su casa. Antes subía desde Achumani a Sopocachi todas las noches de jueves para hacerlo en vivo y en directo. Es un obsesivo compulsivo, es un perfeccionista: nunca queda totalmente conforme con los temas escogidos, siempre piensa que podía haber sido mejor. Cuando en abril de 1999 abrió en la paceña avenida 20 de Octubre (en lo que fue el rockero Socavón) el Thelonious Jazz Bar —hoy venido a menos con otro dueño y otro lugar— tuvo una pequeña “discusión” con los otros dos propietarios: Juan Pereira y Reynaldo Arispe. “Yo me encargué de decorar el club, de colocar los cuadros de las leyendas del jazz. Lo hice pero no quedé conforme conmigo mismo. Al cabo de un rato me di cuenta de que todo tenía sentido, que todo obedecía a una línea de tiempo pero que faltaba algo, me faltaba una fotografía del trompetista Clifford Brown, sin él nada tenía sentido”, cuenta Peña. Pereira y Arispe zanjaron la pequeña polémica: “no jodas más, Nico, pon la foto de otro negro y punto”. Peña cedió, esta vez. Años después cuando un gringo fanático del jazz llegó a La Paz, entró en el Thelonious, paseó todo el boliche y buscó a Nicolás, él ya sabía que el círculo se iba a cerrar aquella noche: “está todo bien, la idea es excelente pero falta una foto: la de Clifford Brown”.
Si su primer boliche se llamó Thelonious por Monk (luego tuvo otro en San Miguel llamado Satchmo por Louis Armstrong), su primera banda se llamó Castidad (no pregunten por qué). Era un grupo colegial de rock. Peña estudió en el Colegio Americano. “Fue una de las mejores cosas que me pasó, era mixto, toda una rareza en la época y además tenía clases de música diferentes, no se enseñaba tanto teoría sino aprendíamos a tocar un instrumento o teníamos clases de audición donde simplemente escuchábamos música y teníamos que rendir examen luego identificando autor y obra”, cuenta Peña. Ahí nació Castidad con “covers” de Led Zeppelin, Cream, los Kinks, Hendrix… La formación titular: Jorge “Coquis” Reyes Villa en la voz, Marcelo Palacios en el bajo, Javier Mollinedo en la batería, Douglas Sebastián Pugliese en la segunda guitarra y Peña, primera guitarra. Cuando “Nico” se dio cuenta de que era imposible ganarse la vida con el rock —ni siquiera tenía un instrumento propio— estudió Ciencias Económicas en la Universidad Católica de La Paz. Y así pasó con el tiempo a ser gerente financiero de Soboce, de la Fábrica de Vidrios, de La Estrella; a ser funcionario del Ministerio de Comercio Exterior, a laburar en Pando en la empresa de castañas Tahuamanu, a trabajar en la Alcaldía de El Alto bajo la gestión de Soledad Chapetón como secretario municipal de Finanzas… hasta llegar actualmente a ser gerente de la Compañía Industrial de Tabacos aunque ha dejado de fumar hace años.
En el ínterin se dio el gusto de crear en 2010 la empresa de conciertos Ensamble de Altura con la que trajo a La Paz a músicos como Pedro Aznar, Lito Vitale, Baglietto, Luis Salinas, la tanguera Adriana Varela, el bajista de Fito Páez, Guillermo Vadalá, Kevin Johansen, la banda de jazz fusión Spyro Gyra, la cantante afroperuana Susana Baca…
“Nico” tiene 600 vinilos en su casa, la mayoría de jazz; y en un cuartito chico posee más de 5.000 CD. “Cada vinilo es parte de mi vida, me acuerdo dónde y cómo los compré cada uno de ellos y ahora que están de moda, sigo comprando. Siempre recuerdo que con 14 años no tenía plata para comprar”. Para un amante de los vinilos, todo está justificado: robar, engañar, mentir. No hay mandamiento que valga por encima del placer de la música. Cuando Peña era chango, acompañó a un amigo a comprar un vinilo en una tienda de la avenida 6 de Agosto. “Nico” había echado ojo a un disco de Al Di Meola pero no tenía un peso en el bolsillo. Ni corto ni perezoso, “sugirió” al cuate el vinilo soñado hablando maravillas del virtuoso guitarrista estadounidense. Cuando llegaron a su casa y pusieron la aguja, el amigo se decepcionó rápidamente. “El universo no es justo, ese disco me pertenece”, pensó. Entonces Peña entró a matar: “Si quieres te lo cambio por el mío de los Kiss”. Prueba superada: Di Meola estaba en su poder. Con su hermano mayor, Wálter, pionero de los informativos de canal 7 y fallecido en 2011, le sucedió algo parecido. El oscuro objeto de deseo de turno se llamaba esta vez: Pequeña serenata diurna (1978) de Chico Buarque. El sortilegio/nota mental comenzaba de manera idéntica: “el universo no es justo, ese disco me pertenece”. Su hermano, de seductora voz también, se murió creyendo que ese vinilo se lo había robado otra persona y así se lo recordaba siempre al hermano menor.
“Nico” Peña tiene un gusto ecléctico por los distintos géneros musicales, es una mente abierta con alma curiosa. Quizás tiene que agradecer su politeísmo a otro hermano mayor con el que se lleva 18 años. Cuando era un adolescente le regalaron una cassettera donde después de grabar todo tipo de sonidos, le pidió a su hermano conformar su primer “playlist”. Su hermano era Fernando, “violero” de los Black Birds, el germen de los míticos Climax con Pepe Eguino, Javier Saldías y Álvaro Córdoba. Aquella lista del “Nano” tenía canciones de los Beatles, Pink Floyd, George Benson y Di Meola, por supuesto, entre otros. Luego, a inicios de los años 80, ya en colegio, llegaron los tiempos de cambiar discos. “Si se escuchaba en las discotecas, ese vinilo o esa banda eran auténticamente descartados y desechados por mí. Me gustaba The Police hasta que el So lonely era pinchado una y otra vez en las discos. Cuando el rock se volvió pop, cuando el rock sinfónico alcanzó su más alto nivel, se agotó para luego precipitarse en el punk de los 70, entonces caí seducido por el jazz”.
“Nico” no compró su primer disco de jazz, tampoco lo robó, ni engañó a nadie, esta vez. Aprendiendo a tocar contrabajo en el Conservatorio Nacional —después de estudiar guitarra clásica en el Colegio Americano— se enteró de que el Instituto Goethe —cuando todavía quedaba en la 6 de Agosto esquina Aspiazu— tenía un servicio de préstamos de música. “La primera vez que fui saqué música clásica y dos discos de jazz: uno del pianista Milt Buckner y otro del bajista Richard Davies y sus “musas”. Pronto se iba a dar cuenta de que el jazz es dialéctico, dialoga con su pasado.
—“Nico”, pero el jazz tiene fama merecida de elitista, de ser una música para entendidos/jailones, para gente con formación musical. Te disparo la eterna/inevitable pregunta: ¿es verdad?
“Por fin llegamos a la cuestión de siempre. El jazz dejó de ser la música popular que fue, de baile, a partir de los saxofonistas Lester Young y Charlie Parker, que le exigen en aquel entonces talento al público, fue la revolución. Eso lo dijo un crítico francés llamado André Hodeir. Luego llegó Miles Davis, el músico más importante del género y lo volvió a cambiar hasta cinco veces cuando lo acercó a los jóvenes con el jazz-rock y demás. Pero contestaré tu pregunta: el arte y la música son gusto y apreciación. El gusto es que te gusta Love me do de los Beatles sin preguntarte nada más. Es un simple “re-fa-sol” y la letra no es muy sofisticada que digamos. La apreciación es entender las notas, escalas, pentagramas, etc. Cuando puedes juntar el gusto y la apreciación es lo máximo. Para mí, esa tercera burbuja se llama jazz”.
Entonces cuando nace Radio Deseo en 2007, del gusto personal pasa a la pasión colectiva. El éxito de La quinta disminuida es el talante de Nicolás Peña y su inconfundible/carismática voz. El oyente siente que habla un amigo, un tipo que nunca te mira ni discursea desde arriba. “Nico” no da por hecho —como otros conductores de programas del género en otros países— que la gente sabe tanto como ellos. Peña se pone en el lugar del otro, del oyente que recién llega y del que lleva 700 “quintas” escuchándolo los jueves por la noche. No va de entendido pedante, no funge como el experto capísimo que parece que se inventa los nombres de los músicos y los títulos de los discos que comenta y lanza al aire. “Tengo un amigo, Sergio Medina, que me dice en broma que me invento los nombres, eso lo hizo a manera de joda una vez Julio Cortázar para responder y provocar a una crítica periodística que lo acusó, entre comillas, de lo mismo”, dice Peña que piensa que “la música no se reduce solo a pasarla bien y mover los pies, hay cosas al medio muy dulces y a mí me gusta saber, de dónde vienen las canciones, las influencias, los hallazgos; por eso te digo que el jazz a diferencia del rock es dialéctico”. En definitiva, “Nico” no cree que el jazz deba sentirse, como música, mejor que los demás. Si algo no es Peña, es un puritano.
El rico Malbec de Mendoza se ha terminado hace rato y la charla sigue alrededor de los discos y los amigos comunes, entrada ya la noche sobre Achumani. Fue precisamente en una tienda de vinilos llamada La Obertura (que luego fue boliche) donde “Nico” Peña conoció a los hermanos Calero, con los que formaría una banda llamada El Sombrerero Loco, el título de un disco de Chick Corea. Peña busca entre sus CD y encuentra el “tesoro perdido”, una pequeña “joya” del rock boliviano. Es una maqueta/demo grabada en vivo en junio/septiembre de 1997 en el añorado Avesol de la calle Goitia. En la tapa del disco, el quinteto posa con largos sombreros de copa negros y sombras expresionistas. Suena un tema llamado Humanamente imposible y después otras canciones originales de la banda y ocho versiones de Santana, Silvio (Causas y azares y Santiago de Chile), Joe Vasconcelos, Fito Páez y Charly. También se escuchan aplausos de la concurrencia bohemia del Avesol. En la voz y teclados está Sergio Calero; en la “bata” su hermano Ramiro; en la guitarra/charango, otro hermano Juan Carlos; en las percusiones (a lo Santana) Rubén Moruno y en el bajo, un joven treintañero que toca medio agachadito pues su figura alargada/quijotesca casi choca con el techo del Avesol. Su nombre, Nicolás Peña Díaz Romero, el hombre que iba a saber demasiado (de jazz).
La quinta disminuida —“desde la capital más cerca del cielo”— se emite por Radio Deseo (103 FM) los jueves a las 21.00, con reprisse los sábados a las 17.00. Se puede escuchar y bajar desde la página www.quintadisminuida.com
Fotos: Ricardo Bajo y Nicolás Peña