Matilde, te llamabas magnolia
La cantautora y poeta presentará al año un nuevo disco y libro
El jardín de la casa de Matilde Casazola tiene rosas, geranios, plumbagos y heliotropos. “Las plantas y las flores son como los amores, todos son hermosos”, dice mientras entramos al cuarto de estar donde brilla un retrato que Ricardo Pérez Alcalá hiciera de ella en 1976 (es la tapa de su primer disco). En las paredes también cuelgan cuadros que Matilde ha pintado con rostros familiares, es su galería de afectos. “En 1987 tuve tuberculosis en mi pulmón izquierdo, no podía ni cantar ni escribir, entonces me dediqué a pintar”.
Veinte años antes, en 1967, Matilde se iba de Bolivia con su gran amor: Alexis Antiguez Arístides, un artista/titiritero argentino que se alojó en Sucre muy cerca de su casa de la calle Bolívar. El vecino, Lucho Chopitea, hacía de anfitrión por entonces de los artistas que pasaban por la capital. Matilde tiene 19 años y Alexis, 36. Van a pasear desafiantes “haciendo empanadas” por las calles escandalizadas de la ciudad; él con su poncho y su barba; ella con pantalón, “pucho” entre los labios y un poncho casero hecho a partir de una vieja manta de la madre. Se van a casar un año después. Y van a viajar juntos por toda Bolivia y la Argentina. “Siempre había soñado con viajar y Alexis fue como un enviado, siempre fui muy libre, es imposible hacer arte sin libertad plena”. La “Pocha” —como le dicen aún en casa— va a ser durante nueve años “Pochita” Antiguez. Son dos pero están rodeados de la “crema y la nata” de la época: Gil Imaná, Inés Córdoba, Lorgio Vaca, Alfredo La Placa, Pepe Ballón y su Peña Naira, donde dará su primer concierto y conocerá a Violeta Parra…
“Todos los amores / son el mismo amor. / tienen ojos claros / henchidos de sol, / o negros abismos / donde no da el sol / pero todos ellos / son el mismo amor”, Amores de alas fugaces.
Matilde carga los bártulos de los títeres, acomoda al público, cambia las cortinas, vende entradas y comienza a tocar la guitarra en noches de bohemia. Las primeras canciones son una zamba y un yaraví; Flor de romero y Cinco lágrimas. Matilde es una chica con una timidez terrible, pero se atreve a tocar y cantar frente a los mejores. “Ni rica, ni famosa he sido, pero tengo amigos que me han dado mucho amor”. Con memoria prodigiosa, recita aquí y ahora la letra de aquella primera zamba argentina, inédita hasta el disco que sacará el próximo año. Ese nuevo trabajo discográfico no tiene nombre, pero sí tiene ya tres canciones instrumentales: Capricho, Caro e bello y Te llamabas magnolia. El tercer tomo de su obra poética también está en camino de la mano de la editorial 3600. Matilde y Alexis tienen que salir de Bolivia a la rápida en el 67. Al titiritero cordobés lo han acusado de ser enlace de la guerrilla del “Che”. La pareja recorre la Argentina de punta a cabo, de Neuquén y Río Negro a Buenos Aires y Santa Fe.
“Un poco de amor en el camino / es lo único que os pido. / Después podéis herirme, / burlaros de mi facha / o de mi gesto triste. / Después podéis pisar las flores, / cortar el árbol verde, / hundirme la mirada / y ajarme la sonrisa. / Después podéis tirarme en el camino / obscura y olvidada, / que yo tendré una estrella / colgada de mis ojos / para siempre”, Los ojos abiertos.
A sus 10 años, Matilde enseña su primer poema a la profesora, de nombre Julia Peñarrieta. Estudia en la Escuela Nicolás Ortiz de niñas en Sucre y las monjas del Santa Ana intentan corregir su mano zurda. “La izquierda es el demonio, me decían. Y me ataban mi mano zurdida en el recreo hasta que una vez mi madre se enteró y se apareció en el colegio para hablar con la monja. No sé qué le dijo, pero nunca más me molestaron. Ahora mi zurda tiene sus ventajas, pues para tocar guitarra es muy útil”. También aprende solfeo en la Escuela Nacional de Maestros Mariscal Sucre y estudia guitarra con el maestro español Pedro García Ripoll en un hotelito de La Paz. “Eran los años 60 y él era muy imaginativo. Aprendí disciplina tras años de ser autodidacta”. Su primera guitarra se va a llamar “Estrella” y la acompañará durante tres décadas. Las muñecas antiguas que tiene en el cuarto de estar también tienen nombres: son “Galletita”, “Roxana” y “Payasito”.
Volvemos a la infancia. Matilde juega con su hermana Gabriela (también poeta) y sus tres primos, hijos de don Gunnar Mendoza. Comen duraznos de los árboles de la quinta y corren al cuarto de la querida abuela al fondo de la casa. La madre, doña Tula, toca el piano, “un piano que tuvieron que vender por necesidad”. Todavía hoy Matilde guarda grabaciones en cassette de su madre, preludios que compuso el abuelo, don Jaime Mendoza, que una vez supo ser doctor en Chayanta, amén de filántropo, poeta y geógrafo. Todavía hoy Matilde es capaz de recitar de memoria un viejo poema (Pachamama) del padre de su padre.
“Como niña jugando en colores / me parezco mirar, / junto a la amplia ventana / que da al sol poniente / esta tarde, / y me maravilla pensar / otra vez el paisaje terrestre / en que habita mi sangre”, La noche abrupta.
Tras el primer libro que nunca se presentó en Bolivia (Los ojos abiertos, 1967) llega el primer disco con canciones propias, Una revelación, 1975. La séptima canción de aquel L.P. se llama Como un fueguitoy la novena, De regreso. Van a tener que pasar 20 años para que Savia Andina encienda de nuevo aquel fueguito muerto de frío. “En su momento pasó desapercibido el disco por falta de difusión y publicidad. Además yo no era ni coqueta ni tenía grandes aparatos sobre el escenario, mi estilo no cautivaba por entonces al gran público. Pero una vez, estando en Potosí, Rafael Arias, el hermano de Gerardo, redescubrió la canción que luego también cantaron Emma Junaro y otros”.
De regreso a la nostalgia, el inevitable tema/eje de su obra. Durante nueve años, Matilde (y Alexis) disfrutaron de una vida itinerante de viajes y distancias. “Compuse ese tema entrando al país, cuando uno está lejos se ve todo con mayor intensidad. Siempre tuve un amor sufriente y terrible por Bolivia. Con la emoción del reencuentro con este mi país, sentí de nuevo las hierbas y el perfume agreste de los campos, toda mi vida he acumulado nostalgias”. Las versiones que más le gustan del “regreso” son las de Luis Rico y Jenny Cárdenas.
“Desde lejos yo regreso / a tus piedras trabajadas, por titanes ignorados que cobijan la altipampa / desde lejos como el viento / traigo nombres de otras patrias / pero busco en tu infinito las raíces de mi alma / yo no logro explicar con qué cadenas me atas / con qué hierbas me cautivas, dulce tierra boliviana”, De regreso.
Matilde ama cantar, por lo que aquellos años de la tuberculosis fueron los peores. Perdió la voz y apenas alcanzaba a pronunciar más de cuatro frases seguidas. El agotamiento físico lo podía todo. Hay dos tipos de tuberculosis: la abierta con tos y la cerrada, más explosiva por dentro, más peligrosa. Matilde sufrió la segunda y la pintura la salvó. Aprendió a mezclar colores aunque ya dibujaba desde niña. Fue un descubrimiento. Así aparecieron retratos de seres queridos y rostros imaginados, ninfas, bosques y ángeles de la guarda. La imaginación había saltado del pentagrama a la paleta. “Los ángeles me acompañan desde aquel trágico. Dice el poeta español Gerardo Diego: ‘Señor, yo te he visto y quiero volverte a ver, quiero creer’. Yo también quiero creer, mi fe es más de deseo, en los años 70 era anti-religión, pero con los años he vuelto a creer. Todos tenemos un ángel, es un misterio que existe, por eso los pinto para dialogar con ellos”.
La historia del arcángel Rafael que curó al padre de Tobías de la ceguera es una de sus favoritas en la Biblia. Matilde volvió a ir a la iglesia. Su preferida en Sucre es la de Santo Domingo, blanca y hermosa, en la calle Calvo. Durante 10 años (entre 1989 y 1999), ayuda en las canciones de liturgia y da clases a los chicos que tocaban en la misa. Entre estos alumnos está Pepe (José Alberto Morales), la futura armónica de La Logia, banda rockera emblema de la capital. Matilde es una cajita de sorpresas. El último dibujo que ha hecho es un retrato del leonés Amancio Prada. Está en la tapa del disco que escucha estos días: Tres poetas en el círculo: Cunqueiro, Lorca y García Calvo. Con el poeta andaluz asesinado por el fascismo, Matilde tiene conexiones: un destino errante, unos títeres itinerantes, la poesía. “Es mi poeta de cabecera”. ¿Y cuándo sabes que una canción es una canción y un poema es un poema? “Yo no decido nunca. Algunas melodías vienen con su letra y se van trenzando, yo solo tengo que enhebrar y el tarareo sale, entonces la canción vuela. Los poemas llegan solos, tienen su propia música. Mi estilo siempre trató de recuperar las tradiciones, la música folklórica y mezclar la poesía popular con la lírica”.
“Si hoy no me das tu rosa a tiempo, mañana no la quiero no, mañana no la quiero que ya será invierno”, Rosa del tiempo.
Tres changos cantan al atardecer la cueca Rosa del tiempo en la Recoleta de Sucre. Las parejas sentadas bajo los arcos se besan, la ciudad mira para otro lado, algunos se toman fotografías de amor para el recuerdo. “Es hermoso que los muchachos toquen mis canciones. Hace muchos años, cuando apenas arrancaba a componer mis primeras melodías, tuve un sueño premonitorio. Caminaba por la calle de mi casa y de uno de los patios oí una canción tocada por un dúo masculino, cuando me acerqué era uno de mis temas, desperté emocionada y pensé: ojalá algún día alguien toque mis canciones”. Jach’a Mallku, con el paceño Franz Chuquimia al frente, ha versionado Rosa del tiempo, pero también otro de los “hits” de Matilde: Tanto te amé. La nostalgia aterriza de nuevo, pero ya no duele: “Tanto te amé, que ya mi canto se quiebra / como un cristal, como agua que se despeña / buscando el mar, buscando alivio a su pena / Tanto te amé, que ya mi canto se quiebra”.
Matilde no sabe (ni quiere) cocinar, pero ama el plato paceño. Los picantes de la comida chuquisaqueña lastiman su hígado delicado. No ha tenido hijos, la vocación siempre pudo más. Matilde ha disfrutado de varias historias de amor —la de un exjesuita la contaremos otro día—, pero la discreción (y su apego a la privacidad) también pudo más. “Sacrifiqué muchas cosas, mi destino era otro. Todo tiene un precio, mi vocación por el arte es como la vocación religiosa, la acepté con mucho gusto y me dio muchas recompensas”.
En las interminables noches de canto y poesía, apenas tomaba alcohol pero fumaba harto tabaco. Comenzó a fumar de niña cuando le hacía el “favor” a su padre de apagar sus cigarrillos Poker, no sin antes darle una “villa” final y clandestina. E incluso, una vez, probó “un tabaco de otro estilo”, que le ofreció una amiga. “A ver si te gusta, me dijo, y yo comencé a mirar las plantas decorativas que estaban cerca de mí y cómo sus flores se agrandaban y se abrían, fue todo muy raro. Mi amiga se rió y me dijo: ‘Eso que has fumado se llama maría’. Me molesté y nunca más fumé aquel tabaco de otro estilo”, cuenta entre risas.
Una de esas recompensas fue viajar por el mundo con su guitarra y su canto. “He actuado en Suiza, Francia, en España gracias a las puertas que me abrieron Pedro Shimose y Marcelo Arduz, en Suiza conocí a la viuda de Alfredo Domínguez, Gladys Cortez, ella cantaba muy lindo junto a un guitarrista chileno que estaba exiliado y había sido torturado en la época de Pinochet”.
Matilde nunca “cayó” en política, pero tiene dos lindas historias con Marcelo Quiroga y con Luis Espinal. “Vivía en La Paz dando clases de guitarra en la escuela Mauro Núñez y escuché en la televisión un discurso de Marcelo. Me pareció un hombre valiente, sincero, de mucho idealismo, me impresionó y me dije, tengo que conocerlo. Con una amiga que era del PS1 nos dedicamos a ir a todos los mitines para ver si podíamos hablar con él, hasta que una vez tuvimos suerte y en una reunión política se acercó a nosotras y nos dio la mano, nos hicimos muy amigos, unidos por la poesía, luego conocí a su compañera, María Cristina, una mujer tan valiente y tan hermosa”.
La historia con Lucho Espinal también es de encuentros forzados. “Una amiga, Rosemary Cardozo, quería publicar sus poemas y en los grandes periódicos de La Paz, como Presencia o Última Hora, no era tan fácil, entonces la acompañé al semanario Aquí que dirigía Espinal. Era maravilloso, lo vi solo dos veces más, pero con personas como él, con algo tan fuerte en su interior, es suficiente. El envidiaba a los poetas porque su obra perdura y el trabajo periodístico es efímero. Tengo varios poemas inspirados en Espinal que publicaré pronto”.
Tras cumplir su sueño, conocer a Marcelo y Lucho, llegó la tragedia. Entre marzo y julio de 1980, ambos fueron cruelmente asesinados. Matilde entró en una especie de nirvana depresivo, no le interesaba nada, fue una larga pesadilla de un año. Un viaje a Francia en 1982 —organizado por la guitarrista clásica gala Sylvie Genovese— la rescató de la tristeza infinita. “Dice que los muertos se levantan / y en la tarde incendiada agitan / sus brillantes pañuelos / que son poemas que el mercader del viento / les trae del remoto mundo / irisados / y trémulos”, A veces un poco de sol.
La historia del ojo de Matilde queda para el final. Después de salir de Bolivia a la rápida por la persecución política y estando en un parque de Avellaneda, Buenos Aires, previa a una actuación de títeres, un hombre delgado —supuesto policía— se acercó en la noche y la golpeó en la sien con una pistola de grueso calibre, también a su pareja Alexis. La sangre comenzó a brotar y el desmayo vino después. “Me atendieron en el hospital y nos dijeron que iba a perder la vista de los dos ojos, pues el nervio óptico había sido cortado, había que tomar una decisión, operar para salvar el ojo derecho. Alexis tomó la decisión y el doctor hizo el milagro”.
Matilde recuperó la vista como lo hizo el padre de Tobías en esa historia de la Biblia que tanto le gusta. Matilde mira el reloj, agarra su nueva guitarra Yamaha de nombre “Luciérnaga” y apoya el pie: “Hace mucho que no toco, haremos dos canciones que pronto voy a grabar”. Suenan Te llamabas magnolia y Éramos los dos. Volvemos al amor del principio. Son las nueve de la noche en la capital, la tarde ha pasado volando, como sus canciones. Matilde me regala uno de sus poemarios. “Para Ricardo, con la emoción de este encuentro, Sucre, noviembre de 2021”. El segundo poema de ese libro arranca así: “Amo mis huesos / su costumbre de andar rectos / de levantar un semicírculo / para abarcar el cielo / de encadenarse en filigranas diminutas / para favorecer el movimiento; / amo mis huesos con sus curvas / sus salientes / y sus cuevas profundas”, Los cuerpos.