Sulma Montero, susurros de poesía
Imagen: Ricardo Bajo
La escritora paceña Sulma Montero
Imagen: Ricardo Bajo
La poeta y artista paceña presentó Adenda (antología íntima) publicada en Córdoba, Argentina
En el cruce a Villa Copacabana, al otro lado del río, hay una niña sentada en un callejón. Las vecinas del barrio llevan baldes cargados de agua. Doña Asica, la primera sanguchera de la zona que peleaba cuchillo en mano con su marido, ha cruzado la frontera y tiene su puesto en la Pasos Kanki y Brasil, vende en la ciudad. La niña se llama Sulma y le gusta mirar, no tanto hablar. Mira los rostros de los que pasan y sus maneras de caminar, mira el agua del Orkojahuira y de lejos observa a Toribio Tapia, su vecino kallawaya. Al barrio ha llegado un hombre, cuya madre, doña María, también cura. El caballero saluda: “Hola niña, ¿cómo estás?”. Sulma responde: “Buenas tardes, señor”. Todavía faltan diez años para que Sulma Montero y Jesús Urzagasti se conozcan y se amen.
Sulma es una niña con el pelo “afro”, sufre acoso escolar en el colegio Hugo Dávila de Miraflores. No sabe aún que esas raíces ensortijadas vienen del Perú, de una abuelita burguesa —María Eugenia— que se escapó de Lima y llegó a La Paz por culpa del amor prohibido de un zapatero que remendó su corazón roto. En los inviernos crudos, Sulma sufre más de la cuenta: el frío se mete clandestino entre las faldas escolares y los reglazos por desobediente y distraída hinchan los dedos de su mano izquierda. Sulma es una niña tímida, parece absorta siempre en una realidad paralela, la suya. No le gusta jugar, le gusta mirar los eucaliptos a las orillas del río. Todavía falta harto para que ese río baje contaminado por las fábricas de la zona norte.
Sulma Montero es un verso suelto, un poema susurrado. Ha presentado hace diez días en la pizzería Efímera de Sopocachi, junto a un callejón, su obra reunida Adenda (antología íntima) publicada por la editorial de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). El libro fue lanzado en 2019 pero Sulma se olvidó de hacer una presentación pública. Hasta hoy. Sigue siendo una niña con muñecas. Una de ellas, una que se parece mucho a Frida Kahlo, está sentada/callada en uno de los estantes de su casa envalijada de Sopocachi, la misma que compartió tantos años con Jesús.
(“He pasado por tantos lugares antes de encontrarte / he visto sombras / he sentido frío / te llamé y me desbandé. / ¿En qué silencio escucharé mi voz? / Ese es tu enigma, niña”. Del poemario Mujer con muñecas, Sulma Montero Castillo).
El profesor de Literatura es delgado y callado, viste un terno gris. Sulma no recuerda su nombre, solo se acuerda que daba “Composición”. Sulma se ríe al recordar el nombre de la materia: “Fue mi primer crítico, le gustaba lo que yo escribía y a mí me gustaba que le gustara”. La bulla del colegio, el machismo, la violencia… eso no le gustaba. En la casa, su padre Freddy, coronel de Policía, repetía y repetía: “Tienes que ser valiente”. Y Sulma lo fue, lo sigue siendo.
LA GRÁFICA
La biblioteca olvidada de su tía abuela Mery ayudó: ahí se peleaban —uno para todos y todos para uno— los tres mosqueteros de Dumas: Athos, Porthos y Aramis junto a D’Artagnan. Las lecturas del padre también colaboraron: el coronel coleccionaba suplementos de mitología griega y novelas del colombiano José María Vargas Vila. Sulma fantaseaba con todo: con amazonas, con caballos, con afroditas y unicornios.
Con 11 años, Sulma tiene un gran amigo, es su cuaderno. Escribe y dibuja rostros: “Buscaba expresarme en ese mar de letras que no comprendía; necesitaba escribir y me divertía dibujar, para mí era un juego”. Un día, su padre, director de Identificaciones de la Policía, lleva un montón de carnets para firmar. Sulma agarra todos y se va a su cuarto. Después de un buen rato, sale y dice: “Con este señor me voy a casar”. Don Freddy responde sonriendo: “Pero, ¿cómo harás eso? Ese señor está casado”. En el carnet que Sulma tiene entre sus manos dice: Jesús Urzagasti Aguilera. Nacido el 15 de octubre de 1941. En Campo Pajoso, provincia del Gran Chaco. Estado civil: Casado.
(“De noche sueñas con una piedra debajo / del agua y se agitan tus latidos en los pasos rumorosos de la lluvia. / Ahora que estás frente a mí / toco tu rostro de niña inmóvil junto al estanque / del tiempo. / Ahora que estoy frente a ti / me veo”, del poemario Infancia, Sulma Montero Castillo).
La joven Sulma ingresa a estudiar la carrera de Literatura en la Universidad Mayor de San Andrés. Luego hará lo propio con Bellas Artes y también con Diseño. “Me embarazaba y egresaba, me embarazaba y egresaba”. En la “U”, Sulma tiene junto a su compañera Inés González Salas, también escritora y entonces estudiante de Filosofía, un programa de televisión en el canal universitario. En la sección “Arte y Sueño” entrevistan a artistas, filósofos, poetas… En una de esas, el invitado se llama Jesús y se apellida Urzagasti. Estamos en 1992 y va a ser un encuentro cercano del tercer tipo. “Fuimos hasta el periódico Presencia donde Jesús hacía el suplemento Presencia Literaria y lo entrevistamos, no me dejó de mirar todo el rato”.
Días después, llega el cuarto encuentro. La clase leía De la ventana al parque y escuchaba al escritor. Sulma llega tarde e interrumpe la charla magistral. Jesús la encara y la besa en la boca. “Fue un encuentro de dos mundos, fue extraño, yo sentí que algo se había sellado, que había nacido para ese momento”, recuerda Sulma. Lo que vino después fueron tres hijos compartidos: Nivardo Héctor, Carmen y Froilán Pompilinio (éste último nombre está sacado de Los tejedores de la noche).
Sulma es una poeta con universo propio, hila un mundo tejido con rigor, entrega palabras en forma de recovecos juguetones, sale del círculo, va más allá y va más adentro. “Solté la mano con la prosa, con los cuentos y Jesús me ayudó mucho para armar en vez de fragmentar, para ordenar la narración y dejar reposar. Al principio, me hacía papilla cuando yo le mostraba mis textos y a ratos no quería hacerlo porque yo me rajaba y se me quemaba el cerebro”. Ahora, nueve años después de la muerte de Urzagasti, Sulma extraña: “Me hubiese gustado mostrarle lo que he venido escribiendo”.
Por eso, a veces, camina hasta el Montículo donde está la estatua de Jesús, rodeada de rosales. “La estatua no quedó bien, iba a hacerla yo, pero al final la hizo otro escultor. Tuvieron que rehacer la cabeza. A ratos quiero ponerle una bomba y a ratos me reconcilio pues creo que representa al campesino que llega a la ciudad con su impronta y triunfa. Jesús fue un niño humilde que vendía empanadas para ayudar a sus siete hermanos menores, todavía en la casa ya de mayor, seguía usando sus abarcas, ese espíritu de superación que ha dejado es lo que vale”.
Hoy, la casa compartida está a punto de ser vendida. Pero algo pasa siempre que lo impide. Deben ser señales. Los libros están embalados, los cuadros están listos para volar, las esculturas, protegidas. En esta casa, frente a la mezquita de Sopocachi, compartí varias charlas con Sulma y Jesús en 2003 y 2006. Mascamos coca, tomamos mate de matico y recordamos a Agnés mirando un cuadro/retrato suyo de Urzagasti titulado Leyendo a Baudelaire. De esta casa partimos a ch’allar Un hazmerreír en aprietosen una imprenta de Villa Fátima. Los muebles han desaparecido y dentro de ellos, los croquis para escribir El último domingo de un caminante. En esta casa se siente todavía a Urzagasti, su generosidad, su valentía, su disciplina. Sus libros —cuatro mil de ellos— han sido repartidos por bibliotecas de barrio, de pueblo, de comunidad, de La Paz al Chaco, del Chaco al país entero.
(“Entonces comprendo que fuimos solo niños que jugaban / en un patio solitario, y que nos faltó tiempo / para tomarnos de la mano y correr bajo la lluvia”, del poemario Reina de la floresta, Sulma Montero Castillo).
Sulma se siente una trapecista entre las alas y la ilusión. Cuando no escribe, pinta y cuando lo hace se olvida de todo, se levanta y sigue, se imagina transitando por otros parajes, llegando a otros colores. A veces se frustra (“siento que lo que pinto no está bien”) y entonces vuelve a la escultura, ahora que puede ensuciarse para ser feliz.
Su penúltima obra es una instalación titulada Un nombre para la rosa. Es un vestido de novia salpicado de pétalos de flores y nombres de mujeres asesinadas a manos de hombres con miedo. Su penúltimo proyecto —junto al artista vasco Javier Seco Goñi— se llama Bolivia es mujer y reúne obras de arte postal (“mail art”) realizadas por autores y autoras de 20 países. En estos días, Sulma trata de modelar en cristal unicornias, así en femenino. Se pregunta desde hace algún tiempo: ¿Por qué hay tantas estatuas con hombres a caballo? ¿Dónde están las yeguas?
(“En los cerros violetas tan extraños en su perfección / habitan grandes aves de patas largas que vuelan / por todos lados. / Aquí vivo. / Aquí camino y busco”, del poemario Mujer con muñecas, Sulma Montero Castillo).