Antonio Eguino, un cineasta de ñeque
Antonio Eguino, director de cine
El director de cine prepara un nuevo guion y verá pronto la versión digitalizada de su película más emblemática, ‘Chuquiago’
Antonio Eguino es un hijo de la Guerra del Chaco. Su madre, la cochabambina María Antonia Arteaga, viaja a Estados Unidos para estudiar Bellas Artes. Son finales de los años 20 del siglo pasado y la jovencita vive/sufre el “crack” del 29 en la mismísima ciudad de Nueva York, azotada por suicidios en masa. Cuando estalla la contienda entre Bolivia y Paraguay a mediados de 1932, María Antonia vuelve al país y se alista como enfermera en la retaguardia. Al hospital de Villamontes va a parar herido con una esquirla de mortero y sufriendo paludismo un soldado llamado Arturo; apellidos, Eguino Zaballa. Viene de combatir y vencer en Cañada Strongest; es uno de los miles de socios/hinchas gualdinegros que acuden al llamado de la patria y del club de sus amores. Tres años después, la pareja unida por la guerra se casa por amor, previo consentimiento del padre de ella en la comarca cochala de Queru Queru.
En 1938 —un 5 de febrero— nace un bebé al que bautizan como Antonio. Lo hace bajo el signo zodiacal de Acuario; será un hombre con inventiva, seductor, testarudo, de ñeque.
Ve las primeras luces en la mina Viloco (y su Cordillera de las Tres Cruces) donde su padre trabaja para la Patiño Mines después de hacerlo en Catavi. La familia tendrá tres hijos más: Pepe, futura estrella del rock boliviano y fundador de Climax; Rosario, enfermera de profesión y Percy, banquero. Un año después (1939) se trasladan a La Paz para vivir primero en Sopocachi y luego en Miraflores. La niñez de Antonio Eguino transcurre entre la avenida Iturralde, cerca de la plaza Uyuni y el Instituto Americano. Su mejor amigo de travesuras es un niño llamado Jorge; apellidos Sanjinés Aramayo. No lo saben aún pero el cine los va a unir para siempre años después.
Con apenas 18 años el bachiller Eguino toma la decisión de viajar a Estados Unidos —donde vive parte de la familia— para estudiar ingeniería mecánica en el Arlington College de Texas. Se hace amigo de la familia Taylor y comienza a recorrer el estado, de rodeo en rodeo. Las ganas de registrar para siempre aquellas vivencias provocan una decisión que lo cambiará todo: el chango Toño se compra una humilde cámara de fotos. El bichito de la fotografía va a hacer estragos en el cuerpo y alma del joven paceño.
Cuando la familia cambia Texas por Nueva York, es el cine el que toca a su puerta. Eguino entra a laburar con un cerrajero y conoce a pie todos los barrios de la Gran Manzana, cambiando chapas, un día sí y otro también. Cuando pasa por delante de la escuela de cine de la ciudad, el City College de Nueva York (CCNY), un cartel llama su atención: “Clases de fotografía”. Dicho y hecho. Antonio trabaja de día y estudia de noche. Es asistente en un estudio de fotografía publicitaria propiedad de un señor apellidado Billstone. Los primeros dólares que gana como fotógrafo los logra en bodas y retratando a bebés.
En unos años sale egresado como realizador cinematográfico por la universidad del cine de la “capital del mundo”. Algunos títulos de sus ejercicios son: The victim, Sight y Hombre en el hueco. Ha tenido el privilegio de aprender con profesores como el director Sidney Lumet. Él mismo se convertirá, sin querer queriendo, en el maestro de varias generaciones de cineastas bolivianos.
En 1962, Eguino viaja a Europa y llega hasta Roma, la “ciudad eterna”. Ese mismo periplo, pero desde París, lo hace también una joven de Bourg-de-Pèage —sur de Francia— llamada Danielle, apellido Caillet. Se conocen en un bus para turistas que los lleva desde Vía Venetto hasta el Coliseo. Lo que une Roma no lo separan ni los dioses, solo la muerte.
La pareja se casa en 1964 y se instala en Nueva York hasta que “decide” en 1967 partir a Bolivia con la excusa de visitar a la familia de Antonio. La francesa —“Danielita” para Antonio— nunca se imaginó que aquella visita a Italia tendría como destino final la ciudad de La Paz. El viaje lo hacen en una indomable Ford Bronco 4×4, dura tres meses a lo largo de la famosa Panamericana y no va a tener pasaje de retorno. Producto de la larga travesía (“por culpa de los polvos del camino”, Eguino dixit), nace (ya en La Paz) el primer hijo de la pareja, Manuel. Luego llegará una hija, de nombre Kory, nacida ésta en París en 1969.
De regreso a Chuquiago Marka, Antonio contacta a ese amigo de la infancia, Jorge Sanjinés, que por aquel entonces dirige el Instituto Cinematográfico Boliviano. La “pega” está garantizada. El golpe de Barrientos y el cierre del ICB arruina todos los planes. Toca inventar otra vez. El “invento” se va a llamar Estudio Fotográfico Eguino. La primera oficina (y casa a la vez) va a estar en la avenida 6 de Agosto, frente al cine en una casa hoy abandonada. Por ahí pasa la “crema y la nata” de la ciudad para hacerse retratos, desde el general Lechín Suárez —héroe de la batalla de Villamontes— a toda la colonia de extranjeros de La Paz. El suplemento Momento Dominical que dirige Wálter Villagómez (padre del arquitecto Carlos Villagómez Paredes) en el periódico El Diario hace un reportaje de la casa y titula: “Así vive la bohemia”. Aquel vitral que da la bienvenida —obra de una holandesa— está hoy en el hogar de Antonio en la comunidad de Taypichullo, en Huajchilla, a 20 kilómetros de La Paz.
Cuando Foto Eguino se traslada a la Plaza del Estudiante en 1972 (hoy hace medio siglo), las caras conocidas suman y siguen: Marcelo Quiroga Santa Cruz (un joven que tenía un par de cortometrajes a sus espaldas como El gallo y La bella y la bestia), René Zabaleta Mercado y otros escritores y políticos.
LA GRÁFICA
El cierre del ICB no detiene la carrera cinematográfica de Sanjinés, quien funda el grupo Ukamau junto a Eguino, Óscar Soria Gamarra y Ricardo Rada Laguna. Antonio va a dirigir la fotografía y a operar la cámara en Yawar Mallku (1969) y en El coraje del pueblo (1971). Entre una y otra, dirige su primer corto: Basta (1970), un documental encargado por el presidente “Jota Jotita” Torres que explica con “chuis” la nacionalización de la Gulf Oil Company.
A raíz de la persecución y censura contra las películas de Sanjinés, Eguino cae preso. Antes había viajado a La Habana, vía Praga con el sobrenombre de “Carlos” para la posproducción de Yawar Mallku. “Me detuvieron porque una turista francesa estaba metiendo clandestinamente copias de El coraje del pueblo. Cayó presa en Desaguadero y en la cinta estaba mi nombre, yo era conocido por el estudio de foto y me llevaron a los calabozos del Ministerio de Gobierno en la Arce y luego a la DOP en la plaza Murillo. Me interrogó un coronel cojo de cuyo nombre no me acuerdo. Le tuve que explicar que el cine es una mentira, que los cineastas somos unos mentirosos. Él creía que los militares y las armas que salían en la película eran de verdad y quería saber sus nombres. Estuve detenido tres semanas y salí gracias a don Mario Mercado”, cuenta Eguino en la sala abierta de su casa, rodeado de sus fotos y cuadros de Gil Imaná, Cecilia Wilde, José Rodríguez, Alfredo La Placa, Zilvetti, Roxana Crespo Von Borries y Gustavo Lara, entre otros.
—Entonces, don Antonio, ¿se hizo bolivarista por ese gran favor de Mario Mercado?
—No, yo era bolivarista desde chango. Mi padre era stronguista y a mí me enojaban los equipos con nombre en inglés. Hablo perfectamente el idioma pero no soporto que todo se diga en inglés cuando hay una palabra en español. Por eso me hice del Bolívar, además el nombre del Libertador me simpatizaba.
Las gestiones para liberar a Eguino llegan hasta Hollywood. Alfonso “Moro” Gumucio, exiliado en París, impulsa una campaña internacional y logra el apoyo de cineastas franceses, colegas independientes de Estados Unidos y alguna que otra firma famosa como Jane Fonda y Robert Redford. El contacto clave, no obstante, es Mario Mercado Vaca Guzmán, al cual Eguino conoce por su trabajo como productor de cine.
“‘Huguito —así le decía al general Banzer—, tengo un amigo llamado Antúan (me llamaba así por mi esposa francesa). ‘Está preso y no ha hecho nada’. Al día siguiente me liberaron, en esas tres semanas hice amistad con trabajadores y militantes de base perseguidos”, recuerda con nostalgia Eguino. “Jugábamos partidos de vóley y metíamos botellitas de singani a escondidas”.
El primer largometraje llega en 1974 y se llama Pueblo chico. El crítico de cine Carlos Mesa bautiza el estilo como “cine posible” (en medio de la feroz dictadura de Banzer Suárez). Y el colega Luis Espinal alaba el “final abierto”. La revista gringa Quartely entrevista al director y titula: “Del cine militante al neorrealismo, el cine de Eguino”.Tres años después llega una película clave/emblemática del cine boliviano: Chuquiago (1977) que bate todos los récords con un millón de espectadores.
El rector de la Universidad Mayor de San Andrés, Pablo Ramos, quiere hacer a inicios de los años 70 una película sobre la “Revolución Universitaria”. La intención queda en el aire tras el cierre de la UMSA por la dictadura. Cuando Eguino y “Cacho” Soria deciden homenajear a su ciudad con un filme, recuperan la idea y montan grupos focales para armar la historia. En aquella época, sin universidades privadas, la UMSA aglutinaba a todos los sectores sociales de la ciudad.
La primera imagen es el mirador de Killi Killi: Eguino ha reunido a todo el equipo y señala con el dedo El Alto. “Ahí va a comenzar el filme, va a ser un descenso geográfico y un ascenso social, va a terminar abajo, en la zona Sur donde vive la burguesía paceña”. La segunda imagen (ver foto de Danielle Caillet) es la Ceja. Junto al director se puede ver a Luis Espinal Camps, a Paolo Agazzi, a Pepe Eguino, al foquista/asistente de cámara Freddy “Gordo” Delgado, al niño que hace de Isico y a Víctor Hugo Cárdenas, profesor de aymara, asesor de la película y futuro vicepresidente de la República. Chuquiago será restaurada digitalmente en los próximos meses gracias a la llegada de un scanner digital alemán para el Archivo Fílmico de la Cinemateca Boliviana que dirige Mela Márquez.
Tiene que pasar una década para que llegue la tercera película de Eguino: Amargo mar (1984). Don Antonio dedica cinco años para documentarse sobre la mal llamada Guerra del Pacífico, la invasión chilena. La polémica rodea a la película desde el minuto uno por la tesis controvertida que plantea: los negocios y contubernios de políticos bolivianos (liberales) con el gobierno/empresarios de Chile.
—¿Por qué no hizo nunca una película sobre la Guerra del Chaco dada su historia familiar cercana? ¿Por qué su carrera como director de largos es tan corta sin olvidarnos obviamente de sus trabajos documentales, sus videos de los 80 y otros laburos?
—La entrega hacia mis películas siempre fue muy fuerte, hasta el grado de arruinarme varias veces, una tras Amargo mar y otra en 2007 tras mi última película Los Andes no creen en Dios. No tuve cojones en su momento para volver a hacer cine por el tema económico y me enfoqué en ser funcionario, dirigiendo el Conacine, la Oficialía Mayor de Cultura de la Alcaldía, el Canal 7, el Viceministerio de Cultura y la Cinemateca Boliviana”.
Antonio Eguino Arteaga tiene fama de pesimista y renegón, pero los que le conocen en las distancias cortas saben que no es verdad. “Siempre he sido crítico con las cosas que veo y no me gustan, hice películas sobre la clase media paceña y sus complejos; si eso me hace pesimista, yo no me considero así”. También tiene fama de galán y hoy con 84 años a sus espaldas atesora un nuevo amor llegado del frío, venido de lejos. Su carácter ha mejorado con el paso de los años, como el buen vino y ahora, incansable como todo Acuario, prepara el guion de una nueva película.