Elías Blanco Mamani, profesión rescatiri
Retrato. La artista Rosmery Mamani realizó este retrato de Elías Blanco
El gestor brinda una silenciosa labor de divulgación con publicaciones, documentales y su diccionario cultural. Recupera además autores y sus obras
No sé qué dice en el carnet de identidad de Elías Blanco Mamani. Quizás diga como en el mío: estudiante. Y no estaría mal pues todos somos estudiantes, todos aprendemos y estudiamos hasta el último día de nuestras efímeras vidas. Debería poner este americanismo/bolivianismo: rescatiri, sin comillas. El diccionario describe así esta hermosa palabra: persona que rescata cosas, normalmente minerales.
Elías se despierta todos los días a las cinco de la mañana. Desayuna en su casa de Villa San Antonio Bajo y parte rumbo a la Hemeroteca Municipal. Lleva ya chequeados medio centenar de periódicos del siglo XIX, un barrido completo desde 1862. Ha rescatado del olvido absoluto a unos 200 poetas bolivianos de ese siglo y está completamente seguro de que la voz poética de aquellos tiempos no reside en los libros (se publicaba muy poco) sino en los carcomidos diarios de la época.
No es la primera misión de rescate que afronta en su vida, ni será la última. Elías Blanco Mamani nace en el hospital de la Garita de Lima el 20 de julio de 1962. Su madre se llama Marta Mamani Yanarico, de Callapa. Doña Marta va a ser la primera mujer que instale un puesto de abarrotes en la ladera oeste de la ciudad de La Paz. Va a sacar adelante a cuatro hijos, sumando y restando con las pititas de su pollera; fue, es y será una de las matronas más queridas del barrio. Elías todavía se acuerda de las filas que se montaban en su tienda los sábados y los domingos. De sus tres hermanos: uno, Juan es maestro y los otros dos —Pedro y Wilson— son comerciantes, como la madre. “Yo salí oveja negra”.
El padre se llama Nicanor Blanco Ibáñez, bordador, sombrerero y vendedor de abarrotes en sus ratos libres. “Ha vivido y ha muerto bailando morenada, a todo lado iba, a Guaqui, al Gran Poder, a Villa Fátima, a La Cumbre… y con él su fardo de cerveza”.
Elías es un niño problema. Colecciona colegios. Debuta en el San Martín, pasa por el 6 de Agosto de Villa Copacabana y acaba expulsado del Felipe Segundo Guzmán de Miraflores. No le gustaba ir a clases. Cuando tenía unos pesitos, se largaba al cine, ora al Ebro, ora al México, ora al Avenida o al Miraflores. Del Topáter de Pampahasi pasa al colegio Copacabana, donde después de ser presidente de curso, sale por fin bachiller.
En este último dirige el coro, gana su primer rosario en un concurso y organiza las primeras marchas estudiantiles contra la dictadura de García Meza. El enemigo principal por aquel entonces es el Hugo Dávila, de los pocos que no salen a marchar. También hace su primera huelga hasta las últimas consecuencias: su víctima, una monja italiana llamada Domitila que acostumbraba insultar a los alumnos. “De maleantes no nos bajaba, cuando conseguimos que se retractara dijo que en Italia esa palabra no era mala”.
Cuando llega la hora de decidir profesión/carrera, Elías no sabe qué hacer, todo un clásico. Estudia Auditoría porque uno de sus hermanos tiene libros de esos. Termina en Comunicación Social. Conoce a Antonio Peredo Leigue, a Remberto Cárdenas, a José Luis Aguirre, a Sandra Aliaga, a Carlos Soria Galvarro. Todavía no hay docentes titulados y sus “cates” son su mejor recuerdo, hasta hoy. El estudiante Elías no tiene (buena) memoria, se aburre con la teoría y abandona tras dos años. “Muy pocos honran el oficio, te enseñan seriedad, profundidad, honestidad y al final te pagan para contar mentiras, el periodismo es un instrumento político, casi no hay gente con verdadera vocación”.
El primer trabajo lo logra, junto a su compañero de estudios Rafael Archondo Quiroga, en el semanario Aquí. La paga no existe, se cobra en bonos. Su primera nota es una crónica de viaje por las ferias del altiplano paceño. Entonces aprende de verdad gracias a las lecciones in situ del maestro Peredo. “Una vez usé la palabra ocurrir y don Antonio me dijo: Ese verbo viene de ocurrencia y usted está narrando hechos, use el lenguaje con exactitud, hágame el favor”.
Su primera alegría llega con una foto suya en tapa. Es el rostro de un minero. Elías ha tomado fotografías en el Congreso Minero de Oruro. Lo ha hecho con una vieja Pentax prestada. Al inicio no sabe ni dónde está el botón pero luego, gracias a los consejos de Gerardo Zalles, aprende rápido e incluso revela en el baño del mítico semanario fundado por Luis Espinal Camps. Hoy, Elías tiene más de 300.000 fotos de los hombres y mujeres de las culturas de nuestro país.
LA GRÁFICA
En los noventa crea, junto a otros compañeros, la recordada agencia Gesta, un servicio inédito de información cultural. Son los años de la Tercera Gesta Bárbara, junto a Mauricio Souza, Lupe Cajías, Julio de la Vega y Marisol Quiroga. Después pasa a ser el encargado de fotocopias de la oficina de Comunicación Popular de la Comisión Episcopal de Educación, dirigida por Luis Di Libero. El sueldo es una miseria, 50 bolivianos. Con el italiano pasa cursillos de publicidad, propaganda e iniciación cinematográfica en el colegio Don Bosco.
Cubre la llegada de Juan Pablo II y se encarga de meter a los periodistas nacionales y extranjeros dentro de los primeros radiotaxis de la ciudad llamados originalmente “Mi Taxi”. En esa oficina, Hugo Ara le cambia el nombre siempre: para él, se llamaba Isaías, no Elías. Manías de vicario. Se junta con otros capos como “Chichizo” López, David Santalla, Sergio Calero, Willy Kenning…
Gracias a Rubén Vargas Portugal colabora en el suplemento Puerta Abierta del periódico Presencia junto a Nadia Gutiérrez y Mabel Franco Ortega. Tiene a su cargo la contratapa llamada Del arte y sus contrastes. Luego también publica biografías culturales en el suplemento Ventana del periódico La Razón, dirigido en su primera etapa por su amigo “Rafo” Archondo. Mariano Baptista Gumucio también abre un espacio de Última Hora para las páginas de la Agencia Gesta.
Un día de los noventa, el recordado Rubén Vargas le pasa un dato: hay un cuadro del cochabambino José García Mesa en el museo Louvre de París. Elías compromete la “pepa” (primicia) a la revista Sopocachi que dirige Huáscar Cajías Kauffmann. Tratando de confirmar la noticia, choca con la embajada francesa en La Paz que desmiente el “hallazgo”. Cuando deja Presencia por algunos colegas “chinches, fregados y molestositos”, se casa con Carmenza Cadena Copa, una mujer de Nazacara. La feliz pareja tiene tres wawas: Ángel que va a ser arquitecto; Huáscar que va a ser ingeniero de sistemas y tatuador; y Sebastián, que aún cursa secundaria. De Rubén, Elías siempre habla bien: “Era muy serio y responsable, era muy leído con un gran sentido del humor, era nuestra fuente a la hora de hablar de poesía”.
Desde esa época, Elías no se pierde una exposición de arte. Traba amistad con el pintor Gil Imaná, graba más de 10 cassettes para armar una biografía que todavía hoy espera por su publicación. En 1992 hace parir su primera columna fija: “Un día como hoy en la cultura”. Arranca en Presencia con un auspicio del Convenio Andrés Bello gracias a una gestión de Vicente Mendoza Bilbao. Entonces comienza su “obsesión” por las fechas de nacimiento. Pronto los amigos le van a poner una chapa que también podía estar como profesión en su carnet de identidad: “cumpleañólogo”. Cuando la agencia Jatha compra el servicio, la columna aparece en varios periódicos del país como El Mundo de Santa Cruz y Opinión de Cochabamba.
En 1991 dirige su primer programa de televisión, Autorretrato en el Canal Universitario de La Paz (retomado en su nuevo ciclo en Abya Yala Televisión entre 2017 y 2020). En 1993 entra por primera vez a la gestión pública cultural. Durante siete meses, gracias a Manuel Monroy Chazarreta, que es el Oficial Mayor de Cultura de la Alcaldía del “Chaza”, se hace cargo de la Casa Distrital de Culturas “Jaime Saenz” de su barrio, Villa San Antonio Bajo, a escasos pasos de su casa.
Su primer libro data de aquellos años. Junto a Mario Urquieta, Bernardo Peñaloza y la sobrina de Jaime Saenz, Gisela Morales, recopilan los mejores recuerdos del poeta paceño, muerto la década anterior. Marcha todo bien hasta que la familia retira el apoyo y pide la devolución de todo lo rescatado entre cartas y poemas inéditos. El libro sale igual. Se llama Jaime Saenz: el ángel solitario y jubiloso de la noche, una biografía hermosamente editada de 1.000 ejemplares de tiraje, difícil de encontrar hoy en día. “La segunda edición quiero sacar ahora”.
El nuevo siglo ve como Elías se sube a la ciudad de El Alto (para ser director de Cultura de la Alcaldía) y comienza a publicar libros/diccionarios después de largos años de labor como rescatiri. Así llegan 18 libros hasta la fecha, muchos lanzados por su propio sello, editorial El Aparapita. Entre ellos, están: Existencias insurrectas: la mujer en la cultura boliviana junto a Pilar Contreras; Enciclopedia Gesta de autores de la literatura boliviana (con más de 4.590 títulos y 1.212 autores y autoras desde 1705); Alemanes en la cultura boliviana, El himno paceño en su Sesquicentenario; y Pedro Domingo Murillo: el protomártir en la poesía boliviana.
Es hora entonces de recoger lo sembrado en la cosecha: es columnista del semanario La Época en la primera etapa de Raúl Peñaranda Undurraga; colabora con la Revista Cultural de la Fundación del Banco Central de Bolivia; edita el suplemento especial 200 Personajes Paceños del periódico La Razón; lanza su exitoso blog Diccionario Cultural Boliviano, cercano ya a los 3.000 autores/entradas y con más de 3 millones y medio de consultas; es colaborador de Letra Siete en el periódico Página Siete; es editor del suplemento El Aparapita en el diario Ahora el Pueblo; y abre su propio canal en YouTube de documentales. “Ya voy por 500 videos y el más consultado es del Túpac Katari con 80.000 visitas y Víctor Hugo Viscarra con 42.000; eso quiero decir algo, hay sed entre la juventud por saber más de ambos”.
En 2012, en abril, siempre abril, funda el Museo del Aparapita que ya tiene más de 40 cuadros y 5.000 libros (la gran mayoría —amén de donaciones— han sido “rescatados” de la feria 16 de Julio de El Alto). Entre los cuadros, una obra de Patricia Mariaca que compró por 60 pesitos junto a las rieles. La figura del aparapita le ha traído suerte. Es un personaje idiosincrático de La Paz. Es humilde pero alevoso, es libre pero orgulloso. “Es vital y necesario, sin él ningún mercado podría ponerse en pie, todos los redescubrimos gracias a Saenz, no sé a qué estamos esperando para nombrar al aparapita como patrimonio vivo. Los artistas lo han convertido en santo y seña; los escritores, en protagonista de cuentos, novelas y poemas. Su saco es nuestra propia ciudad, llena de parches”.
Personaje inquieto y curioso por naturaleza, organiza las ferias de autores desde 2013. Cuando algún genio se le ocurrió demoler el parque frente a la Casa de la Cultura de su barrio, Elías contraataca con una poción mágica indestructible, el libro y sus hacedores. Y logra frenar el despropósito.
De su injusta partida al frente de la Casa del Poeta que comandó junto al entrañable Fernando Lozada desde 2018, no se hablará. Solo se dirá una cosa: cuando Elías, presionado para que renuncie, presentó su carta, algunos en la actual Secretaría de Culturas de la Alcaldía paceña se alegran. Por sus actos los conoceréis, dice un libro. De su programa de radio en la Wayna Tambo solo se pueden decir cosas sabrosas. No por nada lleva un título apetecible: Chairo. Libros. Arte en homenaje al rico chairito sabatino del Museo del Aparapita sobre la avenida 31 de Octubre, al 1573, en la Villa San Antonio Bajo.
Las últimas “joyas” recuperadas por el rescatiri Elías son un poema a Melgarejo y las poesías olvidadas de Julio Lucas Jaimes, alias “Brocha Gorda”, el director del periódico El Nacional y padre del poeta modernista Ricardo Jaimes Freyre. No sé realmente qué dice el carnet de este vencedor de mil batallas (logró tumbar hace seis años una trombosis y una tuberculosis seguidas) pero debería poner: amante de libros o simplemente, rescatiri.