La cura o el regalo
Imagen: Daniela Gandarillas
‘Oscuro’ es la propuesta del Taller Ser y Estar, dirigido por la actriz, directora y educadora Patricia García.
Imagen: Daniela Gandarillas
Un tallerista ofrece una mirada desde dentro del Taller Ser y Estar de Patricia García
La cura o el regalo. La doctrina contemporánea afirma que el teatro ha sido redefinido. Los espacios que una vez se ocuparon con relaciones solemnes y jerárquicas, que partían del juicio y la moraleja y que se distanciaban del conflicto para describirlo, parodiarlo o simularlo con más o menos maestría están ahora repletos de jóvenes que buscan una expresión más desafiante dentro del mundo.
Jóvenes en conflicto. No siempre con los demás. Mayoritariamente consigo mismos, con la imposibilidad de que el otro les representa y con la genialidad que los dispositivos modernos les han brindado. Jóvenes que desean ser actores y otros que no tanto. Todos se reúnen con la actriz, directora y educadora Pati García dos veces a la semana para jugar con su cuerpo en el espacio, en ese eterno vaivén entre lo banal y lo importante.
Las sesiones siguen un patrón muy simple y adquirido en todas las experiencias que marcaron la carrera artística de Patricia: Uno comienza reconociendo el espacio, aprovechando la mirada, descubriendo lo maravilloso de dejarse ver y de reconocer al otro. Uno comienza con un teatro pobre: no se precisan de cantos rituales o música new age para ingresar en el trance de la formación actoral. Tampoco se precisan de disfraces, objetos o palabras. Al menos, no aún.
Los primerizos salen confundidos de los diagnósticos, de las observaciones y las retroalimentaciones de sus pares. El ser escénico continúa tímido, atado a preconceptos sobre lo que significa el Teatro, con mayúscula, como arte y como ciencia, pero aún sin consciencia plena de los experimentos que van atravesando. Es en esos estados en los que los más obsesionados con su carrera son desplazados naturalmente al juego más primitivo, mientras que los menos comprometidos encuentran una oportunidad de redimirse haciéndose cargo de sí mismos.
Poco a poco, el ser escénico comienza a disfrutar el aquí y el ahora. El ser visto. El descubrir su corporalidad, sus tensiones, sus emociones y sus despertares intuitivos. Es curioso que el “aquí y el ahora”, más allá del teatro, sea en estos tiempos un concepto apropiado desde el psicoanálisis y la metafísica. Quizá por eso tantos estudiantes hayan asimilado los procesos creativos del taller a una especie de terapia para su vida y su identidad.
Es pues, el teatro, una cura para quienes deciden atravesar la escena desde su vulnerabilidad. Es una sanación para los que se animan a ser honestos y una realización para quienes fueron incorporando máscaras y vías de escape como habilidades actorales.
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La cura o el regalo
La abstracción, sin embargo, representa un esfuerzo medido en términos racionales. Hay quienes ponen límites tempranos y quienes no saben cuándo parar. Todos se van equilibrando mientras sus cuerpos se encuentran con otros cuerpos. Mientras los egos se ven observados. Mientras los observadores comienzan a identificar en la escena sus propias conductas y recurrencias.
Los talleristas comienzan a tomar nota. La nobleza del espacio —un verdadero teatro de la ciudad— patrocina el encuentro con rapidez. Se identifican actitudes complementarias y también opuestas, se atraviesan emociones dormidas por mucho tiempo y se expresan las reacciones casi instintivas a las propuestas de los demás. Es el nacimiento de la amistad en la intimidad.
Las inside jokes comienzan a presentarse espontáneamente. Es la magia de ser re-conocido, de divertirse y de tener la urgencia de ser visto, así como también la hay de ver.
El camino es personal, a pesar de que la construcción sea colectiva. Los textos son asignados desde la intuición y a menudo conllevan un profundo componente confesional. La palabra, si llega, llega cuando el grupo está consolidado y disfruta de involucrarse en mayores desafíos.
Se arma la obra con un tema transversal, aparecido entre epifanías, que vuelve —como toda iniciativa teatral— a ser una radiografía del tiempo en el que vivimos. Del momento y el humano en el momento. De la consciencia colectiva. Es otra expresión del aquí y el ahora, casi sociológica.
Ya en su duodécima versión, el Ser y Estar ha sido narrado desde múltiples puntos de vista. Las crónicas y los testimonios de los jóvenes testifican sobre la calidad de cada uno de los procesos creativos. Y aún con todas las expectativas, la presentación de la obra es casi una excusa de compartir el proceso vivido con quienes más uno quiere. Pero el proceso se recuerda y es el que se asienta. Retorna mucho después en un ser escénico más atento, empático y menos susceptible de prejuicios. Y el ser escénico no precisará solamente de una obra. Quedará cada vez que uno componga su cuerpo o cruce una mirada intencional.
Por supuesto que el propósito principal del taller continúa siendo brindar herramientas a los jóvenes actores. Pero, con seguridad, ellos y ellas responderán —a toda pregunta sobre las herramientas adquiridas— que se llevan más regalos que manuales.
La cura nunca será completa, así como los individuos nunca estarán completos. Pero hay algo en disfrutar de vacíos y de regalos en un grupo tan generoso. Y mientras el Taller Ser y Estar siga brindando el espacio, y mientras Pati continúe con la voluntad de formar, la ciudad puede sentirse orgullosa.
La cita para acompañarnos es este miércoles 14 de diciembre a las 20.00 en el escenario del Teatro Nuna (Calle 21 de Calacoto, parada PumaKatari) con Oscuro, el viaje por la escena en forma de Infierno, Purgatorio y Paraíso. Una travesía con tono épico y clásica tragicomedia de lo que es enfrentarse a su lado oscuro, a uno mismo.