Martín Boulocq, un grito al cielo
Fotos: Producción de ‘El Visitante’ y Ricardo Bajo.
‘El visitante’ se estrena este jueves 2 de marzo. El director cochabambino habla de su cuarto largometraje y sobre el cine boliviano.
Esto parece una entrevista, pero no lo es. Esto parece un cuestionario respondido por correo electrónico de un cineasta antes del estreno de su nueva película (El visitante, este jueves 2 de marzo), pero no lo es. Esto es un grito al cielo. En el medio del texto, el cineasta que se hace llamar Martín Boulocq lanza cinco preguntas al presidente Luis Arce Catacora. Cinco preguntas que seguramente no tengan respuestas. Cinco preguntas (retóricas) que nos hacemos todos, cinco preguntas que no son preguntas, son un grito al cielo. En el medio (el intertexto dicen los académicos) se asoma un viejo manifiesto, como un fantasma.
—El visitante es tu cuarto largometraje. Han pasado casi 18 años desde tu opera prima Lo más bonito y mis mejores años (2005). ¿Siguen siendo las mismas preocupaciones/búsquedas en tu cine? (post/data: un recuerdo vivo para nuestro amigo Roberto Guilhón, siempre presente).
—Lo recordamos con tanto cariño a Roberto. Pienso que Lo más bonito… sigue siendo una película viva gracias a él, Juan Pablo Milán y Alejandra Lanza; los tres protagonistas. Yo tenía 23 cuando la rodé y a esa edad, ya te imaginas, recién inicias las búsquedas. De todos modos, no han dejado de interesarme los personajes como elementos centrales, sin embargo ahora intento comprender y retratar mejor los contextos en los que están envueltos.
—Has reivindicado siempre un cine intimista/personal, no por eso apolítico. El visitante toca un tema altamente político, como es el enriquecimiento de los pastores evangélicos y su incidencia (ultraconservadora) en las agendas públicas de nuestros países. ¿Cómo conjugas este fenómeno político in crescendo con el drama familiar (la vuelta de un padre, la muerte de una madre) de la propia historia de El visitante? Rescato el final del mandamiento número ocho del manifiesto Rojo, Amarillo, Verde, el “Manifiesto de las 3 B” (Boulocq, Bellott, Bastani): “El acto de hacer un cine personal y auténtico es finalmente trascendental y revolucionario”.
—Lo íntimo y lo personal siguen ahí pero ahora se amplían para dar paso a experiencias sociales colectivas. El reto es ese. Cómo hablar de esas experiencias colectivas sin ocultar el lugar de enunciación. Es decir, sin esconderse. No es fácil, requiere un doble compromiso.
—Rodaron en Cochabamba en pleno golpe con tanques y militares armados patrullando las calles.
—Como la película se filmaba en distintas zonas de la ciudad, estábamos obligados a movernos atravesando los bloqueos. El equipo hizo un esfuerzo impresionante para seguir. Mi experiencia de esas semanas ha sido la de un espectador en las calles, no en las redes. Y lo que he visto allí ha sido muy doloroso y traumático. Los detalles me los guardo para contarlos en alguna próxima película.
—La crítica internacional ha resaltado la “densidad barroca de la película”. ¿Cómo has construido esos planos que pueden parecer cuadros de otra época?
—Es un trabajo de colaboración en el que Germán Nocella, que hizo la foto, y Andrea Camponovo, la dirección de arte, no solo le dieron forma a mis inquietudes pictóricas, sino que aportaron y enriquecieron con ideas. Partimos de referencias de la pintura religiosa de siglos pasados. No de pintores específicos pero sí del género. La idea era jugar con algunos colores y con algunas combinaciones, que a la vez tengan una carga simbólica.
—La película ha obtenido varios galardones en el exterior; entre ellos el premio al mejor guion (a cuatro manos con el escritor cochabambino Rodrigo Hasbún) en el Festival de Tribeca y el Festival de Lima. ¿Faltan buenos guiones en nuestro cine?
—Para mí lo más importante en una película es la visión del mundo que quiere transmitir, el resto tiene que estar en función de eso. No creo que nuestro hándicap sean los guiones, sino la falta de apuesta institucional al cine. Sin ese soporte se hace difícil tener un sistema continuo que dé como resultado buenas películas.
—El protagonista principal está a cargo del debutante Enrique Aráoz. ¿Qué viste en un tenor como Aráoz para dar vida a un expresidiario que vuelve a su comunidad evangélica?
—Como en mis otras pelis, ensayé con los actores bastante antes de rodar, y busqué integrar elementos o vivencias reales de ellos en el relato. En el caso de Enrique, fue su voz lo que me llevó a elegirlo. Es más, la voz fue el punto de partida y es uno de los elementos centrales. La idea de la voz como instrumento. Como instrumento musical, pero también como instrumento religioso y político.
—Es un denominador habitual en muchos cineastas que “triunfan” olvidarse de los orígenes, ¿qué te da la Llajta todavía?
—El sentido de hacer cine tiene que ver con eso. Los cineastas a los que admiro han sido artistas comprometidos con su lugar de origen, con su historia y su cultura.
—La música es un personaje más. Tienes pop cristiano, bailable y música religiosa sacra, ambas rituales. ¿Cómo has trabajado esos dos mundos?
—Me parece que lo ritual está en la película en dos formas. En su forma comunal y en su forma mercantil. En la película están enredadas o sobrepuestas ambas formas conviviendo de una manera particular. Y lo mismo pasa con la música y la mezcla de géneros.
—La película cuenta con plata del añorado PIU (Programa de Intervenciones Urbanas) y del Instituto Nacional de Cine y Audiovisual de Uruguay, INCAU. ¿Cómo convencerías al presidente Arce para un nuevo programa si pudieses tomar un café con él en la plaza 14 de Septiembre de Cochabamba?
—Señor Presidente, a principios de octubre de 2019 se estrenó una película norteamericana en Bolivia de superhéroes muy taquillera. Unas semanas más tarde vi en las calles unos momentos que parecían sacados de esa película. Esto me hizo pensar en algunas preguntas que me gustaría compartir con usted. ¿Cuán influyente puede ser, sobre todo en los más jóvenes, el cine, sus imágenes y sus relatos? ¿Cómo les convencemos a esos jóvenes de que se puede transformar nuestra sociedad, mejorarla, sin hacer uso de una capa en la espalda y una consigna vacía? ¿Es posible tener soberanía material sin soberanía cultural? ¿La dependencia cultural no es un sometimiento equivalente, o peor, al de la dependencia económica?
Sabemos que uno de los medios que interpelan de forma más efectiva hoy es el cine. ¿Valdría la pena invertir en una industria que nos permita contarnos a nosotros mismos nuestras propias historias, proyectar nuestros sueños y esperanzas en imágenes? Pienso que sí vale la pena, señor Presidente.
—En 2007 decías en el suplemento Fondo Negro del periódico La Prensa que el problema en Bolivia no está en hacer cine (con la falta de políticas culturales) sino en pensar cine. Y añadías que “producir cine para un país, al margen de las inquietudes personales, es tan importante como para una familia tener un álbum de fotos”. Rescato el inicio del mandamiento número diez del manifiesto citado: “Ir al cine debe ser un evento espiritual de mucho valor personal y no un evento social de simple distracción y congregación popular”.
También puede leer: Un viaje a través de la luz
—Ahora agregaría: No se puede pensar sin un soporte estructural. Para pensar tienes que tener el estómago lleno y un tiempo y un lugar donde sentarte o caminar. Digamos que es más barato que hacer una película, pero igual cuesta. Y eso ¿quién lo paga? ¿Ese tu pensar a quién le sirve?, ¿a un empresario?, ¿a un partido?, ¿a un poder extranjero que somete?, ¿a tu sociedad?, ¿a quién? No se trata de pensar el cine por el cine, sino en relación a la exterioridad. Volvemos a la necesidad de políticas de fomento.
—Disparemos a la crítica, si es que ésta tuviera alguna importancia en el mundo de las redes sociales que vivimos. El último mandamiento del “Manifiesto de las 3 B”, el 12, decía así: “Hoy por hoy estrenar una película toma más atención y dedicación que escribirla y rodarla, así como criticarla o desecharla es más cómodo que dialogarla y asimilarla”. ¿Cómo volvemos a ese diálogo?
—Es importante el diálogo de la crítica y los cineastas. Definitivamente las redes no son el espacio, hay que crear esos espacios de debate e intercambio. Ambos deben exigirse rigurosidad, los unos a los otros.
—El cine boliviano vive un “boom” con premios y gran presencia internacional (Utama y El gran movimiento por citar solo dos). Sin embargo, el público (más allá de excepciones como Mi Socio 2) le ha dado la espalda en la taquilla. ¿Están haciendo los cineastas las películas que quiere el público?
—Hemos demostrado que nuestro cine puede generar un impacto importante a nivel internacional que le suma al país, ¿por qué no apostar por esa industria con políticas de Estado potentes y continuas? En cuanto al público nacional, no creo que la cosa pase por el esfuerzo individual de los cineastas para seducir al público. El sofisticado mecanismo de la industria norteamericana incluye crear y formatear gustos, campañas de marketing agresivas, monopolio en salas, etc. Eso solo se puede combatir o mitigar con políticas de protección e incentivo en toda la cadena del cine nacional.
—El inicio del mandamiento número siete de aquel manifiesto decía así: “Nuestro cine no es entretenimiento y eso no quiere decir que no sea entretenido”.
—Me gusta más la idea de absorber al espectador, antes que entretener. Me motiva hacer películas para interpelar, incomodar o cuestionar, y me gusta pensar en el espectador como alguien más inteligente que yo, alguien que va a poder descifrar las distintas capas. Eso no quiere decir película difícil, al contrario. Cuando puedo, utilizo el humor, por ejemplo, para acercar al espectador al diálogo, aunque después le ofrezca cucharadas amargas. También pienso que el cine llamado “de entretenimiento”, no es inofensivo, encubre su carga ideológica y transmite creencias y valores.
—La convivencia con una pareja que también está metida en el mundo de cine (como la actriz y productora Andrea Camponovo), ¿de qué manera te suma para enriquecer tu cine?
—De muchas maneras. Con Andrea solemos conversar y compartir ideas durante todo el proceso, desde la escritura, pasando por las decisiones financieras, hasta la finalización y la distribución. Somos un equipo.
—En las salas de cine vemos estas semanas tu anuncio sobre el Instituto de Medicina Nuclear y Tratamiento del Cáncer (de El Alto), con una calidad (y personajes) propia de tus obras; a ratos me parece un cortometraje.
—Es un trabajo de encargo que nos dio mucha satisfacción hacer por su relevancia y contenido social. El reto fue contar una historia corta que conmueva, aportando con lo que sabemos hacer, como si se tratase de una pieza nuestra.
—¿En qué película estás trabajando ahorita?
—Estoy en la posproducción de una película documental, y vengo escribiendo otra ficción inspirada en Medea.
Texto: Ricardo Bajo H.
Fotos: Producción de ‘El Visitante’ y Ricardo Bajo.