Historia de un torso
Imagen: ‘ALFREDO LA PLACA: OBRA 1960-1999’
Sandra Boulanger hizo este retrato del artista Alfredo La Placa.
Imagen: ‘ALFREDO LA PLACA: OBRA 1960-1999’
La galería Altamira de San Miguel expone hasta este miércoles la muestra ‘La Placa inédito’. Es una buena excusa para recordar al maestro potosino.
Torso V es un cuadro que habla. Es cierto que cada mirada es una historia, que todas las obras de arte nos hablan. Pero Torso V habla “de verdad”. Cuando Rita del Solar sacó el cuadro del “living” de su casa en Los Pinos, Torso V dijo: “no me dejes, no me vendas”. Doña Rita respondió: “por unos días te llevo, nomás”. La compañera de Alfredo La Placa no quiere que el cuadro obtenga comprador. “Lo expongo en la galería Altamira para adornar, quiero que la gente lo vea”. El primer día de la muestra La Placa inédito (el 31 de mayo) un señor se interesó. Detrás del cuadro dice: “Torso (5), óleo sobre lienzo, 50 por 60 cm, 1987”. Y la firma del maestro potosino. Delante del cuadro está el precio: 20.000 dólares. El señor del primer día quería pagar la mitad; “rebájame, casera”, diciendo.
No es la primera vez que alguien quiere comprar Torso V. Cuando La Placa monta la “expo” de inauguración en la galería Emusa en 1987, otro señor (o señora, no lo sabemos) pagó un adelanto pero luego se olvidó. En la página web del Museo Blanton, de la Universidad de Texas (Austin, EEUU) hay una foto de Torso V. No está en exposición. Dicen que fue un regalo de Barbara Doyle Duncan, coleccionista e historiadora del arte latinoamericano, especialista en pintura virreinal de Perú y Bolivia. Torso V no solo habla, es juguetón. Aparece por aquí y desaparece por allá; más que cuadro es un acto de magia.
Lo mismo lo vemos en una exposición colectiva que en los depósitos de un museo gringo. En 2017 la galería de arte de la CAF (Artespacio) organizó una muestra colectiva bajo el título Arte: nota al pie; lo que amas, a veces te hace llorar. Ahí lo vemos por penúltima vez. Terco, se resiste a ser vendido.
Torso V es un cuadro erótico. Es el reverso de otro cuadro/serie que culmina en Transforma XV, cuya propietaria es Martha Ugarte. Algún día se encontrarán de nuevo. Tienen muchas cosas de las que hablar. Torso V, en realidad, son dos torsos. Uno es de hombre y el otro es de mujer; “chachawarmi”, diciendo. Están de espaldas, pero. En Transforma XV están de frente, pegaditos, corazón con corazón. El artista ha humanizado su mundo.
No es habitual ver cuadros eróticos de La Placa en sus 60 años de trabajo. Uno está más acostumbrado a estructuras abstractas, cubos, paisajes, amalgamas, esferas, obeliscos metálicos, Venus mutantes, rostros amargos, ensayos pictóricos, visiones cósmicas. No es fácil hablar con las obras de La Placa; ante el arte abstracto uno se queda con cara de tonto, es difícil conectar con el mundo interior del artista (o con el suyo propio). Uno se olvida que don Alfredo iba para médico cirujano; uno se acuerda que su taller estaba tan limpio y ordenado como están las cosas en un quirófano. Cada vez que paso por la vieja casa del maestro en Sopocachi vuelvo con la memoria al tercer piso donde estaba el taller y algún día charlamos.
La serie tiene a Torso I y Torso II como los más sensuales; son de mujer, son cuerpos más sensuales con más curvas, más gostosos. La Placa vendía casi todo cuando exponía. Estos dos torsos de un extraño azul fueron comprados por Juan Ascui. Cuando terminaba (o comenzaba) cada muestra, Alfredo regalaba un cuadro a Rita. En la casa de Los Pinos (el maestro se fue de Sopocachi tras una caída por la empinada y resbaladiza cuesta de la calle Pedro Salazar), Rita tiene siete obras de gran tamaño de La Placa y otras muchas en pequeño formato; algunas colgadas en las paredes, otras enrolladas. Un cuadro que estaba en el dormitorio (Luz andina I; óleo sobre tablero, precio actual 11.500 dólares) también espera comprador(a) en Altamira. Los dos últimos cuadros que pintó el maestro (Trazo I y Trazo II) anhelan (o no) un señor o señora que no regatee como en mercadillo persa.
Flashback uno, julio de 2001, estudio de La Placa, calle Pedro Salazar, casi esquina Ecuador. Don Alfredo escucha música de cámara (de Dvorak a Bach, de Schubert a Beethoven). No puede trabajar si está acompañado. El maestro usa una lámina de vidrio sobre blanco como paleta, así evita la distorsión del color sobre el soporte. Hay libros por todas partes, los clásicos griegos le apasionan desde su juventud.
Hablamos de su niñez en Oruro; de las aventuras infantiles junto a su hermano Enrico; de aquel sapo que lleva su nombre, Eusophus La Placae; de su etapa de colegial cuando estudiaba en el Alemán de La Paz, en plena época hitleriana. Recuerda entonces las esvásticas del “Deutsche Schule”, esas que ahora han sido borradas (como hacía Stalin) de los libros de historia del colegio.
Pregunto por tanto orden y limpieza impoluta. El maestro me cuenta que arranca estudiando medicina —con una beca Patiño— en Pavía (Italia); que pasa un curso libre de pintura en Milán; que conoce la Europa de la postguerra, donde se asombra visitando el Louvre y el Prado vacíos de gente; que vive en Brasil en los 50, donde se gana la vida como vendedor de rifas y libros y aplicando “electroshocks” en un hospital paulista; que sobrevive de guía de turistas en los pobres años 60 cuando nacen las “wawas” tras su primer matrimonio con Litta Haus Salmón; que trabaja de director artístico en Televisión Boliviana-Canal 7; que hace de “profe” en el taller de Artes Plásticas de la UMSA; que dirige el Museo Nacional de Arte en los 70; que vive en París durante 10 años en los 80, a invitación de otra gigante, Graciela Rodo Boulanger; que aprende francés. La Placa —de vocación tardía— es amigo de Marcelo Quiroga Santa Cruz, del cineasta/pionero Jorge Ruiz, de su colega Fernando Montes, de Gonzalo Sánchez de Lozada. Todo un personaje.
La Placa es un pintor abstracto lírico; la academia dirá que es un informalista. Es un hombre inquieto, pulcro, cuidadoso, refinado, amante de la libertad (por eso no fue ni médico, ni cura, ni militar); es una persona tímida, “retraída y soñadora”, en sus propias palabras. De ahí, su pasión por el surrealismo y sus cuadros oníricos.
Guarda todo, piedras, periódicos, revistas. Ama (estar en el camino de) la excelencia, odia el “está bien, no más”. Siempre sentirá inseguridad frente al lienzo en blanco. Está en alerta permanente en pos de luces, formas, mundos bacterianos y sombras. Uno de sus (escasos) autorretratos fotográficos es justo eso: su sombra, sobre una piedra; sus piedras.
Flashback dos, 1989. Carlos Salazar Mostajo publica en la editorial Juventud su libro La pintura contemporánea de Bolivia: ensayo histórico crítico. Así habla del susodicho: “A La Placa no le interesa el mensaje, el lenguaje pictórico. Su arte se refugia dentro de su propio espíritu, sin transmitirse, sin intentar salir para su comunicación exterior. Hay un regusto especial en el trazo dibujístico, hasta cierto punto siguiendo una línea lógica, es decir ausente del garabato, realizado hasta el más mínimo detalle, a la manera de un preciosismo abstracto para que todo quede articulado y cohesionado. La Placa prescinde de opinión y no es que calle sus verdades; es el juego de un diestrísimo prestidigitador y de tan muda que es su pintura produce igual mudez en el espectador”. No es fácil ser un artista abstracto.
Rita me cuenta, delante de Torso V en la galería Altamira, que don Alfredo era una persona obsesiva. “Íbamos a comprar tintas y colores a una tienda de Nueva York, a la misma siempre, la más cara de la ciudad, no me acuerdo del nombre y podía estar horas de horas, semanas incluso esperando por un color específico que había encargado, que había soñado”.
El (ex) crítico de arte, Pedro Querejazu, escribió alguna vez en algún libro (de esos que tan pocos tenemos): “Honestidad y consecuencia, que no podría ser de otra manera, le salen desde muy adentro, desde el ancestro potosino y más profundo aún desde los ancestros vasco y sardo que le dotaron de una personalidad introvertida, cavilante y respetuosa que son su esencia y al mismo tiempo su imagen externa, y que mostrando al hombre en conjunto, hacen evidentes ciertos paralelismos, salvando distancias de tiempo y espacio, con otro gran pintor boliviano, Arturo Borda”. La Placa y Borda, Borda y La Placa; charlando hasta la eternidad.
Rebeca Subieta Alba es la madre potosina, de origen vasco; Amadeo La Placa Gatta es el padre sardo (de la isla de Cerdeña). Hereda de ellos los ocres del Cerro Rico y el cobalto del cielo andino, el blanco de los velámenes y el ultramarino del Mediterráneo y el Cantábrico con olas. La memoria antigua viaje sin permiso por sus genes.
La Placa no usa el blanco y tiene etapas que ni siquiera utiliza el color. Torso V son cuerpos en grises, naranjas y ocres; es una época, los 80, de colores vitales. De sus famosas “manchas”, don Alfredo dice que hay que usar la fantasía para ver cosas. Paseo la exposición de la galería Altamira, nos detenemos frente a Gato (1990), técnica mixta sobre papel (50 por 60 cm; 2.500 dólares). “Es un gato; si quieres, búscalo”, me dice Rita. Ahora quiero buscar/imaginar algo más en Torso V. ¿Quiénes son estos torsos de espaldas? ¿Están enojados estos dos corazones? ¿Son viejos amores? ¿Se acaban de conocer y han peleado? ¿Podemos ver sus almas? ¿Estaba el maestro en esta tierra cuando pintó los dos cuerpos o estaba en su particular universo de hidalgos y caballeros, en un mundo paralelo a su manera?
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Flashback tres, diciembre de 1999. El colega Sergio Cáceres entrevista al maestro para el suplemento Fondo Negro del periódico La Prensa. El martes 7 de diciembre de ese año el Grupo Santillana presenta el libro Alfredo La Placa: Obra 1960-1999. La nota lleva por título: “Variaciones sobre un mismo tema”. El artista confiesa al colega una de sus frases favoritas. Es una cita que escuchó por ahí y que le llega mucho. Dice así: “el hombre es una columna de sangre dotada de voz”.
Torso V son dos columnas de sangre y angustia, cuerpos que se descubren y anudan. Y como tienen voz, nos hablan. Solo hay que (saber) escuchar. Los torsos esconden cañerías, maquinarias misteriosas que nos permite sentir, respirar, estar vivos. El maestro autodidacta de la abstracción, el capo de las huellas y los signos, el que no copiaba a nadie, excepto a sí mismo, volvió siempre al cuerpo, a las lecciones de anatomía, a la necesidad de tocar y ser tocado. La Placa se perdió para siempre el 30 de diciembre de 2016 por culpa de un cáncer de hígado, a la edad de 87 años. Don Alfredo está vivo cada vez que nos detenemos frente a un cuadro/laberinto suyo y este nos habla, a veces con palabras de Blanca Wiethüchter, también inmortal: “este cuerpo no es mío / no es tuyo y es tuyo también”. ¿Logrará Torso V volver a casita?
Texto: Ricardo Bajo H.
Fotos: Ricardo Bajo, Sandra Boulanger, Tony Morrison, Antonio Suárez, Cecilia Lampo y libros ‘Alfredo La Placa: obra 1960-1999’ de Santillana y ‘Colección La Placa: obras fundamentales’ de María Isabel Álvarez Plata publicado por Fundación Solydes.