Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes
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La precuela de la exitosa saga de fantasía dirigida por Francis Lawrence tiene como protagonistas a Tom Blyth y Rachel Zegler
El interrogante que aflora de inmediato, tal cual ocurre muy a menudo con las sagas, es ¿era necesario un nuevo capítulo? Y, en la mayor parte de los casos, la rotunda respuesta es: NO. Resulta claro empero que a Hollywood el asunto le vale madre, estancado como está en la premisa de estrujar hasta la última gota de los títulos que atrajeron multitudes a las salas, aun cuando ya episodios precedentes hubiesen exhibido una absoluta falta de sentido, incluso a riesgo de empachar a los propios seguidores de estas interminables franquicias.
Si a inicios del siglo en curso Harry Potter, la saga inspirada en las novelas de la literaria británica J.K. Rowling, cuyas cinco primeras adaptaciones fílmicas, de las nueve en las que en definitiva sobreabundó hasta el hartazgo la industria del entretenimiento, ocupaban el centro de atención del gran público preadulto, buscando disputarle a Warner Bros. ese segmento de espectadores, a los mandamases de Lionsgate los sedujo, en su momento, la eventualidad de arremeter con otra oferta basada en las muy bien vendidas novelas distópicas juveniles de Suzanne Collins.
El trasfondo ideológico de dicha fuente de inspiración ha sido blanco de duras pullas, puesto que en el fondo se trata de una disfrazada argumentación en pro del individualismo extremo como única vía para acceder al valor supremo en los tiempos que corren: el éxito a como dé lugar, sin importar que para lograrlo uno acabe masacrando a sus propios amigos y, de ser necesario, incluso a los familiares. Muy en sintonía con la narrativa terrorista de los Trump, Bolsonaro, Milei y otros varios especímenes impresentables. No es por otro lado atribuible al azar que el grueso de la audiencia permeable a esa narrativa pertenezca a la generación Z y los millenials, esto es a los denominados nativos digitales, intelectualmente alimentados por películas y novelas similares a Los juegos del hambre. Ni se diga los videojuegos responsables de haber naturalizado el matar como un divertimento.
Anotado quede al pasar: hasta la fecha cuatro obesas, larguísimas, películas adaptando la trilogía de Collins habían aterrizado en las pantallas, recaudando, a despecho de su opinable envergadura cinematográfica, el nada despreciable montante de 3.000 millones de dólares.
El texto de Collins comenzó a circular en 2008 y el primer episodio se rodó en 2012 bajo la dirección de Gary Ross, reemplazado en los tres siguientes, filmados y estrenados entre el 2013 y el 2015, por Francis Lawrence, director de videos musicales, quien migró al largometraje seducido básicamente por los números que se divulgaban en los informes de taquilla. Entretanto el primer capítulo, en cuya producción y realización participó la propia Collins, y si bien esta declaró no haber quedado del todo satisfecha con el resultado, tenía cuando menos algunos momentos valorables, las faenas de Lawrence, de las cuales simplemente ya se excluyó a la escritora, fueron una sucesión de descafeinadas repeticiones.
Es más, cada capítulo de la tetralogía engordó la sospecha de que se trataba en esencia de un plagio oportunista de la producción japonesa Battle Royale (2000) realizada por Kinji Fukasaku sobre guion de su hijo Kenta adaptando la novela homónima de Koushun Takami publicada en 1999.
Ocho años después, dada la imposibilidad de Collins de sentirse inspirada con otra temática —abundó el cotilleo aparejado al anuncio del inminente parto de la quinta criatura gemela—, el 2020 sacó de imprenta su cuarto volumen sobre Los juegos del hambre, tentando enseguida a Lawrence a arremangarse y poner manos a la obra con la adaptación cinematográfica de ese regreso, por ambos, a los primeros lugares: de los datos taquilleros, claro.
La idea de retomar la franquicia, asimismo atribuida al CEO de la productora Lionsgate, Jon Feltheimer, es hincarle el diente a una precuela centrada en los años tempranos del futuro déspota Corolianus Snow. El relato se remonta pues, en sus dos primeros segmentos, a 64 años antes del aplastamiento de la rebelión de los 12 distritos que malviven en cierto país bautizado Panem, la destrucción del décimo tercero y el desembarco de Corolianus en el Capitolio, centro del dominio dictatorial.
En tal giro hacia atrás Corolianus quiere ser puesto en pantalla como un adolescente muy vivaz cuanto simpático el cual ansía graduarse como profesional para sacar a su abuela y a su prima de la miseria, en la que cayeron luego que su padre, un general y líder, pereciera justamente en medio del alzamiento de los distritos contra la capital. A punto de concretar su objetivo, el personaje se entera que, por decisión gubernamental, los aspirantes a titularse deberán asumir la función de mentores de los(as) llamados “tributos”, de entre 12 y 18 años, elegidos por sorteo para ir, el Día de la Cosecha, a exterminarse en los juegos. Para colmo le toca instruir a Lucy Gray Baird, joven irreverente, atractiva y aficionada a la música. Resignado Snow resuelve partir en punta a fin de sacar ventaja de las nuevas reglas proponiendo innovaciones orientadas a tornar más atractivo el juego, a tiempo de concitar la atención de sponsors y público. Es la mutación de un adolescente idealista en un prospecto de mandamás de ilimitada ambición, resuelto a sacrificar a sus compinches con tal de persuadir al poder de que es el autócrata requerido por Panem para garantizar su estabilidad.
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Durante el tercer segmento, que se remonta 10 años atrás, el prospecto de autócrata ha consumado sus propósitos. Y, con el fin de prevenir cualquier tentación de insubordinarse frente el poder se televisan masivamente los brutales juegos anualmente escenificados por los(as) dos “tributos” representando a sus distritos, siendo el(la) triunfador(a) quien sobreviva a esa suerte de versión actualizada de los combates a muerte entre gladiadores escenificados a cabo en el Coliseo de Roma para distracción del populacho llevando a la práctica la receta: “pan y circo”.
La patológica codicia que termina empujando a Corolianus a imponer el terror genocida en Panem es, de alguna manera, la misma motivación de fondo de las franquicias para reincidir hasta el hartazgo en las inacabables vueltas de tuerca sobre asuntos vacíos del mínimo sentido. Y la propia Los juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes viene a ser una perfecta ilustración de ello, desde el rimbombante título de este simulacro de una punzante invitación a reflexionar acerca de los desvaríos y excesos acicateados por la ambición fuera de control.
En ningún momento la hechura del film consigue sintonizar adecuadamente con la pretenciosa moraleja que aparenta desear transmitir. Todo es insípido, comenzando por la faena de los dos protagonistas centrales. El bisoño actor Tom Blyth es un inconsistente boceto de galán al cual le resulta inalcanzable convencernos que verdaderamente mutará en el terrible sátrapa encarnado, ya de adulto mayor, por Donald Sutherland con toda la experiencia de este último para hacer de su personaje ese detestable malvado sin entrañas. Lo propio ocurre con Rachel Zegler, muy lejos de empatar con Jennifer Lawrence, la creíble Katniss Everdeen de la tetralogía que era una suerte de indomable antagonista de aquel, mientras a Zegler le encargaron meterse en la piel de una, igualmente poco convincente y sobreedulcorada cantarina, especie de aspirante modelada sobre la Julie Andrews de La novicia rebelde.
Pero como en definitiva nada queda claro durante ni al cabo de los errantes 157 minutos, cada quien podrá imaginarse si a cierta altura del rodaje, cayendo en cuenta de que el asunto no iba hacia ninguna parte, a Lawrence y su equipo se les ocurrió ¿y si probamos suerte con el musical? Empero, al percatarse de que ese género no encajaba en absoluto resolvieron dejarlo de lado, de igual manera sin razón ni justificación, o si se trató de ensayar una parodia, hueca en última instancia, acerca de aquel exitoso musical filmado en 1965 por Robert Wise.
Parecidas dudas lo asaltan a uno al evidenciar en varios tramos la inocultable similitud de la construcción figurativa con la utilizada por Terry Gilliam en su inolvidable Brazil (1985). ¿Tributo? ¿Puro plagio? Vaya uno a saber.
Sí queda claro que el guion ya apelaba a una especie de collage de ingredientes tomados de una diversidad de títulos precedentes, descuidando en cambio la profundización en el diseño de los(as) personajes, carentes de personalidad propia y de química en sus relaciones, vacíos agudizados por la dejadez de Lawrence en la dirección de los actores, librados a su suerte. En especial Zegler quien confesó no haber entendido a cabalidad su papel como Lucy. A esa negligencia es endosable la falsedad que emana del deseado retrato de Corolanius como el joven empeñoso y seductor según mencioné antes. Yerro que, por añadidura, se torna más patente a consecuencia del rudimentario montaje, reducido a la tarea de pegar las escenas pero sin aportar un ápice a enriquecer el ritmo narrativo. Así el relato renuncia progresiva cuanto aceleradamente a elegir un tono y se va tornando oscuro, monocromo, insulso, si se prefiere.
Incluso una actriz tan versátil cómo Viola Davis patina en su papel de la Doctora Volumnia Gaul, la trastornada lunática responsable de haber pergeñado los juegos del hambre y su televisación para fortalecer la autoridad de Corolanius y adormecer los ímpetus de rebeldía de las gentes esclavizadas en los distritos. Su chillona, sobreactuada, personificación más que reafirmar el habitualmente sinuoso rol de los ideólogos a cargo de manejar los hilos del poder detrás del trono hacen de ella una caricaturesca villana, contribuyendo de tal forma a empastelar aún más los presuntuosos resquemores distópicos del discurso ultraconservador de Collins centrado, dije también, en la descalificación de cualquier postura a favor de la preeminencia de los intereses colectivos sobre las apetencias individuales y los derechos privados.
Si los dos primeros tercios del relato trastabillan constantemente olvidando que no todos los espectadores guardarán en la memoria quién era el padre de Corolanius, o por qué, se desató la rebelión de los distritos, el tercero peca de absoluta incongruencia, al extremo de provocar la sensación de ser parte de otra película.
Balance final. Esta sosa precuela, ilustrativa de un endeble guion, atestado de diálogos tontos y que luego de peregrinar sin rumbo durante su forzada duración, convirtiendo una esquiva metáfora política en una pedestre ilustración del modo en cómo se trama el poder es otro ejemplo del despropósito de la pandemia de sagas y franquicias atenidas tan sólo al arqueo de gastos vs. ingresos. Como, por otra parte, insinúa el propio anticlimático final, abriendo la posibilidad de una venidera reincidencia, la cual, esperemos, permanezca nomás en el tintero.
Ficha técnica
Titulo Original: The Hunger Games: The Ballad of Songbirds and Snakes – Dirección: Francis Lawrence – Guion: Michael Lesslie, Michael Arndt – Novela: Suzanne Collins – Fotografía: Jo Willems – Montaje: Mark Yoshikawa – Diseño: Uli Hanisch – Arte: Daniel Chour, Andrea Kessler, Thorsten Klein, Kai Koch – Música: James Newton Howard – Maquillaje: Tamar Aviv, Blair Aycock, Guerdy Casimir – Efectos: Graham ‘Graysee’ Gaffney, Dana Cafahi, Jesse Noel, Claudius Rauch, Illia Afanasiev, Mithat Baskan – Producción: Suzanne Collins, Christoph Fisser, Nina Jacobson, Brad Simpson, Francis Lawrence, Jim Miller – Intérpretes: Tom Blyth, Rachel Zegler, Dexter Sol Ansell, Viola Davis, Rosa Gotzler, Clemens Schick, Peter Dinklage, Fionnula Flanagan, Hunter Schafer, Ashley Liao, Athena Strates, Joshua Kantara, Amélie Hoeferle, Kaitlyn Akinpelumi, Florian Burgkart, Ayomide Adegun, Aaron Finn Schultz, Max Raphael – USA/2023
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Internet