¿De qué está hecho el corazón de Messi?
Messi no es el mismo, dijo Cappa. El gran genio respondió entre líneas que sí era él
Con filosa elocuencia crítica, el entrenador Ángel Cappa, por ahora inactivo, residente en España, dijo que Lionel Messi ya no es el mismo, que habría perdido la pasión por jugar. La respuesta inicial fue una prudente refutación y luego completada con juego y goles frente al Sevilla. ¿Hasta dónde es posible saber con exactitud cuándo una megaestrella del fútbol tiene el fuego encendido a tope o éste comenzó a apagarse?
Las fotografías de Lionel Messi celebrando uno de los goles convertidos contra el Sevilla el pasado fin de semana exponen algo que tiene poco que ver con sus muy habituales festejos mirando al cielo y con los índices apuntando a Dios. Aquí, el Peter Pan del fútbol aparece empapado con los puños bien apretados y clavando su mirada al piso. Celebrar casi siempre levantando la mirada con los brazos extendidos y apuntando en señal de agradecimiento a algún ser omnisciente, y hacerlo de una manera radicalmente diferente a la habitual, tiene que por lo menos llamar la atención a los amantes de los detalles, de esos que está atiborrado el mundo del fútbol.
Una lectura absolutamente subjetiva dice que con los goles anotados en la última fecha de la Liga Española, Messi respondió con hechos a las críticas de Ángel Cappa, quien días antes puso en duda la plenitud de las motivaciones del rosarino afirmando que lo veía apagado, sin la misma pasión y “locura” para jugar, y que en primera instancia recibió una respuesta verbal del 10, muy en su estilo, evitando las personalizaciones, en sentido de que luego de su lesión había vuelto con muchas ganas, ilusión y energía, pensando en lo que podría hacer Argentina en el Mundial de Brasil.
Messi no es el mismo, dijo Cappa. El pequeño gran genio respondió entre líneas que sí era el mismo, cosa que su fuero interno le debió decir que quedó plenamente demostrada con su actuación del domingo y más tarde ratificada con el gol anotado a Real Sociedad en la semifinal de la Copa del Rey. Conociendo el perfil del entrenador argentino, la crítica tuvo que haber salido desde las profundidades de un hombre genuinamente identificado y comprometido con las mejores expresiones futbolísticas de las que fue testigo y protagonista a partir de los inicios de su carrera, cuando acompañó a César Luis Menotti en el cuerpo técnico de la selección argentina, y precisamente por esos antecedentes no debiera dudarse de la autenticidad de sus declaraciones.
El alma humana es un laberinto. Y cada uno de nosotros alberga uno que es único e irrepetible, y en esa medida resulta muy complejo establecer un medidor del temperamento y las actitudes, considerándose que es a partir de estos aspectos que los genios y los no genios guían sus pasos por la vida, toman sus decisiones y encaran sus desempeños. Es en este contexto de análisis que Cappa pudo haberse equivocado, a no ser que su sabiduría futbolística sea tan sobrenatural que le permita demostrar cuándo Messi rendía a todo fuego y en qué momento exactamente éste se apagó, o por lo menos disminuyó en intensidad.
Messi aterrizó en el territorio de los mortales cuando supo que también podía lesionarse. Y que una lesión podría llevar a otra, y esta última recrudecer. A partir de ese momento tuvo que haberse producido en él un salto a la maduración definitiva aceptando que no siempre podrá estar los 90 minutos de todos los partidos en los que, según los papeles, esté habilitado para jugar. Desde ese momento hasta ahora, eso sí, Messi sigue siendo la misma persona hermética, poco expresiva en gestos y palabras, procedente de un proceso formativo y no del potrero, de una clase media acomodada y no de una villa miseria, de una infancia-adolescencia europea antes que argentina. Con todos esos antecedentes de chico bien educado le respondió a Cappa sin mencionarlo y con lo único que pone en evidencia su necesidad de sacarse los demonios y mandar a volar a todos los ángeles guardianes que lo cuidan: Jugando, convirtiendo goles y celebrando con bronca contenida como respuesta a ese otro ángel (Cappa) que quedó enormemente sorprendido por el impacto que su crítica generó, añadiéndole un toque especulativo muy inteligente, dicho más o menos en los siguientes términos: “Si mi crítica sirvió para que reaccione o mejore, entonces lo criticaré muy seguido”.
El corazón de Messi está hecho de una sustancia que sólo él, y en alguna medida su entorno familiar más cercano, conocen. Tal su estilo. Sin gritos, sin incidentes mediáticos, a pesar de un par de resbalones que ya quedaron en el olvido, sin las menores intenciones de ingresar en los torneos verbales de varios de sus colegas de oficio con ínfulas de divos del espectáculo.
Messi no es Maradona, quien a Cappa le habría contestado con todo el arsenal que caracteriza su incomparable incontinencia verbal. Imagino que le podría haber dicho: “Cappa no entiende nada, lo que se vive y sufre en la cancha solamente lo sabemos quienes hemos jugado al fútbol de verdad, en las buenas y en las malas, es muy cómodo, muy fácil, desde donde él habla” y hasta podría haber llegado al muy porteño “Cappa no existe”.
Con esta última crítica ya no habrá quién cuestione el incontrastable hecho de que Messi está rigurosamente vigilado. A veces por las buenas, como en este caso, otras por aquellas por las de la envidia, presiones inevitables que hasta ahora ha sabido administrar con silenciosa lucidez. No existe en el planeta procedimiento tomográfico que nos permita saber acerca de los altos y bajos de la zona neuronal de las emociones, y por eso es mejor tomarse las cosas sin tendencias persecutorias, ni siquiera aquellas vinculadas a valoraciones en función de que para ser el mejor indiscutido, lo que le falta es levantar la Copa del Mundo para su selección. Una sola cosa sí parece indiscutible: Messi es el mejor jugador del mundo, y las informaciones de que dispongo dicen que todavía lo será por mucho tiempo.