Inapelable en el juego y marcador
The Strongest apostó —sin éxito— a contener a Emelec. Desparramó volantes, desechó contar con un referente de área (al margen de la abrupta ausencia de Ramallo), Escobar perdió gravitación como el hombre más adelantado y, para colmo, a los 3 minutos ya estaba en desventaja, merced a la aparición de Bolaños.
Emelec provocó ostensibles descalabros cuando aceleró. Mena, Bolaños y Escalada fueron adecuadamente asistidos por Burbano y Bagüí, que desbordaron cuantas veces pudieron. Y ahí se decidió el partido, más aún cuando Fernández amplió la diferencia.
Es cierto que Dreer le ganó un mano a mano a Cristaldo. Es verdad, asimismo, que el travesaño devolvió un empalme de Marteli. En las pocas veces que el local fue apurado reveló que su defensa no las tiene todas consigo, pero eso, en el balance global, se diluye, debido precisamente a que el “casi” no tiene equivalencia ante la eficacia como tal.
Al margen, la cancha no contribuyó —para ambos— al trato prolijo del balón. Hubo intensidad, verticalidad, pero también fallas sucesivas en las entregas.
El segundo tiempo —hasta que Mena hizo el tercero— resultó menos disparejo, quizás porque el ímpetu de Méndez, reemplazante de Castro, le otorgó al Tigre mayor volumen de ataque, calificación que no puede aplicarse al desenvolvimiento de Cuesta, que todavía está en deuda.
Lo observado a la distancia transitó lo previsible. Los ecuatorianos no solo propusieron una permanente consigna ofensiva. Controlaron el cotejo a través de una dinámica que a momentos alcanzó niveles incontrolables en sus rivales, debido, por ejemplo, a las profundas dificultades de Soliz y Chumacero para desprenderse del ostracismo al que la circunstancia del trámite los condenó, además de la inferioridad de contextura física. Es evidente que la voluntad no alcanzó a compensar la referida carencia.
Y cuando el invicto del año ya es parte de la historia, cobra carácter indispensable la búsqueda de otras variantes para actuar fuera de casa. No tanto en materia de nombres, sino en la postura del equipo en sí. Anoche se advirtió como más temprano que tarde Escobar retomó lo que más siente; es decir: retroceder unos metros y ser el acostumbrado distribuidor, rol que no solo se vincula a la pelota parada. Sin embargo, ya no hubo un receptor visible, salvo cuando, muy ocasionalmente, algún compañero se desprendió en pro de complicar a la zaga azul.
Sin ser una caída catastrófica, no es difícil coincidir en que tuvo matices incuestionables. El tres a cero la pinta de cuerpo entero.
Óscar Dorado
es periodista.