La crisis del MAS (II)
La dirignecia del MAS, en Cochabamba, en la reunión de esa organización
La fuerza de la disputa interna en el MAS impide que sus protagonistas levanten la mirada y vean el cuadro grande.
SALA DE PRENSA
Como dijimos el mes pasado, la crisis del instrumento político, que es el MAS, sigue escalando y despeja cualquier duda respecto de su autenticidad y profundidad, porque estamos ante el típico escenario de las expulsiones y las declaratorias recíprocas de traición que preceden a la división de una organización política y que hasta ahora no se dividió por el enorme y ancho sostén orgánico y social. Una crisis a la que se agregó, como un parteaguas y al medio de otros incidentes institucionales a lo largo y ancho del país, el enfrentamiento en el más alto nivel de la representación política y democrática con la censura legislativa -de más de dos tercios- del ministro de Gobierno.
Es un escenario político partidario complejo y complicado pues, sin medir el ambiente político, económico y social del país, se adelanta abiertamente la carrera y la disputa para las elecciones generales que recién debía darse el próximo año. Y si alguien guardaba alguna duda sobre los alcances o la calidad del enfrentamiento, el golpe artero de la censura legislativa aclara hasta dónde algunos están dispuestos a llegar en la disputa por la candidatura del 2025, lo mismo que la resistencia a asimilar democráticamente el golpe como si la mayúscula crisis política pudiera reducirse a individuos. Sin embargo, pese a todo el turbión que pasó bajo el puente, todavía una puerta queda abierta para, de todas maneras y sin mayor convicción, intentar, aunque sea in extremis, alcanzar algún acuerdo que resuelva la inminente fractura. Desde la fracción evista, se entiende que esa puerta, con lugar y tiempo sería el Congreso partidario convocado para los primeros días de octubre en Lauca Eñe. No es buena señal convocar al Congreso en el trópico cochabambino, lo mismo que significaría hacerlo, para los contrarios, en El Alto, porque hacerlo así significa preocuparse de la ventaja numérica, el control de las puertas, el manejo de los micrófonos, etcétera, antes que del ambiente adecuado para abordar una cuestión harto delicada y explosiva. Esto dice mucho de los miedos, las inseguridades y la inquina en juego, pero, sobre todo, de la absoluta falta de diálogo político para siquiera ponerse de acuerdo en elegir un lugar mínimamente neutral como para tener condiciones básicas para un gran debate político, un cotejo democrático que aclare las posiciones, las tendencias orgánicas mayoritarias -porque acá si aparecerían los verdaderos dueños del instrumento: las organizaciones sociales; e intentar concertar una salida común y compartida de la crisis.
Hasta acá lo inmediato de la disputa partidaria interna y ese ensimismamiento suicida de pensar que lo interno es todo sin reparar en que el país, sus regiones y sus diversas sociedades son mucho mayores a la pequeña isla del aparato y las fracciones partidarias. Por eso parece pertinente preguntarse: ¿Cómo ve y siente la sociedad y la economía del país esta crisis del partido de gobierno? Esto es algo que los principales interlocutores del enfrentamiento no plantean porque están perdidos en la maniobra, los insultos y las acusaciones, sin reparar que es imprescindible pensar en el universo electoral y no solo en la barra propia porque, finalmente, la disputa se dirimirá el 2025 con el país entero en urnas y con otros actores. A estas alturas, unos y otros están en sus respectivas cámaras de eco, hablándose a sí mismos, desapareció lo poco que desde un principio había de reflexión política -ni hablar de autocrítica, una práctica política proscrita hace años en defensa, precisamente, de la unidad- y prácticamente nada de apelación a la ciudadanía y las organizaciones sociales que espectan entre indiferentes y desoladas por un espectáculo que nadie merece al medio de un contexto mundial, regional y nacional plagado de nubes, incertidumbres y guerras.
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Este desarraigo de lo político respecto de la economía y la sociedad es quizá el peor y más escabroso ribete de la crisis política del instrumento político – MAS, porque se hace a espaldas y en contra de un sentimiento generalizado que clama por estabilidad, razonabilidad y un mínimo de certidumbre para salir a flote al medio de un mar agitado y tormentoso que no amenaza -nuestra situación económica no es de crisis- pero preocupa, desanima, agota y que, en especial, no puede sostenerse colectivamente con tan poca tranquilidad, expectativa y esperanza.
Por eso parece imprescindible volver al principio, dirían los griegos, ante está enorme e inmanejable crisis política del instrumento y del proceso, debe irse a las urnas internas y resolverla democráticamente. Allá, en un acto soberano, democrático y legítimo, las bases sociales y orgánicas que instalaron el proceso y que fueron las que con enormes, potentes y sacrificadas movilizaciones recuperaron la democracia de la caterva golpista y alcanzaron el 55.1%, deben imponer, una a una, todas las candidaturas de forma legítima y sin que haya lugar a la maniobra, el dedazo o la imposición. Un hecho que, más allá de nosotros mismos y un mundo crecientemente antidemocrático, podría terminar de transformar la democracia boliviana y marcar un ciclo político que nos devuelva la confianza de saber que somos dueños de nuestro destino.
(*)José de la Fuente Jería es sociólogo