Trabajo infantil
Lo más grave de todo es que para muchos adultos el trabajo infantil es algo normal
El martes 12 de junio se conmemoró el Día mundial contra el trabajo infantil. Como es habitual en estas fechas, se realizaron eventos para concientizar a la población sobre este sombrío mal que afecta a millones de niños, y solicitar a las autoridades un mayor compromiso, dedicación y más recursos para fortalecer a las instituciones encargadas de afrontar este asunto.
La fecha fue propicia para difundir cifras y testimonios estremecedores. Según cálculos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 215 millones de niños menores de 17 años trabajan en el mundo. De éstos, cerca de 115 millones desempeñan labores que la OIT califica como peligrosas, por cuanto les impide acceder a la educación y a un pleno desarrollo, ponen en peligro su bienestar físico, mental o moral; y son tipos modernos de esclavitud, como cuando son explotados sexualmente, obligados a ejercer actividades ilícitas o participar en conflictos bélicos.
En Bolivia, según datos del INE de 2008, existen aproximadamente 850 mil niños y adolescentes entre 5 y 17 años que trabajan al menos una hora al día; 750 mil realizan labores peligrosas; 22 mil niños dedican su tiempo exclusivamente a trabajar y realizar tareas domésticas; y cerca de 30 mil realizan trabajos nocturnos. Como estas magnitudes, en el mejor de los casos, sólo producen vértigo pero no siempre impulsan a la acción, muchos medios y organizaciones decidieron fijar la atención en algunos casos concretos.
Por ejemplo, un reportaje publicado por el diario español El País rescataba la historia de Mina en Dacca (capital de Bangladesh), una niña de 10 años que se levanta a las seis de la mañana y se acuesta a la una de la madrugada, siete días a la semana, para ganar 600 takas (8 dólares) al mes. No obstante, se siente feliz, pues en ese hogar “por lo menos no me pegan tanto como en trabajos anteriores. Me dan de comer dos veces al día, tengo algo de ropa, y a veces me dejan ver la televisión”, explica. Además, se siente bendecida porque su patrón no ha abusado sexualmente de ella, algo corriente entre las empleadas domésticas en el subcontinente indio.
Ahora bien, no hace falta trasladarse hasta Asia para escuchar testimonios como el anterior. Aquí en Bolivia existen casos igual o más estremecedores; especialmente en actividades agrícolas, donde los niños están expuestos a pesticidas o fertilizantes tóxicos y herramientas peligrosas; mineras, donde se exponen al uso e inhalación de sustancias químicas peligrosas, derrumbes y explosivos; o en la construcción, donde deben transportar cargas pesadas.
Lo más grave de todo es que para muchos adultos el trabajo infantil es algo normal, percepción que invisibiliza los riesgos y el daño que estas labores ejercen sobre la vida y el desarrollo de los niños; y, peor aún, dificulta tremendamente la erradicación de este mal.