El nacimiento de Jesús
Según la tradición cristiana, Jesús es Dios mismo hecho hombre para la salvación del mundo.
El fin de semana pasado, millones de familias en Bolivia y el mundo conmemoraron el nacimiento de Jesús, acontecimiento que, según los evangelios, se registró hace más de 2.000 años en Belén. Además de motivar la convivencia y el intercambio de regalos entre familiares cercanos, la Navidad incita a preguntarse sobre el ser que motiva esta celebración en todo el mundo.
Para algunos, Jesús fue un hombre extraordinario, que a través de palabras y acciones cargadas de amor promovió una revolución de corte humanista, poniendo en entredicho los valores de la sociedad legalista de aquella época, a tiempo de condenar el amor al dinero y otras prácticas que aún reinan en el mundo. Por caso, mientras toda la población judía celebraba una fiesta, el hijo de María prefirió encaminar sus pasos al estanque de Betesda, donde se concentraba una “multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos”. Esto porque de vez en cuando “el Ángel del Señor bajaba a la piscina y agitaba el agua, y el primero que se metía (…) quedaba curado de cualquier mal que tuviera” (Juan 5). Allí Cristo sanó a un paralítico que había estado postrado durante 38 años.
Empero, según la tradición cristiana, antes que un profeta (como afirman los musulmanes) o un hombre extraordinario, Jesús es el hijo Dios, y decidió hacerse hombre a fin de entregar su vida para salvar al mundo. De acuerdo con esta doctrina, el pecado entró al mundo por causa de un hombre, Adán. Por tanto, la salvación solo podía llegar a través del sacrificio de otro hombre. Ello porque la paga del pecado es muerte (Rm. 6-23), y únicamente la vida, que está en la sangre, puede vencer a la muerte. De allí que hacía falta un “cordero” libre de toda inmundicia, capaz de limpiar y redimir las transgresiones y rebeldías de la humanidad con su sangre y su propia vida.
Para algunos, esta historia no es más que un relato ficticio, parte de la literatura fantástica. Para otros, se trata de una argucia cuyo objetivo es someter y explotar a la plebe, a fin de que acepte sacrificios y privaciones en esta vida a cambio de una recompensa futura en el paraíso. Y para muchos más se trataría de un hecho real que dividió la historia en dos; siendo éste uno de los argumentos a favor de tal hipótesis, ya que difícilmente un personaje ficticio habría de lograr un efecto histórico tan contundente.
El testimonio y en especial la muerte de sus discípulos hasta nuestros días también sostendrían esta posición. Y es que solo un loco ofrendaría su vida por una corriente fraudulenta y/o por un ser inexistente; y sería muy difícil, por no decir imposible, que esta “locura”, de ser falsa, hubiese adquirido tantos adeptos a lo largo de la historia, máxime tomando en cuenta que los gestos que demanda son muy poco apetecibles desde una visión hedonista: compartir con los pobres, bendecir a los enemigos, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, supeditar los valores materiales a los espirituales, etc.