Otra sobre la tanga
El Carnaval es el tiempo en que mostrando los calzones se revelan los verdaderos rostros
El Carnaval es, en la tradición europea, el tiempo en el que el mundo se vuelca. Lo que normalmente está a la vista de todos, en Carnaval se esconde, por eso las máscaras. Y lo que todo el año está escondido, en Carnaval se revela, por eso las faldas cortas, las piernas y las tangas. La imagen pintada por Rilda Paco (una mujer con un niño en brazos, una corona en la cabeza, sin falda y con tanga roja) es, en este sentido, una imagen plenamente carnavalesca.
Para el estudioso de las tradiciones medievales Mikhail Bakhtin, el carnavalesco es una forma de subversión popular donde, a través de la risa y la parodia, se disuelven las fronteras entre lo sagrado y lo cotidiano. El Carnaval es, entonces, por definición subversivo: es el tiempo en que mostrando los calzones se revelan los verdaderos rostros.
Y los rostros que la ilustración de Rilda Paco han revelado son estremecedores: machismo, intolerancia, censura y violencia. ¿Qué hay en esa ilustración tan ofensivo, tan escandaloso, tan grotesco como para generar una procesión de desagravio, una amenaza de violación y un juicio penal contra la artista? Miro y miro la imagen y no encuentro nada tan inusual o tan polémico.
Veo una mujer, sus piernas y su calzón. ¿No tienen acaso piernas todas las mujeres (y hombres) del mundo? ¿No usaba calzón la madre de Jesucristo? ¿Será lo pecaminoso el color rojo para conseguir pareja, como pregonan las vendedoras de calzones en Año Nuevo? Ni siquiera se revelan bajo el calzón unas hebras de vello púbico, razón que ha llevado en el pasado a que Instagram o Facebook censuren alguna foto. ¿Qué hay tan ofensivo en unas piernas y un calzón rojo?
La respuesta no está en la imagen misma, creo yo, sino en un contexto muchísimo más amplio. Está en la idea de mujer que está por debajo, por encima y alrededor de la imagen creada por Rilda. Una mujer que debe negociar su identidad y su lugar en la sociedad entre las dicotomías: debe ser pura, santa y virginal; y a la vez debe ser bonita y sexi. Debe ser maternal, sacrificada y trabajadora, llevar a su guagua en brazos y una corona en la cabeza: la reina del hogar, la madre de postal, pero que no se le ocurra mostrar las piernas y la tanga.
Exhibir el calzón está bien cuando se lo hace para el placer voyerista del hombre, en las polleras diminutas que se menean en las danzas, en la publicidad de Monopol, de llantas o de cerveza. Exhibir el calzón como signo liberado de la propia sexualidad es anatema. Toda feminidad que no se esconde, que no se doma, que no se amolda es una transgresión a la norma. Por eso es subversiva la imagen creada por Rilda Paco: porque muestra a la vez la cara maternal y el calzón sin máscaras. Muestra una mujer completa: madre y mujer a la vez. Muestra simultáneamente la maternidad y el sexo, dos aspectos que en la naturaleza son indivisibles, pero que se han escindido en la figura de la mujer ideal de la cultura: la que puede ser madre sin dejar de ser virgen.
Y como todas las otras mujeres —excepto Ella— somos a la vez cuerpo y cerebro, conciencia y carne, corona, guagua, piernas y calzón, la Virgencita de la tanga tiene ya su propia cofradía: la de las mujeres que se atreven a no vivir escindidas. ¡Que viva el Carnaval y que viva Rilda!