Los adulones
Adular al jefe para permanecer en el poder que les otorga los cargos es su manera de sobrevivir.
El adulón es aquel que sabe decir y hacer con intención, muchas inmoderadamente, lo que cree que puede agradar a otros, sobre todo a quienes tienen poder, aunque sea pequeño. En la política, esta práctica de servilismo ha conseguido que los poderosos de turno se vuelvan tolerantes a los actos de corrupción de sus acólitos más “cercanos”. Adular al jefe para permanecer en el poder que les otorga los cargos es su manera de sobrevivir, aunque sean ineficientes, ignorantes y no tengan juicio crítico; así, erosionan ante la sociedad la figura moral de un jefe de partido o de un líder.
Los adulones, esa clase política, voraces como ratas, han existido a lo largo de la historia. El escritor Thornton Wilder pone en boca de Julio César (año 45 a. C.) estas palabras: “Mucho se me condena por rodearme de aventureros sin escrúpulos, que se enriquecen a expensas de los cargos que les otorgo. Sí, a veces pienso que es la ingenuidad de su codicia lo que me gusta de ellos, no pretenden amarme por mí mismo. Hasta podría decir que, de vez en cuando, me ha complacido sorprender en uno y otro algo del desprecio que les inspiro, y que esta vislumbre ha representado un alivio para mí en un océano de adulación que me circunda”. Sabemos del final de Julio César, traicionado y asesinado con 23 puñaladas por sus adulones más cercanos, quienes recibieron favores durante su prolongado gobierno romano; estos mismos que le hicieron cometer errores políticos, según registra Suetonio, en su obra La vida de los Césares.
Durante la dictadura de Banzer, una de sus grandes preocupaciones era la fidelidad a la que aludía en cada crisis que lo ponía contra las cuerdas, y desataba la represión como la única forma de resolver los conflictos. Es que muchos de sus adulones se pasaron a la acera del frente cuando las trompetas de su final sonaban fuerte.
Estamos ya en una frenética olimpiada preelectoral y los adulones ya empezaron sus campañas para apuntar a ganador y reciclarse como lo hicieron con el oficialismo de todos los tiempos. Esta batalla que se avecina tiene características inusuales, por el escenario jurídico y legal incómodo para los candidatos del oficialismo. Se presentarán de todos modos, a no ser que ocurra alguna jugada política magistral que descoloque a las oposiciones de izquierda y derecha que tienen al frente. Una de las cantaletas que tiene el oficialismo es repetir hasta el paroxismo que las oposiciones no tienen programa; mientras los aludidos solo enfilan su artillería a la ilegalidad de la postulación. La población ya está agotándose tempranamente con la misma canción folklórica.
Algo innegable es que durante los 12 años de gobierno de Evo Morales y García Linera la estabilidad económica ha favorecido a una gran parte de la población, incluidos a los empresarios de la banca y a los industriales. No solamente la exportación del gas, los minerales y otros productos no tradicionales contribuyeron a ello; el tráfico ilegal de cocaína también ha contribuido a la liquidez. Eso lo sabemos todos, incluido el imperio estadounidense. Ello ha permitido al Gobierno estrechar las diferencias abismales que había entre el área rural y las ciudades. Evidencia por de más palpable que las oposiciones, sobre todo de la derecha, no quieren reconocer. En este sector importante de la población el oficialismo tiene acumulado el voto duro.
En política exterior, por primera vez en la historia los sucesivos cancilleres chilenos perdieron la compostura ante los litigios planteados por Bolivia que se ventilan en la Corte Internacional de Justicia. Si los fallos de esta controversia son favorables para Bolivia sin duda serán de beneficio para la candidatura oficialista, que desea ganarse otra vez a la escurridiza y asustadiza clase media. Lo inexplicable son las posiciones de las derechas que desean que la demanda fracase. Lo mismo ocurre con la certificación del gas que exporta Bolivia, desearían su agotamiento si con esto el partido oficialista saldría perjudicado.
El Gobierno es muy hábil para dividir, y eso ocurrió con las corrientes de izquierdistas de las ONG y de los señoritos que ocupan cargos ejecutivos. Los primeros atacan al Presidente; los segundos lo defienden con uñas y dientes para no perder sus privilegios. Mientras el Mandatario está entregando obras, sus acólitos están saqueando el Estado hasta la obscenidad y él no dice nada. Así estamos.