Monday 20 May 2024 | Actualizado a 17:05 PM

Charrúas

La riqueza del fútbol uruguayo es parte de la identidad cultural de ese país

/ 22 de noviembre de 2013 / 04:20

Siete años consecutivos al frente de todas las selecciones uruguayas, Óscar Washington Tabárez recibe el apoyo de la izquierda y palos de la derecha. Lo cierto es que “la celeste”, con los peros que genera entrar por la ventana del repechaje, está nuevamente en un mundial, con lo que suma 11 participaciones —y dos títulos— desde 1930.

En un país con solamente tres millones cuatroscientos mil habitantes y apenas 176 mil kilómetros cuadrados más 125 mil de mar territorial, dos veces campeón del mundo (1930, 1950), el más ganador de los torneos sudamericanos por encima de Brasil y Argentina (15 veces), Uruguay le ha sacado ventaja como ninguna otra selección a los llamados repechajes para clasificarse nuevamente a través de esta vía a una nueva versión de la Copa del Mundo apabullando a Jordania a domicilio en Ammán (0-5) y sellando el pasaporte con un discreto empate sin apertura de marcador (0-0) en el Centenario de Montevideo.

En  los años 50, la muy europea Uruguay se ufanaba de ser etiquetada como “la Suiza de América” por los grados de instrucción y civilidad de sus ciudadanos, así como por su gran estabilidad económica. Una década después, mediados de los años 60, los buenos modales de un país conservador comenzaron a ser subvertidos gracias a la irrupción del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros que instaló una guerrilla urbana de la que formó parte su actual presidente, José Mujica, incomparable personaje de la política continental por su lucidez para leer los signos de los nuevos tiempos y para reirse de sí mismo como cuando le impidieron el ingreso a una recepción oficial con motivo de la posesión del nuevo presidente paraguayo, Horacio Cartes: “No los culpo, si viera un tipo vestido como yo, tampoco lo dejaría entrar”, dijo el popular y querido Pepe que vive rompiéndoles los esquemas a los fieles cumplidores del ceremonial y el reglamento.

Hace cuarenta y ocho horas que la selección dirigida por el muy respetado Óscar Washington Tabárez, terminó por consolidar la presencia de todos los que fueron campeones del mundo en Brasil 2014, metiéndose nuevamente por una rendija y seguramente con la mentalidad de por lo menos repetir lo hecho en Sudáfrica 2010, cuando la celeste, desplegando un fútbol dinámico y muy ofensivo, desembarazado de su controvertida reputación históricamente caracterizada por la agresividad emparentada con la mala intención, quedó en el cuarto lugar con un desempeño que fue capaz de reeditar un año después, con la obtención de la Copa América jugada en Argentina.

El día en que los uruguayos se clasificaron contra Jordania se celebraba un año más de esa proeza llamada Maracanazo, cuando en la final de 1950, el equipo de Obdulio Varela provocó el más grande luto nacional deportivo que puedan recordar los brasileños, perdiendo así la oportunidad de ser campeones del mundo en su propia casa e instalando el título charrúa en el privilegiado sitial de los hitos más resonantes de la historia del fútbol moderno. Y esto de denominar a Uruguay como el equipo charrúa resulta particularmente llamativo pues se trata de un aguerrido y temperamental pueblo indígena precolombino que habitó no solamente territorio uruguayo, sino también lo que hoy son tres provincias argentinas y una brasileña, y que se caracterizó por su combatividad y resistencia a la colonia española.

La garra charrúa entonces tiene mucho que ver, trazando un paralelismo, con lo que los paraguayos encuentran en sus orígenes guaraníes, o lo que son para la parte occidental de Bolivia, aymaras y quechuas. Y es precisamente esa garra que en el fútbol fue confundida durante varias décadas con una excesiva brusquedad, se puede explicar con ese  chiste de que hasta hace poco los uruguayos te pegaban un planchazo a la altura de la medallita —en pleno pecho— y era nada más que una didáctica graficación de cómo tantos equipos de la hoy República Oriental, saltaban a la cancha, con la selección nacional por delante, bien secundada por los legendarios y archirrivales Peñarol y Nacional, tantas veces ganadores de Copa Libertadores de América.

La riqueza del fútbol uruguayo como parte de la identidad cultural del país puede ilustrarse con referentes como el de Zinedine Zidane que por admiración al “Príncipe” Francescoli, bautizó a uno de sus hijos con su nombre: Enzo. Y también con el dato no menos significativo que el más importante relator de fútbol argentino, Víctor Hugo Morales, es de nacionalidad uruguaya, lo mismo que el escritor Eduardo Galeano, autor de un libro fundamental para cualquier biblioteca especializada en asuntos de la pelota, “Fútbol a sol y a sombra”. Con estos tres ejemplos nos quedará absolutamente claro cómo será de importante para los “yoruguas” —como les llaman en lunfardo sus primos hermanos del Río de la Plata— llegar a disputar su undécima copa del mundo.

Después de su estrepitosa actuación en La Paz, (1-4) frente a Bolivia, los de Tabárez se despercudieron para comenzar a reencontar la senda y fue así que lograron quedar en la quinta ubicación de la eliminatoria sudamericana, lo que les permitió medirse con los jordanos y marcar la diferencia con esa goleada de visita, acerca de la cual su seleccionador dijo algo que lo pinta de cuerpo entero: “Fuimos muy efectivos pero no jugamos bien”.

Tanto en Sudáfrica 2010 como en Argentina 2011 (Copa América), el entrenador Tabárez hizo el dibujo con tres delanteros, uno algo retrasado y los otros dos desmarcándose en los últimos metros del campo, pero con Diego Forlán (Internacional de Brasil), distinguido como el mejor jugador del último mundial en franco descenso, han quedado arriba, para resolver las cosas, el virulento Luis Suárez (Liverpool) y Edinson Cavani (PSG) de muy destacada participación en la última versión de la Copa Confederaciones jugada en Brasil. En la línea de fondo es prenda de garantía Diego Lugano (West Bromwich), bien secundado por Diego Godín (Atlético de Madrid), y aportan decisivamente a la contención y a la movilidad del equipo Egidio Arévalo Ríos (Chicago Fire), Cristian Rodríguez (Atlético de Madrid) y los laterales Martín Cáceres (Juventus) y Maxi Pereyra (Benfica)

Con esa columna vertebral, más nuevos aportes como el de Christian Stuani (Espanyol) y Nicolás Lodeiro (Botafogo), la “otra” celeste y blanca, repleta de acontecimientos y triunfos memorables,  ha vuelto a incrustarse de manera contundente en el mapa de las treinta y dos selecciones finalistas para Brasil 2014.

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Nación Menotti: Un espectáculo para pensar

El 5 de mayo falleció el entrenador argentino César Luis Menotti, Julio Peñaloza recupera un texto que hizo sobre la visión de este estratega

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 19 de mayo de 2024 / 06:45

Pep Guardiola se convirtió en la confirmación de todo cuanto César Luis Menotti pregonaba desde los años 70 sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras, tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta para otros. De lo que ya no hay duda es de en qué consiste jugar lindo. La inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir fueron características de este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:

Cómo le pega Leonardo Pisculichi de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus compañeros mejor habilitados.  Cómo le pega  Neymar Jr. que le hizo el segundo al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con 30 años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más importante jugador boliviano fuera del país.

El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola
El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola

Siempre convencido de que el buen trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y otros —para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos—, me reencontré con los orígenes que me convencieron de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la albiceleste.

Pues bien, el número de El Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo, quien ofrece respuestas a 120 preguntas y cero cigarrillos luego de haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol y resultado.

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A Menotti le debemos infinitas reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que  botín político, —a pesar de haberse convertido en un negocio descomunal— ese que el propio Flaco calificó alguna vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.

Menotti fue mi maestro por entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74 y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador, arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil.” Y como para hacer más ilustrada tan rotunda afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola. Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó, no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco. Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la  otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió. Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”

Diego Armando Maradona

¿Qué más? Para fines de comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo. Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto refiriendo las virtudes de tres futbolistas —Pisculichi, Neymar Jr, Martins— que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre, con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota nuestros equipos.

Han transcurrido 46 años desde que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo, y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos, igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol, continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los días en el verde césped.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Internet

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Fútbol siete

/ 18 de mayo de 2024 / 00:23

Algún día aprendí que un equipo de fútbol se organiza de atrás para adelante, que la defensa se planifica y el ataque puede improvisarse. Que los centrales deben ser algo así como la guardia pretoriana de un onceno, los laterales deben ser primero vigilantes y si se puede, una vez liberada la zona de riesgo, combatientes de toque-ataque, de frente y costado (cómo no recordar a Cafú y Roberto Carlos), y que los delanteros están para inventar el desastre que pueda despatarrar a la defensa contraria, que al igual que la propia debe estar conformada por gladiadores dispuestos a evitar que pelota y rival pasen, y las posibilidades de que la portería propia no sea batida sean apreciablemente grandes. Defender es planificar, atacar es inventar, defender es recuperar la pelota de los pies del adversario, atacar es manejar la pelota para que el rival no pueda robarla y así enfilar hasta el otro arco y marcar.

Veo al Bolívar de Flavio Robatto perder por goleada contra el Flamengo de Tite, y lo primero que puede percibirse es que la Academia está organizada exactamente al revés: de adelante para atrás. Tiene los mejores delanteros del fútbol boliviano, un punta como Fran da Costa siempre con el arco entre ceja y ceja, mientras sus diabólicos muñecos-amuleto, Chucky y su novia Tiffany, descansan en el vestuario haciendo vigilia o brujería, quién sabe, para que Shico (así se pronuncia en el sur del Brasil) esté en condiciones de descoserla y anotar. Sus compañeros son Patricio Rodríguez (su sobrenombre, Patito, no le hace justicia a su temperamento), extremo izquierdo de gran movilidad que incursiona por la banda hacia adentro, lo mismo que hace por derecha Bruno Savio con la misma disposición escurridiza y eficacia para ingresar en el área rival, y él mismo, o alguno de sus socios estratégicos, hacer goles sin atenuantes.

Da Costa-Rodríguez-Savio conforman uno de los mejores frentes de ataque de Sudamérica, como se puede comprobar en esta Copa Libertadores en pleno desarrollo, y si a ellos le sumamos la conexión con Ramiro Vaca que abastece muy bien la zona combustible de Bolívar, respaldado por Justiniano y Saucedo en la mitad de la cancha, Bolívar con la pelota tiene necesariamente que ser protagonista, por iniciativa y calidad, y por ello no es casual que encabece la tabla de posiciones en su grupo y esté a medio paso de clasificarse por segundo año consecutivo a octavos de final. 

De vanguardia, con características de excelencia, Bolívar es un equipo inversamente proporcional hacia atrás, con una retaguardia que puede terminar de darle la razón al colombiano Faustino Asprilla que afirmó con desconsideración e irrespeto que “los bolivianos son de madera”. Bueno, en realidad, de madera podría ser uno que no es boliviano, Orihuela, central uruguayo que pifió una pelota a título de despeje y que ocasionó el segundo gol de Flamengo. Al minuto de iniciado el partido, Saavedra, que de lateral tiene nada, había dejado expedita la banda izquierda en la que debía estar para cubrir a Gerson, que anotó la apertura e inició el festival que concluyó con un 4-0 sin discusiones y que parece no incidirá en la inminente clasificación bolivarista, a falta de una fecha para la conclusión de la fase de grupos.

Con Orihuela, o mejor dicho, sin Orihuela, uno menos. Con Saavedra improvisado como lateral izquierdo, dos menos. Con Sagredo de lateral derecho, tres menos. Y con el recientemente recuperado de una lesión, el ecuatoriano Ordóñez, cuatro menos. Dos centrales y dos laterales que le hacen transpirar la gota fría al portero Carlos Lampe, que ataja muy bien, pero al que se le cuestiona por no saber manejar los pies. A rezar bolivaristas, el equipo más campeón del fútbol boliviano y con más participaciones en torneos internacionales puede contar con siete futbolistas que garantizan calidad y eficacia, pero, lamentablemente, con una base defensiva a la que puede poner en problemas el Fla, pero también el principiante y flamante campeón San Antonio de Bulo Bulo. Si se sabe atacar a Bolívar, la chapa de gran equipo se le puede terminar oxidando.

Hay que ser justos y memoriosos: con Roberto Carlos Fernández, que se fue al Baltika Kaliningrad de Rusia, y Diego Bejarano, que ahora está en Oriente Petrolero luego de una salida con portazo incluido, Bolívar contaba con laterales solventes y experimentados, y con otro uruguayo, el indisciplinado y violento Bentaberry, había más solidez en la zaga junto a Sagredo (no sé cuál es José y cuál Jesús, disculpas por mi desinformación, pero los gemelos pueden confundirnos). Para decirlo pronto y fácil: Bolívar tiene un equipo de siete, no de 11 futbolistas. Son el portero, los mediocampistas y el tridente ofensivo. La línea de fondo, habitualmente línea de cuatro, es un lamento boliviano. El presidente del club, Marcelo Claure, anuncia reajustes o refuerzos cuando se abra el libro de pases. Es justo y necesario. Un equipo con la historia y las ambiciones de Bolívar, necesita 11 futbolistas en el campo. No siete.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El yerno de la Embajada de México

/ 4 de mayo de 2024 / 00:47

Dice el escritor chileno Ariel Dorfman que al presidente de Ecuador, Daniel Noboa, le hubiera sido suficiente con leer El derecho de asilo (1979) de Alejo Carpentier para no decidir el asalto policial a la Embajada de México en Quito con el objetivo de llevarse a las rastras al exvicepresidente Jorge Glas por hechos de corrupción. De esta manera, el autor del célebre Para leer al Pato Donald, escrito junto a Armand Mattelart (1972), ejemplifica la indisimulable falta de lecturas de la que hacen gala los líderes de nuestro continente, eventualmente gobernantes en cada uno de nuestros países.

Si Noboa hubiera leído a Carpentier, se hubiera enterado por comparación que a Glas le esperaba una reclusión voluntaria con privación de libertad de movimiento, que es la del refugio político, según lo dicta la Convención de Viena acerca del asilo al que tienen derecho quienes son perseguidos y amenazados en sus derechos como ciudadanos. Si el presidente ecuatoriano no hubiera decidido violar de la manera más obscena el derecho internacional, Glas estaría ahora preso, dirían algunos que en una jaula de oro, pero preso al fin, como le sucedió por siete años a Julian Assange que vivió refugiado, vaya qué casualidad, en la Embajada de Ecuador en Londres y al que el presidente Lenín Moreno le quitó la ciudadanía otorgada por su traicionado antecesor Rafael Correa, y por supuesto que el asilo político para que la policía inglesa se lo llevara detenido.

La presidenta de facto Jeanine Áñez estuvo a un paso de cometer abuso parecido, vaya qué casualidad, con la misma Embajada de México, pero en La Paz, cuando el régimen transitorio y golpista comenzaba a vivir una borrachera de poder sin resaca, ordenando instalar reflectores que no dejaban descansar por las noches a exministros y otros colaboradores del gobierno de Evo Morales que se refugiaron en dicha legación diplomática, para de esta manera ponerse a salvo de la cacería encabezada por el ministro de Gobierno Arturo Murillo y la canciller Karen Longaric, que negó la otorgación de salvoconductos a la mayoría de los que estaban allí, seguro que en su pensamiento más íntimo, para sentarles la mano a esos masistas de mierda.

La entonces embajadora mexicana María Teresa Mercado terminó siendo declarada persona non grata, que entre noviembre y diciembre de 2019 honró la tradición histórica mexicana del asilo político, protegiendo a quienes se habían refugiado en su residencia, situada entonces en la exclusiva Rinconada de la zona Sur de La Paz. Quienes estuvimos por allí entre el domingo 10 y el miércoles 13 de noviembre de 2019, apreciamos la profesionalidad y la diligencia hospitalaria con que el personal mexicano boliviano dispuso las cosas para preparar una estadía de más de 10 personas que se prolongó por el año en que gobernó Áñez entre la pandemia, los negociados, las masacres y las violaciones a los derechos humanos de un par de miles de ciudadanos a los que se persiguió, encarceló y torturó por el sacrilegio de haberse manifestado en defensa de la permanencia de Evo Morales en el gobierno hasta que concluyera su mandato.

Es bueno que quienes no lo saben, se enteren ahora que la embajadora Mercado acompañó a Luis Arce Catacora, entonces exministro de Economía, hasta la puerta del avión con el salvoconducto en mano que autoridades policiales pretendían desconocer, con intentos de evitar que el ahora Presidente del Estado pudiera partir hacia Ciudad de México. (Tema del que conversamos en el breve ciclo televisivo Memoria por ATB Red Nacional, el domingo 14 de noviembre de 2021).

La ahora exembajadora en Bolivia —hace poco nombrada Subsecretaria del Ministerio de Relaciones Exteriores con responsabilidades de dirección de la política exterior mexicana con África, Asia Central, Asia Pacífico, Medio Oriente y Europa— trabajó con rigor y firmeza durante esos difíciles días en que sus breves relaciones con la canciller Longaric se hicieron tensas, pero si esto no fuera poco, la visita del yerno del propietario de la casa de la residencia que ocupaba María Teresa Mercado puso en evidencia eso que popularmente se llama aprovecharse del pánico. El solícito yerno del dueño de casa, Raúl Garafulic Lehm, fue a pedir un incremento del 50% del monto mensual del alquiler, con el folklórico detalle de que por el pago mensual del contrato éste no emitiría factura. Para quienes todavía tampoco lo saben, Garafulic, que se mandó a cambiar del país, fue el propietario del desaparecido diario Página Siete que dejó a la vera del camino a sus periodistas y trabajadores impagos por varios meses de salarios y sin la posibilidad de cobrar beneficios sociales.

Entre la falta de experiencia literaria de Noboa, la traición y el atropello de Lenín Moreno y el apriete de Garafulic a la embajadora de México, no puede haber dudas que lo pintoresco y lo cínico pueden terminar convirtiéndose en sinónimos. 

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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LLAKI: un viaje de cuerpo y alma en clave kallawaya

El director Diego Revollo estrenó su película documental el 18 de abril en la Cinemateca Boliviana

La cinta boliviana está dirigida por Diego Revollo y producida por Miguel Nina.

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 21 de abril de 2024 / 06:49

Lunlaya es el lugar en el mundo en el que un niño comienza narrando de cuántas vacas dispone su comunidad: 16. Trepa hacia lo más alto de un cerro para revisar si están todas, y en ese trayecto cuenta como el cóndor ataca al ternero y dice que si luego de someter al mamífero van apareciendo más cóndores, significa algo así como el arribo de la destrucción, de la rapiña que destroza y mata. Ese mismo niño juega y ríe con una maquinita entre sus manos, y repite hakuna matata, frase que hiciera universal El rey león, cinta de la poderosísima transnacional del audiovisual Disney. Es muy probable que ese niño de sonrisa luminosa no sepa que hakuna matata significa “no hay problema”, “sé feliz” o “no te preocupes” y que pertenece a la lengua africana suajili (Tanzania, Kenia, Uganda), que la canción de la película de animación que ha circulado por todos los mares y continentes fue compuesta por Elton John y Tim Rice y que con el impulso de la voracidad mercantil, Disney se la apropió, lo que provocó la indignación de sus hablantes originarios.

Si introduzco el abordaje de Llaki con esta referencia a Disney es porque se debe tener presente, ahora más que antes, que prácticamente ya no existe rincón en el mundo que no haya sido penetrado por la dominación informática y tecnológica, pero que a pesar de ello, todavía es posible encontrar una inquebrantable resistencia cultural de los habitantes inmersos en sus orígenes, desde la respiración hasta la piel, exponiendo su granítica identidad, y en este caso, esa notable y casi milagrosa fusión entre la materialidad de la sanación ancestral y la espiritualidad con la que se viaja hacia las profundidades de la naturaleza y sus bondades que alimentan y curan, que conducen al inacabable viaje hacia la comprensión de que sanar significa no necesariamente superar plenamente una enfermedad, sino asumirla desde los límites humanos a partir de un laborioso reaprendizaje de construcción de la identidad/entidad humana hecho de músculo y hueso, pero en primer lugar de pensamiento y sensibilidad.

En un radio receptor popularmente llamado radio canchera, de esos en los que se escuchaban las transmisiones de partidos de fútbol décadas atrás, un locutor hace una mención al “Estado Plurinacional de Bolivia” sin más, único elemento informativo acerca del país del que forma parte la familia kallawaya Ortíz Ramos, que dialoga e interactúa con los Revollo, hijo y padre, cineasta y médico urólogo, formados en universidades convencionales del occidente urbano, que acuden continuamente a Lunlaya sin el mínimo atisbo de ese paternalismo conservador que suele subestimar la vida rural en la que tiempo y espacio difieren de la vorágine del mundanal ruido de las ciudades.

La combinación de fotografía fija, que se constituye en memoria de viaje, con planos generales de un lugar en que la magia no es folklore ni exotismo étnico, y los primeros planos de sus protagonistas, hacen que Llaki pueda sustentar su marca audiovisual a partir del sentido en el que no aparece una intención de “hagamos una película sobre los kallawayas”, sino más bien un viaje existencial que genera como consecuencia un documental en el que la experiencia intercultural de sus participantes enfatiza la riqueza de la comunicación, a través del registro de la calidez de rostros y gestos y la calidad de los testimonios a través de las breves narraciones de esos que son simultáneamente guías espirituales y sanadores.

Diego Revollo, luego de sufrir la pérdida auditiva del oído izquierdo y experimentar una parálisis facial parcial, imposibilitado de encontrar respuestas médicas en la consulta del especialista que trabaja en hospitales y clínicas —la medicina suele no ofrecer soluciones a muchísimos males desde la frialdad científica—, se decide a viajar y escuchar las voces que nacen de otros saberes sobre los procesos de curación que no terminarán resolviendo una limitación física, pero sí le permitirán descubrir una nueva manera de comprender, asumir y cultivar su interioridad humana: Una de las voces abrigada por fuegos de leño nocturnos reflexiona con la sabiduría que da la experiencia acerca de nuestra incapacidad humana para agradecer todo lo que la madre tierra nos provee, que así como nutre puede destruir: el fuego que nos abriga, puede también quemarnos.

Llaki es una experiencia cinematográfica, y por lo tanto, bastante más que sólo una película.  Completa una década de cercanía, y por lo tanto confianza y afectividad, entre el director de la película, su propio padre, su pequeña hija y su equipo en diálogo continuo con la familia Ortíz Ramos, que certifica el valor identitario de la cosmovisión kallawaya en la que su ritualidad cotidiana privilegia espíritu y naturaleza como sentido existencial y es a partir de estos términos que debe ser leída como narración del acercamiento humano y los rasgos esenciales de una cultura que ha trascendido fronteras y ha sido reconocida en sus cualidades originarias.

La palabra con la que se titula la película significa tristeza, melancolía o pesadumbre, pero a partir de su irrupción, con sus hallazgos y certezas, Llaki termina resignificando el renacimiento y el encuentro donde se impone la horizontalidad en la comunicación en clave de respeto por las convicciones mutuas.

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Ficha Técnica

  • Título LLaki. Dirección: Diego Revollo.
  • Fotografía: Miguel Nina y Mauricio Ovando.
  • Música: Jorge Zamora (Zamorita).
  • Casa productora: Transbordador Audiovisual.
  • Con la participación de: Aurelio Ortiz, Juan Ortiz Jiménez, Melisa Ortiz, Valentín Ortiz, Justina Ramos, Apolinar Ramos, Fernando Revollo, Amaya Revollo. Duración: 72 minutos. AÑO: 2023. PAÍS: Bolivia.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Transbordador Audiovisual

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La vara que dejó García Linera

/ 20 de abril de 2024 / 00:00

En tiempos de una cada vez más aplastante mediocridad, Alvaro García Linera está desaparecido. Por decisión propia. Porque los tiempos que corren así parecen aconsejarle. E incluso se podría llegar al extremo de pensar que ante tanta burrada cotidiana, a él, como a algunos más, les tiene que provocar flojera dar batalla en simulacros de guerras repletas de soldaditos de plomo.

En estos tiempos de descalificación de azules contra azules, García Linera, a lo largo de más de un año, ha ofrecido unas cuantas entrevistas por streaming, radio y TV (dos con este periodista) y parece no estar dispuesto a formar parte de la fotografía diaria de un paisaje gris en el que el entrenador de San Antonio de Bulo Bulo, Thiago Leitao, sobresale por astucia al desafiar a un poderoso empresario diciéndole que podrá estar enterrado en millones de dólares, pero que de fútbol no entiende nada, luego que su humilde y principiante equipo del Trópico de Cochabamba eliminara a Bolívar del torneo de un fútbol que de profesional tiene solo el nombre.

García Linera está desaparecido. No está. No quiere estar. Sabe exactamente lo que está sucediendo con Bolivia, pero se niega a responder más allá de la sensatez y la lógica con la que se deben leer los hechos que producen las coyunturas, esas efímeras etapas de las que se alimenta el periodismo y que así como se encienden y relampaguean un par de días a partir de algún hallazgo estremecedor o de algún hecho que produce rabia de impotencia, al tercer día pueden desaparecer de los escenarios públicos por falta de seguimiento, y peor incluso, por falta de compromiso con el rigor crítico, por la laxitud a la que invita este tiempo en que todo lo público, o casi todo, se iguala para abajo, con afirmaciones como esa de que la Ley 348 sería una ley “antihombres”, o que el Tribunal Supremo Electoral juega políticamente a favor de unos en perjuicio de otros, como si no existieran leyes, reglas de juego, estatutos y reglamentos, es decir, un mínimo ordenamiento jurídico y una mínima institucionalidad.

La vara que el vicepresidente de Evo Morales ha dejado, se ha convertido en inalcanzable y por lo tanto en insuperable. En los mejores momentos gubernamentales del evismo,  se podía percibir una gran mística de los equipos de trabajo con los que se encaraban las obligaciones de un Estado redimensionado desde la laboriosidad teórica de García Linera y las convicciones prácticas de quienes hacían funcionar la maquinaria para que tuviéramos un país, ese país que en algún momento estaba comenzando a ser de todos, sin que nadie quedara afuera de la lucha y de la fiesta, del combate y la celebración, sin que nunca más, desde esa combinación entre lo indígena y plurinacional, y la filosofía marxista, pudiéramos tener una Bolivia en que apellidar Mamani, Quispe, Tomichá o Parabá fuera motivo de vergüenza y resignación, para convertirse en razón de vida nacional popular, lo que significa que aquí no hay comunismo, señoras y señores. Aquí lo que puede haber son algunos comunistas de corazón y formación, pero no comunismo como se concibe desde la paranoia camachista, microclima en el que pululan agentes del retorno al orden del racismo, la discriminación, y los ricos blancoides sometiendo con palo y zanahoria a los mugrosos indios de mierda masiburros, cruce de llama con monolito… ¿O no hablan así en los salones de las “fraters”, los militantes de la logia y del exterminio?

Tiene que resultar cuando menos desagradable que se trate de traidor a quien se ha quemado las pestañas por construir una estrategia política y cultural en que lo indígena y lo campesino se fundieran a través de lo originario. Tiene que resultar decepcionante para García Linera que Evo Morales se haya olvidado que fueron un tándem virtuoso durante casi tres lustros para gobernar el país, con la visión conceptual de uno y el potente liderazgo del otro.

El día que Alvaro García Linera dejó de gravitar en la política y en lo político de Evo Morales, el líder perpetuo de las seis federaciones cocaleras del Chapare bajó de los aviones del liderazgo internacional al barro de las carreteras en el que manda la bazofia verbal de Héctor Arce, ex alcalde de Omereque o de Rolando Cuéllar, un odiador a tiempo completo del nacido en Orinoca. Desde el día en que García Linera dejó de estar cerca a Evo, todo volvió a los tiempos de la rústica pelea anterior a 2005. Como si Evo nunca hubiera sido presidente. Como si hubiera olvidado todo lo aprendido que le permitiera trascendencia a sus gestiones gubernamentales.

La vara dejada por García Linera ha quedado muy alta para el evismo. García Linera está ausente y Bolivia vive una incertidumbre política como no había sucedido en este nuevo ciclo antineoliberal desde 2006, que amenaza con volver debido al empecinamiento de un solo personaje que ha renunciado a sus propios códigos de respeto y lealtad, para hacer de la obsesión su nueva forma de vida. 

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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