Morbo: la seducción del mal que habita en nosotros
Imagen: Adrián Nieve
El escritor Adrián Nieve
Imagen: Adrián Nieve
El escritor Adrián Nieve presentó su tercera novela (2022, PARC Editores) y ofrece en estas páginas un fragmento de su obra
Morbo: la seducción del mal que habita en nosotros. No juzgues un libro por su portada. Lo mismo se aplica a los escritores: no te guíes por tus primeras impresiones sobre él para ingresar a su escritura. Adrián Nieve tiene aspecto afable: es un cariñoso amante de los perros y de la cultura popular; es cordial y no suelta palabras altisonantes alegremente. No le gusta bailar (no sabe, dice él) y su porte, su sonrisa y su mirada transmiten confianza y ternura. Sus textos son otra cosa. Y es que piensa mucho. Mucho. Así lo prueba Morbo, novela que acaba de publicar con PARC Editores. Es una novela que nació como cuento y que creció casi con vida propia hasta llenar más de 450 páginas que, no obstante, se dejan leer con avidez gracias a la vertiginosa historia que recogen.
El viernes, Nieve presentó este libro en Sucre y la semana pasada, en La Paz, ciudad en la que se venden los ejemplares en Café Rayuela, en el Baúl de los Libros y en librería Lectura, además de que está disponible en Amazon la versión Kindle. Las expectativas ante este nuevo hijo literario son diversas. “¿Para qué mentir? He visto torcer el gesto a gente en la Feria del Libro cuando les dijeron que un tomo de 20 páginas cuesta 50 bolivianos. Tenía un poco de miedo de que tal vez mucha gente no se anime a comprarlo o a leerlo, ya sea por la longitud o por el precio. Pero la respuesta que ha habido de parte de los lectores y de los mismos editores ha sido muy buena. Lo que busco es que la gente encuentre algo entretenido, pero que al mismo tiempo, sin querer, la obligue a reflexionar un poquito en ciertas cosas que piensan, hacen o que ven en el mundo día a día”.
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Morbo: la seducción del mal
El escritor se ha formado en psicología, pero ha abrazado el periodismo cultural, tanto en prensa escrita —fue parte del equipo de La Razón—, como en la televisiva e internet. El cine y los videojuegos son parte de esta pasión.
De sus tres libros—publicó El camino amarillo de Drogothy (2016, editorial Gran Elefante) y Hayley (2018, Editorial 3600)—, éste le ha resultado el más desafiante, pues ha significado un proceso de depuración y edición mucho más intenso y minucioso. Ha aprendido a matar párrafos que amaba. “Esta historia está basada en cosas que me pasaron cuando era adolescente y que de alguna forma quería expresar. Al principio era solo un cuento, hasta que empecé a aprender acerca de crónica y quise volverlo crónica, porque a veces la realidad es más sorprendente que la ficción. Pero éste no era el caso, a pesar de incluir hechos que sí sucedieron en la realidad”. Por ello esta idea inicial se asentó en una novela ambientada en Sucre en 2008, en la que el autor revela su relación de amor y odio con aquella capital.
Al principio el libro se llamaba Porno, pero transmutó a Morbo. Y si bien al principio los personajes principales se inspiraban en dos compañeros de curso de Adrián, éstos tomaron vida propia. “Ya estaban vivos y estaban teniendo su propia historia, es que es algo que está más allá de tu control: simplemente sabes que va a pasar algo y que tu personaje lo resolverá de una determinada manera, te sorprende. Alguna vez he estado caminando en la calle y he visto cómo iba a reaccionar uno de los personajes y volvía corriendo a mi casa para escribirlo”.
La elección del año no fue casual: ese 2008 se había mudado de Sucre a La Paz cuando saltó en los medios de comunicación la golpiza que sufrieron campesinos en la plaza 25 de Mayo. Entonces las felices historias de la niñez se cruzaron con situaciones de racismo, hipocresía y de conservadurismo en la cabeza del autor. Amor y odio. “Me han dicho que mucha gente va a odiar el libro en Sucre, quizá porque se va a ver ahí”, se encoge de hombros el amante de los perritos.
Sin embargo, la mirada con la que abordó el libro no es la del bachiller que dejaba su ciudad, sino la del adulto que ha viajado y comprende mucho mejor las dinámicas del país. “Ver estos conflictos cada octubre, cada noviembre, te ayuda a entender o tratar de entender lo que hay detrás de ellos. Te obliga a comprender la idiosincrasia de nuestros países. Bien fregada, bien compleja”. Racismo, machismo, individualismo, porno. Morbo.
Ya impreso Morbo, ha empezado a germinar el nuevo libro en su cabeza. “¿La escritura? Antes veía como que mi cabeza estaba llena y necesitaba vomitar cosas y el papel estaba ahí y vomitaba todo. Era muy emocional y era muy críptico, quizá demasiado subjetivo. Ahora siento que mi escritura ha avanzado, es más comprensible, menos críptica, sin tanto vómito emocional; más dirigida, más narrada, más una historia en sí misma. Pero no pierde ese algo que tengo yo, que es el filosofar, el estar sobrepensando las cosas. Busco que se entienda no solo el mundo interno de estos personajes, sino sus acciones y contarlas de la mejor forma posible. Porque la oscuridad forma parte de los seres humanos. Y aunque las personas escapan del morbo, el morbo es útil: no solamente nos enseña que algo está mal o que algo es reprobable socialmente, sino que todos sentimos de alguna forma, en nuestro interior, que tenemos ganas de hacer algo malo en algún momento”.
Fragmento: Morbo de Adrián Nieve
NOTAS MENTALES
lunes 18/02/08 – martes 19/02/08
Lunes. Nublado, otra vez.
Justo. Alarma de mierda. Y ahí estás, justo a tiempo, primera erección del día. Me parece que eres señal de que la Gaby estaba en el sueño. Ya llevo un buen rato soñando con ella cada noche. Si me duermo otra vez quizás pueda continuar el sueño.
No, imposible. Por mucho que me retuerza y cierre los ojos, solo estoy incomodando a mis perros. Muchachos: los amo con el alma, pero odio cuando están así de apilados encima de mí.
¿Qué clase de persona soy para soñar con ella cuando con la Emma…? En fin, buenos días, mundo cruel. Estamos contentos de reencontrarnos una vez más en este purgatorio llamado Sucre, la famosa ciudad-prisión donde cada día hábil es lunes y el fin de semana es un largo domingo.
Qué frío de mierda, mi mamá ya está gritando para que salga de una buena vez de la cama y baje a desayunar antes de ir al colegio. Ya, ni modo. Me muevo un poco y, cómo no, los perros se van corriendo a ver si pillan algo de comida de mi ma o mi hermana.
“¡Con calma, carajo!”. La salvaje de la Artemisa no tiene consideración con el nabo del Tudito, peor con el Caqui, viejo, ahí bajándose apenas y caminando lentamente.
Coño, no quiero levantarme. Si tuviera las bolas de renunciar a la farsa del cole… No, pobre mi mamá. Aunque, no te entiendo, ma. Ni por san putas tu intención es criarme para que solo sea un colegial idiota que eventualmente se convierta en otro esclavo moderno. Debe haber cosas más útiles para aprender que usar las soluciones al final del Álgebra de Baldor para las tareas o cortar formas ñoñas en una venesta.
Pero no. Bien que nos conocemos, Tomás, me estaría diciendo la Emma. Sí, debería callarme porque yo, como en la canción, “mañana seguiré aquí”. Quizás es nomás como dice el Fons y la rebeldía es una excusa para creer que uno no es mediocre.
“¡Oye! ¡Dejá de perderte en tu cabeza!”, me dice la Ju con la carita entre somnolienta y sonriente. Me fascina el extraño balance que esta cojuda tiene por las mañanas. Pero ha cambiado, la maldita. Estás a un paso de ser mayorcita, pero todavía sigues diciendo que amas Coldplay cuando solo has escuchado el X&Y y no tienes la más mínima idea de la existencia del A Rush of Blood to The Head o el Parachutes. No sé en qué momento lo de hermanos pasó a limitarse al parecido físico.
“¡Dejame vivir! Y, más bien, apurate, Juliana, que me voy sin vos si no”.
“¡Perdóname, To-más! —Algún día aprenderás que silabear no es lo mismo que ser irónica, chiquilla—. ¿Desde cuándo a vos te importa ser puntual?”.
Encogerse de hombros. Apurar el café. Poner cara de te-estoy-esperando.
La Ju entorna los ojos y vuelve a su cereal. No entiendo por qué me odias en las mañanas, pero tampoco es que a esta hora vos brilles como la Buena Nueva en torno a la cual se congregan los Ned Flanders de la vida real. De hecho, pendejita mía, eres lo peor de esta parte de la rutina. Porque ya de por sí pararse, bañarse, vestirse, desayunar es una cagada y se hace peor con tu cara de culo. Y te amo, de verdad, pero tener que esperar a que te dé la regalada gana de alistarte es más largo que esperar el puto micro, que encima vendrá todo abarrotado para llevarnos como ganado al matadero.
Salir. Esperar. Abordar.
Puta sí, así se debe sentir la carne antes de terminar en el mercado. Por suerte no tenemos que ir en micro hasta la mismísima puerta del puto colegio y, por lo menos, podemos caminar seis cuadras hasta ahí, disfrutando de un paseo antes de entrar a clases. Juro que si no fuera porque de todas formas puedo chacharme, haría este recorrido con las mismas ganas que me nacen cada vez que el director nos manda a reuniones de beatas que creen que si citan la biblia de memoria harán que el tal Jehová exista de verdad.
¿Debería hablarte del aburrimiento? No, creo que solo me consolarías sin comprender una mierda. Como cuando tuve que llevarte a la entrada folclórica el anterior Carnaval y yo sentía que me iba a arrancar las uñas si tenía que seguir viendo gente saltar y sudar por una figurita. Pero vos estabas chocha, aferrándote a la idea de un día bailar ahí.
¡Ah! Ahí se asoma el colegio. ¿Qué clase de vida tienes que tener para haber nombrado tu colegio “Divina Providencia”?
Aunque tengo que admitir que, si no fuera por el nombre y la gente, me gustaría mucho este lugar. Casi en las afueras de la ciudad, lleno de patios verdes y con una especie de temática de piedra y naturaleza. No sé, funciona de alguna forma. Incluso si algunos de sus edificios son muy “ladrillo”, puta, hasta eso queda bien junto a todo lo demás. O sea, no es lo que la Emma llamaría “estético”, pero tampoco es un insulto a los ojos.
Aparte, es lo suficientemente grande como para hacer olvidar a estos esnobs que detrás existe otro barrio clasemediero más.
Pensar que acá este colegio es grande, pero en La Paz no es más que otro con apenas dos canchitas.
“Me encanta la manera en la que el diseño del cole mantiene a los de primaria alejados de los de secundaria y del área administrativa”, le digo a la Ju mientras trata de caminar como modelo.
“¿Por qué?”.
“Fija los administrativos no quisieron tener que tragarse los gritos y ruidos de los niños y los exiliaron lejos, donde los profes no tienen ni apoyo ni descanso. Y, si lo piensas, es como establecer tres reinos rivales”.
“Tienes que dejar de leer esos libros sobre elfos y anillos, cada vez estás más raro”, me dice con una sonrisa bondadosa.
“Y vos necesitas ser un poco más rara, cojudita”.
La mirada. Esa mezcla perfecta entre verte como si fueras un idiota y blanquear los ojos. Me gustaría saber cómo la haces.
“Chau, sonso. Te veo en la casa”.
“Dale, Ju. Chau. Cuidate, ¿ya?”.
“Siempre, siempre”.
Ya ni se da la vuelta la muy… Entiendo que le encante el pedo elitista de nuestro colegio, pero si comienza con mierdas de que ella es mejor solo porque sí, voy a tener que darle una lección.
Me cago, ¿cómo fue que me salió una hermana placera? Aunque debería cerrar un poco la boca porque al menos la Ju le da alegrías a mi mamá con sus notas. Bueno, ser un “tiro al aire” tiene sus ventajas y si la Ju no se relaja un poco nunca sabrá cómo es jugar en una cancha sin reglas ni límites. Quizás debería llevarla en alguna de mis chachadas, mostrarle cómo es que uno se mueve fuera de los muros del colegio en este pueblo aspirante a ciudad.
Me cago, hoy toca Física. Aunque, ¿de qué me quejo? Debe seguir quebrada, la pobrecita de la profe. ¡Qué patética sonó su voz el otro día! Mero gallo socavando su autoridad mientras mandaba a callar al curso. Eso sí, valiente de su parte tratar de retomar el control, pero lo cierto es que no pudieron darle ni dos clases antes de cagarle la vida, ¿no, cabrones? Pero bueno, en el fondo estoy agradecido con mis compañeros por quitarme una clase de encima. No necesito más profesores quejándose de que no hago nada, por muy cierto que sea. Cualquier rato se emputan, se ponen de acuerdo y hacen oídos sordos a nuestros tratos, así que mejor no.
Mierda, eso me recuerda que debería empezar a ahorrar plata desde ya para los sobornos de fin de año. Conociendo a los cabrones profes, querrán pedir algo más espectacular que el año pasado y voy a necesitar cada maldito centavo. Sí, sí, puto Fons, ya te estoy escuchando: Tanto trabajo para no trabajar, ¿vale la pena?
Uta… ¿Esa es la Andreíta Toledo? ¡Me cago! Ha crecido. Y harto. Si hace… ¿qué? ¿cinco años?, puta mierda, sí, hace cinco años la desgraciada era una criatura de diez jugando con mi hermana en su cuarto. ¿Cuándo se puso buenota?
Timbre. Reverendo hijo de puta. Ya pues, ni modo. Hora de enfilarme a mi pupitre en el fondo del curso. Mis compañeros me saludan enérgicos con ese aire de alegría y frescura que la gente fuerza en la segunda semana de clases, cuando ya tuvieron tiempo de tragarse los vómitos de resignación. Puta, aparte la promo… Puedo leer en sus ojos esa ilusión de adultez que siempre he visto en la gente de la promo. Qué jodido pensar que este es el último año que tengo para quedarme sentado escuchando música y leyendo novelas todo el día mientras el resto pasa clases.
Bueno, a la mierda. Play. Jamiroquai, Virtual Insanity en mi MP3. Aunque no, puta, olvidé que primero me toca con la bendita Valeria. Ahí está, cabalito, a tiempo para abrir las pilas de baba de los chicos que siempre hablan de lo buenota que está la profe de Filosofía, pero nunca de su clase.
“¡Papito bello! ¡Tomasito! ¿Cómo estás?”. Uno vive para momentos como este abrazo tan cálido y esa amplia sonrisa de alma bella, o para envolverla con los brazos mientras sus pechos se aplastan contra el mío o para, casi sin querer, aspirar el intenso y acaramelado aroma a melocotón de su cuello. Al principio me daba vergüenza, pero ¿qué putas? Todo esto es la paga por tanto esfuerzo. Es un poco chistoso pensar que el Fons nunca entenderá que para mí este aroma y este abrazo son una recompensa más grata que la de los sobornos.