Sunday 28 Apr 2024 | Actualizado a 11:39 AM

Villalpando, una promesa al Niño

Alberto Villalpando, referente de la música boliviana

/ 27 de noviembre de 2022 / 00:10

Alberto Villalpando recibió un nuevo Honoris Causa y estrena en La Paz su reciente trabajo, un buen motivo para repasar su obra y su vida desde su casa en Cala Cala, Cochabamba

Villalpando, una promesa al Niño. Alberto Villalpando tiene cuatro años. Vive en una vieja casa de la esquina de la plaza principal de Potosí. Es la casa del abuelo por parte materna, sita entre la Prefectura y la Alcaldía. Viven varias familias de parientes en esta casona de 1700. En la sala principal hay un piano, una pianola eléctrica para ser más exactos. Albertito se acerca al Nacimiento que preside la sala y suelto de cuerpo le dice al Niño: “Te voy a tocar música”. Villalpando pone los dedos sobre las teclas negras y blancas (“vaya a usted a saber qué toqué durante dos o tres minutos”). Cuando termina, se acerca de nuevo al Niño: “Yo siempre te voy a hacer música”. El maestro Alberto Villalpando ha cumplido 82 años el lunes pasado y hace cuatro días ha estrenado en el Centro Sinfónico Nacional de La Paz su última obra Música para orquesta Nº7. Es el padre de la música contemporánea en Bolivia. La palabra aún tiene valor.

Alberto es el segundo hijo del dirigente comunista Abelardo Villalpando. Su padre milita en los años cuarenta en las juventudes del PIR (Partido de la Izquierda Revolucionaria) junto a otros jóvenes líderes marxistas como José Antonio Arze, Alfredo Arratia, Felipe Iñiguez o Ricardo Anaya. Van a fundar el Partido Comunista de Bolivia, el reconocido por la Unión Soviética, unos años más tarde. En las filas piristas, pulula un chango llamado Néstor Taboada Terán. Ya verá, en su momento, caro lector/lectora, por qué sumo este detalle. Por supuesto que el padre ni se imagina que su hijito anda por la casa haciendo promesas a una figura del pesebre navideño.

La madre es Lola Buitrago, hija de un médico conservador de Potosí. Tan retrógrada que en tercero de secundaria la saca del colegio y la manda a estudiar Corte y Confección a la ciudad de Sucre. Ella ha debido de poner el “Santo Misterio” con su María, su José, sus tres Reyes Magos y los animales.

LEA TAMBIÉN

Alberto Villalpando: ‘Hoy cada compositor se expresa en función de su individualidad’

cuadro_villalpando.jpg
Una pintura de Villalpando

Villalpando, una promesa

Villalpando hace la primaria en la Escuela Alonso de Ibáñes, sito en la calle Bolívar y la secundaria en el poderoso Colegio Nacional Pichincha, orgullo de la ciudad, sobre la calle Ayacucho. Es un asiduo de los cines, del Omiste, del Hispano. Goza tanto de las aventuras del cine mexicano y de los clásicos “péplum” como de las grandes bandas sonoras a cargo del director de orquesta húngaro Miklós Rózsa (el de Ben-Hur). Todavía no sabe que acabará haciendo la música para una docena de películas bolivianas.

Tiene dos amigos/compinches: Marvin Sandi Espinoza y Florencio Pozadas. El primero parte a Buenos Aires a estudiar composición musical. Cuando vuelve no habla de otra cosa que no sea politonías, palíndromos y dodecafonías. Sandi allana el camino de Pozadas y Villalpando. Uno para todos y todos para uno, son los tres mosqueteros de la Villa Imperial. Solo uno va a seguir la pelea hasta el final: Sandi se pegará un tiro en Madrid en los años sesenta y Pozadas (hermano de Willy, reconocido director de orquesta) morirá en un accidente de tránsito en Buenos Aires.

Villalpando pasa seis años lindos en la capital argentina. Corren los sesenta y la metrópolis porteña es un bullicio. Alberto es alumno del Conservatorio Nacional “Carlos López Buchardo”. Su profesor es nada más y nada menos que Alberto Evaristo Ginastera, uno de los maestros de la música del siglo XX en América; su alumno más famoso será un tal Astor Piazzola. El estreno de su Cantata para América Mágica en 1961 en Nueva York conlleva tal éxito que se vuelve el soporte económico para la fundación del Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales, del Instituto Torcuato Di Tella. Un año después, en el 62, Villalpando postula para una beca en el Di Tella y gana. Va a gozar con los mejores profesores traídos de todas las partes del mundo, pura vanguardia: Luigi Dallapiccola, Iannis Xenakis, Olivier Messiaen… El Centro será parodiado, años después, por los geniales Les Luthiers a cargo de su personaje Johann Sebastian Mastropiero.

Villalpando se pierde por avenida Corrientes, va al cine, al teatro, se empapa de la nueva ola de cine francés, se conmueve con el neorrealismo italiano y se aficiona a la ópera. Un cuate del Di Tella, Miguel Ángel Rondano, le contagia la pasión. Logra un pase para el Teatro Colón. La pareja de amigos es tan asidua que los acomodadores les reservan silla en las tertulias del tercer piso. Vive en la calle Sarmiento y Paraná, desde donde ve todos los días cómo se levanta el Teatro San Martín. Cuando años después termina viviendo en París, la capital francesa le va a parecer una aldea en comparación con la efervescencia cultural de Buenos Aires.

Estamos ahora en La Paz, el maestro tiene 24 años. Está a punto de componer su primera obra para orquesta sinfónica. Se llamará Liturgias fantásticas. Antes de regresar a Bolivia, durante el último año en el Di Tella ha creado su obra Preludio, passacaglia y postludio con la que gana el Concurso de Composición “Luzmila Patino”. La música de vanguardia en Bolivia está dando sus primeros pasos, es el “sayari”.

Para contar la génesis de las Liturgias fantásticas, tenemos que retroceder en el tiempo. El pueblo del padre comunista de Villalpando se llama Puna. Está a cuarenta kilómetros de Potosí, es la capital de la provincia José María Linares. Alberto pasa sus vacaciones en Puna, en la casa paterna. El clima es más benigno. “Estudiando en Buenos Aires y aprendiendo de las partituras de vanguardias dodecafónicas, pensaba en cómo hacer la diferencia, cómo crear una música con particularidad propia, cómo avalar mis dotes de composición. Entonces viajé con mi mente hasta mis once años cuando visitaba la comunidad junto a mi hermano mayor, Abelardo”.

el_maestro_alberto_villalpando_frente_a_su_teclado.jpg

El maestro Alberto Villalpando frente a su teclado en su casa de Cala Cala

Estamos ahora en Puna, principios de los 50. Es Semana Santa. Se celebra una misa de difuntos en la iglesia. El atrio ha sido tomado por tropas de músicos, un ejército de tarkas y zampoñas. Todos parecen tocar al mismo tiempo distintas melodías. Es un caos. O no. Abelardo y Alberto quieren treparse a la torre para contemplar todo desde arriba, como dos pequeños dioses. No se puede. Llegan, nomás, hasta el coro. El sonido de las melodías caóticas (o no) del atrio no llega hasta lo más alto. Ahí, en esa sucursal de cielo, los hermanos solo alcanzan a escuchar el armonio. Suena el Dies Irae del Canto Gregoriano. Cuando los himnos monódicos de la misa terminan, vuelve la fiesta a retumbar el templo. Los comunarios tocan ritualmente por la muerte de un “kuraka” querido. Villalpando, con el privilegio de la memoria dirigida, ya tiene la idea en la cabeza para su primera pieza de orquesta: sus “liturgias” de fantasía —que se estrenarán recién en 2000— tendrán tres movimientos, atrio-misa-atrio. “Le debo mucho a Puna”, termina.

El pensamiento musical de Villalpando se puede resumir en una frase: oír el paisaje. El maestro está convencido de que la geografía suena. Solo hay que saber escuchar. Y recoger esa fuerza interior, esa energía que tienen nuestros territorios. Villalpando está en contra de las apropiaciones culturales, del uso comercial/folklórico de las melodías más ancestrales. “Yo invento, solo una vez usé una pieza de Charazani para un pequeño fragmento de un concertino para flauta”. Rescata, sin embargo, el trabajo de Savia Andina y la labor de Cergio Prudencio con su Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos, fundada en 1980.

El paisaje no solo está para ser escuchado también alumbra ideas. Ante la expectación de la tierra, Villalpando se sumerge en meditación, en introversión. Cuando esto ocurre, brotan sus Místicas, música de cámara. Ya lleva catorce. Cuando el paisaje es majestuoso/imponente, nacen pentagramas para orquesta. Son su Música para orquesta. Ya lleva siete con la estrenada esta semana. “Mi percepción emotiva del paisaje me lleva a construir un pensamiento panteísta, me conduce interiormente a la búsqueda de lo divino. La desolación puede ser también silencio. Este silencio reina en los cerros y es acentuado por el viento que nace en el silencio para perderse en él”.

En La Paz vive por aquellos años en el barrio de Miraflores, en la avenida Saavedra, frente al Hospital General. Se ha casado con la argentina Camila Nicolini, a la que conoce en el Instituto Di Tella. Tendrán dos hijos, Javier y Alejandra. El panorama musical en La Paz es desalentador. “La Orquesta Nacional era malísima y había pocos músicos competentes”. Un amigo, el tarijeño Mario Estenssoro Vázquez, le presenta a Jorge Sanjinés, recién regresado del exilio en Lima. “Mire Villalpando; Sanjinés, el cineasta, está buscando un músico, venga usted”.

El maestro entra a trabajar en el Instituto Cinematográfico Boliviano. Va a componer la música original para el cortometraje ¡Aysa! (1965), Ukamau (1966)  y Yawar Mallku (1969). También trabajará con Jorge Ruiz (en Mina Alaska, 1968), Antonio Eguino (Chuquiago, 1977, Amargo Mar, 1984 y Los Andes no creen en Dios, 2007) y Paolo Agazzi (Mi socio, 1982).  Y con Hugo Roncal en Los ayoreos (1979). “Busco ese documental desde hace mucho tiempo. Su música tiene una historia linda. La musicalicé con voz femenina y una sola guitarra. Fuimos con Hugo a grabar a Buenos Aires durante quince días. Los ayoreos, nómadas, solo la usan durante sus cantos funerarios. Un antropólogo la escuchó sin el permiso de la comunidad y acabó en un saco. El antropólogo alemán Bernd Fishermann sí pidió permiso y pudo escuchar”.

En 1966, con Estenssoro de ministro de Culturas y Turismo de René Barrientos, la Orquesta Sinfónica, dirigida durante dos años (1964-65) por el estadounidense Leonard Atherton, mejora y vive su época de oro. Villalpando compone (su Mística N° 1 es de 1965 y su Concertino para flauta y orquesta, de 1966), se traen músicos reconocidos de Uruguay y Estados Unidos y se cubren las primeras sillas con profesionales que también enseñan en el Conservatorio. Con la llegada de la dictadura de Banzer, todo se viene abajo. El director de la Sinfónica, Gerald Brown, se lleva a los músicos “y nos deja plantados”. El gobierno de facto cierra el Ministerio de Cultura (una vieja y nefasta “tradición” que repetirán todos los golpistas) y los falangistas hacen desaparecer los ítems de los músicos profesionales. “La Orquesta y el Conservatorio volvieron a ser el mismo desastre de antaño”.

villalpando_junto_a_su_segunda_esposa.jpg

Fotografía en que se ve a Villalpando junto a su segunda esposa, la poeta Blanca Wiethüchter

En 1965 conoce a Jaime Saenz. Villalpando camina la calle Ayacucho a la salida del ICB. Pasea en compañía de Édgar Ávila Echazú, otro chapaco. El poeta (y también pintor: en la casa de Cala Cala, en Cochabamba, el maestro tiene tres retratos al óleo de su autoría) y el músico se encuentran con Saenz, quien suelta una invitación: “Vengan a visitarme a la casa”. Villalpando cosechará una amistad fecunda, escuchará música de Bruckner y Schumann (“detestaba a Chopin”), gozará con algunas óperas de Wagner y nacerá un proyecto entre ambos. También verá la esvástica famosa pintada con tiza. Nunca beberá con él. El proyecto se llamará La máscara (luego virará hacia Perdido viajero). Quiere ser una ópera en tres actos, pero se quedará en (casi) nada. Villalpando prepara la música junto con Carlos Rosso y Jaime se encarga del libreto (sobre la postguerra del Chaco).

El maestro logra el financiamiento a través de un productor de cine llamado Gonzalo Sánchez de Lozada, que suelta sin asco los quince mil dólares que costará la producción. Se tenía que estrenar a finales de 1973, principios de 1974. No pasará naranjas. “Goni” hace incluso observaciones al primer acto y pide al trío a que no se peleen: “muchachos, parecen albañiles”. Cuando Villalpando insiste y exige a Saenz que entregue el texto (ya ha cobrado de Sánchez de Lozada el anticipo y el finiquito), el escritor responde tajante: “No se va a poder y mejor se van todos a la mierda”. Presume Villalpando que Saenz estaba celoso de su relación con Rosso. Pero solo intuye. De todo aquello solo quedarán vivos dos fragmentos musicales que terminan siendo una obra electroacústica ¡Bolivianos…! y un aria para barítono.

No verá a Saenz nunca más hasta dos meses antes de su muerte en agosto de 1986. “Caminaba por Miraflores con Blanca y lo vimos. Nos invitó a su casa, nos recibió en cama. Estaba borracho tomando de una botella de singani que tenía bajo el camastro. Era un mal borracho, sentimentaloide. Por aquel entonces solo escuchaba música, nos leyó un cuento y se quedó dormido”.

En los setenta nace el Taller de Música de la Universidad Católica de La Paz. Se arma una dupla: Alberto Villalpando-Carlos Rosso. Va a ser un salto a la modernidad. A finales de esa década, se va dos años y medio de primer secretario a la embajada boliviana en París. “No me gustó mucho Francia”.

Es gracias a Saenz que conoce a la que será su segunda esposa, la poeta Blanca Wiethüchter López. Tendrá una hija: Valentina (nacida en 1990). Las hijas de Blanca (Camila y Olivia del primer matrimonio de la escritora con Ramiro Molina) le dicen “Alber”. El amor brota mientras Blanca da talleres de literatura a sus alumnos de música. Al día de hoy, con 82 años, Villalpando sigue dando clases de contrapunto y armonía moderna en la universidad. El jueves pasado recibió el Doctorado Honoris Causa en el campus Tupuraya de la Católica en Cochabamba. Y hace cuatro años, el mismo título de la San Simón.

“Con Blanca, la relación fue muy linda, intensa, nos complementábamos, había mucho diálogo”. Juntos viven en La Paz y Santa Cruz y hacen —entre otras muchas obras— un ballet La Lagarta y Mientras crece un árbol sobre el mar (2000), para soprano, orquesta de cuerdas y vibráfono, musicalización de textos de Blanca. También lanzan una revista a finales de los noventa, Piedra Imán, junto a Rubén Vargas, Iván Vargas, Gilmar Gonzales Salinas, Alfonso Murillo Patiño y Ricardo Pérez Alcalá, editado por el sello El Hombrecito Sentado, de Wiethüchter. Blanca llegará a escribir —junto a Carlos Rosso— su biografía en Cochabamba, antes de su fallecimiento por cáncer de mama: La geografía suena. Biografía crítica de Alberto Villalpando.

En 1995 llega la venganza de la ópera. Los recuerdos de las obras disfrutadas en el Colón de Buenos Aires siguen intactos. La bronca con Saenz, también. Es la hora de contar el detalle del principio, la alusión inicial a Néstor Taboada Terán. Villalpando lee en París su novela Manchay Puytu: el amor que quiso ocultar Dios (editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1977). “Yo con esto voy a hacer una ópera”. Idéntica a la frase: “Yo siempre te voy a hacer música”. Villalpando compone durante un año y la ópera tiene tan solo tres presentaciones en el Teatro Municipal de La Paz. Giovanni Silva es el tenor; María René Ayaviri, la soprano; Gastón Paz, el barítono; y Ricardo Estrada, el bajo barítono. Los bajos son Hugo Silva y Gerardo Arteaga, además de Giovanno Salas y Teresa Morales. La escenografía es del maestro Pérez Alcalá; y el diseño de vestuario e iluminación, del arquitecto Juan Carlos Calderón. Un auténtico lujo sibarita.

Si este perfil arranca con una promesa, va a terminar con una maldición. Poco se sabe de la labor literaria del maestro Villalpando. De muchacho llega a publicar tres relatos en la revista de la Universidad Tomás Frías cuando su padre era el rector. Bajo los ánimos de Saenz, transforma un relato en novela. Se llamará Un tren viajaba en los ojos de Baní (1968). Jaime transcribe varias copias a máquina y le empuja a inscribirla en el Primer Concurso de Novela “Erich Gutentag” con una broma a su estilo: en el sobre colocará “Concursando solo al primer premio”. No ganará (saca la primera mención) pues Renato Prada Oropeza viene de triunfar en el “Casa de las Américas” de La Habana con Los fundadores del alba.

El segundo intento de publicación llega desde Argentina. Un editor, el ensayista Néstor Murena, promete publicarla en Sudamericana pero lo retiran del trabajo en la editorial. El tercer intento nos conduce hasta La Paz. Bajo el entusiasmo de Blanca, se llega a un acuerdo con la editorial Altiplano del Colegio Don Bosco. Cuando las galeras están listas, el cura italiano Renzo Cotta para el tiraje y funde los plomos. El cuarto intento llega en la época del quincenario El Juguete Rabioso. Wálter Chávez, dispuesto a terminar con la maldición, consigue unos pesos, pero un cáncer detectado a tiempo le obliga a destinar la plata para su curación. Alberto Villalpando ya no quiere comprometer a nadie en la publicación de su novela: “Me da miedo”.

A estas alturas de pentagrama prefiere disfrutar de sus últimos estrenos musicales y de los buenos partidos de fútbol europeo en la tele (“el boliviano me hace sufrir”). Su carrera musical ha puesto un granito de arena en la construcción identitaria nacional. “Tenemos un modo de ser bolivianos, muy distinto de nuestros vecinos con muchas cosas en común, pero con particularidades. No somos ni peores ni mejores que nadie, pero hay una forma de estar en el mundo que es realmente boliviana, caracterizada por cierta ingenuidad, algo de credulidad y algunas notas de optimismo. Esta forma de ser se puede resumir con una frase que dicen en La Paz: lo más seguro es que quizás”. Lo más seguro es que quizás el maestro siga haciendo música para su Niño por los siglos de los siglos. Así sea.

Fotos: Ricardo Bajo y archivo Villalpando

Temas Relacionados

Vidal Cussi: De los nombres de una exposición

‘Caos’ es el nombre de la exposición que el pintor paceño presenta hasta el 7 de mayo en la galería Altamira de San Miguel

Desde el caos

Por Daniela Espinoza M

/ 28 de abril de 2024 / 07:03

¿Por qué Caos?, me pregunto al recibir las fotografías de Vidal Cussi con el nombre de su exposición —que se exhibirá hasta el 7 de mayo en Galería Altamira, calle José María Zalles Nº 834, bloque M-4, San Miguel— y me quedo pensando mientras miro las obras y me digo ¿dónde está el caos?, ¿en esas gotas que el rocío deja en una manzana o en esas nubes que parecen atravesar con calma los cuerpos instalados en espacios infinitos y crepusculares?

¿Habrá caos, acaso, en esos rostros que observan paisajes montañosos o en aquellos que parecen reposar entre las nubes? Tal vez sí lo encuentro en los caóticos cabellos que se entrelazan a través de los rostros, cabellos en forma de listones de lata que se entrecruzan y supongo se enlazan en la parte que el cuadro ya no nos deja ver.

Entonces pienso que lo mejor es recurrir al artista para encontrar la respuesta. La charla me tranquiliza, el caos no está en las obras que presenta, sino que estuvo en él en el momento previo a su producción y, tras una catarsis —“una explosión” como él prefiere llamar—, surgió esta muestra llena de señas de paz.

También puede leer: Garra de hierro

Luego, teniendo que escribir sobre su obra, me quedo pensando en el artista, en lugar de acercarme a su exposición me gana la vida de Cussi, me quedo intrigada en los procesos de unas obras que a todas luces reflejan sosiego y calma, pero que —ahora lo sé— no se engendraron de esa manera.

“El arte es para mí una terapia, un reencuentro conmigo mismo. Las tristezas, así como las alegrías, se van plasmando en las obras. Ellas son un desahogo”, me dice. Por supuesto que ya mi mirada es otra, y me siento en el deber de compartir con ustedes esa breve charla, pues si alteró mi forma de apreciar su arte, sin duda hará algo similar por ustedes.

De pronto, ya no son importantes los nuevos colores que Cussi propone y que despuntan en algunas obras, ya no es vital pensar en él en tonos tierras. Ya conocemos algo, aunque sea un poco, del proceso creador de un artista al que admiramos ahora un poco más, ya sus cuadros nos dictan palabras en voz baja, las palabras con las que el artista empezó a trabajarlas.

La muestra ‘Caos’, del artista paceño Vidal Cussi, se exhibe en la galería Altamira (San Miguel, zona Sur).

PERFIL Vidal Cussi Tiñini nació en Santa Rosa, provincia Pacajes del departamento de La Paz en 1983. Actualmente reside en la ciudad de El Alto. Estudió en la Academia de Bellas Artes Hernando Siles donde obtuvo la especialidad en pintura. Ha sido ganador de varios premios, entre los que destacan: Gran Premio Salón Pedro Domingo Murillo (La Paz) en 2012 y 2020, Gran Premio Salón Villa San Felipe de Austria (Oruro) 2019 y Gran Premio Salón 14 de Septiembre (Cochabamba) 2019 y 2023.

Texto: Daniela Espinoza M.

Obras: Vidal Cussi

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Semilla, picantería boliviana: Sabores tradicionales para disfrutar en Achumani

Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido

Por Fernando Cervantes

/ 28 de abril de 2024 / 06:55

Crónicas gastronómicas

Fue el ají de fideo materno lo que motivó a Ernesto Bernal a elegir la profesión de cocinero, sobre todo después de haberlo preparado muchos años para sus hermanos cuando su mamá viajaba por motivos de trabajo.

Luego de un buen tiempo estudiando gastronomía y habiendo trabajado en diversos establecimientos es que se animó junto a su esposa Karen Mujica (administradora de empresas con estudios en diseño gráfico, decoración y comunicación visual) a dar a luz a un viejo anhelo: tener su propio restaurante inspirado en las tradicionales picanterías de Sucre y Potosí, que tenga los sabores bolivianos muy presentes y que se sumerja en el recuerdo de los fogones familiares que eran manejados magistralmente por madres y abuelas. 

Encontrar la casa ideal no fue nada fácil hasta que el destino quiso que en enero de este año esta joven pareja pudiese alquilar un bonito y espacioso inmueble con jardín, ubicado en el barrio de Achumani, muy cerca de la avenida Francia. El lugar fue decorado y rediseñado con muy buen gusto. Así nació Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido, queso humacha, picante de lengua, anticuchos, relleno de papa, mondongo, sajta de pollo, keperí o sopa de maní, los que pueden ser acompañados con  jugo de tumbo, limonada o mocochinchi, ya sea en vaso o en jarra.

Un detalle no menor: el lugar no cuenta con parqueo propio pero la calle donde están ubicados es sumamente tranquila, por lo que estacionar el automóvil en las cercanías del restaurante no debería representar problema alguno.

Semilla: un lugar ideal, para visitar en familia.

Semilla, picantería boliviana

  • Dirección: Calle 21 de Achumani Nº 5  (a una cuadra de la av. Francia) 
  • Teléfono: 67020523 
  • Rango promedio de precios: Bs  20-65    
  • Plato estrella: Picante surtido       
  • Atención: sábados y domingos de 12.00 a 16.00     

También puede leer: Coyotl Taquería: Los sabores de México, en Achumani

Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

Comparte y opina:

Back to Black

La directora britànica Sam Taylor-Johnson ha estrenado una tendenciosa película biográfica sobre la cantante Amy Winehouse

Por Pedro Susz K.

/ 28 de abril de 2024 / 06:50

En julio de 2011, Amy Winehouse, notable y exitosísima cantante londinense de soul, falleció a causa de una brutal ingesta de alcohol. Sumaba entonces apenas 27 años (la misma edad que en el momento de sus respectivas defunciones tenían Jimy Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Kurt Cobain y Jim Morrison, valga el apunte anecdótico a pesar de que seguramente a quienes no son fans de la música rock los nombres les resulten desconocidos). Esto ha dado lugar a la popularidad de una supuesta “maldición del club de los 27” entre los seguidores del rock.

A esas alturas la discografía de Winehouse incluía apenas un par de títulos en los que interpretaba composiciones de ella misma, todas las cuales dejaban traslucir, sin lugar a dudas, una personalidad compleja, irreverente, traumatizada por los dramáticos altibajos de su vida. Y su potente voz, ligada a un estilo asimismo muy propio, hacían que tales temas cautivaran pronto a muchísima gente, harta de la chatura en la que había caído el rock merced a las imposiciones de la acaudalada industria discográfica jugada a pleno en la venta masiva de sus producciones para incrementar sin pausa los réditos de los productores. Era en realidad lo mismo que ya venía acaeciendo en otros rubros de la industria del entretenimiento: en la cinematográfica también, claro, obstinadas cómo Sony Music y sus competidoras  por exprimir hasta la última gota de cualquier diana de mercado, copiada luego, en el rubro específico, una y otra vez por compositores e intérpretes debidamente domesticados para bloquear cualquier antojo autoral.

Que la directora de este segundo film centrado en la biografía de Winehouse —el primero fue un largo documental hecho el 2005 por el cineasta inglés Sadif Kapadia— sea Samantha, su nombre aparece abreviado en los créditos como Sam Taylor-Johnson, cuya filmografía arrancó justamente en la insípida época recién aludida y en la cual obtuvo su más resonante éxito de taquilla el 2015 con la más que mediocre adaptación para la pantalla de la no menos anodina novela erótica de E.L. James 50 sombras de Grey no invitaba a tener muchas ilusiones respecto a Back to Black, en definitiva fallido y en buena medida falsificado biopic que toma su título del segundo de los dos únicos álbumes que Winehouse alcanzó a completar.

Volviendo al citado documental de Kapadia, titulado sencillamente Amy, allí quedaba ratificado lo que muchos trascendidos, divulgados con el marcado acento sensacionalista de los medios crecientemente ladeados hacia la más barata crónica roja y cuyo acoso sobre la cantante se volvió insoportable, habían engordado las sospechas acerca de los motivos que condujeron al desequilibrio emocional de aquella y a su adicción al alcohol y a las drogas duras. Dichas causas no fueron otras que la manipulación a que fue sometida Winehouse por su padre Mitchell, un taxista obsesionado con volverse millonario así fuese explotando sin la menor conmiseración a su propia hija, en complicidad con Ray Cosbert, manager de la muchacha, igualmente obstinado en lucrar al máximo con su popularidad.

Ello se tradujo, entre otras barbaridades, en obligarla a realizar una gira ininterrumpida de casi cinco años e innumerables presentaciones en público, con todas las tensiones que comporta cada actuación para cualquier artista y más aún para una que apenas había entrado en la adultez. A fin de no pausar aquel incesante ir y venir Mitchell, alentado por Cosbert, incluso se opuso a que Amy se sometiera a un tratamiento para poner coto a su entonces incipiente dependencia del alcohol. El hecho es que la gira culminó, pocas semanas antes del fallecimiento de Amy, con una escandalosa presentación en Belgrado, donde ella se resistía a subir al escenario y finalmente fue forzada a hacerlo de mala manera por sus custodios, quienes empero no pudieron hacerle recordar las letras que olvidaba obligando a reiniciar una y otra vez cada canción, hasta provocar el furioso estallido del público. 

Por añadidura, en el ínterin Amy había sido seducida por, otro chupasangre, un tal Blake Fielder-Civil, quién la empujó hacia la cocaína, la heroína y otros alcaloides y con el cual contrajo un tóxico matrimonio, signado por los abusos así como por el maltrato recurrente de él, hasta terminar en la previsible ruptura que se sumó a las otras afectaciones mentales, acentuando así a grados extremos los trastornos psicóticos de Winehouse.

Todo ello ha sido omitido en Back to Black, se presume debido a que papá Mitchell aportó una considerable cantidad de dinero a la producción, condicionando el enfoque que tomó el guion en una nueva de las varias maniobras de lavado de imagen intentadas por aquel luego del óbito de Amy. Así la película de Sam Taylor-Johnson se limita a repetir hasta el hartazgo escenas mostrando a la protagonista frente al micrófono, que se alternan mecánicamente con otras focalizadas sobre la tortuosa relación matrimonial de Amy y Blake, cuyo tratamiento narrativo se atiene al pie de la letra a las fórmulas hollywoodenses de los más pedestres melodramas. Ese modo de estructurar el relato: a cada secuencia dramática le sigue una canción cuya letra reitera lo que se ha escuchado o se escuchará a continuación, monocorde ir y venir que en lugar de permitir la aproximación del espectador al personaje protagónico lo va distanciando, o dicho de otra manera termina aguando la contextura emocional de esa historia a la que, en la vida real, le sobraron momentos trágicos, congojas y aflicciones. Bien podían haberse destinado algunos de los 122 minutos del metraje, malgastados en sosas y previsibles escenas, a tratar de acercarse al personaje en esos momentos, cuando sola, encerrada en sus dolores e incertidumbres, daba a luz a sus creaciones, franqueando de tal suerte la mencionada aproximación a su dimensión humana, mutada por la directora en un intraspasable acartonamiento.

También puede leer: LLAKI: un viaje de cuerpo y alma en clave kallawaya

No le va mejor tampoco al resto de los personajes, pero es particularmente imperdonable la flagrante tergiversación del rol de Mitchel en el drama, mostrándolo como un progenitor ejemplarmente amoroso, siempre atento a las necesidades de su hija, distorsión atribuible al antes colacionado soborno que representó su aportación financiera al film. Tal exoneración de cualquier responsabilidad de Mitchel en el doloroso descenso de Amy hacia una inescapable desesperación existencial hace que todas las tintas resulten cargadas sobre el funesto papel de Blake.

No es casual entonces que la escena más larga de la película se detenga en el encuentro entre Amy y Blake en un bar donde ella, entonces ya una celebridad gracias al éxito de su primer álbum, se encuentra dando fin a una bebida espirituosa y rumiando la angustia, como todos los demás detalles de la obsesiva personalidad de la Amy real dejadas, a lo largo del film, sin mayor ahondamiento, que en el fondo le provocaban las presiones paternas y financieras, al igual como el hostigamiento mediático, vicisitudes aparejadas justamente a la fama. Blake, ebrio, finge desconocer de quién se trata y la invita a jugar una partida de billar mientras desde el reproductor de discos se escuchan otras tantas piezas de moda que él acompaña con una mímica estrafalaria apuntada a completar su eficaz estrategia seductora que de inmediato atrapa a la muchacha y narrativamente sienta la base dramática que luego desarrollará de la misma manera esquemática, indescifrable para quienes no conozcan los pormenores de esa historia, reducida en lo que entrega Back to Black a explotar los  típicos altibajos propios de un  melodrama amoroso cualquiera. 

Si bien es cierto que  la canción cuyo título toma prestado la película, que podría traducirse como “regresar a la oscuridad”, estuvo inspirada en la insoportable relación matrimonial entre Amy y Blake, en la cual tampoco escasearon las infidelidades de este último, de allí a considerar que el dolor, la angustia, el sinsentido vital transmitido por todas las composiciones de Winehouse puedan atribuirse únicamente a tales tropezones es entonces otra de las múltiples simplificaciones y distorsiones de Taylor- Johnson, atribuibles asimismo al guionista Matt Greenhalgh, especializado en la fabricación de dudosas biografías fílmicas de figuras prominentes del mundo musical contemporáneo. Entre ellas Nowhere Boy (2009) o Mi nombre es John Lennon, opera prima de Taylor-Wood donde tomando como inspiración la biografía de su media hermana Julia Baird se relata la adolescencia del futuro integrante de Los Beatles. Ese primer trabajo conjunto entre Greenhalg y Taylor-Wood ya exhibía las flaquezas en las cuales reincide Back to Black. Sobre todo la superficialidad biográfica y la distorsión de los entretelones familiares causantes de la espiral autodestructiva que precipitó la prematura muerte de Winehouse. 

Resulta notorio el esfuerzo de Marisa Abela para meterse en la personalidad de Wienhouse, no sólo a interpretarla, por eso asumió el reto de cantar ella y no limitarse a la fonomímica con la voz original de fondo, y si bien lo hace correctamente, la voz y la entonación de aquella eran inigualables. Con todo su personificación está entre lo poco que sobresale en la medianía general de la película, atenida a los convencionalismos, incluso en los restantes trabajos actorales apegados, al igual que todo lo demás, a los clisés, comprendiendo el brevísimo fragmento del tema musical que, se dijo también, presta su título al emprendimiento de Taylor-Johnson, cuyas declaraciones a la prensa trasuntan una empeñosa, cuanto forzada, auto-atribución del carácter de autora, en el sentido de quien posee un estilo propio y una asimismo privativa visión del mundo y de la vida, cualidades que personalmente no he podido detectar en lo más mínimo siguiendo las películas que hasta la fecha puso en pantalla.

Ficha técnica

Titulo Original: Back to BlackDirección: Sam Taylor-Johnson – Guion: Matt Greenhalgh – Fotografía: Polly Morgan – Montaje: Laurence Johnson, Martin Walsh – Diseño: Sarah Greenwood – Arte: Alex Bowens, Joe Howard, Matthew Kerly, Emma MacDevitt, John McHugh – Música: Nick Cave, Warren Ellis –  Efectos: Neil Damman, Joe Holden, Sophie McGown, Hayden Sheridan, Richard Van Den Bergh – Producción: Nicky Kentish Barnes, Alison Owen, Ron Halpern – Intérpretes: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville,  Bronson Webb, Therica Wilson-Read, Juliet Cowan, Sam Buchanan, Harley Bird, Ansu Kabia, Spike Fearn, Amrou Al-Kadhi, Ryan O’Doherty, Pete Lee-Wilson, Matilda Thorpe, Miltos Yerolemou, Daniel Fearn, Michael S. Siegel, Colin Mace  – ESTADOS UNIDOS, INGLATERRA, FRANCIA/2024 

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

Temas Relacionados

Comparte y opina:

José Ballivián: vestirse en tiempos actuales

El artista paceño llevó la muestra ‘Alta Gama / Espíritu Colonial’ a la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra

Por Juan Fabri

/ 28 de abril de 2024 / 06:42

José Ballivián (2024) presentó Alta Gama / Espíritu Colonial en la Galería Nube en Santa Cruz de la Sierra. En esta exposición nos invita a reflexionar sobre la vestimenta en los Andes actuales y los significados que detonan las materialidades vinculadas a la ropa.

La muestra es una serie de obras sobre lo chojcho que viene explorando por lo menos desde hace 10 años. Él dirá: “Lo chojcho es un término usado comúnmente en la zona occidental boliviana para denominar a una persona sin buen gusto para la vestimenta, además de tener la particularidad de ser muy básico en su lenguaje y cultura general”.

Desde mi perspectiva, considero que lo chojcho confronta las miradas exógenas y exóticas sobre el arte del país, donde se busca en Bolivia una especie de “pureza indígena”. Frente a estos discursos, lo chojcho encarna la tensión y la disputa cultural diaria sobre los cuerpos en un territorio atravesado por su historia colonial y la actual globalización. En la exposición, Ballivián relaciona lo chojcho con la vestimenta, pero esta se encuentra ligada inevitablemente con los cuerpos de quienes usan o podrían usar estas prendas.

Dentro del contexto boliviano, uno de los elementos claves de la identificación cultural, pero también de duda sobre si unx es o no indígena, es la vestimenta. El chojcho también va a encontrar en la ropa una expresión sobre su impureza, una disputa de sus ideas y una forma de habitar la ciudad llevando estas vestimentas.

El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.
El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.

En Bolivia recientemente vivimos el censo de población y vivienda (2024) que se realiza cada 10 años y que brinda una idea de quiénes somos como país. Dentro de una de sus preguntas se planteó la pertenencia o autoidentificación a una nación indígena. Los activistas aymaras convocaron a la población a identificarse como aymaras (por ejemplo, el concurso de video para aymaristas convocado por Elias Ajata) si es que sus padres o sus orígenes eran aymaras, más allá de si hablaban o no la lengua. Estos planteaban que ser de una nación indígena en Bolivia trasciende el vivir en el área urbana o rural, es una identidad, una pertenencia. Sin embargo, las identidades para el censo han sido entendidas de manera esencialista, es decir, si eres aymara, no podías ser guaraní o de otra nacionalidad, sólo debías escoger una opción. Lo mismo sucedió con temas de género, donde solo había dos opciones excluyentes, hombre o mujer, omitiendo el otro universo de posibilidades; de esta manera el Estado negó las diversidades que tanto publicita.

La discusión sobre las identidades, particularmente en torno a las nacionalidades indígenas, en el Estado Plurinacional de Bolivia es un elemento que constantemente está en debate tanto en el campo político como en el estético y es sobre lo que viene discutiendo el artista paceño José Ballivián, quien frente a estos discursos esencialistas, nos propone un ser chojcho. Es decir, un lugar de enunciación que está vinculado a lxs hijxs migrantes aymaras en espacios urbanos y con fuertes influencias globales, pero que no dejan su vínculo con lo aymara. Me pregunto si alguna vez será posible censarse en Bolivia como chojcho. Claramente es una categoría no reconocida en el país, porque va más allá de los esencialismos, y que Ballivián rescata del lenguaje popular.

La vestimenta es un factor importantísimo en los Andes de Bolivia. Dentro las comunidades indígenas existen fuertes controles sociales para que las personas sigan usando ponchos, sombreros, polleras, awayos, por lo menos, respecto a las autoridades originarias. Esto está en tensión con el costo de tiempo, esfuerzo e incluso dinero que pueden costar estas prendas. Frente a la gran oferta de ropa usada proveniente del contrabando que llega desde Chile y que proviene de países del Norte, principalmente Estados Unidos de América.

En la exposición, Ballivián propone que alguien chojcho podría caminar por la ciudad usando un ladrillo como cartera. La pieza Alta Gama consiste en un ladrillo sujeto con una wiskha (soga de lana de llama) que de manera conjunta evocan una forma de cartera. La importancia del ladrillo en La Paz y El Alto, ciudades en las que al llegar se puede ver el ladrillo expandido por toda la urbe y que además es símbolo de modernidad, frente al adobe que era el material tradicional con el que se hacían las casas. El usar un ladrillo como cartera enriquece para generar una metáfora de lo que nos colgamos en nuestros cuerpos, más aún que se encuentra serigrafiado el símbolo y las letras de Adidas a uno de los costados. La pintura Ladrillo led también enfatiza la importancia del ladrillo y lo vincula a un toro.

La Feria 16 de Julio o qhatu en la ciudad de El Alto ha crecido acompañada de la gran oferta de ropa usada o de segunda mano proveniente de Estados Unidos, que se vende a precios bajos y que de alguna manera ha quebrado la industria local de ropa en el país. Es decir, para las industrias bolivianas se les hace imposible o muy difícil competir económicamente en el mercado con ropa que viene con etiquetas originales de Louis Vuitton, Balenciaga o Adidas, y que se comercializan en grandes ferias a precios bajos y con una marca avalada por la gran industria de la moda occidental. Por otra parte, la Feria 16 de Julio es quizá el centro comercial más importante de los Andes actuales que toma las calles de El Alto los días jueves y sábado. Además, es quizá uno de los ejemplos más importantes de economías populares en el país. Por otra parte, la Feria 16 de Julio no es la única: todas las ciudades y ciudades intermedias en el país cuentan con algún día a la semana o al mes con una feria donde se revende ropa americana de segunda mano. Dicen que por ello en el campo es más sencillo ver gente usando jeans y zapatillas de marcas globales que pantalones de bayeta o lanas tradicionales, como quizá sucedía hace 50 años.

la muestra del artista José Ballivián se exhibió en la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra.

Ballivián nos propone una obra que refiere a marcas occidentales pero también a la crucifixión cristiana como parte del mismo proceso de imposición cultural. Utilizando una prenda deportiva, un buzo negro, que en la parte de adelante está escrito “Balenciaga Latam”, vinculando a la famosa marca y en la parte de atrás menciona “espíritu colonial”. La obra evoca la colonización y la imposición de las vestimentas en el contexto de la globalización. Un detalle particular es una abarca u ojota, prenda utilizada por las poblaciones indígenas campesinas originarias en Bolivia y que es posible relacionar con los pies de Cristo en la cruz.

Ballivián en la muestra reflexiona sobre el uso de estas marcas occidentales que llegan a Bolivia a manera de ropa de segunda mano o como imitaciones. Podría ser sencillo entender una asimilación cultural hacia las estéticas del norte, usando ropa americana, por los aymaras urbanos o por lxs chojchxs. Sin embargo, al lado de estos jeans, zapatillas o carteras de marcas globales que son vendidas a precios bajísimos, se encuentran también las abarcas, sombreros, ponchos o cinturones de mallkus y jilacatas (autoridades originarias aymaras). Entonces, es posible usar jean con poncho y zapatillas Adidas. También es posible no usar ninguna vestimenta indígena, no hablar aymara, ni quechua, pero preguntarse si se es o no indígena. De la misma manera, alguien que habla aymara y viste como indígena, también a veces duda si es completamente indígena o si quiere seguir siéndolo. La dinámica de las identidades también se encuentra atravesada por el autocuestionamiento de lxs sujetxs.

También puede leer: Una promesa cumplida: Obras selectas de Claudia Eid Asbún

Entonces, Ballivián propone que lo chojcho es una manera de existir con estos cuestionamientos existenciales y también con las prácticas. Además, como si se tratara de la antropofagia brasileña, lxs chojchxs se apropiarán de todas estas vestimentas y generará opciones y alternativas particulares. De la misma manera, la pieza Chojcho Cultura es una prenda negra casi como una pieza de un sacerdote con una capucha y el texto explícito que hace referencia a esta identidad. En la zona baja de la pieza, en un lugar casi pélvico, un textil tradicional aymara irrumpe esta especie de túnica.

La obra de José Ballivián nos ayuda a repensar fenómenos como la Feria 16 de Julio y también las discusiones sobre “lo original”, “lo trucho”, la copia, la falsificación, la apropiación, la alienación, lo puro y lo contaminado.

La pieza Ansiedad es una instalación que hace referencia a una chompa o suéter gigante de tres metros de alto. Un tejido elaborado de lana de llama, lana de oveja y lana sintética, que en sus materialidades nos propone la construcción de una pieza en contra los esencialismos. Es decir, en la mezcla, en la unión de varias lanas nos propone la tensión de lo chojcho. En la parte de adelante está escrito con tejido: “Locos por ti”, y en la parte de atrás: “Alta tristeza”.

Recorrer esta exposición de Ballivián invita a imaginar a sujetxs que recorran la ciudad con estas prendas chojchxs y que estas sean la expansión de sus cuerpos y las dinámicas de las identidades. Por otra parte, la obra de Ballivián me permite reflexionar que el arte contemporáneo en Bolivia, que por su tradición es principalmente occidental y que llega al país y se articula con las reflexiones y búsquedas locales, puede ser en sí mismo chojcho, por su carácter impuro.

* Juan Fabbri es licenciado en Antropología, maestro en Antropología Visual y Documental Antropológico y candidato a doctor en Antropología Cultural (Uppsala Universitet, Suecia) y docente investigador en la Universidad Mayor de San Andrés.

Texto: Juan Fabri

Fotos: José Ballivián

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

También puede leer: Pobres Criaturas

“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

Comparte y opina:

Últimas Noticias