Yo no enarbolo los colores celeste y blanco
La investigadora y crítica argentina Natasha Ivannova describe otro lado del fútbol; el de quienes no comparten la pasión por este deporte.
Escribo desde la Argentina campeona del mundo, la de la copa de oro, la que paró todo el país con un feriado nacional decretado en presidencia y millones de personas en las calles porque llegaba la selección nacional de fútbol. La impresión que podría haberle dado a algún turista desprevenido que no siguiera el mundial es la de una ciudad antigua, quizás parecida a Roma, con el pueblo festejando a los gladiadores del Coliseo. Aquí los emperadores, los que manejan la atracción, son un conglomerado de instituciones modernas, aunque probablemente con la misma diferencia de poder. Pero en la arena, la grieta que divide al pueblo en dos según su forma de pensar, se batía desde todas las plataformas de comunicación.
Es probable que el fútbol de hace 40 años fuera otro. Yo tenía ocho, era hija de padres recibidos de una universidad pública, en Psicología y Derecho, socialistas y trabajadores, en nada adinerados ni elitistas y sin embargo nadie jugaba ni miraba fútbol. Ni ellos ni nadie de sus amigos. La única persona cercana a mí que escuchaba fútbol en la radio, porque no todo el mundo tenía televisión, era Evaristo, el portero del edificio. Por esa época el fútbol sonaba más entre la gente que venía desde lejos a trabajar a la ciudad. En los barrios del conurbano, bajos y tranquilos, había siempre algún espacio verde libre para que los chicos patearan una pelota en algún arco delimitado entre dos montículos de ropa, mientras que en la ciudad había que alquilar una cancha o movilizarse a algún parque grande, ya que en las placitas porteñas la pelota podía irse a la calle, por la que pasaban los autos, y provocar un accidente. Por eso siempre se dijo que era un ‘’deporte popular’’, del pueblo, de ese pueblo que no nació en la ciudad.
En la ciudad, por esos tiempos, las personas tenían cada una su gusto deportivo: tenis, natación, artes marciales, patín. Y los Juegos Olímpicos, si no eran un poco más vistos que los mundiales, gozaban de bastante igualdad de rating.
Pero el tiempo transcurrió y el fútbol pasó de la radio a la televisión con publicidades caras y emotivas, al compás de la globalización. Después el avance de la tecnología creó internet y las redes sociales y así apareció la prensa actual con su capacidad de influencia en la sociedad.
En realidad somos muchas las personas a las que no nos interesan los deportes de pelota, más allá del fútbol. Mujeres, hombres, transgénero, niños y personas mayores que definitivamente somos parte del pueblo. Pero en la Argentina campeona del mundo no podemos decirlo porque si lo hacemos somos tratados de vendepatria, antipopulares, elitistas y hasta fascistas. Mínimamente somos personas incapaces de soportar la alegría de otras.
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Imagínese usted, querido lector, que de golpe Bolivia gana la final internacional de bochas. Y se decreta feriado nacional y millones de personas salen a la calle a decir que aman las bochas, lo cual a usted no le incumbe y por supuesto no tiene por qué molestarle. Sin embargo, a usted lo miran mal si no le gustan las bochas, porque entonces no pertenece a su país y desprecia a su gente. Pero no podrá explicar de ninguna manera que solo no le gustan las bochas porque la vehemencia es tal que no permite la razón.
Para quien no tiene interés en un deporte, no es posible odiarlo porque el odio es un sentimiento que requiere amor y pasión. Las personas a las que no nos interesa el fútbol no odiamos el fútbol, solo nos produce cierta desolación la falta de respeto y ninguneo hacia nuestra identidad. Porque se nos pide que respetemos la de la enorme mayoría, lo cual resulta innecesario porque son dueños de la fuerza cuantitativa, pero no se respeta la de las minorías, que tienen mucho más riesgo de desaparecer. En la Buenos Aires del premio de oro, en todos los zócalos de las noticias se leía: “Todo un país esperando a los héroes’’ / “Todos en vigilia esperando a la selección’’. Y no, no éramos todos, pero eso no es malo y definitivamente no es político. Las personas solo tienen derecho a tener gustos e intereses diferentes.
Aun así textos de escritores e intelectuales de izquierda defendían no se sabe de qué, al deporte más poderoso del mundo por ser popular como si fuera algo frágil. Cuando desde que el mundo es mundo las mayorías son las de la fuerza y las minorías las de la debilidad.
No, a los que no nos interesa el fútbol no odiamos el fútbol. Pero sí nos es posible ver algunas características que dudo que los fans de este deporte no vean, pero sobre las que seguramente prefieran mirar para otro lado.
Hay una violencia intrínseca en este deporte, que comienza con el concepto de “la camiseta”, una especie de marca de pertenencia que ubica como enemigo al que no usa la misma. El campo de juego como la simulación de una guerra (que de hecho a veces acarrea muertos) y esa reacción vehemente y enloquecida de los hinchas de ponerse agresivos si pierde su equipo y agresivos si gana.
Por otro lado, hoy es obsceno lo que gana un futbolista, lo que sucede mientras nos rasgamos las vestiduras por la redistribución de la riqueza. O el dinero que requiere un mundial, cuando necesitaríamos dedicarnos a revertir las altas temperaturas del planeta, que modifican los ecosistemas y nos aniquilan con gérmenes mutantes.
Actualmente el fútbol es manejado por el dinero y el poder, basta ver que en una ciudad tremendamente rica pero en donde nadie jugaba al fútbol, un jeque árabe quiso tener un mundial y lo tuvo, para lo que construyó ocho estadios con mano de obra inmigrante en un sistema esclavo, de más de 18 horas de trabajo y retención de la documentación, que durante 11 años dejó un saldo de 6.751 muertos (Fuente BBC y Amnistía Internacional) que no le importaron a nadie, por ocho estadios fastuosos que quedarán vacíos para siempre al terminar el mundial.
Y siempre que hay dinero y poder, aparecen muchos interesados en obtener una tajada. Personas que modifican su comportamiento, su objetivo y su talento en pos de la conveniencia material.
Lo más visible fueron los escritores/as sin interés por el fútbol que, notando el nivel de arrastre del clamor popular, se dedicaron a escribir poesía futbolera para atraer público lector. No los estoy juzgando, conozco bien la economía del artista, estoy diciendo que me duele porque deberían contar con más público que podría estar más diversificado que si hay solo un entretenimiento para toda la sociedad (lo que casualmente nos hace más manejables).
Tenemos también a quienes no son artistas pero no dominan la exposición y no se animaban a decir que no les gusta el fútbol por temor a agresiones. Y en el mejor de los casos, a los que dicen que les gusta el fútbol para no quedarse solos.
Respetar no es unificar. Diversidad y multiculturalidad. Aprendimos hace no mucho a amar y respetar el color de piel del otro. Respetemos y amemos también el de sus sueños. Por eso yo no enarbolo los colores celeste y blanco. Yo enarbolo todos los colores.
TEXTO: Natasha Ivannova
FOTOS: Diana.Grytsk y Jannoon028 (freepik)