Hampaturi: Moradores de la montaña
Es uno de los macrodistritos de La Paz ubicado a 20 kilómetros de la urbe, comunidad de siembra amenazada por la contaminación.
Los niños de Hampaturi se levantan con el amanecer y, a diferencia de la ciudad que bordean, están abstraídos de esa modernidad que hace al mundo más pequeño a la vez de precipitado. A tan solo 20 kilómetros del noroeste de La Paz, el aire de este paraje conserva la frescura propia de la alta montaña. Allí habita la familia de Félix Condori y Rita Flores, dueños de una modesta casa y una pequeña chacra en la que producen su alimento diario, cuyo excedente es comercializado en la urbe paceña. Es el lugar donde crecen los cuatro hijos de la pareja, de tres a 12 años.
Entre cerros, eucaliptos, animales y un río de cauce finito, la vida es mansa en este horizonte campestre. Aunque sus aguas no sean puras.
Félix y Rita se casaron en Oruro, pero la posibilidad de habitar un terreno que heredó el hombre de la familia, fue la carta de invitación para residir en una de las comunidades de Hampaturi llamada Lorocota. Así comenzaron de nuevo. “Llegamos hace cuatro años”, señala ella.
En principio no fue fácil. La casa deshabitada contaba con luz, pero el agua potable y el alcantarillado no existen hasta la actualidad. Félix dice que es paradójico que no dispongan del líquido elemental. Hampaturi, ubicado en la cuenca alta del río Irpavi, es conocido como el distrito en el que se encuentran los cauces proveedores de agua potable para el municipio paceño. En el lugar se han formado varias represas y lagunas, tanto naturales como artificiales. Pero los lugareños no disponen de este servicio básico. “Lo que más nos preocupa es que los niños puedan contraer alguna enfermedad”.
El aprovisionamiento de gas es otro calvario. El camión con garrafas llega al lugar solo los fines de semana. Todavía hay quienes cocinan a leña en la asoleada comunidad. “No es lo mismo, tarda más y se contamina el medio ambiente”, señala Rita. La palabra medio ambiente es repetida en Hampaturi. La vuelve a decir Félix a la hora de referirse al río que franquea el pequeño pueblo de alrededor de 160 familias. “Antes había peces. Ya no existen y el agua llega hasta aquí contaminada por los trabajos de la mina La Solución”.
Florentino Patti, moreno, de lentes, jean azul y chaleco de aguayo, es el jilakata (autoridad originaria) de Lorocota. Él dice que en virtud a algunas denuncias, se han paralizado los trabajos en la cantera de plomo y zinc ubicada poco más de cinco kilómetros al norte del poblado. Pero ello no impide hasta el momento que el agua que baja de las vertientes llegue contaminada hasta las poblaciones de Hampaturi. “Nadie hace nada”, dice, además de explicar que el río naciente fluye hasta Chicani, otra comunidad de producción agrícola y cría de animales, y desemboca en las colectividades de Río Abajo, la gran zona de cultivo de vegetales para los citadinos.
“El año pasado se cerró la mina, al parecer por falta de pagos. Pero el río ya ha sido afectado y nosotros pagamos las consecuencias. Por la necesidad y al no tener agua potable, la gente lava ahí su ropa, los animales beben de esa agua que también se la utiliza para el riego. Y los niños están expuestos. Lo más grave es que este río sigue bajando hacia otras poblaciones”, explica preocupado Patti.
Hábitos
En Hampaturi se conocen casi entre todos los vecinos. Si bien se trata de un macrodistrito que acoge a ocho comunidades de la región, el polo formado por Choquechiwani, Hampaturi Chico y Lorocota se constituye en el punto de encuentro de los comunarios.
Éstos se dedican a la agricultura, trabajan la tierra y siembran y cosechan papa, haba, lechuga, tomate, vainita, cebolla, zanahoria, cebada, perejil, quirquiña… “Mientras no llegue la helada aquí produce todo”, cuenta Rita. La siembra se inicia en el mes de agosto para los vegetales, octubre para los tubérculos, y diciembre es ideal para la cebada.
En abril del año pasado, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura por sus siglas en inglés) y la Alcaldía instalaron 50 carpas solares, en un área de 60 metros cuadrados aproximadamente, además de un sistema de iluminación y de riego. La Fundación Techo, a quienes se sumó un grupo de voluntarios de Unilever, también sienta bases en la zona colaborando con la dotación de casas prefabricadas para las familias desposeídas.
Marcia Mamani es una de aquellas beneficiadas que ahora cuenta con dos ambientes para su numerosa familia de cuatro hijos y su marido Santiago Choque. Ella también tiene un terreno donde siembra, por esta temporada de lluvias, papa, haba y lechuga. Además de este sembrado, Marcia se dedica al cultivo de rosas y gladiolos para comercializarlos en los mercados y cementerios de la ciudad.
El agua para las plantaciones en aquellos terruños proviene de las vertientes y de nuevo, el tema del medio ambiente. “Sabemos que no es pura, por más que venga de la cumbre, debe tener algún tipo de contaminación. Pero no nos queda otra que alimentarnos con ella”, dice Marcia.
Preventivamente, aclara, hierven el agua para su uso en las comidas. Es lo único que pueden hacer. “Lamentablemente no disponemos de este derecho”, señala Patti. Añade que desde el 2008, se han presentado varios proyectos para cubrir esta falencia. “Recién se están instalando las cañerías pero de las mismas vertientes que consumimos en la actualidad, no de las cabeceras con las que se abastece a la ciudad. Es un trato injusto para los pobladores”, se queja la autoridad.
El potencial económico de esta región reposa en sus cerros con formaciones de rocas erosionadas, represas de agua, glaciares, lagunas y “caballos cerreros” (que vagan de cerro en cerro, libres), que conforman un paisaje geológico idóneo para el cultivo e incluso para el turismo.
“Aquí pueden adquirir productos a bajo precio, directamente del productor al consumidor”, dice Patti.
Jornaleros
La jornada de los habitantes de Hampaturi se inicia a las cinco de la mañana. Con el sol naciente, los vecinos se preparan para acudir al trabajo —en muchos casos en la ciudad—, para ir a estudiar en el ciclo secundario hasta Pampahasi —la zona urbana más cercana—, y para dotar de alimento a los animales de granja. “A las seis de la mañana hay que sacarlos a pastear y a darles agua”, cuenta Marcia.
La autoridad originaria dice que aún trabajan por el mejoramiento de su ganado camélido, que en los últimos años, en un acuerdo con The Nature Conservancy y la Subalcaldía, han dotado a los comunarios de machos reproductores para la mejora de la raza y repoblar el ganado. La Delegación Municipal para el Fomento de la Interculturalidad (DMFI) identificó el año pasado las potencialidades agrícolas de Hampaturi y confirmó que en la región se cultivaban más de 6.000 variedades de papa. Las comunidades celebran las fiestas patronales del 25 de julio, en honor al Tata Santiago, y del 30 de agosto por la Virgen de Santa Rosa de Lima. Se definen como una comunidad rural, “no somos descendientes de patrones”, aclara Patti. Otro día festivo es el 23 de marzo, en el que se agasaja a la escuelita que lleva ese nombre en Lorocota, la cual acoge a chicos de primaria de las comunidades de todo el macrodistrito. Durante estos días de celebración, los comunarios celebran con un gran apthapi (comida comunitaria en la que todos aportan con lo que pueden)
Cae el sol y la ventisca de alta montaña se hace polvareda entre las calles. Los niños de Hampaturi se acuestan con el oscurecer. A la espera del agua pura…