Voluntarios por la vida
Un grupo de rescatistas bolivianos estuvo en el incendio forestal de Chile.
Cuando Richard Arana llegó a los 15 vivió una situación que le cambiaría la existencia. Se trasladó hacia la ciudad de Santa Cruz de la Sierra a reencontrarse con parte de su familia que radica en aquella cálida tierra. Entre ellos, su bisabuela, de edad muy avanzada, que no se encontraba muy bien de salud. En una de sus tardes compartidas, ella empezó a manifestar una dolencia que le subía desde el pecho hasta traducirse en una tos que empezó a agitarla y a cortarle el respiro. Entonces Richard se alarmó pero mucho no podía hacer; se encontraban solos y de no ser por la ayuda de un conocido que sabía de primeros auxilios, quizá hubiese sido testigo de una situación que le habría quitado el sueño de por vida, pero la bisabuela recuperó y su nieto pensó que debía actuar como aquel enviado del destino. Así fue como acabó interesándose en algunos cursos para socorrer el prójimo. Y ya lleva 16 años en ello.
En principio se anotó al grupo SAR Bolivia, aquella unidad táctica especializada en labores de búsqueda, rescate y salvamento, cuya organización y parámetros de funcionamiento están basados en normas militares. Hoy Richard tiene 31 y es presidente de RUSF (Rescatistas Unidos Sin Frontera), un cuerpo internacional que tiene como objetivo unificar los criterios de actuación de los rescatistas de toda Latinoamérica, y formar una fuerza de tarea preparada y lista en caso de cualquier eventualidad dentro o fuera del país. “La misión principal de la organización es dar una respuesta integral al momento de emergencia por un desastre”, explica. Entre los casos a los que acudió figuran la inundación en la ciudad de La Paz en 2002, el incendio ocurrido en la cárcel de Palmasola en 2003, el accidente de Aerocon en Riberalta en 2013 y el deslizamiento de Rurrenabaque en 2014, entre otros. “Esto me permitió formarme en varios cursos de especialización en otros países en otros niveles de asistencia humanitaria; todo esto hizo que tome un mayor compromiso por el voluntariado”.
Ceci Arteaga cuenta con 25 y es otra de las integrantes del grupo de socorro desde hace dos años. Como todos los miembros de RUSF, ella también ha pasado por los ocho meses de formación cursando las materias básicas y especializándose en las áreas de rescate, bomberos, ayuda humanitaria, salud y desastres y atención psicológica. “Al final del curso uno logra el título de Rescatista”, dice ella. Sucede que desde niña siente un cariño especial por los niños, llegó a trabajar en su natal Beni en una iglesia que prestaba ayuda y asistencia a los más pequeños. “Tengo una hija, eso me hizo pensar que si en algún momento ella necesita ayuda, pues me gustaría que alguien se la brindara”, expresa Ceci. Y tuvo su primera experiencia en un deslizamiento en Caranavi, para luego trasladarse a Ecuador donde también trabajó para socorrer a niños tras el terremoto de 2016.
Para ingresar al grupo de RUSF (Rescatistas Unidos Sin Frontera), se debe mandar una carta de solicitud a la organización expresando las motivaciones del interesado en formar parte sin límite de edades. A partir de ello también deben presentarse una serie de requisitos como certificados médicos, pasar por una prueba psicológica a cargo de los miembros de la institución y aprobar los ocho meses de capacitación con las diversas materias del pénsum. “El interesado advierte nuestra misión y las diferentes actividades que se realizan. Nosotros les decimos que es un voluntariado muy sacrificado puesto que no se paga, además que no solo trabajamos en Bolivia, sino que a veces también surge la posibilidad de viajar hacia el exterior”.
Misión Chile
A mediados de enero de este año, en el centro y sur del vecino Chile se denunció la propagación de incendios forestales antrópicos, es decir que muchos de los focos fueron iniciados intencionalmente. A esto se ha sumado una alta velocidad del viento, altas temperaturas —tras sucesivas olas de calor—, baja humedad y la dificultosa geografía de los sectores afectados, lo cual explicaría la inédita extensión del fuego que hasta la fecha habla de más de 587.000 hectáreas incendiadas.
El grupo de siete personas (Rosario Rodríguez, César Urqueola, Anael Córdova, César Arteaga, Carlos Cruz) presidido por Arana respondió al llamado y se hizo presente en aquella república, pese a que algunas personas no ocultaron si animadversión hacia la ayuda para un país considerado “enemigo” por muchos bolivianos. “Parte de nuestra formación es comprender que para nosotros no existen fronteras, se trata de una ayuda humanitaria sin miramientos de carácter político, nosotros estamos fuera de ello”, explica el líder rescatista.
Con esa idea en mente, los voluntarios bolivianos pisaron suelo chileno el 5 de febrero en Maule y Constitución además de regiones aledañas, aportando al trabajo de bomberos y carabineros en sus tareas de rescate. “Nuestras jornadas empezaban a las seis de la mañana, ya que nos esperaba un viaje rumbo a algunas de las zonas afectadas. Allí permanecíamos todo el día, sin descanso, aunque somos conscientes de que si alguien lo necesitaba realmente no había ningún problema en que se tome un reposo. Y terminábamos hasta pasada la medianoche, pero el regreso nos tomaba otro par de horas por lo que nuestra labor concluía cerca de las cuatro de la madrugada”, indica Ceci. “La gente nos brindaba alimento gratuito, todos muy agradecidos”.
En su permanencia socorrieron a familias enteras ayudando con tareas psicológicas además de otras labores, como brindarles comida y cobijo. En ese ínterin fueron testigos del fallecimiento de un bombero chileno que no logró escapar a las llamas. “Fue un episodio muy triste, los pobladores, personal civil y militar estuvimos en su entierro”, cuenta Richard. “Se le rindieron honores, fue un momento muy emocionante porque dio su vida por salvar a la gente”.
Las familias afectadas lo perdieron prácticamente todo. Y no era la primera vez. “Ya habían vivido la terrible experiencia del terremoto”, dice Richard. Aun así fueron testigos de la solidaridad de los chilenos que no se medían en agradecimientos a sus rescatistas bolivianos. Es lo único que se trajeron, pero sin dudas que fue una retribución invaluable. “Es el regalo más grande que uno puede recibir; muchos de nosotros pedimos permiso en el trabajo, incluso algunos a cuenta de sus días de vacación, y queda la satisfacción del deber cumplido, de haber hecho algo por aquellas personas que lo necesitaban”, afirma Ceci, a quien le brillan los ojos al recordar lo vivido en aquella catástrofe que los retuvo por 15 días trabajando por el prójimo.
Hasta la próxima misión.