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Tesoros policiales

Sables, banderas, pinturas fotografías y muchos relatos resguarda el Archivo Histórico y Museo Policial.

/ 7 de marzo de 2018 / 22:18

La puerta de madera con el número 454 de la calle Colón (en La Paz), casi siempre está abierta, aunque muy pocas personas parecen notarlo. En la parte alta del pórtico, con un fondo verde, se lee con claridad: Museo Policial. Al echar un vistazo, se observa el callejón  de una casona antigua, donde hay máscaras colgadas y algunos uniformes. Parece ser todo lo que tiene el repositorio; sin embargo, lo que hay adentro son reliquias no solo de la entidad verdeolivo, sino también elementos que cuentan la historia boliviana. Así son los ambientes del Archivo Histórico y Museo Policial, que fue inaugurado el 17 de febrero de 1999.

El capitán Gustavo Terán, jefe nacional de Museos y Biblioteca Policial, señala que el repositorio funcionaba mucho antes, aunque de manera itinerante. Comenzó en 1945 en el Distrito Policial N° 1 de la calle Colombia. “Se llamaba Museo Póker porque era gitano, pues incluso estuvo en el Coliseo Cerrado y en el Tribunal de Justicia Militar de la calle Ballivián”, cuenta la autoridad de la entidad del orden.

En sus oficinas hay documentos desde los años 30, como los antecedentes de la creación del Cuerpo Nacional de Carabineros y Policías, que después se transformó en la Academia Nacional de Policías. 

Con la ayuda de un guía especializado, en la exposición se puede ver máscaras de yeso que muestran los rostros de delincuentes del siglo XX; paneles que explican  la manera en que operan los delincuentes, como el “cuento del tío” o el “descuidismo”, o los objetos punzocortantes que fueron decomisados a pandillas.

Eso es lo que muestra el callejón de la casona; pero adentro hay otros muchos objetos que detallan cómo era el trabajo que desarrollaba la Policía, desde los tiempos en que surgió el Cuerpo de Bomberos Antofagasta, en 1875, pasando por la defensa de Calama, la participación de los carabineros en la Guerra del Chaco y en el preludio de la Revolución de 1952.

La verdadera historia del Zambo Salvito, el heroísmo del capitán Javier Zeballos y un cuadro del pintor Arturo Borda son otras atracciones de este repositorio.

Uniformes de campaña y de gala, armas  que se utilizaban en el pasado y que ahora están vetadas por respeto a los derechos humanos, escudos de madera o cascos de bomberos con tallados en metal que parecen de la época romana… Todo ello tiene una historia que contar, en una visita que dura más de 45 minutos.

La puerta del museo está abierta de lunes a viernes, desde las 08.30 hasta las 12.30 y desde las 15.00 hasta las 19.00. Para realizar las visitas guiadas se pueden comunicar con los números 2200083 o al 72020202, o a través del muro ‘Museo Policial Bolivia’ en la red social Facebook.

Del conjunto de objetos preciados, estos ocho demuestran que la visita al Archivo Histórico y Museo Policial es mucho más que un recorrido por los antecedentes de esta entidad; ya que es una mirada a los entretelones de la historia boliviana.

Los sables policiales que defendieron Antofagasta


El 14 de febrero de 1879,  el buque chileno Blanco Encalada desembarcó en la ciudad boliviana de Antofagasta con una tropa de militares. Para entonces, este distrito carecía de efectivos para encarar la defensa, por lo que Severino Zapata, prefecto del departamento de Litoral, y otros bolivianos no tuvieron otra opción que replegarse a Calama.

De acuerdo con el capitán Gustavo Terán, hubo resistencia en el lado boliviano, con algunos civiles y 40 gendarmes de sable. “Los policías usaban ese sable como símbolo de autoridad y era el único armamento que tenían cuando los soldados chilenos atacaron la población boliviana”, comenta.

Es lo único que se sabía de los 40 gendarmes, hasta 1979, cuando una familia proveniente de Argentina llegó a Villazón para los actos de recordación del centenario de la invasión chilena.

Ahí dejaron dos sables que pertenecieron a los gendarmes defensores de Calama. Estos objetos permanecieron en la Alcaldía hasta 2015, cuando el coronel Pavel Álvarez y Terán fueron a esa región para llevar las reliquias al Museo Policial, donde fueron sometidas a estudios, con el apoyo del Ministerio de Culturas, para catalogarlas y dar fe de su autenticidad.

Ambas armas tienen empuñadura de cobre, mango de madera y hoja de acero, hechas en París (Francia) por el artesano Paul Remant.

La primera bandera del “Cuerpo de Bonberos”

Protegida por vidrios de seis milímetros de espesor a ambos lados y un panel térmico, la primera bandera del Cuerpo de Bomberos Antofagasta se encuentra en la habitación donde están las pinturas de los principales representantes del país y de la Policía Boliviana.

La página web del Cuerpo de Bomberos de Antofagasta (Chile) refiere que el 2 abril de 1875, la población de Antofagasta despertó sobresaltada debido al incendio de una propiedad en la calle La Mar.  Después de varias horas, el fuego fue sofocado, aunque con decenas de personas heridas y una manzana destruida. Terán indica que al día siguiente fue convocado un cabildo, en el que se decidió formar un equipo de bomberos —el primero de Bolivia—, con dos secciones: una guardia de propiedad, y de hachas, ganchos y escaleras.

Se sabe que damas cochabambinas regalaron la enseña a la Prefectura del Litoral en 1875, con una característica especial: bordada con hilo de oro, la inscripción dice: “Cuerpo de Bonberos”.

“Se dice que la bandera estaba en el Cuerpo de Bomberos Antofagasta en Chile y que después apareció en Bolivia”, afirma. Hace varios años, unos turistas llegaron a La Paz para dialogar con un representante de la Cooperativa Mutual de Policías (Comupol), a quien le ofrecieron la enseña tricolor. Se desconoce cómo la obtuvieron y el monto de la transacción, pero aquel oficial la adquirió y la entregó de manera gratuita al museo en 1997.

La verdadera historia de Zambo Salvito

Al lado izquierdo del ingreso al Museo Policial está un mostrador que da información sobre la verdadera historia de Zambo Salvito, quien, supuestamente, empezó a delinquir cuando sustrajo una aguja, después un corte de tela y luego se especializó en asalto a viajeros a los Yungas, y que antes de morir mordió la oreja de su madre porque la culpaba de haber dejado que fuese por mal camino.

Con base en datos del museo, se sabe que su nombre real era Salvador Chico —otros afirman que era Sea—, él delinquía con ocho cómplices, quienes fueron descubiertos por una chalina.

En uno de sus asaltos, los malhechores asesinaron a un maestro, quien había comprado una chalina en su viaje a Londres (Inglaterra). Como si fuese un trofeo, uno de los ladrones usaba esa prenda, que ayudó a esclarecer el crimen y posibilitó que cayeran sus cómplices.

Durante el juicio, el abogado defensor se retiró del caso al saber de los abusos que cometieron. Por ejemplo, como parte de las pruebas llevaron una piedra ensangrentada. Cuando les preguntaron sobre su procedencia, los acusados relataron que, en el camino a Yungas, asesinaron a una pareja y después a su hijo. “Es que  lloraba y nos daba pena, por eso utilizamos la piedra y le arrancamos la cabeza”.

Salvador y sus ocho cómplices fueron sentenciados a muerte, por lo que fueron llevados a la Caja de Agua —plaza Riosinho— para ser fusilados. Se calcula que fueron responsables de 50  muertes.

La crudeza de la sociedad en un cuadro de Borda

La Sala Criminalística está reservada para mayores de edad debido a la crudeza de fotografías y fetos que son conservados en botellas de vidrio. En el fondo, como parte de ese ambiente lúgubre, está colgado el cuadro Filicidio, una obra del pintor, retratista, escritor y activista paceño Arturo Borda, quien muestra un paisaje antiguo de La Paz, donde una cerda preñada está comiendo a un bebé. “Mi muerte estaba, pues, decretada. Pero nací. Y al instante, cual si fuera una ascua incendiaria o un vómito maldito, me arrojaron al arroyo, quizá al anochecer, tal vez a la aurora. No sé. Y estuve así a la intemperie, desnudo, sin nombre, agonizando, cuando a la mañana viene una chancha preñada, hozando en el lodo hasta que me mira y se me viene satisfecha y, hocicándome de pies a cabeza, me revuelca en el muladar, buscando dónde hincar sus colmillos; pero en eso, una mujer del pueblo que oportunamente ve el horror que está por consumarse, corre, espanta a la bestia y me salva para mi mal. Después me lleva a la inclusa, de donde más tarde un viejo me toma a su cargo para, pasado algún tiempo, echarme de su casa, enrostrándome mi origen. Pasa el tiempo y descubro en mí el endeble estigma del abortivo. Mi existencia se vuelve un tormento sin tregua”, es un fragmento de El Loco, escrito por Borda. Hubo gente que ofreció hasta $us 70.000 por la pintura.

La celda ófrica donde fue quemado un detenido

El ambiente en la Sala Criminalística —que se encuentra al fondo del repositorio policial y está vetado a menores de edad— es ófrico pese a tener varios objetos en exposición. Puede deberse a los fetos que están conservados en frascos o imágenes reales de escenas de crímenes sucedidos antes del 2000. No obstante, lo que desvía la vista son dos celdas que son preservadas de cuando las instalaciones eran empleadas para el funcionamiento de la Policía Turística (Interpol) .

Las literas están hechas de cemento, como el piso, el techo y las paredes, y una luz tenue que parece llevar a los días en que este lugar funcionaba como lugar de detención.

Además de las paredes manchadas, también se mantienen un bacín blanco desportillado y una silla vieja, que acompañan a los maniquís que sirven para mostrar estos espacios.

Otra razón para que el ambiente sea ófrico se debe a que, en 1999,  una de las celdas se incendió con una persona adentro. Se desconocen las causas, o no, por las que era buscado en su país, pero un peruano fue detenido por “una contravención a las reglas de tránsito”, explica Terán. La hipótesis que maneja el uniformado es que el detenido introdujo un cigarrillo que, de manera accidental, incendió la payasa y originó un incendio. Él terminó con el 50% de su cuerpo quemado y fue llevado a un hospital, pero murió después de varios días.

El capitán Zeballos, un héroe y ejemplo de la Policía

Los cadetes de la Academia Nacional de Policías suelen entonar, durante sus años de formación, el Canto al Capitán de Caballería, aunque muchos no saben de quién se trata. ¿Quién era? Con la bandera siempre en su pecho, el capitán Javier Zeballos Paredes es una imagen que está en las oficinas de los comandos de la institución del orden.

El 1 de mayo de 1950, la gente marchó por el Día del Trabajo, pero ese acto se convirtió en una revuelta, en la que gente del hampa ingresaba a los negocios y destruía garitas policiales, hasta que se parapetó, con armas y municiones, en Villa Victoria. Ahí fueron mandadas fuerzas del orden policial y militar.

Zeballos —jefe del Departamento IV de Servicios en el recinto policial de la calle Calama (donde ahora se encuentra el Regimiento de Infantería RI-1 Colorados de Bolivia)— fue designado para transportar combustible desde El Alto hasta La Paz. Acompañado por un teniente, un sanitario y seis carabineros, el capitán llegó a cercanías de la exfábrica Said, donde le recomendaron que no fuese por ahí, porque estaban los revoltosos.
El policía siguió su ruta porque estaba decidido a cumplir su misión, así es que atacó por dos flancos, pero fue herido de gravedad por una bala. Al ser trasladado a un hospital, el vehículo en el que le llevaban fue atacado y chocó, lo que causó que Zeballos falleciera.

La fuerza del orden y los Cuchilleros de la Muerte

Durante la Guerra del Chaco eran temidos los Macheteros de Jara, un grupo paraguayo irregular liderado por el cuatrero Plácido Jara e integrado por exreclusos, según explica el jefe nacional de Museos y Biblioteca Policial.

En el momento que se encontraban con soldados bolivianos, los macheteros los degollaban y luego colgaban sus cabezas en los árboles.

En respuesta, el lado boliviano creó a los Cuchilleros de la Muerte, compuesto por efectivos provenientes  de las cárceles y por carabineros de los regimientos 40 y 50, los efectivos “más antiguos y avezados”. Este grupo se diferenciaba porque, además de degollar de manera inmisericorde a los paraguayos, les cortaban sus miembros masculinos y luego los introducían en las bocas de sus víctimas.

Cuando escuchaban el grito: “Regimiento 50 de Infantería, calen (atraviesen bayonetas)”, los soldados paraguayos no tenían más remedio que escapar como pudieran o resignarse a ser aniquilados. En una ocasión, médicos y sacerdotes bolivianos se salvaron de morir cuando estaban rodeados por el enemigo, ya que uno de ellos gritó: “¡Regimiento 50 de Infantería, calen bayonetas!”.

En una urna del repositorio hay objetos que pertenecieron a gendarmes que lucharon en la Guerra del Chaco, quienes se diferenciaban porque tenían una gorra con dos carabinas entrelazadas.

El origen de la  Academia de Policías

Con el asesoramiento de carabineros italianos del gobierno fascista de Benito Mussolini, el 26 de febrero de 1937 —mediante un decreto firmado por el presidente  David Toro— surgió la Escuela Nacional de Policías, en el recinto ubicado en la calle Loayza —en el Distrito Policial N° 2, donde se encuentran ahora las oficinas de la Fuerza Especial de Lucha contra la Violencia (FELCV)—.

Como habían pasado dos años del cese el fuego en la Guerra del Chaco, uno de los requisitos para ser carabinero era que el postulante, además de ser boliviano de nacimiento, hubiera participado en la conflagración bélica. “Cuando se abrió la escuela no podía venir cualquier persona, tenía que haber ido a la guerra”, recalca el capitán de Policía Gustavo Terán.

Una nota publicada por Jesús Rojas, para el suplemento Animal Político de La Razón, señala que esa entidad era el resultado de la fusión del Cuerpo de Carabineros y la Policía de Seguridad, que estaba dividida en dos ramas: la civil, constituida por policías que investigaban un delito, y la uniformada, por carabineros que se dedicaban a combatirlo.

De aquella primera promoción surgió Vitaliano Crespo Soliz, “quien llegó a ser nuestro primer comandante  policía de la Policía Boliviana”, explica Terán, es decir que fue la primera autoridad superior que surgía de las mismas filas de la entidad verdeolivo, y no así de las Fuerzas Armadas, como era costumbre.

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Vidal Cussi: De los nombres de una exposición

‘Caos’ es el nombre de la exposición que el pintor paceño presenta hasta el 7 de mayo en la galería Altamira de San Miguel

Desde el caos

Por Daniela Espinoza M

/ 28 de abril de 2024 / 07:03

¿Por qué Caos?, me pregunto al recibir las fotografías de Vidal Cussi con el nombre de su exposición —que se exhibirá hasta el 7 de mayo en Galería Altamira, calle José María Zalles Nº 834, bloque M-4, San Miguel— y me quedo pensando mientras miro las obras y me digo ¿dónde está el caos?, ¿en esas gotas que el rocío deja en una manzana o en esas nubes que parecen atravesar con calma los cuerpos instalados en espacios infinitos y crepusculares?

¿Habrá caos, acaso, en esos rostros que observan paisajes montañosos o en aquellos que parecen reposar entre las nubes? Tal vez sí lo encuentro en los caóticos cabellos que se entrelazan a través de los rostros, cabellos en forma de listones de lata que se entrecruzan y supongo se enlazan en la parte que el cuadro ya no nos deja ver.

Entonces pienso que lo mejor es recurrir al artista para encontrar la respuesta. La charla me tranquiliza, el caos no está en las obras que presenta, sino que estuvo en él en el momento previo a su producción y, tras una catarsis —“una explosión” como él prefiere llamar—, surgió esta muestra llena de señas de paz.

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Luego, teniendo que escribir sobre su obra, me quedo pensando en el artista, en lugar de acercarme a su exposición me gana la vida de Cussi, me quedo intrigada en los procesos de unas obras que a todas luces reflejan sosiego y calma, pero que —ahora lo sé— no se engendraron de esa manera.

“El arte es para mí una terapia, un reencuentro conmigo mismo. Las tristezas, así como las alegrías, se van plasmando en las obras. Ellas son un desahogo”, me dice. Por supuesto que ya mi mirada es otra, y me siento en el deber de compartir con ustedes esa breve charla, pues si alteró mi forma de apreciar su arte, sin duda hará algo similar por ustedes.

De pronto, ya no son importantes los nuevos colores que Cussi propone y que despuntan en algunas obras, ya no es vital pensar en él en tonos tierras. Ya conocemos algo, aunque sea un poco, del proceso creador de un artista al que admiramos ahora un poco más, ya sus cuadros nos dictan palabras en voz baja, las palabras con las que el artista empezó a trabajarlas.

La muestra ‘Caos’, del artista paceño Vidal Cussi, se exhibe en la galería Altamira (San Miguel, zona Sur).

PERFIL Vidal Cussi Tiñini nació en Santa Rosa, provincia Pacajes del departamento de La Paz en 1983. Actualmente reside en la ciudad de El Alto. Estudió en la Academia de Bellas Artes Hernando Siles donde obtuvo la especialidad en pintura. Ha sido ganador de varios premios, entre los que destacan: Gran Premio Salón Pedro Domingo Murillo (La Paz) en 2012 y 2020, Gran Premio Salón Villa San Felipe de Austria (Oruro) 2019 y Gran Premio Salón 14 de Septiembre (Cochabamba) 2019 y 2023.

Texto: Daniela Espinoza M.

Obras: Vidal Cussi

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Semilla, picantería boliviana: Sabores tradicionales para disfrutar en Achumani

Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido

Por Fernando Cervantes

/ 28 de abril de 2024 / 06:55

Crónicas gastronómicas

Fue el ají de fideo materno lo que motivó a Ernesto Bernal a elegir la profesión de cocinero, sobre todo después de haberlo preparado muchos años para sus hermanos cuando su mamá viajaba por motivos de trabajo.

Luego de un buen tiempo estudiando gastronomía y habiendo trabajado en diversos establecimientos es que se animó junto a su esposa Karen Mujica (administradora de empresas con estudios en diseño gráfico, decoración y comunicación visual) a dar a luz a un viejo anhelo: tener su propio restaurante inspirado en las tradicionales picanterías de Sucre y Potosí, que tenga los sabores bolivianos muy presentes y que se sumerja en el recuerdo de los fogones familiares que eran manejados magistralmente por madres y abuelas. 

Encontrar la casa ideal no fue nada fácil hasta que el destino quiso que en enero de este año esta joven pareja pudiese alquilar un bonito y espacioso inmueble con jardín, ubicado en el barrio de Achumani, muy cerca de la avenida Francia. El lugar fue decorado y rediseñado con muy buen gusto. Así nació Semilla, picantería boliviana, donde se pueden disfrutar deliciosos platos como el picante surtido, queso humacha, picante de lengua, anticuchos, relleno de papa, mondongo, sajta de pollo, keperí o sopa de maní, los que pueden ser acompañados con  jugo de tumbo, limonada o mocochinchi, ya sea en vaso o en jarra.

Un detalle no menor: el lugar no cuenta con parqueo propio pero la calle donde están ubicados es sumamente tranquila, por lo que estacionar el automóvil en las cercanías del restaurante no debería representar problema alguno.

Semilla: un lugar ideal, para visitar en familia.

Semilla, picantería boliviana

  • Dirección: Calle 21 de Achumani Nº 5  (a una cuadra de la av. Francia) 
  • Teléfono: 67020523 
  • Rango promedio de precios: Bs  20-65    
  • Plato estrella: Picante surtido       
  • Atención: sábados y domingos de 12.00 a 16.00     

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Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Back to Black

La directora britànica Sam Taylor-Johnson ha estrenado una tendenciosa película biográfica sobre la cantante Amy Winehouse

Por Pedro Susz K.

/ 28 de abril de 2024 / 06:50

En julio de 2011, Amy Winehouse, notable y exitosísima cantante londinense de soul, falleció a causa de una brutal ingesta de alcohol. Sumaba entonces apenas 27 años (la misma edad que en el momento de sus respectivas defunciones tenían Jimy Hendrix, Brian Jones, Janis Joplin, Kurt Cobain y Jim Morrison, valga el apunte anecdótico a pesar de que seguramente a quienes no son fans de la música rock los nombres les resulten desconocidos). Esto ha dado lugar a la popularidad de una supuesta “maldición del club de los 27” entre los seguidores del rock.

A esas alturas la discografía de Winehouse incluía apenas un par de títulos en los que interpretaba composiciones de ella misma, todas las cuales dejaban traslucir, sin lugar a dudas, una personalidad compleja, irreverente, traumatizada por los dramáticos altibajos de su vida. Y su potente voz, ligada a un estilo asimismo muy propio, hacían que tales temas cautivaran pronto a muchísima gente, harta de la chatura en la que había caído el rock merced a las imposiciones de la acaudalada industria discográfica jugada a pleno en la venta masiva de sus producciones para incrementar sin pausa los réditos de los productores. Era en realidad lo mismo que ya venía acaeciendo en otros rubros de la industria del entretenimiento: en la cinematográfica también, claro, obstinadas cómo Sony Music y sus competidoras  por exprimir hasta la última gota de cualquier diana de mercado, copiada luego, en el rubro específico, una y otra vez por compositores e intérpretes debidamente domesticados para bloquear cualquier antojo autoral.

Que la directora de este segundo film centrado en la biografía de Winehouse —el primero fue un largo documental hecho el 2005 por el cineasta inglés Sadif Kapadia— sea Samantha, su nombre aparece abreviado en los créditos como Sam Taylor-Johnson, cuya filmografía arrancó justamente en la insípida época recién aludida y en la cual obtuvo su más resonante éxito de taquilla el 2015 con la más que mediocre adaptación para la pantalla de la no menos anodina novela erótica de E.L. James 50 sombras de Grey no invitaba a tener muchas ilusiones respecto a Back to Black, en definitiva fallido y en buena medida falsificado biopic que toma su título del segundo de los dos únicos álbumes que Winehouse alcanzó a completar.

Volviendo al citado documental de Kapadia, titulado sencillamente Amy, allí quedaba ratificado lo que muchos trascendidos, divulgados con el marcado acento sensacionalista de los medios crecientemente ladeados hacia la más barata crónica roja y cuyo acoso sobre la cantante se volvió insoportable, habían engordado las sospechas acerca de los motivos que condujeron al desequilibrio emocional de aquella y a su adicción al alcohol y a las drogas duras. Dichas causas no fueron otras que la manipulación a que fue sometida Winehouse por su padre Mitchell, un taxista obsesionado con volverse millonario así fuese explotando sin la menor conmiseración a su propia hija, en complicidad con Ray Cosbert, manager de la muchacha, igualmente obstinado en lucrar al máximo con su popularidad.

Ello se tradujo, entre otras barbaridades, en obligarla a realizar una gira ininterrumpida de casi cinco años e innumerables presentaciones en público, con todas las tensiones que comporta cada actuación para cualquier artista y más aún para una que apenas había entrado en la adultez. A fin de no pausar aquel incesante ir y venir Mitchell, alentado por Cosbert, incluso se opuso a que Amy se sometiera a un tratamiento para poner coto a su entonces incipiente dependencia del alcohol. El hecho es que la gira culminó, pocas semanas antes del fallecimiento de Amy, con una escandalosa presentación en Belgrado, donde ella se resistía a subir al escenario y finalmente fue forzada a hacerlo de mala manera por sus custodios, quienes empero no pudieron hacerle recordar las letras que olvidaba obligando a reiniciar una y otra vez cada canción, hasta provocar el furioso estallido del público. 

Por añadidura, en el ínterin Amy había sido seducida por, otro chupasangre, un tal Blake Fielder-Civil, quién la empujó hacia la cocaína, la heroína y otros alcaloides y con el cual contrajo un tóxico matrimonio, signado por los abusos así como por el maltrato recurrente de él, hasta terminar en la previsible ruptura que se sumó a las otras afectaciones mentales, acentuando así a grados extremos los trastornos psicóticos de Winehouse.

Todo ello ha sido omitido en Back to Black, se presume debido a que papá Mitchell aportó una considerable cantidad de dinero a la producción, condicionando el enfoque que tomó el guion en una nueva de las varias maniobras de lavado de imagen intentadas por aquel luego del óbito de Amy. Así la película de Sam Taylor-Johnson se limita a repetir hasta el hartazgo escenas mostrando a la protagonista frente al micrófono, que se alternan mecánicamente con otras focalizadas sobre la tortuosa relación matrimonial de Amy y Blake, cuyo tratamiento narrativo se atiene al pie de la letra a las fórmulas hollywoodenses de los más pedestres melodramas. Ese modo de estructurar el relato: a cada secuencia dramática le sigue una canción cuya letra reitera lo que se ha escuchado o se escuchará a continuación, monocorde ir y venir que en lugar de permitir la aproximación del espectador al personaje protagónico lo va distanciando, o dicho de otra manera termina aguando la contextura emocional de esa historia a la que, en la vida real, le sobraron momentos trágicos, congojas y aflicciones. Bien podían haberse destinado algunos de los 122 minutos del metraje, malgastados en sosas y previsibles escenas, a tratar de acercarse al personaje en esos momentos, cuando sola, encerrada en sus dolores e incertidumbres, daba a luz a sus creaciones, franqueando de tal suerte la mencionada aproximación a su dimensión humana, mutada por la directora en un intraspasable acartonamiento.

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No le va mejor tampoco al resto de los personajes, pero es particularmente imperdonable la flagrante tergiversación del rol de Mitchel en el drama, mostrándolo como un progenitor ejemplarmente amoroso, siempre atento a las necesidades de su hija, distorsión atribuible al antes colacionado soborno que representó su aportación financiera al film. Tal exoneración de cualquier responsabilidad de Mitchel en el doloroso descenso de Amy hacia una inescapable desesperación existencial hace que todas las tintas resulten cargadas sobre el funesto papel de Blake.

No es casual entonces que la escena más larga de la película se detenga en el encuentro entre Amy y Blake en un bar donde ella, entonces ya una celebridad gracias al éxito de su primer álbum, se encuentra dando fin a una bebida espirituosa y rumiando la angustia, como todos los demás detalles de la obsesiva personalidad de la Amy real dejadas, a lo largo del film, sin mayor ahondamiento, que en el fondo le provocaban las presiones paternas y financieras, al igual como el hostigamiento mediático, vicisitudes aparejadas justamente a la fama. Blake, ebrio, finge desconocer de quién se trata y la invita a jugar una partida de billar mientras desde el reproductor de discos se escuchan otras tantas piezas de moda que él acompaña con una mímica estrafalaria apuntada a completar su eficaz estrategia seductora que de inmediato atrapa a la muchacha y narrativamente sienta la base dramática que luego desarrollará de la misma manera esquemática, indescifrable para quienes no conozcan los pormenores de esa historia, reducida en lo que entrega Back to Black a explotar los  típicos altibajos propios de un  melodrama amoroso cualquiera. 

Si bien es cierto que  la canción cuyo título toma prestado la película, que podría traducirse como “regresar a la oscuridad”, estuvo inspirada en la insoportable relación matrimonial entre Amy y Blake, en la cual tampoco escasearon las infidelidades de este último, de allí a considerar que el dolor, la angustia, el sinsentido vital transmitido por todas las composiciones de Winehouse puedan atribuirse únicamente a tales tropezones es entonces otra de las múltiples simplificaciones y distorsiones de Taylor- Johnson, atribuibles asimismo al guionista Matt Greenhalgh, especializado en la fabricación de dudosas biografías fílmicas de figuras prominentes del mundo musical contemporáneo. Entre ellas Nowhere Boy (2009) o Mi nombre es John Lennon, opera prima de Taylor-Wood donde tomando como inspiración la biografía de su media hermana Julia Baird se relata la adolescencia del futuro integrante de Los Beatles. Ese primer trabajo conjunto entre Greenhalg y Taylor-Wood ya exhibía las flaquezas en las cuales reincide Back to Black. Sobre todo la superficialidad biográfica y la distorsión de los entretelones familiares causantes de la espiral autodestructiva que precipitó la prematura muerte de Winehouse. 

Resulta notorio el esfuerzo de Marisa Abela para meterse en la personalidad de Wienhouse, no sólo a interpretarla, por eso asumió el reto de cantar ella y no limitarse a la fonomímica con la voz original de fondo, y si bien lo hace correctamente, la voz y la entonación de aquella eran inigualables. Con todo su personificación está entre lo poco que sobresale en la medianía general de la película, atenida a los convencionalismos, incluso en los restantes trabajos actorales apegados, al igual que todo lo demás, a los clisés, comprendiendo el brevísimo fragmento del tema musical que, se dijo también, presta su título al emprendimiento de Taylor-Johnson, cuyas declaraciones a la prensa trasuntan una empeñosa, cuanto forzada, auto-atribución del carácter de autora, en el sentido de quien posee un estilo propio y una asimismo privativa visión del mundo y de la vida, cualidades que personalmente no he podido detectar en lo más mínimo siguiendo las películas que hasta la fecha puso en pantalla.

Ficha técnica

Titulo Original: Back to BlackDirección: Sam Taylor-Johnson – Guion: Matt Greenhalgh – Fotografía: Polly Morgan – Montaje: Laurence Johnson, Martin Walsh – Diseño: Sarah Greenwood – Arte: Alex Bowens, Joe Howard, Matthew Kerly, Emma MacDevitt, John McHugh – Música: Nick Cave, Warren Ellis –  Efectos: Neil Damman, Joe Holden, Sophie McGown, Hayden Sheridan, Richard Van Den Bergh – Producción: Nicky Kentish Barnes, Alison Owen, Ron Halpern – Intérpretes: Marisa Abela, Jack O’Connell, Eddie Marsan, Lesley Manville,  Bronson Webb, Therica Wilson-Read, Juliet Cowan, Sam Buchanan, Harley Bird, Ansu Kabia, Spike Fearn, Amrou Al-Kadhi, Ryan O’Doherty, Pete Lee-Wilson, Matilda Thorpe, Miltos Yerolemou, Daniel Fearn, Michael S. Siegel, Colin Mace  – ESTADOS UNIDOS, INGLATERRA, FRANCIA/2024 

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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José Ballivián: vestirse en tiempos actuales

El artista paceño llevó la muestra ‘Alta Gama / Espíritu Colonial’ a la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra

Por Juan Fabri

/ 28 de abril de 2024 / 06:42

José Ballivián (2024) presentó Alta Gama / Espíritu Colonial en la Galería Nube en Santa Cruz de la Sierra. En esta exposición nos invita a reflexionar sobre la vestimenta en los Andes actuales y los significados que detonan las materialidades vinculadas a la ropa.

La muestra es una serie de obras sobre lo chojcho que viene explorando por lo menos desde hace 10 años. Él dirá: “Lo chojcho es un término usado comúnmente en la zona occidental boliviana para denominar a una persona sin buen gusto para la vestimenta, además de tener la particularidad de ser muy básico en su lenguaje y cultura general”.

Desde mi perspectiva, considero que lo chojcho confronta las miradas exógenas y exóticas sobre el arte del país, donde se busca en Bolivia una especie de “pureza indígena”. Frente a estos discursos, lo chojcho encarna la tensión y la disputa cultural diaria sobre los cuerpos en un territorio atravesado por su historia colonial y la actual globalización. En la exposición, Ballivián relaciona lo chojcho con la vestimenta, pero esta se encuentra ligada inevitablemente con los cuerpos de quienes usan o podrían usar estas prendas.

Dentro del contexto boliviano, uno de los elementos claves de la identificación cultural, pero también de duda sobre si unx es o no indígena, es la vestimenta. El chojcho también va a encontrar en la ropa una expresión sobre su impureza, una disputa de sus ideas y una forma de habitar la ciudad llevando estas vestimentas.

El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.
El premiado artista contemporáneo José Ballivián nació en La Paz en 1975.

En Bolivia recientemente vivimos el censo de población y vivienda (2024) que se realiza cada 10 años y que brinda una idea de quiénes somos como país. Dentro de una de sus preguntas se planteó la pertenencia o autoidentificación a una nación indígena. Los activistas aymaras convocaron a la población a identificarse como aymaras (por ejemplo, el concurso de video para aymaristas convocado por Elias Ajata) si es que sus padres o sus orígenes eran aymaras, más allá de si hablaban o no la lengua. Estos planteaban que ser de una nación indígena en Bolivia trasciende el vivir en el área urbana o rural, es una identidad, una pertenencia. Sin embargo, las identidades para el censo han sido entendidas de manera esencialista, es decir, si eres aymara, no podías ser guaraní o de otra nacionalidad, sólo debías escoger una opción. Lo mismo sucedió con temas de género, donde solo había dos opciones excluyentes, hombre o mujer, omitiendo el otro universo de posibilidades; de esta manera el Estado negó las diversidades que tanto publicita.

La discusión sobre las identidades, particularmente en torno a las nacionalidades indígenas, en el Estado Plurinacional de Bolivia es un elemento que constantemente está en debate tanto en el campo político como en el estético y es sobre lo que viene discutiendo el artista paceño José Ballivián, quien frente a estos discursos esencialistas, nos propone un ser chojcho. Es decir, un lugar de enunciación que está vinculado a lxs hijxs migrantes aymaras en espacios urbanos y con fuertes influencias globales, pero que no dejan su vínculo con lo aymara. Me pregunto si alguna vez será posible censarse en Bolivia como chojcho. Claramente es una categoría no reconocida en el país, porque va más allá de los esencialismos, y que Ballivián rescata del lenguaje popular.

La vestimenta es un factor importantísimo en los Andes de Bolivia. Dentro las comunidades indígenas existen fuertes controles sociales para que las personas sigan usando ponchos, sombreros, polleras, awayos, por lo menos, respecto a las autoridades originarias. Esto está en tensión con el costo de tiempo, esfuerzo e incluso dinero que pueden costar estas prendas. Frente a la gran oferta de ropa usada proveniente del contrabando que llega desde Chile y que proviene de países del Norte, principalmente Estados Unidos de América.

En la exposición, Ballivián propone que alguien chojcho podría caminar por la ciudad usando un ladrillo como cartera. La pieza Alta Gama consiste en un ladrillo sujeto con una wiskha (soga de lana de llama) que de manera conjunta evocan una forma de cartera. La importancia del ladrillo en La Paz y El Alto, ciudades en las que al llegar se puede ver el ladrillo expandido por toda la urbe y que además es símbolo de modernidad, frente al adobe que era el material tradicional con el que se hacían las casas. El usar un ladrillo como cartera enriquece para generar una metáfora de lo que nos colgamos en nuestros cuerpos, más aún que se encuentra serigrafiado el símbolo y las letras de Adidas a uno de los costados. La pintura Ladrillo led también enfatiza la importancia del ladrillo y lo vincula a un toro.

La Feria 16 de Julio o qhatu en la ciudad de El Alto ha crecido acompañada de la gran oferta de ropa usada o de segunda mano proveniente de Estados Unidos, que se vende a precios bajos y que de alguna manera ha quebrado la industria local de ropa en el país. Es decir, para las industrias bolivianas se les hace imposible o muy difícil competir económicamente en el mercado con ropa que viene con etiquetas originales de Louis Vuitton, Balenciaga o Adidas, y que se comercializan en grandes ferias a precios bajos y con una marca avalada por la gran industria de la moda occidental. Por otra parte, la Feria 16 de Julio es quizá el centro comercial más importante de los Andes actuales que toma las calles de El Alto los días jueves y sábado. Además, es quizá uno de los ejemplos más importantes de economías populares en el país. Por otra parte, la Feria 16 de Julio no es la única: todas las ciudades y ciudades intermedias en el país cuentan con algún día a la semana o al mes con una feria donde se revende ropa americana de segunda mano. Dicen que por ello en el campo es más sencillo ver gente usando jeans y zapatillas de marcas globales que pantalones de bayeta o lanas tradicionales, como quizá sucedía hace 50 años.

la muestra del artista José Ballivián se exhibió en la Galería Nube de Santa Cruz de la Sierra.

Ballivián nos propone una obra que refiere a marcas occidentales pero también a la crucifixión cristiana como parte del mismo proceso de imposición cultural. Utilizando una prenda deportiva, un buzo negro, que en la parte de adelante está escrito “Balenciaga Latam”, vinculando a la famosa marca y en la parte de atrás menciona “espíritu colonial”. La obra evoca la colonización y la imposición de las vestimentas en el contexto de la globalización. Un detalle particular es una abarca u ojota, prenda utilizada por las poblaciones indígenas campesinas originarias en Bolivia y que es posible relacionar con los pies de Cristo en la cruz.

Ballivián en la muestra reflexiona sobre el uso de estas marcas occidentales que llegan a Bolivia a manera de ropa de segunda mano o como imitaciones. Podría ser sencillo entender una asimilación cultural hacia las estéticas del norte, usando ropa americana, por los aymaras urbanos o por lxs chojchxs. Sin embargo, al lado de estos jeans, zapatillas o carteras de marcas globales que son vendidas a precios bajísimos, se encuentran también las abarcas, sombreros, ponchos o cinturones de mallkus y jilacatas (autoridades originarias aymaras). Entonces, es posible usar jean con poncho y zapatillas Adidas. También es posible no usar ninguna vestimenta indígena, no hablar aymara, ni quechua, pero preguntarse si se es o no indígena. De la misma manera, alguien que habla aymara y viste como indígena, también a veces duda si es completamente indígena o si quiere seguir siéndolo. La dinámica de las identidades también se encuentra atravesada por el autocuestionamiento de lxs sujetxs.

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Entonces, Ballivián propone que lo chojcho es una manera de existir con estos cuestionamientos existenciales y también con las prácticas. Además, como si se tratara de la antropofagia brasileña, lxs chojchxs se apropiarán de todas estas vestimentas y generará opciones y alternativas particulares. De la misma manera, la pieza Chojcho Cultura es una prenda negra casi como una pieza de un sacerdote con una capucha y el texto explícito que hace referencia a esta identidad. En la zona baja de la pieza, en un lugar casi pélvico, un textil tradicional aymara irrumpe esta especie de túnica.

La obra de José Ballivián nos ayuda a repensar fenómenos como la Feria 16 de Julio y también las discusiones sobre “lo original”, “lo trucho”, la copia, la falsificación, la apropiación, la alienación, lo puro y lo contaminado.

La pieza Ansiedad es una instalación que hace referencia a una chompa o suéter gigante de tres metros de alto. Un tejido elaborado de lana de llama, lana de oveja y lana sintética, que en sus materialidades nos propone la construcción de una pieza en contra los esencialismos. Es decir, en la mezcla, en la unión de varias lanas nos propone la tensión de lo chojcho. En la parte de adelante está escrito con tejido: “Locos por ti”, y en la parte de atrás: “Alta tristeza”.

Recorrer esta exposición de Ballivián invita a imaginar a sujetxs que recorran la ciudad con estas prendas chojchxs y que estas sean la expansión de sus cuerpos y las dinámicas de las identidades. Por otra parte, la obra de Ballivián me permite reflexionar que el arte contemporáneo en Bolivia, que por su tradición es principalmente occidental y que llega al país y se articula con las reflexiones y búsquedas locales, puede ser en sí mismo chojcho, por su carácter impuro.

* Juan Fabbri es licenciado en Antropología, maestro en Antropología Visual y Documental Antropológico y candidato a doctor en Antropología Cultural (Uppsala Universitet, Suecia) y docente investigador en la Universidad Mayor de San Andrés.

Texto: Juan Fabri

Fotos: José Ballivián

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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