La pasión por el vinilo no morirá
Coleccionistas de discos se reúnen una vez al mes en El Alto para compartir su pasión por la música.
Edwin Hidalgo, el dueño de casa, el mayor fan de Kiss del grupo que se ha reunido en su hogar, dibuja una gran sonrisa y sostiene dos ediciones del preciado y rarísimo álbum El Inca, de Wara, valorado por encima de los 1.500 dólares, mientras otro coleccionista de vinilos le toma una foto. “Algún día tendré esta joya”, comenta, sin perder la alegría ni por un segundo. “Es tu oportunidad”, dice otro de los melómanos, “agarrá el disco y corré hasta el fin del mundo”. Se escuchan varias risas y, por supuesto, música: el elegido de este instante es el gran Astor Piazzolla. “Igual nomás te alcanzaría”, dice el dueño de El Inca, arrebatándole la joya a Edwin y, una vez de nuevo en su poder, abrazándola. La hermandad festeja.
Hubo un momento en la vida de Edwin en el que hizo un pacto íntimo con Dios, ya que él es creyente: iba a quemar los objetos que más amaba en el mundo, sus discos de vinilo, a cambio del retorno de la persona más amada, su esposa. Ambas partes cumplieron. “Ella volvió, pero se fue, no resultó”, cuenta, con tristeza, pero luego añade, con la sonrisa volviéndole al rostro, “pero mi colección se multiplicó, se triplicó”. Para Edwin, como para todos quienes están reunidos en su hogar, ser coleccionista no es solo una cuestión de moda, es algo que en realidad tiene que ver con el amor, con el profundo cariño y devoción al arte musical que te salva de la soledad. Entre los mayores tesoros de Edwin, integrante de la Kiss Army Fans, sin lugar a dudas, está el disco de Kiss Alive! autografiado por el bajista Gene Simmons, uno de los fundadores de la famosa banda estadounidense.
“La pregunta clave es ¿cuál es el primer disco de música boliviana?”, cuestiona, por su parte, el antropólogo Fernando Hurtado, también parte de este grupo de coleccionistas, quien, junto a Isaac Rivera, mantiene un proyecto que digitaliza música antigua nacional y la sube a YouTube y comparte por Facebook a través de la página “Ajayus de antaño”.
La historia
Una investigación encabezada por él y realizada en hemerotecas y consultando diversas bibliografías llegó a la conclusión de que el primer disco nacional fue grabado por Aerophoné en Francia y que tenía el himno boliviano por un lado y el himno chileno por el otro. Llama la atención este dato pues todavía, cuando salió al público, en noviembre de 1910, estaba fresco el recuerdo de la Guerra del Pacífico, que había finalizado con el Tratado de 1904. Una posible explicación quizás pueda encontrarse en el hecho de que quien encargó hacer este disco, Gerardo Argote, empresario que ya vendía los antiguos discos de cera, predecesores de los vinilos, e hijo de Ismael, ideólogo de los tradicionales y aún vigentes almanaques Argote, importaba estos discos de Chile, en negocio con Efraín Van. El Himno Nacional de Bolivia está interpretado por la banda republicana de París y el famoso tenor Diego Zegarra es quien lo canta, con un evidente acento francés.
“Pronto sacaremos un libro con cinco décadas de investigación”, promete Fernando, “desde 1900 hasta 1950”. Ante otra gran pregunta, la de cuál es el segundo disco de música boliviana, el investigador refiere que todavía no se sabe. “Solo los catálogos podrían darnos alguna clave”, explica. “Los catálogos de la Universidad de Santa Bárbara de California aseguran que los registros más antiguos datan de 1912. ¿Habrá sucedido algo entre 1910 y 1912 en Bolivia?”, se pregunta, “hay que averiguar”.
Si bien un chileno y un boliviano dieron origen al primer disco nacional, más de un siglo después, otro chileno, Johnny McGregor, ha conseguido reunir a este grupo variopinto de coleccionistas de vinilos. Una vez al mes, desde Arica, Johnny viaja las ocho o diez horas de distancia que existen con La Paz trayendo los encargos de sus mejores clientes. Él también tiene una colección propia, pequeña, de algo así como 100 discos, cuyo álbum favorito es Aún es tiempo de soñar, de Banana. Cuenta que vale la pena correr el riesgo de perder los discos en Aduana o de tener que pagar impuestos por la emoción con que lo reciben los coleccionistas. Aunque a ellos les duela en el corazón, él tiene que abrir los discos que vienen sellados.
Quien, por supuesto, siempre le compra alguno, es el autodenominado “promiscuo musical” del grupo, Rafael Chipana. Su “promiscuidad” lo ha llevado a nutrirse de todos los géneros posibles, desde el más apreciado rock hasta las vilipendiadas cumbias. Asegura que en los vinilos la experiencia del sonido es muy distinta a la que sucede en los formatos digitales. “Tengo un disco de Sinatra”, relata, “y, si lo escuchas con atención, se percibe el sonido de su cigarrillo que se está quemando”, cierra los ojos, como si recordara más ese cigarrillo en manos de un imaginario Sinatra, y prosigue: “en lo insospechado se puede encontrar belleza”.
“Yo diferencio a los coleccionistas entre coleccionistas por género o acumuladores”, dice, por su parte, en comunicación desde Ciudad de México, donde reside desde 2009, Mauricio Torres, quien fuera vocalista de una de las bandas más representativas de la escena nacional, Lapsus, cuyo reggae, rock pop y ska todavía suena con nostalgia entre los conocedores. “Las colecciones son el reflejo personal de un individuo. Las que son curadas por un músico son las más apreciadas”, explica. Su colección llega a los 650 LP (“long plays”, o discos de larga duración), sin embargo, cuenta que ha conocido a personas con más de 10.000 discos en su haber. “Con el revival del vinilo me he hecho más selectivo”, dice, refiriéndose a la tendencia de comprar discos de vinilo en la era digital, “si es que un disco me encanta, recién lo compro en vinil”.
Umar Mash, el disco emblemático de Lapsus, que llegó a ser ‘disco de oro’ gracias a sus 10.000 copias vendidas y cuyas canciones Amarastabrillar o Mi Love son consideradas clásicas de la música boliviana, salió a finales de 1996, cuando el disco compacto irrumpía en el mercado y parecía condenar al disco de vinilo al lugar del olvido en el que se encuentran todavía el VHS y el casete. Estuvo a poco de salir en vinilo, como lo hubiera hecho hace poco el álbum Akasa, de Loukass. Y es por eso, sobre todo como un producto para coleccionistas, que se está manejando la posibilidad de sacar pronto una reedición en plástico. El músico también espera sacar a la luz, en 2019, un proyecto personal en la línea del reggae.
Entre las joyas que atesora Mauricio, se hallan cuatro EP (“extended plays”, o discos promocionales que poseen un par de canciones) de rock boliviano de los años 1980: Trono Azul, Stratos, On y Metalmorfosis, son los nombres de las bandas. Esta última, de heavy metal, es la primera en la que participó Mauricio. Otra joya, aunque bastante alejada de su estilo, es un picture disc (un vinilo con una imagen o el dibujo de la portada sobre sí) de Juan Gabriel con un autógrafo verificado del cantante y que consiguió a un dólar en alguno de los tantos tianguis (mercados de pulgas) del Distrito Federal.
En el extranjero también se encuentra Saúl Callisaya, más conocido como ‘Lito’, entre los amigos. Es poseedor de alrededor de 4.000 discos en su colección, que inició hace 20 años. “Pasa el tiempo, uno se llena de nostalgia y recién valora”, cuenta, en comunicación desde Virginia, Estados Unidos, “por eso empecé a coleccionar sobre todo música boliviana”. Y la nostalgia lo llevó a organizar, de manera semestral, la Feria del Vinil, que este año, durante la primera quincena de junio, llegará a su quinta edición. Esta feria también sirve para vender otro tipo de plástico, casetes y VHS, y para entablar conversaciones y debates entre los amantes de lo retro. Relata Lito, entre sus anécdotas, que, allá por mediados de los 90, cuando la gente se deshacía de sus vinilos, él hizo reeditar, en 200 copias, Cool World, de Karla de Vito, y se fue repartiéndolos, mochila al hombro, por Oruro y La Paz. Ahora esta pieza es un objeto de búsqueda por parte de diversos coleccionistas. A Lito le sorprende cómo las nuevas generaciones observan los discos de vinilo y no pueden creer que ese pedazo de plástico contenga música. “Se maravillan los niños”, celebra y concluye: “A mayor tecnología, mayor nostalgia”.
Imágenes musicales
Para Pablo Vargas, quien trabaja en el Ministerio de Culturas, los picture discs son algo muy especial y tiene una importante colección de ellos. “Son objetos muy hermosos”, explica, “el sonido no es tan bueno como en el tradicional de color negro porque hay un ruido de fondo, casi imperceptible, pero que hace una diferencia; por eso, para escuchar, tengo también las versiones de color negro”. Su afición comenzó en 2014, cuando se hallaba de viaje por Holanda y se topó con estos objetos que lo dejaron maravillado; se trajo 23 discos aquella vez.
Óscar Siñani, trabajador del magisterio, se dedica, sobre todo, a coleccionar piezas del rock boliviano. En parte gracias a la afición de su padre, quien solía comprar discos a menudo, ha llegado a tener una colección de casi 7.000 unidades. Sin embargo, los discos más preciados para él son los 100 LP y 500 EP de rock nacional. “Tengo el 99% de todo lo que se ha hecho”, dice. Si algún poder sobrenatural le obligara a quemar toda su colección y solo se le permitiera quedarse con un disco, él asegura que sería el de Los Laser, una banda fundada por los hermanos Alfonso y Mario Chávez, vecinos de su barrio, Villa Victoria, de los años 1960 y que tenía un estilo similar al de Los Beatles. Sin embargo, esta posibilidad es la más cruel.
Otros coleccionistas en esta reunión, como el economista Huáscar Cajías (cuyo disco a salvar en caso de un incendio sería el Dark Side of the Moon, de Pink Floyd que compró en la adolescencia) o Daniel García (cuyo elegido es El Inca, de Wara, que heredó de su padre), coinciden en que esta actividad trasciende el hecho de una simple moda y que se trata más bien de un complemento espiritual en la vida cotidiana.
Es por eso que, cuando escuchan música, lo hacen como si se tratase de un acto de adoración en un templo, siguiendo un ritual que haría recordar los misterios de lo sagrado y quizás gracias a este ritual también es que han vuelto a tener vigencia los vinilos, ya que en ellos no puedes saltarte las canciones como lo harías en algún formato digital, sino que debes sentarte a escuchar, respetuosamente, cada canción en el orden en el que el artista ha previsto su álbum. Es un ritual, decía, que implica muchos objetos para conseguir el fruto sagrado: tomar el disco con ambas manos, admirarlo, ponerlo con cuidado en el tocadiscos, sentarse, cerrar los ojos y dejar que el sonido lo sea todo. Porque la música es aquello que roza el alma y la acompaña.