Voladoras de La Paz
En La Paz y El Alto, 34 especies de aves se alzan en los cielos y están, principalmente, en parques y plazas.
En el mar de vehículos y gente que suele abarrotar la Pérez Velasco, a Hernán Luizaga se le ocurrió levantar la vista al cielo. “La gente que estaba a mi alrededor pensaba que estaba viendo los edificios, quizás que alguna persona estaba por saltar”. Durante casi un minuto le seguían con la mirada, pero desconocían lo que este administrador de empresas estaba disfrutando: el momento en que un águila estaba intentando cazar palomas en el centro paceño.
El libro Aves de Bolivia – Guía de Campo —elaborado después de 10 años de investigación de ornitólogos, investigadores y académicos— informa que en el territorio nacional existen 1.435 especies de aves, lo que nos convierte en el quinto con mayor diversidad en el continente americano y una de las 15 naciones megadiversas en el mundo.
¿Qué ocurre en La Paz? De acuerdo con el estudio Variación de la riqueza y diversidad de la ornitofauna en áreas verdes urbanas de las ciudades de La Paz y El Alto, escrito por Álvaro Garitano-Zabala y Paola Gismondi, en plazas, parques y zonas con vegetación del área urbana y periurbana hay 34 especies de aves.
No obstante, como la gente que quería saber qué estaba observando Hernán, la mayoría solo suele notar la presencia de la paloma común (Columba livia). “Pero cuando uno empieza a ver con más atención incluso puede ver palomas nativas, que son hermosas”, indica la bióloga Gabriela Villanueva. Ella se refiere a la kurukuta o palomita cascabelita (Metriopelia ceciliae) y a la paloma moteada (Patagioenas maculosa), que suelen pasar desapercibidas a los ojos “normales”.
“Durante las jornadas cotidianas en la ciudad pasas por alto muchas cosas y lo más común es ver palomas, aunque también están las pichitankas (Zonotrichia capensis). Es que si te detienes un momento comenzarás a ver otro tipo de aves”, complementa Hernán, quien está aprendiendo a ser un pajarero, es decir, la persona que se dedica a admirar a los seres alados.
“Cuando comienzas a buscar aves se agudizan tus sentidos”, cuenta Hernán. Sentados en un banco de la plaza España, él y Gabriela miran a los árboles y al cielo, aunque sin que otras personas sigan la vista para saber qué ocurre. Cuando una rama se mueve, de inmediato dirigen su vista para percatarse si se trata de un alado o si tan solo se trata del efecto del viento.
“Otra de las cosas que puedes hacer para identificar a las aves es por el canto”, explica la bióloga. Es que existen especies que tienen una fuerte entonación en su canto y se nota en las áreas verdes. En el caso de las zonas urbanas, un estudio publicado en 2016 por la revista Behavioral Ecology indica que los pájaros suelen piar más alto para hacerse oír entre sus congéneres entre el ruido de la modernidad.
La otra alternativa para encontrar alguna de las 34 especies que pueblan el cielo paceño es imitar su canto, con el fin de atraerlas. En ello, Gabriela se ha vuelto una experta, ya que puede emular el canto de un lulinchu o colibrí rutilante (Colibri coruscans) como de un colibrí cometa (Sappho sparganurus) o un colibrí puneño (Oreotrochilus estella), que tienen detalles y trinos distintos. Es lo más parecido a convertirse en un cazador, aunque con la diferencia de que el resultado es noble: admirar a los voladores paceños.
El Montículo de Sopocachi, el Parque Urbano Central (PUC), el Cementerio General, el Cementerio Jardín, el parque de Auquisamaña, Pura Pura o el bosque de Bolognia, entre otros, son los mejores lugares para observar a los animales alados.
Los vecinos de la zona Sur son privilegiados, ya que en sus jardines suelen posar pájaros diversos, aunque la construcción de edificios ocasiona que las áreas sean cada vez más pequeñas. Por ello, la bióloga sugiere sembrar flores en los patios o poner frutas para que las aves se alimenten.
El desafío de Gabriela, Hernán y otros pajareros es tomar fotografías, para lo cual —siguiendo las recomendaciones de un cazador— tienen que aprender a estar quietos, no hacer ruido y comunicarse con señas. En ese ámbito, el pajarero debe habituarse al entorno, saber cómo bajar la tensión e incluso aprender a respirar.
“Cuando veo algo que me gusta me pongo nerviosa, a veces no puedo tomar ni una foto”, admite Gabriela. Esto le sucede cuando observa colibríes, las aves que más le encantan. “Son lindísimos por el sonido que emiten, por sus colores, por su tamaño”, dice, pese a que no está de acuerdo con el que está en los nuevos billetes de Bs 10, el colibrí gigante (Patagona gigas) pues habita entre el suroeste de Colombia y el suroeste de Argentina y no es endémico del país, como el rayo de sol boliviano (Aglaeactis pamela), que vuela en valles paceños y cochabambinos. Sea el colibrí que aparece en el billete o palomas nativas, lo cierto es que los paceños y alteños tenemos mucho que admirar en el cielo.