Renacer de la iglesia Santa María de Cañaviri
La iglesia, ubicada en el macrodistrito de Zongo de La Paz, a 1.820 metros sobre el nivel del mar, data del siglo XVIII. Construida en piedra y adobe, está cubierta por un techo de paja de la zona
A76 kilómetros del norte de La Paz se esconde una pequeña iglesia rural e incaica que data del siglo XVIII (finales de 1700, sin fecha exacta). No solo su difícil acceso —una delgada y arenosa carretera— la oculta, sino también los altos árboles y la neblina que encierra el paisaje de la comunidad de Cañaviri, macrodistrito de Zongo. Hace unas semanas, los comunarios revivieron el asombro: vieron cómo se volvía a inaugurar su capilla, aquella que durante muchas décadas estuvo descuidada y dañada por el clima del lugar.
En el camino a Santa María Asunta, nombre de la iglesia, uno se encuentra con varios pisos ecológicos. A 4.200 metros sobre el nivel del mar, los nevados del Chacaltaya y el Huayna Potosí se hacen visibles, como también algunas de las represas paceñas. Una vez que uno llega a Cañaviri, desciende a 1.800 msnm y respira un aire húmedo. Uno de los objetivos de la restauración de esta iglesia es explotar el turismo local y añadir lugares de visita en la comunidad.
La capilla de piedra, cubierta por un techo de paja, fue remodelada por estudiantes y profesores de la Escuela Taller La Paz, un espacio de formación dependiente de la Secretaría Municipal de Culturas del Gobierno Autónomo (GAMLP). Los muros, los zócalos, las puertas, la iluminación, fueron algunos de los elementos retrabajados, todos bajo la idea de mantener y respetar la fisonomía arquitectónica.
Construcción civil, forja y carpintería metálica, carpintería en madera, y talla y policromía son las disciplinas en las que los jóvenes se forman en la Escuela y en esta ocasión pusieron en práctica durante varias semanas entre 2019 y 2020, interrumpidos por los problemas sociopolíticos en una ocasión y la pandemia del COVID-19 en otra.
El proyecto, además, se extendió a las manos y obras de quienes habitan la comunidad. “El trabajo fue mancomunado, nosotros hemos puesto la piedra, la arena y la paja, ellos (los alumnos) otros materiales hasta tener todo lo necesario”, cuenta Santiago Ibáñez, secretario general de las comunidades de la región.
En 2019, los habitantes de la zona pidieron a las autoridades de La Paz ayuda para restaurar la iglesia, que en ese momento tenía fallas tanto externas como internas. Es así que el GAMLP delega la tarea a una de sus escuelas donde se forman jóvenes restauradores.
La gráfica
Recuperación arquitectónica
Los trabajos se iniciaron en 2019. “Nos comprometimos a restaurar la parte exterior, pero al llegar hicimos una evaluación y vimos que eran necesarias varias mejoras. Por lo que los alumnos de todas las áreas fueron partícipes. Los de construcción hicieron la cubierta y los muros; los de las vigas, el mantenimiento a la madera y a las puertas; los de talla se ocuparon del sagrario y del retablo de cemento; y, finalmente, forja creó los candelabros para mejorar la iluminación y el sistema eléctrico”, comenta Rolando Saravia, director de la Escuela.
Santa María Asunta es una iglesia construida con técnicas incaicas y estilo neoclásico rural. “Por su tipología de piedra se estima que es de finales del siglo XVIII. Tiene una planta renacentista del siglo XVI con una torre exenta y una sacristía a los pies del presbiterio. Esto se combina con un estilo más neoclásico rural para llegar a su estilo final”, dice Saravia.
“La capilla tiene una sola nave alargada; un atrio con una cubierta simple, muy renacentista; y la torre exenta. En formato más grande, esta arquitectura se aprecia en la iglesia de Callapa, también rural e incaica”. La iglesia colonial del Tata Santiago, ubicada en la población de Santiago de Callapa, fue construida un siglo antes que la de Cañaviri con los mismos materiales: adobe y piedra.
Para llevar a cabo el trabajo, los alumnos fueron rotando su estadía. Se quedaban 15 días en la comunidad y salían otras dos semanas para estar con sus familias. La primera etapa del proyecto, la restauración del techo y de los interiores, concluyó en 2019. “Se restauró la cubierta. Había que mantener, en primer lugar, la morfología, la piedra y la paja. Segundo, ver que no entre agua; y, finalmente, trabajar sobre el mismo sistema constructivo. Hicimos entonces un doble techo. Repusimos todo con piezas nuevas y calamina en medio de los materiales, para que no entre el agua”, explica Saravia.
“En la parte de carpintería se rehidrataron las ventanas y las puertas con aceite de linaza, pues todo estaba muy seco. Hemos cambiado el sistema eléctrico porque todo estaba cerrado por la humedad de la zona”, señala Saravia.
También se trabajó en el santuario y los elementos que lo componen. “Las piezas se hicieron en el taller, por separado. Trabajamos en equipo, así que nos dividimos todo. A la hora del montaje, llevamos todo preparado y por piezas, además de un material por si pasaba algo en el camino. Hemos respetado tanto los materiales como las características de los elementos”, dice Karina Chávez, alumna de la escuela, especializada en talla y policromía.
“Cuando fuimos a la iglesia verificamos las condiciones en las que se encontraba, tomamos fotografías y medidas e hicimos el diagnóstico del estado del retablo, nosotras como talla y policromía, los otros compañeros de construcción civil estaban haciendo el diagnóstico del resto. El primer reconocimiento fue visual, porque no teníamos todo el equipo”, añade.
Su compañera, Luz Ortiz, rescata la práctica que este trabajo les proporcionó. “Fue una experiencia muy práctica. Seguíamos introduciéndonos al tallado. Cuando llegó el momento de trabajar sobre este proyecto, con ayuda de nuestro monitor, fuimos aprendiendo sobre los hechos y adelantamos la teoría de algunos módulos que llevamos más tarde. No teníamos permitido alterar nada, solo restaurar sobre lo que hay y conforme a lo que se ve. Fuimos restaurando según el diseño y las semejanzas de los tallados ya existentes para que no se pierda la armonía ni note la distinción temporal”.
Noche de tormenta
Una noche hacia finales de 2019 una fuerte tormenta tumbó la torre de la iglesia, que ya sufría daños estructurales. “Pensábamos arreglar todo pasando la época de lluvias en abril del año pasado, pero por la pandemia no pudimos. En noviembre hicimos un plan de ingreso. Arreglamos la torre en un trabajo que duró seis semanas”, afirma Saravia.
Además de esto y durante el tiempo de restauración, varios retos fueron apareciendo y otros ya se perfilan. “El desafío principal fue salir de la ciudad de La Paz. La logística de estar en el área rural es compleja, desde llevar el pan, la carne y que nada se descomponga”, dice. “Había que ver que los chicos estén bien, que tengan todo y que tengan cosas que hacer. Apenas llega la señal de internet”.
Frente a ello, se generó un lazo generacional. En un principio, fueron los alumnos antiguos quienes empezaron el proyecto. Con el tiempo se fueron sumando los nuevos. “Hubo mucho compañerismo entre nosotros. Nos levantábamos juntos, buscábamos qué hacer en las horas libres. Nos fuimos conociendo entre generaciones”, cuenta Álvaro Chávez, uno de los participantes en el equipo de obra civil.
Otro de los retos se plantea a futuro y es el mantenimiento del espacio. Las mejoras, por ejemplo, al entorno de la iglesia —en la que se celebran misas solamente una o dos veces al año por la falta de curas— aún están pendientes. “Es la primera iglesia que tenemos como comunidad y estamos felices de que ahora esté en buen estado, aunque todavía le faltan arreglos. El pasto, el borde, el alumbrado, los baños, estamos a medias en todo eso. Estamos prestos a trabajar en lo que venga para mejorarla”, dice Ibáñez.
Uno de los factores que más deteriora la capilla es el clima húmedo y las constantes lluvias. Ante ello, se prevé que en cinco años haya nuevas intervenciones para mantener la capilla, sobre todo la paja y la madera, comenta Saravia.
Contrapunto histórico
Santa María de Asunta fue restaurada por primera vez en 1980 y por segunda en 2007. En ambas ocasiones, y en esta última, se trató de mantener la integridad arquitectónica: piedra sobrepuesta y techo de paja de caña hueca. El año exacto de su construcción es desconocido, pero los comunarios cuentan que los religiosos católicos recorrieron estos lares desde el siglo XVII aproximadamente.
Desde el momento en que se construyó hasta ahora, la iglesia mantiene, aunque con retoques, el altar de mampostería de piedra, donde las imágenes de los santos sobresalen y las cuales son decoradas con las flores que los habitantes de la zona dejan en su visita. La sacristía también fue refaccionada por el equipo.
El valle de Zongo y su río de aguas claras decoran el paisaje que oficia de escenario de esta capilla renacentista rural, ubicada en una zona diversa compuesta por montañas, minas, represas, plantas eléctricas y variadas geografías que ahora dialogan con la arquitectura de antaño, todo esto bajo el velo de la neblina.