Monday 20 May 2024 | Actualizado a 18:37 PM

La tristeza Yuqui: Mujeres que sueñan con agua

Este pueblo indígena con 346 integrantes vive en la provincia Carrasco, en el trópico cochabambino. No cuenta con servicios básicos y vive estigmatizado

/ 7 de abril de 2021 / 12:55

Cuando llora el cielo, los Yuqui lloran con él. Cuando cae el agua de la tormenta es que se ponen tristes. La pena y los recuerdos de los muertos, que todos tienen, que todos tenemos; nuestros muertos.

“Cuando llega trueno, relámpago, agua, mi abuela llora grave. Se acuerda de mi mamá. Cuando pierden la familia, a su marido, recuerdan. Cuando hay viento, se recuerdan de todo. Cuando no tenemos a nuestros familiares a nuestro lado, algunos cuando escuchan esos truenos, lloran y cantan tristes. No pasan rápido su pena.

Cuando fallecen nuestros familiares no comemos, no queremos tomar agua, esa costumbre también tenemos”, cuenta Carmen Isategua, 35 años, excacique en la comunidad de Bía Recuaté.

Ahora un bebé en su vientre no le deja energía para la labor de autoridad que ha ejercido por cinco años.

El pueblo indígena Yuqui del trópico de Cochabamba es uno de los más pequeños en población del país con 346 personas. Sus integrantes viven principalmente en la comunidad Bia Recuaté, ubicada en la provincia Carrasco del departamento valluno a unos 260 kilómetros de la capital. Otros migraron hasta el pueblo Chimoré, que queda a unas dos horas en carro.

Su reciente cambio de una vida nómada a vivir en casas y estar en contacto con el mundo exterior llevó a este pueblo a un limbo, social y cultural. Varias generaciones de mujeres lo cuentan entre lágrimas.

Este pueblo indígena siempre ha sido conocido —y temido— por ser guerrero. Y como “Abba” (en el idioma Yuqui, Biaye, que significa “persona externa a la comunidad)”, según cuenta la excacique, es mejor no acercarse cuando hay tormenta.

“Ese momento quieren encontrar a alguien para hacerle maldad. Quieren flechar en ese momento. Antes dicen, Abba mataba a sus parientes, y algunos lo recuerdan y quieren ese momento mismo encontrar a los collas para matarlos. La gente de afuera tiene miedo a nuestra flecha, esa costumbre tenemos nosotros cuando no escuchan. Esta flecha es silenciosa le dicen, en silencio le puede matar a la gente, sin escuchar ruido. Si se muere un Yuqui tienen que morir tres collas, más o menos así es”, cuenta Isategua. 

Rosa Isategua, en la carpa de su hermana. Foto: Sara Aliaga

Banco Fie y mariposas hermosas

Una reunión comunal ha convocado Abel Iaira Guaguasu, de 35 años. No tiene un cargo oficial en la comunidad, pero es una figura principal para el pueblo, haber sido criado por los misioneros de Misión Nuevos Tribus (MNT), con sede en EEUU, que tuvo los primeros contactos con los Yuqui en los años 60 y luego, junto al Estado boliviano, en 1989 los trasladaron en avioneta a este lugar en la selva, ahora llamado Bia Recuaté. Abel nos abrió las puertas para visitar la comunidad. Ellos son precavidos y no reciben extraños.

Nuestro primer día en la comunidad, a fines de febrero, Abel convoca a todos a una reunión comunal para elegir un nuevo cacique. Sus palabras son fuertes y chocantes. “El nuevo cacique no puede estar durmiendo en la calle frente al Banco Fie. Los Yuqui venden todo. Su cuerpo, su tierra, sus amigos, hasta su alma. Cuando hay plata, todo se quiere vender”.

Cuando salimos a Chimoré entendemos lo del Banco Fie, donde vienen a cobrar su bono de solidaridad una vez al mes. Si quieres encontrar los Yuqui en el pueblo, vas al Banco Fie: duermen ahí.

Busco a Carmen la excacique en la comunidad. El tiempo y los acuerdos siguen otra lógica aquí. “Tal vez esta Carmen, creo que tal vez la he visto”, dicen algunos vecinos. No hay señal de celular para llamarla. Caminamos casi una hora bajo el sol hasta su casa. Nunca he visto tantas variedades de mariposas de todos los colores en el mismo lugar. Bía Recuaté es una mezcla entre belleza y tristeza, entre lo intenso y dormido. Carmen no está en su casa, toca esperar a que aparezca.

‘Las dos semanas más duras de mi vida’

Hace dos años la doctora Gimena Torrico entró por primera vez a Bía Recuaté. Antes otros doctores escaparon por el río o salieron en el mismo transporte que les dejaba en la comunidad. No querían estar con los Yuqui. Gimena tenía que estar dos semanas y el resto del personal de salud había salido. Estaba sola. “Fueron las dos semanas más crueles de mi vida. Siempre he sido muy fuerte y me gustaron las aventuras, viajar me encanta. Esas dos semanas me quedé sola, en esta casa donde hay muchas ratas y estaba yo sola, sola, sola.

La gente por momentos me parecía salvaje. No había luz, ni velas traje, solo mi celular al que se le acababa la batería. A veces escuchaba una canción y la apagaba para no sentirme sola. Para mí, fue muy, muy duro. ‘No voy a llorar, no me voy a desesperar’, me decía; porque si eso pasaba, no había nadie que me diese una palabra de aliento”.

Con el tiempo se adaptó: “Después dije: ‘Tengo que cambiar todo. El sol tan bello. Estos pajaritos, qué lindo’. Cuando volví, al otro mes, me adapté. Pero las primeras semanas… nunca había sufrido tanto en mi vida. Es bonito recordar, porque superé todo eso y me siento muy valiente”.

Con tanto tiempo con los Yuqui, la tristeza también le llegó a Gimena: “Lo más difícil que me pasó en mi vida fue la muerte de mi esposo. Teníamos una familia muy linda. Les digo a mis hijas: ‘Que venga lo que quiera. He empezado a aceptar todo’”.

Y no ha sido cualquier tiempo el que le ha tocado aquí. La crisis sociopolítica en Bolivia que empezó en 2019. Luego la pandemia. Derrumbes e inundaciones.

Gimena nació en Oruro, ahora vive en Cochabamba y pasa más o menos la mitad de su tiempo en Bía Recuaté con los Yuqui, a quienes los antropólogos aún consideran en estado de Contacto Inicial. Por ejemplo, está el concepto de los tiempos. No puedes decir a los Yuqui que tomen una pastilla a tal hora o tal día.

ROSTROS. Carmen Isategua junto a su sobrina Dina Guaguasuvera. Foto: Sara Aliaga

La amenaza pandémica

“Apenas nos enteramos del COVID-19, yo decía: ‘¡Este pueblo va a desaparecer!’. Porque nos han informado que con las enfermedades de base es fatal. Y aquí la mayoría tenía desnutrición, tuberculosis o anemia”. Pero no fue tan grave como la doctora temía. Hasta ahora se han registrado 23 casos positivos con este mal. 

“La tuberculosis ha matado su población cada año en gran número. Es la enfermedad de los pobres. Donde vive mucha gente no hay limpieza, la alimentación y la higiene también es muy mala. Todo eso hace que la enfermedad esté prevalente en todos sus habitantes. Es una enfermedad terrible, que en gran parte de Bolivia está erradicada, pero aquí es el pan de cada día, por el hecho del agua, que no es potable. También hay parasitosis, anemia, desnutrición y micosis”. En otras palabras, un cuadro muy complejo, un pueblo con graves problemas de salud.

Recuerdos de la vida nómada

En una hamaca de tejido encuentro a Rosa Isategua Guaguasu, de 72 años. Está junto a su hija Ana. En su familia todos sufren de tuberculosis y tosen mucho, todo el tiempo. Rosa tiene una mirada dulce y nostálgica. Recuerda el tiempo antes de Bía Recuaté. Su relato fluye entre español y Yuqui, Biaye, intentamos seguirlo. 

“He vivido al monte. Había tanta fruta para comer. Toda la gente sacaba fruta. No sufrimos para comer. La gente robaba plátano para comer. Dormimos afuera tranquilos, en hamacas nomás, no había camas. Había carne, mono, chanchos. Los hombres cazaban. Así era en el monte”.

Y a ella le llega también rápido la tristeza Yuqui y sus ojos se hunden: “Mi esposo nos ha dejado. Y mi hijo. Mi mamá, mi hermana… se fueron a la casa de Jesús. He sufrido mucho. Mi esclava también murió”.

Cuando los Yuqui vivían en la selva era común tener esclavos, como cuenta Rosa. Y los robos a los campesinos causaron conflictos, hasta muertos, tanto de yuquis como de colonos. El choque entre vivir libremente en la selva, como los Yuqui, y el concepto de propiedad privada, de los colonos, ha sido y es muy fuerte.

Rosa llegó a Bía Recuaté con su primer hijo y su esposo, dejando a los que aún viven en aislamiento voluntario. “Los bárbaros hay en el monte. Miel de abeja han sacado. ¡Estaban bien cerquita los bárbaros! Mi hijo los vio cuando se fue a bañarse en el río. Tenían una mochila para llevar plátano”. Rosa se emociona mucho hablando de sus hermanos Yuqui en el monte. Está tejiendo un bolso con un hilo hecho de fibra del árbol del ambaibo.

Con inocencia foránea pregunto quién la enseñó a tejer, esperando que hable de su familia. “Teresa, una gringa”, responde. Nos interrumpe el hijo de Rosa, que llega muy borracho y nos echa del lugar. No queremos problemas, sabemos del carácter Yuqui: nos vamos. Otro día nos encontramos con Rosa sonriente, cosechando el fruto coquino junto a otras mujeres. Será la comida del día. Aún mantienen sus costumbres de cosechadores y cazadores, su conexión con la selva que les rodea.

Niños de la comunidad jugando en un campo abierto de Bía Recuaté. Foto: Sara Aliaga

Morir de pobreza

Gimena, la doctora, también habla de “los bárbaros”. Les tiene miedo. Un informe de 2010 de la organización IWGIA (Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas) sostiene que existen Yuquis que viven en aislamiento voluntario, es decir sin contacto con el mundo exterior. En el planeta hay alrededor de 100 pueblos que viven en aislamiento voluntario, la gran mayoría en la Amazonía, sobre todo en Brasil, pero también en Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia.

Según un estudio de la antropóloga boliviana Ely Linares, se estima que existen unas 20 personas o entre tres y cuatro familias Yuqui que permanecen en situación de aislamiento voluntario.

La noche en esta comunidad intimida, asusta, impresiona. Una noche sueño que mis padres me iban a mandar a un orfanato, que no me podían cuidar. Era chiquitita y fue tan real, que me quedé casi con la duda. ¿Fue un sueño o un recuerdo lejano? Todo el día me quedé impregnada de un profundo dolor. “¿Había interiorizado la tristeza Yuqui?”. Estaba el sentimiento de ser abandonado, de no pertenecer.

La doctora a veces se siente frustrada porque las habitantes del pueblo no le hacen caso: “No les gusta que les llamen la atención. Pero a veces es necesario hablarles duro, sobre todo si se trata de su salud, porque se trata de su vida. No estamos hablando de otra cosa cualquiera, sino lo más importante que tiene el ser humano, que es su vida”.

Gimena cuenta cómo todo el pueblo se enojó con ella porque había muerto una señora, en la ambulancia, cuando estaba camino al hospital. Y las cosas se pusieron feas hasta que Abel llegó a defenderla. “Ese día estaba lista para irme. Me querían linchar y no era mi culpa”. El tiempo desde que llaman a una ambulancia hasta llegar a un hospital afuera es de unas cuatro horas. “Es terriblemente duro cuanto eso sucede”.

Ahora Gimena está preocupada por Carmen, que quiere tener su bebé en la casa. “Si pasa algo se puede desangrar camino al hospital y ella y su bebé pueden morir”.

También se entristece recordando cuando murió un niño con severa desnutrición y anemia. Había tratado de convencer a los padres de llevarle al hospital afuera, pero no querían y el pequeño murió. “He llorado mucho. Amaba a aquel niño muchísimo. Cuando decidí estudiar esta carrera no pensé en ganar millones, sino en que voy a ayudar a la gente, porque la gente se muere por pobre y porque no conoce. Si no tiene plata, se muere, porque no hay cómo pagar lo que cuesta sanarse. Para mí, trabajar con ellos es una bendición muy grande. He aprendido miles de cosas con ellos. Quiero que estén bien, pues. Les tomo como mi familia”, dice la doctora y relata cómo les extraña cuando está afuera, y siempre les llama para felicitarles para su cumpleaños. “Ellos no saben que tienen cumpleaños pues yo soy la única que sé de estas cosas”.

RECURSOS. El río Chimoré no solo provee su suministro de agua para consumo, sino también es su lugar de aseo y de pesca. Foto: Sara Aliaga

‘Grave desean nuestro territorio’

Un día se convocó a un trabajo comunal para limpiar el camino. Carmen tenía cita médica el mismo día por su embarazo. “Estoy preocupada. Pero es que no puedo faltar a esta cosa en la comunidad, no puedo,” explica. “Voy a pedir otra cita”.

Para la excacique es importante el plan de manejo que tienen para la protección del territorio. “Ahí los colonos nos respetan. Si no hay plan de manejo pueden entrar al golpe a nuestro territorio, grave lo desean nuestro territorio, por eso armamos el plan de manejo para que no circulen dentro, no siembren coca, digamos.” Carmen también piensa en los Yuqui en aislamiento voluntario que están viviendo dentro de estas tierras indígenas. “Hay gente, nuestros parientes mismos, gente que no conocemos, pero ellos viven dentro de nuestro territorio”.

Aparte de que el territorio provee los recursos naturales para la sobrevivencia de este pueblo, su cuidado es una forma de proteger los bosques. Según un reporte publicado por la oficina regional de la FAO para América Latina y el Caribe, los pueblos indígenas de América Latina son los mejores guardianes de los bosques de la región con tasas de deforestación hasta un 50 % más baja en sus territorios que en otros lugares.

La excacique es una mujer fuerte, se luce su espíritu Yuqui, de guerrera. No duda en pelear contra narcotraficantes u otros interesados en sus tierras. “Como autoridades ya estamos amenazados por ellos. Decían que nos van a matar, así nos amenazaban. Grave me he enfrentado con gente de afuera para que no ingresen más cosas ilícitas, grave ha sido cuando era dirigente. Por eso a veces cuando no quieren escuchar, con flechas vamos a bloquear, así es nuestra costumbre”.

Llorar como un canto

Naty Belén Guaguasu Guasu, de 15 años, está estudiando en cuarto año de secundaria en el colegio en Bía Recuaté junto a otros 79 niños y niñas. La comunidad también tiene un internado financiado por los recursos del aprovechamiento de la madera del plan de manejo de su territorio. En el internado viven unos 30 niños. Algunos son huérfanos que han perdido a sus padres en la epidemia de tuberculosis. Y también niños cuyos padres salen a trabajar afuera, que prefieren dejarlos ahí para que estén en la comunidad.

“Me siento orgullosa de ser Yuqui, ¿por qué debería tener vergüenza si aquí estoy viviendo? No hablo tanto Yuqui porque mi mamá no me enseñaba. Solo lo que he aprendido con mi abuela, quien ya se ha fallecido”, expone.

Y a la adolescente también le llega la nostalgia y el recuerdo de la muerte: “Mis dos primas fallecieron al mismo tiempo, el año pasado en un accidente en moto en la pandemia. De mi tamaño eran, Jaquelin y Nancy”, y baja la voz cuando las nombra. Los Yuqui no deben pronunciar los nombres de los muertos. “Cuando una persona fallece, toditos vienen, tienen otra forma de llorar. No puedo hacer eso. Hablan en el idioma y lloran como un canto. Mi abuelo Lorenzo llora así. Y cuando las ranas lloran, va a llover dicen”.

Mientras hablo con Naty Belén, llora el cielo, a la quinceañera le preocupa la falta de electricidad en su comunidad: “No hay luz, solo vela o linterna. También tienen que limpiar la antena, porque no hay señal”, muestra algo que parece un árbol, pero que resulta ser una antena para internet.

El miedo de perder el idioma

Dina Ie Guaguasubera, de 27 años, es la cocinera para los niños del internado. Le pregunto sobre canciones. Todas las mujeres cantan, en Biaye, temas cristianos. Incluso éstos hablan de la tristeza: “Que estés feliz y nunca triste, porque Jesús vive, no estés triste”, traducen. Aún se siente fuerte el legado que han dejado los misioneros de Misión Nuevos Tribus (MNT), que dejaron la comunidad en 2005 cuando el Gobierno boliviano retiró su permiso para trabajar con los Yuqui.

“Era mejor mi comunidad antes. Ahora la veo muy triste. El idioma es lo que más me preocupa. Cuando era niña, mi papá y mamá me enseñaban a hablar el idioma. Y ahora hay dificultades, hasta mis hijos no saben hablar mi idioma, sí entienden, pero no hablan. Es muy importante que aprendan a hablar, porque nosotros somos poquitos y tal vez se pierda. El idioma ya nadie va a hablar. Tal vez yo me muero y mis hijos no van a saber. Si no saben, se puede perder mi idioma. Si eso pasa, es como si fuera que no vamos a existir”.

Según el Atlas de Unesco de las lenguas del mundo en peligro, el idioma Yuqui se encuentra en grave peligro de extinción. Según la antropóloga Ely Linares, de los 346 habitantes del territorio Yuqui, el 75% de la población habla la lengua biaye.

La mujer Yuqui cuenta cómo su pueblo sufre discriminación cuando va al pueblo de Chimoré. “Hablan mal de nosotros, dicen los Yuqui son cochinos, los Yuqui son flojos. Así habla la gente de afuera. Dicen cuando uno está sentado ahí comiendo: ‘¿Por qué comen en la calle, por qué no van a su casa o por qué no comen en una mesa?’. Así nos miran. Pero la gente trabaja afuera. Y comen pues, no tienen una casa; trabajan, se buscan la vida”.

En Chimoré se tiene esta percepción de los Yuqui. Un señor cuenta que en el pueblo se ha querido sacar a todos los Yuqui hace un par de años, o cómo ellos tenían relaciones sexuales en las calles, que robaban la comida del plato de la gente en el mercado; que dormían en la calle, que no respetaban las reglas de convivencia de la sociedad en el pueblo.

¿Cómo sería para los citadinos el tener que vivir como nómadas en la selva? Es difícil imaginar un cambio así en la vida. ¿Es por eso por lo que los Yuqui sienten esa tristeza? No pertenecen aquí, ni allá.

Alcohol y niñas-madre

Otro tema complejo con los pueblos en contacto inicial, como los Yuqui, es el de las adicciones, ya sea de azúcar, de medicinas, de alcohol o de drogas.

Dina cuenta que ella y su esposo tenían problemas con el alcohol desde hace menos que un año: “Cuando era chica, era bien fiestera y me gustaba tomar. Él borracho llegaba, me pegaba, feo me pegaba. ¡Yo también le pegaba con palo y todo! Pero hemos dicho: ‘Mucho estamos tomando, hay que cambiar nuestras vidas’. Nos hemos reconciliado con el Señor, tratamos de cambiar nuestras vidas. Ya no voy a las fiestas, mi marido ya no toma, y estamos tranquilos con nuestros hijos. Como medio año ya no tomamos”. 

Tienen cinco hijos; su primer hijito lo tuvo con 14 años. Algo normal en los Yuqui: las niñas-madre. Y no es raro que el padre sea de la misma familia. “Las niñas no están al cuidado de nadie, están en la calle y cualquier cosa puede pasar. Parece que en mujeres adultas lo mismo ha pasado. Algo normal. Una costumbre con ellos. Y parte de su cultura hasta que se podría decir que nos choca a nosotros. Pero es así —se preocupa la doctora—. Los hombres están con una mujer o una niña. Es triste. Hay una señora que tiene seis deditos. Otros tienen deficiencias intelectuales por estas situaciones. Sus padres son hermanos o primos. Y así hay varios casos”.

Los primeros bachilleres

Claudia Bazoalto Almaraz, de 30 años, es profesora en la primaria en Bía Recuaté. Recuerda su llegada hace más de tres años: “Verlos era algo triste. Siempre salían, no se quedaban aquí. Siempre los veía allá en el pueblo (Chimoré). Estaban queriendo olvidarse de su cultura. Los maestros hemos trabajado bastante en concientizar, en que su comunidad no debe ser olvidada, más bien debe ser valorizada, su cultura y su lengua”.

Todas las tardes la profesora va al río a bañarse y lavar ropa. Un paisaje bello, atardeceres espectaculares. Pero también lo hace por falta de servicios básicos: “Aquí faltan luz eléctrica, agua potable. Ellos todavía carecen de esto. Tienen derecho a tener energía eléctrica, de vivir cómodos. Por falta de servicios básicos emigran al pueblo; y como ven que hay luz, hay agua, entonces prefieren estar allá”.

El año pasado salieron los dos primeros bachilleres de Bía Recuaté, y fue un evento del cual toda la comunidad se sintió orgullosa. Y al verlos en el pueblo Chimoré, dicen: “Mira, ahí están nuestros bachilleres”. Es un gran logro para los Yuqui. Pero la profesora está preocupada porque hay un problema con la asistencia de las chicas a la escuela. “Las mujercitas en la etapa de adolescencia están desertando de la escuela. Piensan que ya tienen que formar familia y no es tan importante el estudio. Con sus 13 o 14 años, algunas ya están embarazadas. Eso preocupa. Tienen una mentalidad un poco perdida. Preocupa que a una edad temprana muchas han dejado de estudiar”. Claudia habla apenada de tres hermanas huérfanas que venden el cuerpo de una de ellas a los hombres en Chimoré.

La doctora también está preocupada. “Es como si las leyes no entraran acá. Parece Sodoma y Gomorra: mentira, engaño, robo, flojera, hay incesto. Hay todo esto. Hasta homicidio hay. Sí, es pesado”, dice.

 Pero no todo es incierto o desesperanzador: Irma Guasu Guaguasu, de 25 años, fue elegida como concejala Yuqui en el municipio de Puerto Villarroel.

Representando a su pueblo Yuqui, con orgullo y con un poco de nervios también, se pone su típica vestimenta tejida. Ella lucha para mejorar las condiciones de vida de su pueblo, quiere que su comunidad Bía Recuaté salga adelante. “Somos poquitos, pero ahí vamos, adelante”. La líder está gestionando para que llegue luz y agua a su comunidad.  

“Deberíamos ser orgullosos, de ser los únicos a nivel nacional. Somos los únicos Yuqui que existen. ¡No hay más! Para que pueda vivir la gente, el 100% en la comunidad, nosotros debemos tener luz y agua. Muchas veces, por eso salimos nosotros, porque no hay agua. Nos enfermamos. Digamos por tema del agua y de la luz. Ya no queremos vivir en oscuridad, como hace años, con velita hacemos nuestras tareas. Deseo que algún día llegue la luz. Eso es mi sueño, agrandar la comunidad”.

VIDA. La falta  de electricidad impide que haya educación virtual, las clases presenciales son la única opción. Foto: Sara Aliaga

Revivir en pandemia

Retornamos con Dina —la cocinera del internado—, y sus recuerdos: “Mi papá era cazador. Cazaba el mono arriba, con flecha. Tenía también escopeta. Nos traía fruta del monte, miel y carne. Buena gente era mi papá. Pero se ha muerto. Se ahogó en el río hace poco. Más bonito era todo cuando era niña, mi comunidad. Ahora los veo tristes, porque la mayoría salen. Abandonan su casa, su comunidad”.

A causa de la pandemia, muchos Yuqui regresaron a su territorio para protegerse. “Contenta paraba yo, bonito era mirarlos a ellos. Lleno en el río, todos a pescar. Comían bien. Harto pescaba mi gente, harta gente bañándose. Me sentí feliz porque toda mi gente ha venido en tiempo de pandemia”, rememora.

El sueño de Dina es que sus hijos sean profesionales: “Quiero que ayuden a la comunidad. Sueño que un día va a haber una buena carretera, que va a haber plaza aquí y tienda. Que va a mejorar la comunidad. Tienen que imaginarlo, les digo a mis hijos. Me imagino, mamá. Va a haber plaza, mamá, cuando seas abuelita”.

*Este reportaje fue realizado gracias al fondo de emergencia COVID-19 para periodistas de National Geographic

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EL REGRESO Los trazos de José Ballivián

El artista paceño presenta una selección de dibujos en Kiosko Galería de Santa Cruz

Los trazos de José Ballivián

/ 19 de mayo de 2024 / 06:58

—¿Qué hará Quilco en la vida?” —él respondió resuelto: — ¡Nada!

Y tornó el camino de regreso, entregándose a los brazos abiertos de su solar nativo. Surcó con pies recios el lomo de mar endurecido de la pampa, se peinó la cabellera con el viento y aplacó su sed en el arroyo tímido. Se santiguó con la cruz de los cuatro puntos cardinales y se santificó con el aire de las cordilleras. Se envolvió de pampa y se puso frente al horizonte, camino de su hogar. Entonces el asno le mostró su fatiga y la majada le contó los secretos de la pastora.

Y cuando Quilco se hubo reintegrado a sus campos, puso las manos en los hombros de su padre y le habló en aymara:

—Tatay me he regresado…

Fragmento final del cuento ‘Quilco en la raya del horizonte’ de Adolfo Cáceres Romero

La reflexión sobre lo mestizo implica una definición de raza, una combinación que se ha producido en Bolivia antes de la llegada española y que tuvo un impacto político por los privilegios que gozaban los españoles y sus hijos durante la así llamada colonización.

Las reivindicaciones raciales, de alguna forma fracasadas durante la revolución de 1952 en Bolivia y los grandes esfuerzos políticos de este siglo por darle presencia a algunos grupos hasta entonces marginados, generaron propuestas estéticas que no solamente repiensan la idea de igualdad ante la ley, sino que también reivindican sus expresiones estéticas y, en algunos casos, como los de Adriana Bravo, Iván Cáceres y José Ballivián, entre otros, estiran esta reflexión hasta lugares que si bien transgreden los márgenes de lo políticamente correcto, son una inevitable muestra de la expresión cultural de una Bolivia actual, responsable por una condición social en la que los flujos comunicativos ponen en permanente diálogo lo local, popular y andino con los dejos producto de la imparable invasión global. 

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Esta muestra titulada El Regreso, inspirada en el cuento Quilco en la Raya del Horizonte de Adolfo Cáceres Romero, sugiere un retorno a una práctica tradicional y a una representación normativa como lo es el dibujo de José Ballivián, pero que se distingue y se diferencia por las temáticas que presenta y en las que se pone en tensión combinaciones culturales poco ortodoxas y en muchos casos políticamente incorrectas.

José Ballivián reflexiona sobre las múltiples capas que conforman la identidad nacional.

La selección de dibujos de distintas épocas conjuga un cuerpo de obra que se enfoca en lo así definido como mestizo, pero que simplemente implica la visibilización de ciertos grupos que consiguieron combinar con éxito visiones transversales sobre lo boliviano.

*El artista José Ballivián expone una selección de dibujos del 2013 – 2024 en la exposición ‘El regreso’ en Casa Melchor Pinto (con la colaboración de Kiosko Galería) de Santa Cruz. La muestra permanecerá abierta del 26 de abril al 2 de junio.

PERFIL

José Ballivián nació en La Paz, Bolivia. El artista visual estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles. Ha expuesto en muestras individuales y colectivas, como la 57a Bienal de Venecia en Viva Arte Viva, en el Pabellón de Bolivia (Venecia, Italia); Bienal Sur (Buenos Aires, Argentina), Bienal Conart (Cochabamba, Bolivia), Bienal Siart (La Paz, Bolivia), Museo de Arte Contemporáneo MAR (Buenos Aires, Argentina), Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino + Macro (Rosario, Argentina), Museo de Bellas Artes (Salta, Argentina), Museo Emilio Caraffa (Córdoba, Argentina) y el Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro (Tucumán, Argentina), entre muchos otros.

Texto: Douglas Rodrigo Rada

Fotos: José Ballivián

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Máncora Restaurant & Bar: Los sabores del Perú, en Sopocachi

restaurante y bar Máncora

Por Fernando Cervantes

/ 19 de mayo de 2024 / 06:47

Crónicas gastronómicas

Máncora es el nombre de una de las playas más bonitas del norte del Perú, caracterizada además por tener un agradable clima cálido los 365 días del año. Antiguo pueblo pesquero, tuvo entre sus visitantes nada menos que al laureado escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien anduvo por esos lares allá por el año 1956.

En la ciudad de La Paz, Máncora es el nombre de un nuevo restaurante situado en el barrio de Sopocachi, en el tercer piso de una antigua casona que cuenta con una calurosa terraza en la cual se puede disfrutar de una extensa carta que incluye variedad de ceviches, aperitivos, arroz con mariscos, chaufas y también platos para compartir, como piques o milanesas de la casa. Las especialidades peruanas —como el chupe de camarones, el lomo saltado o la jalea de mariscos— también dicen presente en este menú, pero evidentemente el protagonismo lo tiene ampliamente ganado su barco marino, que trae a bordo platos como el arroz dulce con camarones, jalea de mariscos, ceviche de trucha, ceviche de mariscos, cóctel de camarones, arroz chaufa de pollo, chaufa de mariscos, chaufa de carne, ceviche de camarones, salsas y canchita con chifles. El barco para seis personas está 350 bolivianos y para cuatro personas, a 250.

Algo interesante de mencionar es el amplio horario en el cual este restaurante abre sus puertas, pues se puede visitardesde las 10 de la mañana hasta las 10 de la noche los días de semana y el fin de semana la cocina está abierta hasta las 4 de la mañana.

Máncora Restaurant & Bar

  • Dirección: Av. Sánchez Lima # 2201, 3er nivel. Sopocachi.
  • Reservas: 72009685       
  • Rango de precios: Bs. 24 (empanadas de choclo y queso) a Bs 350 (Barco marino para seis personas)    
  • Producto estrella: Barco Marino. 
  • Horario de atención: Lunes, martes, miércoles y domingos, de 10.00 a 22.00. Jueves, viernes y sábado de 10.00 a 4.00 del día siguiente.

Peter Pablo es el propietario

restaurante y bar Máncora

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Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda,  Correo: [email protected]

Texto y fotos: Fernando Cervantes

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Nación Menotti: Un espectáculo para pensar

El 5 de mayo falleció el entrenador argentino César Luis Menotti, Julio Peñaloza recupera un texto que hizo sobre la visión de este estratega

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 19 de mayo de 2024 / 06:45

Pep Guardiola se convirtió en la confirmación de todo cuanto César Luis Menotti pregonaba desde los años 70 sobre el juego a partir de una militancia, de una visión del mundo. Definió que el catalán era el Che Guevara del fútbol. Fue en 2014 que el más talentoso pedagogo de la palabra futbolera en castellano pronunció las últimas palabras, tajantes e irrebatibles: Jugar bien puede ser una cosa para unos y muy distinta para otros. De lo que ya no hay duda es de en qué consiste jugar lindo. La inteligencia, la claridad conceptual y el buen decir fueron características de este que nos enseñó a amar el fútbol como manera rotunda y lúdica de amar la vida. Extrañaremos tanto al Flaco, con la certidumbre de que siempre estará entre nosotros. A continuación el texto (originalmente publicado en 2014 y ahora con algunas actualizaciones) que homenajea a ese flaco, fumador empedernido que partió a los 85 años, víctima de una anemia severa:

Cómo le pega Leonardo Pisculichi de media distancia. Para disparar al arco o para enviar centros perfectos a sus compañeros mejor habilitados.  Cómo le pega  Neymar Jr. que le hizo el segundo al PSG con la clase de los que saben, desde fuera del área y con el ligero efecto que hace del remate, pelota inatajable. Cómo le pega Marcelo Martins que anotó uno de bolea en su cierre de temporada para ser nombrado el mejor extranjero del Brasilerao. Pisculichi estaba de regreso de Qatar con 30 años y el ojo clínico de Marcelo Gallardo sirvió para que un jugador en retirada se convirtiera en la manija de River Plate para conquistar la Copa Sudamericana. Pasar bien y recibir bien son fundamentos ineludibles con los que debe contar un buen futbolista, pero pegarle con precisión y puntería pueden encausar triunfos como el obtenido por los de la banda roja frente a Atlético Nacional de Colombia, o el Barcelona dando vuelta un marcador en partido de Champions, o el Cruzeiro cerrando la temporada con un año fabuloso para el más importante jugador boliviano fuera del país.

El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola
El entrenador argentino César Menotti con Pep Guardiola

Siempre convencido de que el buen trato de la pelota es el que marca las diferencias de calidad entre unos y otros —para pasarla, para gambetear, para pegarle de lejos—, me reencontré con los orígenes que me convencieron de que el fútbol es un espectáculo para pensar. Esos orígenes están exclusivamente vinculados a mis ávidas lecturas de El Gráfico en 1978 cuando César Luis Menotti, además de ser el seleccionador argentino, fue el locuaz narrador de una aventura entremezclada por jugadores bonaerenses con otros de provincia, que terminaría con la obtención del primer título mundial para la albiceleste.

Pues bien, el número de El Gráfico del último mes de 2014 se presenta con un primer plano del Menotti actual (76 años), canoso, surcado en su rostro por el transcurso del tiempo, quien ofrece respuestas a 120 preguntas y cero cigarrillos luego de haber sido fumador empedernido, que lo confirman como al entrenador que nos enseñó que el fútbol es jugar bien, pero que para ello, aparece como casi imprescindible contar con el maravilloso instrumento de la palabra para vehicular una manera de comprender y explicar el juego, y para eventualmente rebatir tantos falsos debates acerca de la asociación que se hace entre buen fútbol y resultado.

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A Menotti le debemos infinitas reflexiones, incontables ejemplos, ácidas comparaciones y rivalidades que vale la pena sostener, en el convencimiento de que siempre será un buen ejercicio intelectual combatir a los detractores del discurso creativo, los portavoces y hacedores de la practicidad, del camino vertical y simplificado, de la espera antes que de la búsqueda, del ponerse a buen resguardo antes que arriesgar, de los cultores de la falta táctica para anular la inventiva del otro, en la medida en que se carece de prosa o poesía propias. Y es justamente en estas coordenadas que el fútbol seguirá invariablemente siendo juego antes que  botín político, —a pesar de haberse convertido en un negocio descomunal— ese que el propio Flaco calificó alguna vez: “Amo el fútbol, pero su entorno me pudre”.

Menotti fue mi maestro por entregas semanales de la legendaria revista argentina. Me enseñó a mirar el juego apreciando la sensibilidad de los artistas que terminan dominando la pelota con todos sus misterios de trayectorias o inexplicables desapariciones, y es a partir de él que pude entender mejor lo que hizo Brasil del 70, Holanda del 74 y el Barcelona de la prodigiosa década de la santísima trinidad, Messi, Xavi e Iniesta. Justamente en esta conversación con el periodista Diego Borinsky encontramos, como si se tratara del hallazgo que nos faltaba para completar el rompecabezas de nuestras convicciones, el siguiente criterio sobre lo hecho por Josep Guardiola en La Masía y el Camp Nou: “Lo de Guardiola fue un huracán devastador, arrasó con toda la trampa y la mentira, los aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil.” Y como para hacer más ilustrada tan rotunda afirmación, completemos el panorama con esta otra: “Fueron asesinados por Guardiola. Felizmente asesinados, los decapitó, les cortó la cabeza, las patas, se acabó, no se puede hablar más, porque ahora Guardiola va a Alemania y mete 7 goles, o como el otro día, que su equipo hizo 35 toques y la empujaron adentro del arco. Se acabó. Esto no quiere decir que no se pueda ganar de la  otra manera, eh, pero eso que ello pregonaron de que no se puede ganar jugando lindo, eso que hay que ganar y punto, se acabó. Ahí tenés a Guardiola: juega lindo, te ganó 16 títulos, les rompió el culo a todos, inventó a un montón de jugadores. A Piqué lo trajo por dos mangos de Zaragoza, Puyol decían que era un burro que no podía jugar y la rompió. Iniesta era suplente. Se acabó. Los decapitó.”

Diego Armando Maradona

¿Qué más? Para fines de comprensión del contexto boliviano es bueno recordar algunas frases convertidas en eslogans, proferida por algunos jugadores de nuestra liga: “No importa si jugamos mal, lo importante es que ganamos” o “hay que ganar como sea”. Listo. Son esos mismos jugadores los que culpan al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el estado del campo, los árbitros y cuantas excusan encuentren en el camino para justificar su mediocridad o las limitaciones inocultables de sus desempeños. He aquí entonces la explicación de por qué inicio este texto refiriendo las virtudes de tres futbolistas —Pisculichi, Neymar Jr, Martins— que demuestran lo que son con la pelota y no por lo que no pudieron conseguir en la vida. He aquí la explicación de por qué en Bolivia no hablamos de fútbol como nos lo propone Menotti, porque puede resultar incómodo el desmontaje de escuálidas propuestas tácticas basadas en la espera y en el contraataque tal como consiguió en gran medida The Strongest su tricampeonato: Jugando a lo Tigre, con valentía, tantas veces feo y casi siempre pensando primero en el cero en arco propio. Así de pobre es nuestro “profesionalismo”, en el que se debate sobre la filosofía de la papa frita y casi nada sobre cómo tratan la pelota nuestros equipos.

Han transcurrido 46 años desde que Argentina ganara en el Monumental de Buenos Aires su primera Copa del Mundo, y la marca rosarina de Menotti sigue indeleble, así como las de paisanos suyos, igual de valiosos por su inteligencia y claridad conceptual para comprender el juego como Marcelo Bielsa, Jorge Valdano, Lionel Messi, o Norberto Fontanarrosa. Así, con personajes de tan grande credibilidad, el fútbol, continúa siendo una extraordinaria aventura a descubrir y conquistar todos los días en el verde césped.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Internet

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‘Experiencia Ítaca’: la travesía interior multisensorial

La espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión de la protagonista

La actriz Cristina Wayar y la directora general de la obra, Roswitha Grisi-Huber.

Por Mitsuko Shimose

/ 19 de mayo de 2024 / 06:41

El hecho de haber sentido, conocido o presenciado algo tiene que ver con la vivencia, una de las acepciones de la palabra “experiencia”. Esta vivencia es transmitida a través del viaje interior en Experiencia Ítaca, propuesta teatral del grupo La valija de Penélope, que obtuvo el apoyo del Fondo Concursable Municipal de las Culturas y las Artes (Focuart 2023), estrenada ese mismo año y que regresó hace poco  a las tablas del Centro Cultural de España en La Paz y la Casa Grito. Esta obra, dirigida por Roswitha Grisi-Huber, es la puesta en escena del poemario Ítaca, de Blanca Wiethüchter (1947-2004), cuya reedición fue gestionada también el año pasado por el grupo teatral después de que la edición del año 2000 se hubiese agotado.

Experiencia Ítaca busca no solo mostrar la vivencia de Penélope (Cristina Wayar) durante la angustia de su espera —una angustia de amor que, para el teórico literario y ensayista francés Roland Barthes, en su libro Fragmentos de un discurso amoroso (2014), “es el temor de un duelo que ya se ha verificado, desde el origen del amor”—, sino también hacer vivenciar al público dicha angustia —y su resolución— a través de recursos multisensoriales.

Lo primero que se ve al ingresar al teatro es, naturalmente, la escenografía. Más allá de los elementos en la escena, lo que más resalta son los diversos colores, sobre todo en los vestidos guardados en el closet de la protagonista, los mismos que viste para pintar aquella espera grisácea. Bien lo señala Barthes que existe una “escenografía de la espera”, donde se provocan “todos los efectos de un pequeño duelo”, el cual es rehuido por  ella mediante el uso de prendas en toda la paleta de colores, convirtiéndose así el (des)vestirse en un acto subversivo.

En la puesta en escena se siente, además, el aroma del humo de la vela que la actriz apaga luego de prenderla, cuya luz denota esperanza, y desesperanza cuando ella extingue la llama con su aliento. Era al encender la vela que su angustia se incrementaba, lo que no quiere decir que al apagarla el desasosiego desapareciera. “La angustia de la espera no es continuamente violenta; tiene sus momentos apagados”, apunta al respecto Barthes.

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El sentido del gusto se hace presente a través del vino que bebe Penélope (nombre griego que significa “la que teje”), algunas veces imaginando la celebración de cuando esa ausencia se disolviera, u otras, en actitud de cavilación, la cual la lleva del tejer y destejer al escribir y reescribir. “Es la Mujer quien da forma a la ausencia, quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta; las Hilanderas, los Cantos de tejedoras dicen a la vez la inmovilidad (por el ronroneo del Torno de hilar) y la ausencia (a lo lejos, ritmos de viaje, marejadas, cabalgatas)”, se lee en  los Fragmentos.

La sonoridad —cuyo diseño está a cargo de Canela Palacios— también se percibe claramente en la puesta en escena a través de llaves, sogas tensionadas, arena en un círculo de papel mantequilla, entre otros, cuyas resonancias simbolizan collares, el paso del tiempo y las olas del mar. Del mismo modo se escucha el canto de Penélope, que al igual que el de las sirenas, es el que realiza el conjuro que invoca su nombre en el acto de aguardar. Ya decía Barthes que “la espera es un encantamiento”. Según este teórico francés, “la ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede suponerse sino a partir de quien se queda —y no de quien parte—. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer: la Mujer es sedentaria, el Hombre es cazador, viajero; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador (navega, rúa)”; pero debido al conjuro, el estado de espera se subvierte.

Unida a la percepción del oído, está la del tacto, pues todo lo que toca la protagonista tiene un sonido específico acompañado de particulares texturas, como el tejido y el telar o, se manifiesta desde el re-descubrimiento de su propio cuerpo, algo que le brinda conciencia de sí misma a través de su corporeidad. Para Barthes, es necesario sacrificar ese Imaginario del otro, para acceder al “amor verdadero”, ese que logra sacarla de su espera sin (des)esperar y que la envuelve en su propio abrazo.

De ese modo, en Experiencia Ítaca, la espera estéril se torna fértil a través de la profunda reflexión en la que la actriz se sumerge durante su viaje interior multisensorial. Esta introspección la lleva a tejer/escribir su propia historia, conduciéndola al tan anhelado encuentro, que ya no es con el otro, sino consigo misma, re-unión que se da en el mar de su isla natal de la cual se reapropia borrando la sensación de anulación que genera la espera, puerto al que llega en el buque de su propio nombre: Penélope, y que termina diluyéndose para convertirse una con el océano: Ítaca florece.

Texto y Foto: Mitsuko Shimose

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Nocturno de Tiwanaku

El sitio arqueológico de Tiwanaku abrió sus puertas —de 19.00 a 22.00— para la Larga Noche de los Museos. Una experiencia diferente.

/ 19 de mayo de 2024 / 06:30

Son las siete de la noche y hace (mucho) frío. Un centenar de personas esperan a que las puertas de acceso al sitio arqueológico de Tiwanaku se abran. Llegan los primeros guías y piden paciencia. Es la quinta vez que la Puerta del Sol, los monolitos, el templete subterráneo y las pirámides de la cultura tiwanacota van a ser apreciados de una manera diferente: de noche. Bajo la oscuridad y bajo las estrellas de mayo (mes de la Chakana), Tiwanaku —la vieja capital— revela sus misterios ancestrales.

La pirámide de Akapana es la primera parada del recorrido nocturno. La Chakana —la Cruz del Sur— se ve con todo su esplendor bajo un cielo despejado. El templo está estratégicamente pensado para disfrutar de las deidades astrales en forma de constelación cuadrada y escalonada. La cultura tiwanacota perduró durante más de 25 siglos y siempre supo dónde estaba el sur, gracias a la chakana.

Se ven colores azulados y blancos, rojos, naranjas. Todas las estrellas son más grandes y luminosas que el sol. Los tiwanacotas y otras culturas ancentrales estaban íntimamente conectados con el cosmos, con el cielo. En esta noche de Tiwanaku, lejos de las luces de la ciudad, esa relación —olvidada con la llegada de la era de la industrialización— renace de repente. Es un viaje en el tiempo.

En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.
En la visita nocturna a Tiwanaku se pueden apreciar piezas emblemáticas.

El “puente/escalera” (eso significa chakana en quechua) está frente a los ojos de los que llegaron. La conexión entre el mundo terrenal y el mundo de los dioses se dibuja en el firmamento despejado. Son los cuatros “suyos”. Un guaraní que visita Tiwanaku por primera vez dice en voz alta en el primer grupo de visitantes: “no veo una cruz, lo que veo yo es al ñandú”. Tiene razón (también): la constelación lleva la forma de una avestruz. Cada uno ve lo que quiere.

La segunda estación es el monolito Ponce. Es la estela ocho. Estamos dentro del Templo de Kalasasaya, el templo de las piedras paradas. Tiene tres metros y es de una sola pieza, de piedra andesita. Tiene lágrimas con forma de pez, hombres alados, águilas, plumas, cóndores. De noche impresiona más, de noche parece saber cómo y porqué desapareció la cultura tiwanacota, esa que se extendió desde las costas del actual Chile hasta el altiplano, desde el Perú hasta la Argentina actual. ¿Qué pensaría la noche que lo “descubrió” Carlos Ponce Sanginés? Dime cuál es tu verdadero nombre, ahora que está oscuro y nadie nos escucha. Cerca está el monolito Fraile, pieza de arenisca veteada. Tiene peces. Es un dios del agua, cuando el lago Titicaca llegaba hasta estas orillas. En una mano un “keru” (vaso) y en la otra un báculo. Viste faja. Fue enterrado con honores. No sabemos cuándo resucitará.

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Unos metros más adelante, al extremo oeste, los turistas se sacan fotos con la Puerta del Sol. Está iluminada y la gente aprovecha para sacarse “selfies”. Dicen que antes adorábamos a la luna y luego la cambiamos por el sol. Este recorrido nocturno es una ofrenda a la diosa luna, esa que ilumina nuestras noches de insomnio. Espero que Huiracocha, el Señor de los Báculos, no se moleste.

Los visitantes observan y toman fotografías a las estelas de Tiwanaku.

Caminamos en la oscuridad, hay que mirar al suelo para no tropezar. Algunos alumbran el piso con la luz de los celulares. Cuando bajamos hacia el Templo de Kalasasaya, hay que agarrarse de las piedras de las escaleras, de las paredes balconeras. La temperatura, a campo abierto, roza los cero grados. Cuando llegamos a la escalinata de piedra, todos se paran para sacar fotos. Cuando bajamos al templete subterráneo, al mundo de abajo, las 175 cabezas clavas de roca caliza dan más miedo que de día. Están a punto de contarnos la verdad en esta noche de misterio. La guía habla de mensajes extraterrestres que se escuchan en las noches más frías, como la de hoy.

En el centro del templete estaba el monolito Bennet, la estela Pachamama. Hoy está a resguardo en el Museo Lítico, bajo techo. Ha sufrido demasiado desde que fuera llevada a la fuerza y sin permiso de la comunidad a la ciudad de La Paz en 1932. Primero estuvo en el Prado y luego junto al estadio Hernando Siles en Miraflores. Cada vez que lo movieron/molestaron sin pedir permiso/ofrenda ocurrieron desastres, especialmente inundaciones, como aquellas del 2002 cuando fue trasladado de vuelta por última vez. Su “descubridor”, el gringo Bennett, murió ahogado en una playa de su país, Estados Unidos. Con los dioses no se juega y menos si son gigantes. En su lugar, hoy está el Monolito Barbado, es la estela 15 o “Kontiki”. La guía apura a los visitantes: “vayan saliendo, tienen que entrar el resto de los grupos”.

De regreso al Museo Lítico, nos chocamos con otros grupos. En la entrada del museo, los chicos del grupo de teatro de la UPEA, la Universidad de El Alto, escenifican pasajes y leyendas. El paseo por las salas cerámicas y líticas es gratuito cuando Tiwanaku se muestra de noche.

La estela Pachamama luce imperial, sobrecoge por su tamaño. Me gustaría que estuviese de nuevo en su lugar junto al resto de las estelas, junto a sus hermanos, como reina de la noche. Son las 10 y los últimos minibuses devuelven a los citadinos a las luces de la ciudad. El sortilegio ha terminado. Los gigantes duermen tranquilos. Hasta el próximo nocturno de Tiwanaku.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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