La tristeza Yuqui: Mujeres que sueñan con agua
Este pueblo indígena con 346 integrantes vive en la provincia Carrasco, en el trópico cochabambino. No cuenta con servicios básicos y vive estigmatizado
Cuando llora el cielo, los Yuqui lloran con él. Cuando cae el agua de la tormenta es que se ponen tristes. La pena y los recuerdos de los muertos, que todos tienen, que todos tenemos; nuestros muertos.
“Cuando llega trueno, relámpago, agua, mi abuela llora grave. Se acuerda de mi mamá. Cuando pierden la familia, a su marido, recuerdan. Cuando hay viento, se recuerdan de todo. Cuando no tenemos a nuestros familiares a nuestro lado, algunos cuando escuchan esos truenos, lloran y cantan tristes. No pasan rápido su pena.
Cuando fallecen nuestros familiares no comemos, no queremos tomar agua, esa costumbre también tenemos”, cuenta Carmen Isategua, 35 años, excacique en la comunidad de Bía Recuaté.
Ahora un bebé en su vientre no le deja energía para la labor de autoridad que ha ejercido por cinco años.
El pueblo indígena Yuqui del trópico de Cochabamba es uno de los más pequeños en población del país con 346 personas. Sus integrantes viven principalmente en la comunidad Bia Recuaté, ubicada en la provincia Carrasco del departamento valluno a unos 260 kilómetros de la capital. Otros migraron hasta el pueblo Chimoré, que queda a unas dos horas en carro.
Su reciente cambio de una vida nómada a vivir en casas y estar en contacto con el mundo exterior llevó a este pueblo a un limbo, social y cultural. Varias generaciones de mujeres lo cuentan entre lágrimas.
Este pueblo indígena siempre ha sido conocido —y temido— por ser guerrero. Y como “Abba” (en el idioma Yuqui, Biaye, que significa “persona externa a la comunidad)”, según cuenta la excacique, es mejor no acercarse cuando hay tormenta.
“Ese momento quieren encontrar a alguien para hacerle maldad. Quieren flechar en ese momento. Antes dicen, Abba mataba a sus parientes, y algunos lo recuerdan y quieren ese momento mismo encontrar a los collas para matarlos. La gente de afuera tiene miedo a nuestra flecha, esa costumbre tenemos nosotros cuando no escuchan. Esta flecha es silenciosa le dicen, en silencio le puede matar a la gente, sin escuchar ruido. Si se muere un Yuqui tienen que morir tres collas, más o menos así es”, cuenta Isategua.
Banco Fie y mariposas hermosas
Una reunión comunal ha convocado Abel Iaira Guaguasu, de 35 años. No tiene un cargo oficial en la comunidad, pero es una figura principal para el pueblo, haber sido criado por los misioneros de Misión Nuevos Tribus (MNT), con sede en EEUU, que tuvo los primeros contactos con los Yuqui en los años 60 y luego, junto al Estado boliviano, en 1989 los trasladaron en avioneta a este lugar en la selva, ahora llamado Bia Recuaté. Abel nos abrió las puertas para visitar la comunidad. Ellos son precavidos y no reciben extraños.
Nuestro primer día en la comunidad, a fines de febrero, Abel convoca a todos a una reunión comunal para elegir un nuevo cacique. Sus palabras son fuertes y chocantes. “El nuevo cacique no puede estar durmiendo en la calle frente al Banco Fie. Los Yuqui venden todo. Su cuerpo, su tierra, sus amigos, hasta su alma. Cuando hay plata, todo se quiere vender”.
Cuando salimos a Chimoré entendemos lo del Banco Fie, donde vienen a cobrar su bono de solidaridad una vez al mes. Si quieres encontrar los Yuqui en el pueblo, vas al Banco Fie: duermen ahí.
Busco a Carmen la excacique en la comunidad. El tiempo y los acuerdos siguen otra lógica aquí. “Tal vez esta Carmen, creo que tal vez la he visto”, dicen algunos vecinos. No hay señal de celular para llamarla. Caminamos casi una hora bajo el sol hasta su casa. Nunca he visto tantas variedades de mariposas de todos los colores en el mismo lugar. Bía Recuaté es una mezcla entre belleza y tristeza, entre lo intenso y dormido. Carmen no está en su casa, toca esperar a que aparezca.
‘Las dos semanas más duras de mi vida’
Hace dos años la doctora Gimena Torrico entró por primera vez a Bía Recuaté. Antes otros doctores escaparon por el río o salieron en el mismo transporte que les dejaba en la comunidad. No querían estar con los Yuqui. Gimena tenía que estar dos semanas y el resto del personal de salud había salido. Estaba sola. “Fueron las dos semanas más crueles de mi vida. Siempre he sido muy fuerte y me gustaron las aventuras, viajar me encanta. Esas dos semanas me quedé sola, en esta casa donde hay muchas ratas y estaba yo sola, sola, sola.
La gente por momentos me parecía salvaje. No había luz, ni velas traje, solo mi celular al que se le acababa la batería. A veces escuchaba una canción y la apagaba para no sentirme sola. Para mí, fue muy, muy duro. ‘No voy a llorar, no me voy a desesperar’, me decía; porque si eso pasaba, no había nadie que me diese una palabra de aliento”.
Con el tiempo se adaptó: “Después dije: ‘Tengo que cambiar todo. El sol tan bello. Estos pajaritos, qué lindo’. Cuando volví, al otro mes, me adapté. Pero las primeras semanas… nunca había sufrido tanto en mi vida. Es bonito recordar, porque superé todo eso y me siento muy valiente”.
Con tanto tiempo con los Yuqui, la tristeza también le llegó a Gimena: “Lo más difícil que me pasó en mi vida fue la muerte de mi esposo. Teníamos una familia muy linda. Les digo a mis hijas: ‘Que venga lo que quiera. He empezado a aceptar todo’”.
Y no ha sido cualquier tiempo el que le ha tocado aquí. La crisis sociopolítica en Bolivia que empezó en 2019. Luego la pandemia. Derrumbes e inundaciones.
Gimena nació en Oruro, ahora vive en Cochabamba y pasa más o menos la mitad de su tiempo en Bía Recuaté con los Yuqui, a quienes los antropólogos aún consideran en estado de Contacto Inicial. Por ejemplo, está el concepto de los tiempos. No puedes decir a los Yuqui que tomen una pastilla a tal hora o tal día.
La amenaza pandémica
“Apenas nos enteramos del COVID-19, yo decía: ‘¡Este pueblo va a desaparecer!’. Porque nos han informado que con las enfermedades de base es fatal. Y aquí la mayoría tenía desnutrición, tuberculosis o anemia”. Pero no fue tan grave como la doctora temía. Hasta ahora se han registrado 23 casos positivos con este mal.
“La tuberculosis ha matado su población cada año en gran número. Es la enfermedad de los pobres. Donde vive mucha gente no hay limpieza, la alimentación y la higiene también es muy mala. Todo eso hace que la enfermedad esté prevalente en todos sus habitantes. Es una enfermedad terrible, que en gran parte de Bolivia está erradicada, pero aquí es el pan de cada día, por el hecho del agua, que no es potable. También hay parasitosis, anemia, desnutrición y micosis”. En otras palabras, un cuadro muy complejo, un pueblo con graves problemas de salud.
Recuerdos de la vida nómada
En una hamaca de tejido encuentro a Rosa Isategua Guaguasu, de 72 años. Está junto a su hija Ana. En su familia todos sufren de tuberculosis y tosen mucho, todo el tiempo. Rosa tiene una mirada dulce y nostálgica. Recuerda el tiempo antes de Bía Recuaté. Su relato fluye entre español y Yuqui, Biaye, intentamos seguirlo.
“He vivido al monte. Había tanta fruta para comer. Toda la gente sacaba fruta. No sufrimos para comer. La gente robaba plátano para comer. Dormimos afuera tranquilos, en hamacas nomás, no había camas. Había carne, mono, chanchos. Los hombres cazaban. Así era en el monte”.
Y a ella le llega también rápido la tristeza Yuqui y sus ojos se hunden: “Mi esposo nos ha dejado. Y mi hijo. Mi mamá, mi hermana… se fueron a la casa de Jesús. He sufrido mucho. Mi esclava también murió”.
Cuando los Yuqui vivían en la selva era común tener esclavos, como cuenta Rosa. Y los robos a los campesinos causaron conflictos, hasta muertos, tanto de yuquis como de colonos. El choque entre vivir libremente en la selva, como los Yuqui, y el concepto de propiedad privada, de los colonos, ha sido y es muy fuerte.
Rosa llegó a Bía Recuaté con su primer hijo y su esposo, dejando a los que aún viven en aislamiento voluntario. “Los bárbaros hay en el monte. Miel de abeja han sacado. ¡Estaban bien cerquita los bárbaros! Mi hijo los vio cuando se fue a bañarse en el río. Tenían una mochila para llevar plátano”. Rosa se emociona mucho hablando de sus hermanos Yuqui en el monte. Está tejiendo un bolso con un hilo hecho de fibra del árbol del ambaibo.
Con inocencia foránea pregunto quién la enseñó a tejer, esperando que hable de su familia. “Teresa, una gringa”, responde. Nos interrumpe el hijo de Rosa, que llega muy borracho y nos echa del lugar. No queremos problemas, sabemos del carácter Yuqui: nos vamos. Otro día nos encontramos con Rosa sonriente, cosechando el fruto coquino junto a otras mujeres. Será la comida del día. Aún mantienen sus costumbres de cosechadores y cazadores, su conexión con la selva que les rodea.
Morir de pobreza
Gimena, la doctora, también habla de “los bárbaros”. Les tiene miedo. Un informe de 2010 de la organización IWGIA (Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas) sostiene que existen Yuquis que viven en aislamiento voluntario, es decir sin contacto con el mundo exterior. En el planeta hay alrededor de 100 pueblos que viven en aislamiento voluntario, la gran mayoría en la Amazonía, sobre todo en Brasil, pero también en Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia.
Según un estudio de la antropóloga boliviana Ely Linares, se estima que existen unas 20 personas o entre tres y cuatro familias Yuqui que permanecen en situación de aislamiento voluntario.
La noche en esta comunidad intimida, asusta, impresiona. Una noche sueño que mis padres me iban a mandar a un orfanato, que no me podían cuidar. Era chiquitita y fue tan real, que me quedé casi con la duda. ¿Fue un sueño o un recuerdo lejano? Todo el día me quedé impregnada de un profundo dolor. “¿Había interiorizado la tristeza Yuqui?”. Estaba el sentimiento de ser abandonado, de no pertenecer.
La doctora a veces se siente frustrada porque las habitantes del pueblo no le hacen caso: “No les gusta que les llamen la atención. Pero a veces es necesario hablarles duro, sobre todo si se trata de su salud, porque se trata de su vida. No estamos hablando de otra cosa cualquiera, sino lo más importante que tiene el ser humano, que es su vida”.
Gimena cuenta cómo todo el pueblo se enojó con ella porque había muerto una señora, en la ambulancia, cuando estaba camino al hospital. Y las cosas se pusieron feas hasta que Abel llegó a defenderla. “Ese día estaba lista para irme. Me querían linchar y no era mi culpa”. El tiempo desde que llaman a una ambulancia hasta llegar a un hospital afuera es de unas cuatro horas. “Es terriblemente duro cuanto eso sucede”.
Ahora Gimena está preocupada por Carmen, que quiere tener su bebé en la casa. “Si pasa algo se puede desangrar camino al hospital y ella y su bebé pueden morir”.
También se entristece recordando cuando murió un niño con severa desnutrición y anemia. Había tratado de convencer a los padres de llevarle al hospital afuera, pero no querían y el pequeño murió. “He llorado mucho. Amaba a aquel niño muchísimo. Cuando decidí estudiar esta carrera no pensé en ganar millones, sino en que voy a ayudar a la gente, porque la gente se muere por pobre y porque no conoce. Si no tiene plata, se muere, porque no hay cómo pagar lo que cuesta sanarse. Para mí, trabajar con ellos es una bendición muy grande. He aprendido miles de cosas con ellos. Quiero que estén bien, pues. Les tomo como mi familia”, dice la doctora y relata cómo les extraña cuando está afuera, y siempre les llama para felicitarles para su cumpleaños. “Ellos no saben que tienen cumpleaños pues yo soy la única que sé de estas cosas”.
‘Grave desean nuestro territorio’
Un día se convocó a un trabajo comunal para limpiar el camino. Carmen tenía cita médica el mismo día por su embarazo. “Estoy preocupada. Pero es que no puedo faltar a esta cosa en la comunidad, no puedo,” explica. “Voy a pedir otra cita”.
Para la excacique es importante el plan de manejo que tienen para la protección del territorio. “Ahí los colonos nos respetan. Si no hay plan de manejo pueden entrar al golpe a nuestro territorio, grave lo desean nuestro territorio, por eso armamos el plan de manejo para que no circulen dentro, no siembren coca, digamos.” Carmen también piensa en los Yuqui en aislamiento voluntario que están viviendo dentro de estas tierras indígenas. “Hay gente, nuestros parientes mismos, gente que no conocemos, pero ellos viven dentro de nuestro territorio”.
Aparte de que el territorio provee los recursos naturales para la sobrevivencia de este pueblo, su cuidado es una forma de proteger los bosques. Según un reporte publicado por la oficina regional de la FAO para América Latina y el Caribe, los pueblos indígenas de América Latina son los mejores guardianes de los bosques de la región con tasas de deforestación hasta un 50 % más baja en sus territorios que en otros lugares.
La excacique es una mujer fuerte, se luce su espíritu Yuqui, de guerrera. No duda en pelear contra narcotraficantes u otros interesados en sus tierras. “Como autoridades ya estamos amenazados por ellos. Decían que nos van a matar, así nos amenazaban. Grave me he enfrentado con gente de afuera para que no ingresen más cosas ilícitas, grave ha sido cuando era dirigente. Por eso a veces cuando no quieren escuchar, con flechas vamos a bloquear, así es nuestra costumbre”.
Llorar como un canto
Naty Belén Guaguasu Guasu, de 15 años, está estudiando en cuarto año de secundaria en el colegio en Bía Recuaté junto a otros 79 niños y niñas. La comunidad también tiene un internado financiado por los recursos del aprovechamiento de la madera del plan de manejo de su territorio. En el internado viven unos 30 niños. Algunos son huérfanos que han perdido a sus padres en la epidemia de tuberculosis. Y también niños cuyos padres salen a trabajar afuera, que prefieren dejarlos ahí para que estén en la comunidad.
“Me siento orgullosa de ser Yuqui, ¿por qué debería tener vergüenza si aquí estoy viviendo? No hablo tanto Yuqui porque mi mamá no me enseñaba. Solo lo que he aprendido con mi abuela, quien ya se ha fallecido”, expone.
Y a la adolescente también le llega la nostalgia y el recuerdo de la muerte: “Mis dos primas fallecieron al mismo tiempo, el año pasado en un accidente en moto en la pandemia. De mi tamaño eran, Jaquelin y Nancy”, y baja la voz cuando las nombra. Los Yuqui no deben pronunciar los nombres de los muertos. “Cuando una persona fallece, toditos vienen, tienen otra forma de llorar. No puedo hacer eso. Hablan en el idioma y lloran como un canto. Mi abuelo Lorenzo llora así. Y cuando las ranas lloran, va a llover dicen”.
Mientras hablo con Naty Belén, llora el cielo, a la quinceañera le preocupa la falta de electricidad en su comunidad: “No hay luz, solo vela o linterna. También tienen que limpiar la antena, porque no hay señal”, muestra algo que parece un árbol, pero que resulta ser una antena para internet.
El miedo de perder el idioma
Dina Ie Guaguasubera, de 27 años, es la cocinera para los niños del internado. Le pregunto sobre canciones. Todas las mujeres cantan, en Biaye, temas cristianos. Incluso éstos hablan de la tristeza: “Que estés feliz y nunca triste, porque Jesús vive, no estés triste”, traducen. Aún se siente fuerte el legado que han dejado los misioneros de Misión Nuevos Tribus (MNT), que dejaron la comunidad en 2005 cuando el Gobierno boliviano retiró su permiso para trabajar con los Yuqui.
“Era mejor mi comunidad antes. Ahora la veo muy triste. El idioma es lo que más me preocupa. Cuando era niña, mi papá y mamá me enseñaban a hablar el idioma. Y ahora hay dificultades, hasta mis hijos no saben hablar mi idioma, sí entienden, pero no hablan. Es muy importante que aprendan a hablar, porque nosotros somos poquitos y tal vez se pierda. El idioma ya nadie va a hablar. Tal vez yo me muero y mis hijos no van a saber. Si no saben, se puede perder mi idioma. Si eso pasa, es como si fuera que no vamos a existir”.
Según el Atlas de Unesco de las lenguas del mundo en peligro, el idioma Yuqui se encuentra en grave peligro de extinción. Según la antropóloga Ely Linares, de los 346 habitantes del territorio Yuqui, el 75% de la población habla la lengua biaye.
La mujer Yuqui cuenta cómo su pueblo sufre discriminación cuando va al pueblo de Chimoré. “Hablan mal de nosotros, dicen los Yuqui son cochinos, los Yuqui son flojos. Así habla la gente de afuera. Dicen cuando uno está sentado ahí comiendo: ‘¿Por qué comen en la calle, por qué no van a su casa o por qué no comen en una mesa?’. Así nos miran. Pero la gente trabaja afuera. Y comen pues, no tienen una casa; trabajan, se buscan la vida”.
En Chimoré se tiene esta percepción de los Yuqui. Un señor cuenta que en el pueblo se ha querido sacar a todos los Yuqui hace un par de años, o cómo ellos tenían relaciones sexuales en las calles, que robaban la comida del plato de la gente en el mercado; que dormían en la calle, que no respetaban las reglas de convivencia de la sociedad en el pueblo.
¿Cómo sería para los citadinos el tener que vivir como nómadas en la selva? Es difícil imaginar un cambio así en la vida. ¿Es por eso por lo que los Yuqui sienten esa tristeza? No pertenecen aquí, ni allá.
Alcohol y niñas-madre
Otro tema complejo con los pueblos en contacto inicial, como los Yuqui, es el de las adicciones, ya sea de azúcar, de medicinas, de alcohol o de drogas.
Dina cuenta que ella y su esposo tenían problemas con el alcohol desde hace menos que un año: “Cuando era chica, era bien fiestera y me gustaba tomar. Él borracho llegaba, me pegaba, feo me pegaba. ¡Yo también le pegaba con palo y todo! Pero hemos dicho: ‘Mucho estamos tomando, hay que cambiar nuestras vidas’. Nos hemos reconciliado con el Señor, tratamos de cambiar nuestras vidas. Ya no voy a las fiestas, mi marido ya no toma, y estamos tranquilos con nuestros hijos. Como medio año ya no tomamos”.
Tienen cinco hijos; su primer hijito lo tuvo con 14 años. Algo normal en los Yuqui: las niñas-madre. Y no es raro que el padre sea de la misma familia. “Las niñas no están al cuidado de nadie, están en la calle y cualquier cosa puede pasar. Parece que en mujeres adultas lo mismo ha pasado. Algo normal. Una costumbre con ellos. Y parte de su cultura hasta que se podría decir que nos choca a nosotros. Pero es así —se preocupa la doctora—. Los hombres están con una mujer o una niña. Es triste. Hay una señora que tiene seis deditos. Otros tienen deficiencias intelectuales por estas situaciones. Sus padres son hermanos o primos. Y así hay varios casos”.
Los primeros bachilleres
Claudia Bazoalto Almaraz, de 30 años, es profesora en la primaria en Bía Recuaté. Recuerda su llegada hace más de tres años: “Verlos era algo triste. Siempre salían, no se quedaban aquí. Siempre los veía allá en el pueblo (Chimoré). Estaban queriendo olvidarse de su cultura. Los maestros hemos trabajado bastante en concientizar, en que su comunidad no debe ser olvidada, más bien debe ser valorizada, su cultura y su lengua”.
Todas las tardes la profesora va al río a bañarse y lavar ropa. Un paisaje bello, atardeceres espectaculares. Pero también lo hace por falta de servicios básicos: “Aquí faltan luz eléctrica, agua potable. Ellos todavía carecen de esto. Tienen derecho a tener energía eléctrica, de vivir cómodos. Por falta de servicios básicos emigran al pueblo; y como ven que hay luz, hay agua, entonces prefieren estar allá”.
El año pasado salieron los dos primeros bachilleres de Bía Recuaté, y fue un evento del cual toda la comunidad se sintió orgullosa. Y al verlos en el pueblo Chimoré, dicen: “Mira, ahí están nuestros bachilleres”. Es un gran logro para los Yuqui. Pero la profesora está preocupada porque hay un problema con la asistencia de las chicas a la escuela. “Las mujercitas en la etapa de adolescencia están desertando de la escuela. Piensan que ya tienen que formar familia y no es tan importante el estudio. Con sus 13 o 14 años, algunas ya están embarazadas. Eso preocupa. Tienen una mentalidad un poco perdida. Preocupa que a una edad temprana muchas han dejado de estudiar”. Claudia habla apenada de tres hermanas huérfanas que venden el cuerpo de una de ellas a los hombres en Chimoré.
La doctora también está preocupada. “Es como si las leyes no entraran acá. Parece Sodoma y Gomorra: mentira, engaño, robo, flojera, hay incesto. Hay todo esto. Hasta homicidio hay. Sí, es pesado”, dice.
Pero no todo es incierto o desesperanzador: Irma Guasu Guaguasu, de 25 años, fue elegida como concejala Yuqui en el municipio de Puerto Villarroel.
Representando a su pueblo Yuqui, con orgullo y con un poco de nervios también, se pone su típica vestimenta tejida. Ella lucha para mejorar las condiciones de vida de su pueblo, quiere que su comunidad Bía Recuaté salga adelante. “Somos poquitos, pero ahí vamos, adelante”. La líder está gestionando para que llegue luz y agua a su comunidad.
“Deberíamos ser orgullosos, de ser los únicos a nivel nacional. Somos los únicos Yuqui que existen. ¡No hay más! Para que pueda vivir la gente, el 100% en la comunidad, nosotros debemos tener luz y agua. Muchas veces, por eso salimos nosotros, porque no hay agua. Nos enfermamos. Digamos por tema del agua y de la luz. Ya no queremos vivir en oscuridad, como hace años, con velita hacemos nuestras tareas. Deseo que algún día llegue la luz. Eso es mi sueño, agrandar la comunidad”.
Revivir en pandemia
Retornamos con Dina —la cocinera del internado—, y sus recuerdos: “Mi papá era cazador. Cazaba el mono arriba, con flecha. Tenía también escopeta. Nos traía fruta del monte, miel y carne. Buena gente era mi papá. Pero se ha muerto. Se ahogó en el río hace poco. Más bonito era todo cuando era niña, mi comunidad. Ahora los veo tristes, porque la mayoría salen. Abandonan su casa, su comunidad”.
A causa de la pandemia, muchos Yuqui regresaron a su territorio para protegerse. “Contenta paraba yo, bonito era mirarlos a ellos. Lleno en el río, todos a pescar. Comían bien. Harto pescaba mi gente, harta gente bañándose. Me sentí feliz porque toda mi gente ha venido en tiempo de pandemia”, rememora.
El sueño de Dina es que sus hijos sean profesionales: “Quiero que ayuden a la comunidad. Sueño que un día va a haber una buena carretera, que va a haber plaza aquí y tienda. Que va a mejorar la comunidad. Tienen que imaginarlo, les digo a mis hijos. Me imagino, mamá. Va a haber plaza, mamá, cuando seas abuelita”.