Piraí Vaca: ‘Ahora quiero cantar’
El guitarrista cruceño está de gira. Ahora quiere cantar, no solo tararear. Quiere crear un mundo con palabras diferentes. Ahora Piraí quiere ser poeta
En la primera y en la última canción del concierto, Piraí Vaca tararea. Ha afinado la guitarra con tres cuerdas de otra manera para poder simular la lluvia y toca una canción turca llamada Yamour. En la última tonada, Benga Beat, un ritmo africano de Kenia, abraza su guitarra, la toquetea por todo lado, la azota y tararea de nuevo. Horas antes, en la habitación de su hotel, ha confesado. “Ahora quiero cantar”. Piraí quiere viajar a otra dimensión. Quiere experimentar con textos y letras, producto de una etapa compleja y profunda por la que atraviesa. Le pasó algo parecido hace 30 años cuando leyó la obra cumbre del poeta chileno Vicente Huidobro, Altazor o el viaje en paracaídas, un periplo poético que comienza en una estrella. “Es una obra compleja, me hizo explotar la cabeza, mientras leía me vino una cascada de creatividad escupida en mil direcciones”. Todavía no sabe cómo emprender el nuevo sendero. Quiere entrenar, trabajar bastante, como lo ha hecho toda su vida. ¿Pero qué ha pasado para que un músico necesite ahora la palabra? “Quiero enviar un mensaje, he leído textos que me han cambiado y quiero transmitirlo”. Piraí no sabe aún si recitar entre pieza y pieza, si armar una ópera de una sola persona, si combinar música con canto o música con recitación o solo recitar, si colocar pantallas para proyectar imágenes. Pero hay una pregunta que lo invade últimamente: “¿Qué hago yo con una guitarra sin cantar? ¿Por qué no hago rock o pop?” Lo único que sabe es que no va a hacer cumbia. “¿Qué hace un admirador de Huidobro tocando cumbia?”, se pregunta mientras sonríe.
Lo primero que escucho decir a Piraí son palabras de halago. “¡Qué lindas son sus flores!”, le dice a la señora de la limpieza del hotel mientras ésta acomoda un jarrón en el hall. Es Piraí en estado puro. Es el Piraí de siempre pero más maduro. La sonrisa fácil es la metáfora de su equilibrio emocional. A sus maestros siempre les agradece el haber abierto puertas cerradas por él mismo. La primera gran lección que recibió en Alemania llegó del profesor Hubert Käppel, con el que luego tocó en un cuarteto exitoso. “Después de verme tocar, se paró y me dijo: ‘Te tienen que doler los huevos cuando interpretas’”. Se hubiese quedado en Europa triunfando, haciendo giras, pero el invierno alemán es demasiado largo y oscuro. Antes, el maestro cubano Manuel Barrueco le había enseñado a escuchar, a viajar por el arte de conducir la belleza de los sonidos, a trabajar el control, la mesura. No deja de ser paradójico que un alemán haya sacado a la luz el cuerpo de su “bestia salvaje” y un guitarrista “aristocrático” de Santiago de Cuba haya explotado la lógica, el raciocinio y el conocimiento. La rica musicalidad y la sólida/virtuosa técnica encontraron el equilibrio perfecto a través del sentimiento puro, la autenticidad.
Piraí interpreta Bohemian Rhapsody y el Teatro Municipal de La Paz se rinde a sus pies, estalla en ovaciones de admiración sincera. Es la flamante presentación de su nuevo trabajo: Renacimiento (la gira nacional sigue hoy en el Teatro Achá de Cochabamba y culmina en el Museo Artecampo de Santa Cruz este 20 y 21 de mes). El tema de Queen es la séptima canción de la tocada, la que levanta admiración, la sublime. Es un arreglo extremadamente complejo y técnicamente de muy difícil ejecución/interpretación. Por un momento, sobre el escenario no se escucha solo la guitarra del maestro. Bajo una luz azul, ámbar y roja, escuchamos aquella banda de rock inglesa, al coro, a las voces, a Freddie Mercury, a todos los instrumentos, a la melodía reconocible, al piano de aquel otro maestro. Piraí juega con los volúmenes, con los timbres, con los colores. Cierro/abro los ojos y estoy en Wembley: nada realmente importa, de todos modos, el viento sopla. “Estudiando nomás pude lograrlo”, dice Piraí al final. Antes, la guitarra, en mi menor, se ha convertido en un charango con Muñasquechay. Después han llegado los agradecimientos, los aplausos de ida y de vuelta: “La música, que todos estemos juntos aquí, nos ayuda; la magia existe cuando nos reunimos, cuando movemos fuerzas dentro de nosotros para poder vivir”. Las primeras frases de la “rapsodia bohemia” se cuelan en el viejo teatro: “Is this the real life? Is this just fantasy?”
Entonces, viajamos a La Habana, día de un año, a finales de los años ochenta e inicios de los noventa, en pleno “Periodo Especial en Tiempos de Paz”, a lo más duro del bloqueo anacrónico, aquellas noches de 12 horas de corte de luz. Piraí había llegado a Cuba como el mejor de la clase y en la isla se dio cuenta de que era el peor, que allá, en el “Caimán Barbudo” todos eran muy buenos. “No me quedó otra, comencé a estudiar como un cabrón, 14 horas al día”. Tocaba, comía, iba al baño, tocaba, tocaba, tocaba y dormía. Piraí sabe que la obsesión es buena, que dejarse llevar por ella trae sus frutos, que el equilibrio llega después. En La Habana casi no tuvo tiempo ni para bailar, otra de sus grandes pasiones. Con aquel profesor cubano, Jesús Ortega, aprendió a ser un profesional.
Al hablar de Cuba, la política se cuela en la charla. “Nunca jugó un papel de manera natural la política en mi vida, nunca ocupó mi tiempo. Me da escalofríos la ligereza con la cual la gente opina, yo trato de informarme de los dos bandos pero me he llegado a deprimir y todavía hoy siento que en los dos lados falta honorabilidad. Creo que lo que nos pasa es falta de madurez emocional, un desconocimiento de la esencia del ser humano, antes que seres religiosos o políticos, somos humanos. Tengo amigos muy queridos, muy capaces y muy inteligentes en los dos bandos y cada cual a su manera tiene razón. Si tienes una radio, puedes sintonizar una frecuencia pero hay otras, hay otros mundos”. Piraí, una persona optimista/jovial por naturaleza, no alberga esperanza.
“Nuestra generación no tiene solución, quizás la próxima o la subsiguiente logre acabar con esta polarización. Yo he tardado medio siglo en liberarme de mis patrones internos. Cuando escucho a algunos pedir libertad, me resulta irrisorio y ridículo, río y lloro a la vez. La libertad la vamos a conseguir cuando dejemos de estar regidos por esos patrones heredados”.
Entonces es su viejo, Lorgio, el que se cuela en la conversación. Piraí no habla de su padre, habla de “Lorgio”, a secas. “Nunca me impuso nada pero sí he heredado lo más profundo, su afán de comunicar y de servir. Lorgio escogió por eso los murales, yo la música”. De los tres hijos que tuvo su madre Ada (¿Por qué nunca hablamos de ella?), solo uno recibió un nombre que marca para toda una vida. Sus otros dos hermanos tienen nombres “normales”. “A mí me puso Piraí, estaba en Lima en el 67 y extrañaba su tierra, fue por eso, por nostalgia”. Ahora el guitarrista siente ese río como propio, como inspiración, como refugio, como lugar para construir recuerdos para el futuro. Hace unas semanas, Lorgio accedió a grabar temas de Piraí en su estudio, en su espacio sagrado. Fueron cinco días y pronto se verá el trabajo en piezas sueltas y en un documental completo. Piraí tiene una creencia, aparte de la metafísica y la espiritualidad: cree que los hijos elegimos a nuestros padres. Cuando tenía 26 años, tuvo una visión extraña donde él desde arriba escogía a su progenitor.
Y del padre pasamos al hijo. Uno de los arreglos de los cuales se siente más orgulloso es el de Alma cruceña. Piraí paseaba por su río cuando vivió un momento mágico en un bello atardecer. De repente escuchó en su cabeza unos sonidos, unos arpegios. Todo se detuvo y todo comenzó a danzar alrededor. Piraí ahora camina todos los días con su hijo de tres años, Altazor, por la misma orilla, bien temprano en la mañana. A su primera hija también le pusieron un nombre fuera de lo corriente, Casiopea. Ahora Vaca hace lo mismo que hacía su padre con él: “Vivíamos en pleno bosque, cuando Equipetrol era monte y a un kilómetro estaba el río, me iba con mi perro, el Tigre, a la soledad de la selva. Se convirtió en un lugar mágico. Espero que también lo sea para Altazor. Es un misterio lo que siente un padre por un hijo, nadie te lo explica, lo que dejas de ser vos, de hacer, la paciencia y el aguante nadie te lo anticipa pero llega y lo cambia todo”.
Y si de magia hablamos, tenemos que hacer otro viaje. Nos vamos a San Javier, a la Chiquitanía, al Festival de Chiquitos del año 92. Las luces del techo ciegan al maestro. Mentira, no lo ciegan, logran que el lugar se difumine. Interpretaba un tema de técnica compleja (para no variar) y de repente el miedo a equivocarse desaparece. Todo se vuelve extremadamente fácil. Piraí ya no está ahí, canaliza una fuerza muy superior a través de sus manos. “Llámalo como quieras, Dios, naturaleza, pero todo desapareció, todo se volvió uno solo, todo era un mar de energía, todo estaba conectado, todo era solidaridad y empatía”. Piraí todavía persigue aquel estado de gracia. Todavía cree que la música nos da la chance de adquirir consciencia de mundos que no están delante de nuestros cinco sentidos. Entonces sintió que la guitarra lo había llevado hasta ese lugar y que debía seguir en solitario. Y así, comenzó a practicar meditación y kung-fu. Y pasó meses con monjes taoístas en China. No logró todo lo que pensaba pero se trajo dos lecciones: lo bueno siempre está por venir y en la vida hay que ser un poco egoísta, aislarse como persona propia y compartir a la vez un amor por los demás, ese es el equilibrio perfecto.
Hace dos semanas, Piraí se fue a Samaipata. Y estuvo un día entero escuchando música, hasta las tantas de la madrugada. No cualquier música. Una compilación de seis horas hecha por su amigo cineasta Rodrigo Bellott, “un hombre de gran cultura musical y humanística” (Vaca dixit). No sabemos qué canciones sonaron, qué melodías surgieron en sus cabezas, qué vibraciones sacudieron sus cuerpos. Unas fueron al riñón, otras al pulmón, aquellas a la cabeza y al corazón. Como medicinas. Pero hubo letras y frases que se acomodaron dentro de Piraí que volvió a sentir esa alegría profunda que experimentó tras leer a Huidobro y su potencia creadora. Ahora, el concertista excelso quiere abrir sus alas, quiere cantar, no solo tararear. Quiere crear un nuevo mundo a través de imágenes nuevas, con palabras diferentes, como un dios, como un profeta. Ahora Piraí quiere ser poeta.