Gaspar
La ópera prima del director de cine tarijeño Guido Pino fluye gracias a que apuesta por el minimalismo
CINE
Si hace algunos años la sorpresa llegó de Santa Cruz con El ascensor (Tomás Bascopé/2009), esta vez viene de Tarija con Gaspar, ópera prima en el largometraje de Guido Pino (n.1984). En ambos casos el secreto de los aciertos pareciera estar en la opción de los respectivos guionistas-realizadores por el minimalismo. Y me apresuro a despejar el reiterado equívoco que equipara ese término con la pequeñez o inclusive con la insignificancia, siendo que alude por el contrario, en el caso del cine y otros rubros creativos, a un estilo expresivo limitado al recurso a lo esencial para desarrollar una historia, dejando de lado las demasías, que tanto abundan en la producción al día de hoy. Quien mejor definió de qué va la cosa fue Van der Rohe: “Menos es más”.
Vale decir, el secreto no se halla, como de igual manera según daría la impresión se asume en otro persistente malentendido, de estar dándole al inflador a cada momento para autoconvencerse y de paso, si se puede, impresionar a los demás, exhibiéndose enfrascado en plena faena de invención del agua tibia.
Una década le consumió a Pino transitar desde la idea inicial de una serie televisiva hasta completar el proyecto, ya readecuado a un largo, gracias al decisivo aporte del PIU (Programa de Intervenciones Urbanas), a la fecha lamentablemente dejado de lado, siendo que sus beneficios resultan patentes con la sucesión de filmes nacionales estrenados en los últimos meses, todos los cuales de igual modo pudieron concretarse merced a la mencionada ayuda.
En el ínterin de ese prolongado tiempo de espera Pino rodó cerca de una veintena de cortometrajes, poco difundidos ciertamente, no obstante que uno de ellos, El General(2012), proyecto cuya hechura no demandó más de 300 dólares (Pino dixit), llegó a ser elegido finalista en el Festival de Venecia de aquel año. Otros cortos que tuvieron alguna repercusión fueron Augusto (2013), El sastre (2019) y Estados de demencia, ganador del Fenavid 2019 en el rubro de videoclips.
Gaspar, el protagonista, es un niño de ocho años, el cual no habla y vive encerrado en sí mismo. La causa de ese distanciamiento queda enseguida develada, cuando a los pocos minutos de arrancar el relato una tormentosa discusión entre Martín, el padre, y Linda, la madre, ambos muy jóvenes aún, da cuenta de que allí, en esa familia al borde de hacerse trizas, hay algo que no funciona bien. Más adelante algunos fogonazos retrospectivos permitirán imaginar que el problema fue la prematura decisión de contraer matrimonio, y concebir ese hijo, sin que la pareja se hubiese tomado el tiempo necesario con el fin de conocerse a fondo. Y los constantes entredichos entre ambos, queda sugerido —puesto que el arriba referido estilo de exposición elude los subrayados, dejando al espectador la tarea de ir armando el rompecabezas—, provocarán que Gaspar presienta que es una suerte de estorbo.
Por su lado, la inmadurez de Martín, si de sintonizar con las preocupaciones del hijo se trata, es igualmente sugerida cuando en el afán de mostrar su afecto resuelve regalarle un reproductor de audio con sus respectivos auriculares, ahondando aún más el retraimiento del vástago, lo cual igualmente hubiese sucedido si papá, tal cual acontece demasiado a menudo (¡atención padres/madres!), tenía la peregrina ocurrencia de obsequiarle una laptop.
Linda, no obstante sus sesiones de yoga y meditación, vive agobiada, librada a su suerte, con la obligación de atender sola las necesidades del chico entretanto Martín, mientras se gana los pesos trabajando en una fábrica de materiales para construcción, vive obsesionado por la banda de rock que formó soñando con alcanzar cuanto antes la popularidad, ergo, en última instancia, la bonanza financiera, contingencia que, supone, pudiera concretarse gracias a los contactos de Cacho. Es una suerte de “representante” con acento rioplatense —en el fondo un pajpaku—, de los contados clichés que se permite Pinto, en este caso adicionalmente matizado cuando en cierto momento de la trama resuelve al parecer partir en busca de su amor de antaño, dejando al desnudo una sensibilidad común a todos los protagonistas, debidamente equilibrados, justo para evitar el estereotipado usual en los dramas de este género.
Tal delicadeza para aproximarse a sus criaturas y sus sentimientos resulta transparentada incluso en el personaje de la niña vecina, con la cual Gaspar entabla una amistad no necesitada de explicaciones y sostenida únicamente por una suerte de complicidad inocente mostrada de igual manera absteniéndose de cualquier énfasis sobrante, lo propio que en una breve escena donde vemos a Gaspar imaginando, cuando solo cree estar jugando, la posibilidad de escapar de su incómodo ensimismamiento parricidio mediante.
Pino aprovecha al máximo la flexibilidad de la narrativa cinematográfica para desplazarse en el tiempo, hacia adelante o atrás, y para superponer múltiples capas connotativas. La narración atraviesa varios flashbackde los inicios de la relación entre Martín y Linda, así como otras tantas secuencias en las cuales la realidad (la virtual de la ficción que viven los personajes, me presto uno de los lugares comunes de la jerga digital) deja paso a la prospectiva imaginaria saltando al futuro deseado. Pero ese ir y venir está expuesto con la fluidez necesaria como para evitar enredar el relato desorientando a quien ve (no solo mira) cuanto ocurre en la pantalla.
Es sin duda uno de los aportes esenciales de la destacable labor de montaje a cargo de Juan Pablo Richter, tanto como de la certera contribución en el armado de la banda musical por Nicolás Blusque y en la de Sergio Bastani con una fotografía que saca el mejor partido del juego con los planos y los fondos, permitiendo imprimir visualmente esas varias capas de significación, la forma ideal de dispensar al espectador del facilismo del recurso a los diálogos para transmitir aquello que puede lograrse a través del cabal uso del potencial de las imágenes que retan a aquel a trabajar sus propias conclusiones mediante una visualización activa y no de mera ingestión pasiva.
Sabiendo cuán dificultoso resulta conseguir que un niño asuma el protagonismo central de una película con la debida naturalidad, para no poner en entredicho la credibilidad de su personaje, es preciso destacar la asombrosa composición de Dragos Popescu en el rol de Gaspar. Tampoco desentona, y no era tarea sencilla, ninguno de los adultos, logro atribuible, en partes iguales, al cuidado puesto por el realizador en la dirección de sus actores, y a la esforzada simbiosis de estos con sus personajes.
Hay por cierto unos cuantos momentos en los cuales el trabajo de Pino da la sensación de estar escorando hacia los tópicos de la telenovela. Más bien corta a tiempo para reenderezar el afinado volviendo sus pasos hacia la exploración de la clave que permitiría sanar las relaciones en ese grupo familiar, cifra, bien se sabe, inencontrable en cualquier manual, puesto que únicamente consigue ser localizada en el propio trato con los demás, aun a costa de archivar algunos de los sueños/proyectos personales, según le explica Cacho a Martín en quizás la única secuencia donde las ideas son vocalizadas por los protagonistas en lugar de llevarlas directamente a la práctica para que la platea infiera sus propias conclusiones.
En suma el primer largo de Pino, sin llegar a ser una obra maestra debido a detalles observables como los recién mencionados, más alguna que otra salida de tono, es, se dijo, una bienvenida sorpresa. Ojalá encuentre la manera de darle continuidad a su labor creativa y no le ocurra lo mismo que a Bascopé, de quien no volvió a saberse en los 12 años transcurridos desde el estreno de El ascensor, igual cómo ocurrió con otras varias otras prometedoras apariciones.
El asunto pasa por tomar conciencia de que habiendo salvado los innumerables escollos atingentes a la producción y posproducción de cualquier película boliviana, restan aún los todavía, quizás mayores, relativos a la promoción y difusión. Pero los directores bolivianos, al igual que los productores, tendrán que asumir en algún momento que una película no se encuentra del todo terminada sino después de haber sido compartida con los espectadores, lo cual supone que en el lanzamiento y la exhibición debiera tenerse el mismo cuidado con la planificación y ejecución que durante el rodaje. Lo contrario conduce al riesgo de dejar a medias todo el esfuerzo invertido en la creación, financiamiento y desarrollo de emprendimientos que luego pasan por la pantalla en puntas de pie algunos, pocos, días, sin que nadie se percate.
Desde luego me quedó muy en claro cuán amplia y flexible es la voluntad de apoyo al cine boliviano por parte de los exhibidores. En esa certeza desembarqué habiendo constatado que en una de las multisalas Gaspar se proyectaba una vez al día a las 14.00, horario ideal para atraer multitudes, ¿verdad?, mientras en tres salas se exhibía a diario, en cada una, tres y cuatro veces el mismo superbodrio distribuido por cualquiera de las filiales del cine madeen el norte. Sin embargo, tal es otro de los envites que ineludiblemente retan a imaginar estrategias de promoción y lanzamiento creativas y efectivas. Mas no gratuitas por cierto.