‘Morita’ Ibáñez, una estrella morena
Morita haciendo títeres
Morayma Ibáñez, bailarina, actriz, vestuarista, titiritera, es una obrera del teatro boliviano. Es la ‘estrella morena’, como la bautizó el poeta Óscar Alfaro
Morayma Ibáñez, “Mora” o “Morita” para los amigos, se ha marchado a Tupiza, sin la aprobación paterna, siguiendo los pasos del teatrero anarquista Líber Forti. Ahora es utilera del grupo teatral Nuevos Horizontes y también hace de apuntadora. Para ello cuenta con un candelabro y unas velas. De repente se queda sin luz y dice nerviosa: “No veo nada, no veo nada”. El actor que hace de centinela en la obra Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre repite: “No veo nada, no veo nada”. Ha pasado medio siglo y la actriz se ríe a carcajadas recordando la anécdota.
“Morita” es bailarina en el Ballet Oficial. Un chico que danza junto a ella en el elenco la invita a un ensayo de teatro en la calle Indaburo. Están trabajando El casamiento de Witold Gombrowicz. Ibáñez llega y se permite el lujo de dar un par de consejos en escenografía. Dos hombres se dan la vuelta y preguntan a la jovencita:
—¿Acaso haces teatro?
—No, yo bailo.
—¿Pero has hecho teatro?
—He presentado dos revistas.
—¿Y puedes repetir acá en el escenario algún pasaje de esas obras?
Entonces Morayma pronuncia un par de párrafos con acento español y “zetas” por todo lado.
¿Acaso eres española? Habla bien, pues.
Los dos hombres se llaman Líber Forti y Eduardo “Lalo” Lafaye. Pronto partirá a Tupiza.
Morayma Ibáñez Von Borries es la más paceña de las actrices paceñas. Nació en una noche de verbena del 15 de julio en los años 40 y lo hizo con ayuda de una partera en la casa natal ubicada en la calle Sagárnaga. “No se dice la edad, soy atemporal, a partir de los cincuenta no se cuenta”, dice picarona mientras trata de no rascarse los ojos que sufren de cataratas.
Su padre, don José Ibáñez Estrada, fue productor teatral, abogado y tenía una fábrica de sellos. Su madre, doña Alicia Von Borries Pabón, fue enfermera (estuvo en la retaguardia de Villamontes durante la Guerra del Chaco) y ama de casa. “Mi mami era muy inclinada al arte y siempre quiso que yo haga de todo, me metió a bailarina, declamadora…”. El matrimonio tuvo cuatro hijas (Sonia, Paula, Ana María y Morayma) y un hijo (Antonio). De todos ellos, solo “Morita” se iba a dedicar al arte/teatro: “con una loca bastaba”. Muchos años después, la hija de su hermano, Andrea Ibáñez (su obra Invierno fue la grata sorpresa del último Festival Internacional de Teatro de La Paz, Fitaz) heredará todo el talento de la tía.
“Morita” estudia primaria en el Colegio Inglés Católico y secundaria en el Santa Teresa. De aquellas monjas seglares españolas, conserva la imitación exacta de su acento, aquellas “zetas” que enojarán años después a Líber y “Lalo”. A los catorce años, entra al Ballet Oficial y el auditorio del Colegio México en la calle Ingavi se convierte en su primer escenario. Morayma aprende de los mejores: la rusa Ileana Leonidov —junto a su compañero francés André Gardé— ha llegado a la ciudad junto a un excelso trío argentino: Elena Cloa, Leda Paronzini e Ismael Hernández.
Para ese entonces, la familia ha dejado la casa del último patio en la Sagárnaga y se ha trasladado a la Yanacocha, al 584. “Vivíamos muy cerca de la plaza Murillo y en el 52 escuchamos las bombas que estallaban”. En el Ballet Oficial borda varios cuadros clásicos como Vals de las flores del Cascanueces de Chaikovski y El bacanal de Sansón y Dalila de Camille Saint-Saëns.
Cuando el maestro argentino Óscar Casero llega a La Paz, la ópera y el vestuario se convierten en sus dos nuevas pasiones. “Me hizo gustar de los clásicos y comencé a hacer bocetos para obras como Orfeo y Eurídice de Gluck, donde también bailé haciendo el rol de Celeno con dirección musical del maestro Alberto Villalpando a cargo de la Sociedad Filarmónica de La Paz. Diseñaba y también maquillaba, siempre fui una obrera del teatro, no me consideré nunca buena actriz, ni tampoco sobresalía demasiado como bailarina, he hecho de todo porque todo me llamaba la atención. Todo el rato estaba en el teatro, era la que apagaba la luz”.
En la Academia Nacional de la Danza de Melba Zárate, es una artista de personaje: en los locales de la plaza Venezuela, “Morita” ensaya El lago de los cisnes de Piotr Ilich Chaikovski y apoya “siempre entre las cajas”. Las otras mujeres del cuerpo de baile se llaman: Olga Flores, Marianela Franck, Norma Quintana, Karin Schmidt, Cristina Steinmeyer, Olga Suyán y Martha Torrico, también asistente de dirección de Melba.
Entonces, su padre, don José Ibáñez Estrada, viendo el entusiasmo/pasión de la hija artista se mete a productor de revistas musicales. La más famosa/exitosa se llama Fantasía boliviana de Waldo Cerruto: son dos actos y 18 cuadros presentados por el Instituto Cinematográfico Boliviano. Estamos en enero de 1960 y la obra vuelve al Teatro Municipal para hacer las delicias durante hora y media con cuadros de huayños, cuecas y taquiraris. Chela Urquidi es la primera bailarina y coreógrafa; Tito Landa y Lucho Espinosa son los primeros actores y libretos cómicos; la escenografía y los decorados los firma el mítico “Ciclón” (Adrián Campero); el pianista se llama León Deutsch; y el baterista, maestro Luis Arabena. El dúo “Las Imillas” (María y Norah J. Camacho) acompañan al trío cómico/musical Vernáculo junto a los Sicuris del Altiplano.
Otras revistas también giran por medio país, son: Policromía del Ande, Bolivia indiana y Masaya. En esta última, bajo la dirección de Melba Zárate, “Morita” baila diablada tentando al mismísimo Lucifer. En la obra junto a “Los Choclos” (conjunto artístico de instrumentos nativos) canta la gran soprano Edith Iturri y Salomé Carrasco. Suena la llamerada, los tundiquis de la saya yungueña, las tarcas de Avichaca, los kaluyos y las cuecas vallunas de Alalay.
El grupo viaja incluso al exterior y se presentan en el Festival de Acapulco (México) y en teatros de Argentina, Uruguay y Paraguay. Cuando “Morita” conoce a Liber Forti con 20 años, todas las noches hace la maleta con un sueño entre ceja y ceja: partir a Tupiza. Espera una aprobación del padre que nunca va a llegar. La familia Bernal (con doña Teresita, al frente) la acoge en tierras chicheñas. Arranca como utilera y apuntadora. Debuta con La zorra y las uvas y termina protagonizando piezas tan reconocidas como Hermano Lobo de Rodolfo González Pacheco (donde hace de Margarita junto a Eduardo Armendia, María Elena de Alfaro, Mario Soria, Tony Aramayo, Javier Alfaro, Guillermo Aliaga, Alfredo Navarro y un joven Humberto Vacaflor).
Ha llovido mucho desde aquel 1961/62 pero todavía hoy “Morita” se acuerda de las entrañables amistades hechas en Tupiza: el gran cantautor Alfredo Domínguez Romero, Antonio Toro, Gastón Aramayo, Leo Redín…
Cuando vuelve a La Paz se incorpora al flamante TEU (Teatro Experimental de la Universidad Mayor de San Andrés). Hace de asesina en El malentendido de Camus. Y el poeta chapaco, de alta estatura, Óscar Alfaro, escondido bajo el pseudónimo de “Juan José”, le dedica una (buena) crítica en verso publicada en su columna “Kantus populi”: Una estrella nacional / una estrella morena / brilló en la noche serena / del Teatro Experimental. / Y vaya si daba luz / en el drama formidable / de aquel francés inefable / que fuera Albert Camus. / El drama malentendido / pero entendido muy bien / y también muy aplaudido / lo que está bien, está bien.
Morayma toma un curso de teatro en Buenos Aires con dos grandes: Pedro Asquini y Alejandra Boero. Y arranca, en los años 70, una carrera espectacular como actriz de primera. Antes, en 1966 recibe una beca del Gobierno francés para estudiar en Nancy, en el Centro Internacional Universitario de Formación e Investigación Dramática. “Conocí a la gran María Casarès, era petisa y le pregunté cuándo iba a viajar a La Paz para hacer teatro y me contestó que la altura complicaba todo”.
En Francia aprende de grandes profesores como el polaco Jerzy Grotowski y el galo Jean-Marie Villégier. Viaja por Marruecos y media Europa: España (Madrid y la Costa Brava), Luxemburgo, Suiza, Alemania y Checoslovaquia. Y se convierte, a su regreso, en la corresponsal de la revista española de teatro “Primer Acto”.
“Morita” brilla en Santa Juana de América de Fernando Medina Ferrada con escenografía de Lorgio Vaca y dirección del argentino Andrés Lizárraga. Es una Juana Azurduy “vigorosa y sobria”, escribe el crítico teatral de Presencia Sergio Suárez F. a propósito de esta obra del Teatro Nacional Popular (TNP, dependiente del Ministerio de Educación y Cultura). Y dice esto en los diarios de aquel entonces: “Las personas eligen diferentes formas de expresión; unas buscan la política o la religión; yo elegí el teatro. Solo el teatro me ha entregado esa sensación de espacio y libertad donde yo puedo expresar lo que siento. Gracias a él, puedo pedir justicia y luchar por mejores valores humanos”.
También incursiona en el teatro más vanguardista y comprometido con La cantante calva de Eugene Ionesco con dirección de Andrés Canedo (hace de la señora Martín junto a Fernando Illanes, el propio Canedo y Norma Merlo). Sobresale en la comedia dramática Esopo, el esclavo de Guillermo Figuereido bajo la dirección de Gastón Aramayo (haciendo de Cleia); en El aniversario (junto a Néstor Peredo, Javier Fernández y Nora Terrazas); en Comedia oscura de Laly Anker; en La casa de Bernarda Alba (con dirección y puesta de Maritza Wilde); y en 3 generales de Raúl Salmón de la Barra.
Vuelve al musical con El hombre de La Mancha de Dale Wasserman y Un violinista en el tejado de Jerry Bock. En una entrevista periodística de aquellos años, resume su manera de sentir el oficio: “Es preciso diferenciar la verdadera vocación del afán de figurar muy común en la gente que trata de lucrar con el teatro en lugar de entregarse a él”. Con la obra Túpac Katari de Jaime Sevillano llega en 1986 hasta Córdoba (Argentina) y su Festival Sudamericano de Teatro para meterse en la piel de Bartolina Sisa.
La llegada a la ciudad del titiritero argentino Alexis Antiguez (el gran amor de Matilde Casazola) va a servir de disparadero de otra pasión: las marionetas. “Alexis hablaba tan bonito, era un hombre muy dulce, desde el Edén a las mujeres nos han conquistado siempre a través del oído. El hombre es más básico, le entra todo por la vista. Sin embargo, a nosotras, puedes ser un verdadero monstruo de feo pero si le hablas bonito a un chica, ya tienes toda la tarea hecha”.
Con los títeres, “Morita” aplica todos los conocimientos adquiridos en el teatro y la ópera. Su casa se convierte en un verdadero laboratorio, en un taller mágico donde aparecen y desaparecen por arte de birlibirloque piernas y brazos, cabezas y torsos. Morayma donará su gran colección de marionetas al museo/espacio Pipiripi después de una gran exposición en la Manzana Uno de Santa Cruz.
Una de sus obras más recordadas se llama Jatita. Es la historia de una niña del Norte de Potosí que llega a la ciudad y admirada/curiosa descubre las danzas de las entradas y los juegos infantiles de la mano de su amigo “lustra”; entre los dos lanzarán un mensaje de cuidado del agua. “Mis obras de títeres nunca quisieron la risa fácil, no eran de divertimiento, la idea junto a mi primo Javi siempre fue concienciar a la niñez a través de las marionetas”. Solo una vez, “Morita” se dio el lujo del recurso facilón: en Jatita un chisguete mojaba a todos los niños y niñas de las primeras filas. Su primo y alma gemela es Javier Palacios Pabón (ambos emparentados con el héroe/as yungueño de la aviación, el stronguista Rafael Pabón Cuevas). “Javi escribía las obras y yo yapaba”. Otras obras de aquellos años son: Pandora y La nave del profesor Galleta.
Con los muñecos vuelve a recorrer toda Bolivia, de punta a punta. Primero con giras por las nueve capitales y luego por las ciudades intermedias. Así, “Morita” conoce todo el país y todas sus chichas, desde el calor sofocante de Porvenir (en Pando) hasta los ricos pescados y cangrejos de Tomatitas (en Tarija). “En Oruro me rompí la muñeca, me caí en la oscuridad del teatro y terminé como en El Exorcista con la mano doblada al revés”. En 2007 —como la Abuela Mora— graba cassettes para niños con poemas de su viejo amigo Óscar Alfaro al que conoció con 25 años.
Su última obra (de marionetas) se llama Fábulas de la selva; con esa pieza puso fin a su carrera en junio de 2013. La pandemia alejó a sus amigos/compañeros de títeres (Sergio Ríos, Edith Negrón, “La Churra”, Flavia…) de su casa en el barrio de Miraflores.
En el living de su hogar, hay un retrato de “Morita” tomado por el mismísimo Luigi Doménico Gismondi en su viejo estudio de la calle Comercio. Debajo de ese retrato veinteañero lucen las medallas y premios recibidos a lo largo de toda su carrera. Tiene más medallas que un general. Entre todas, la que más le gusta es el premio a la trayectoria que el Círculo de Directores de Teatro Independiente le otorgó el 27 de marzo del año 2007. “Es el reconocimiento de los compañeros, eso es lo más importante, que tus amigos de oficio te valoren. El teatro me lo ha dado todo: grandes satisfacciones, lindas amistades, he dado mucho cariño y también he recibido mucho amor”.
Cuando me voy de su casa/laberinto, tras tomar tecito con dulces y salados, doña “Morita” me da el último consejo de sabia apasionada: “No hay que ser tibio”. Morayma, con una vida maravillosa y plena, nunca lo fue.