Sunday 12 Mar 2023 | Actualizado a 08:16 AM

Lombardi, un fotógrafo lúcido

La lucha de Christian Lombardi

/ 12 de marzo de 2023 / 08:15

Christian Lombardi inaugura este lunes 13 en la Alianza Francesa su nueva exposición fotográfica ‘Hors sujet’

Luchar o huir. Buscar el camino o abandonar. Volverse invisible. El fotógrafo Christian Lombardi se ha metido dentro de una jaula. Ha escrito un diario, acaso un ensayo fotográfico e inaugura exposición (proyectará las instantáneas) este lunes (Alianza Francesa, Sopocachi). El texto del libro titula El valle de las sombras. Su maestro de lucha durante estos cinco años le pregunta en medio del combate: “¿en qué galaxia sigues pasando el rato?”. En medio de los golpes y el dolor, Lombardi recuerda la hora del recreo infantil cuando el tiempo se detuvo.

Ha tomado durante dos años fotografías en blanco y negro de sus compañeros luchadores de Alianza Bolivia, los pioneros de las MMA (Artes Marciales Mixtas) en el país. “Solo vemos lo que queremos ver”. Se cansó de hacer fotos a las cholitas cachascanistas, al Illimani, a la Puerta del Sol, a la última marcha con dinamita, a la llamita, a los interminables estereotipos paceños y bolivianos; ese bucle infernal de imágenes repetidas. Se hartó de ser un “turista” comprando chucherías. “Mis guantes con olor a sudor frío, la cámara apagada, todo es aún más confuso”. Ahora está en otro mantra que le mantiene en trance: del dolor al frío y del frío a la vergüenza, a las partes del brazo que se paralizan, a las dudas y de ahí, vuelta al dolor.

Se cansó de cobrar cinco centavos de dólar por una foto (así están pagando las grandes agencias a los “freelance”: el mercado ha desaparecido: “no hay futuro”). Pasó 30 años como fotógrafo de prensa buscando la esencia de las personas, sobre todo en manifestaciones y enfrentamientos. ¿Quién no recuerda a Lombardi con un pucho entre los labios muy cerca de la represión policial? 30 años de rastrear una chispa en los gritos, en la violencia.

Fotos: Christian Lombardi y Ricardo Bajo

Un hilo se rompe y llega el hartazgo. “Todo lo que quedó de aquellos años fue un sabor amargo de falsas expectativas, un sabor de decepción, de nada; masticando el vacío, tragando el viento”. Llega el desencanto (de las revoluciones): “giros de 360 grados sobre ti mismo, todo para volver al mismo punto, pero con más ímpetu”. Aterriza el odio (a todos y todo); el odio simplifica. Se queda la depresión; y para salir de ella se mete en una jaula.

Lombardi fuma como chimenea, ha cumplido medio siglo y un año (es del 71) y está más flaco que nunca. Los tatuajes en el cuello lucen desgastados. Habla a tiros, habla como toma las fotografías, de manera visceral, directa, a boca de jarro. No ha dejado de renegar y ahora dispara contra la última moda: “hasta la inteligencia artificial tiene más ganas de crear que nosotros”. Estamos sentados en un parque de Sopocachi; hace sol y luego nos llueve y luego otra vez sol. Parece la vida misma.

Lombardi es un fotógrafo que pelea; ¿o es un luchador con cámara? Lombardi cita a Chosmky (y “la fábrica de consentimientos”), a Barthes (“la foto debe superar la teatralidad”), a Guy Debord (su obra La sociedad del espectáculo fue el “Fiat Lux” en pleno túnel), a Sartre. Su libro se llama Hors sujet, fuera de cualquier tipo de agenda. Lo emparenta con un término “sartriano”: “Huis clos”, a puerta cerrada. “El infierno son los otros”, dice al unísono con su compatriota.

Lombardi ya no fotografía “lo que se vende”. Ha naufragado en ese bucle. Cree que todos giramos sobre los mismos pensamientos. “Estamos estancados entre el seudo confort del statu quo generalizado y las innumerables aburridas declinaciones del inmovilismo. Se nos habla mucho de ser pero apenas se está”. Lombardi es un fotógrafo “sartriano”: el existencialismo es su humanismo.

PERFIL. Christian Lombardi es un reconocido fotógrafo francés que vive en Bolivia desde 1994.

RETRATOS. Los deportistas, a través del trabajo de Christian Lombardi.

Ahora es parte de un rebaño de “soldados” dentro del grupo del “sensei” Marcelo Anavi; ya lo fue cuando estuvo dentro del Ejército de Francia en el atolón de Mururoa, en la Polinesia  francesa en medio de los ensayos nucleares. “Soy capaz de calentar una pizza en mi mano en diez segundos”, dice con su intransferible sentido del humor.

Lleva cinco años entrenando: suda, sangra, gana, pierde, aprende. Ha vuelto a sacar fotos desde las tripas, fotos que le hacen vibrar el corazón; está asombrado de nuevo. Es un fotógrafo lúcido. La lucha ha cambiado sus ideas. “Los temas no se inventan ni se planifican, los temas aparecen, te jalan”. Cree que la luz sale del ojo, lo que iluminas en una fotografía sale de adentro tuyo.

Cuando satura una foto con colores fuertes es porque lo ve así. Como buen luchador sabe por dónde van a llegar los golpes, se acerca a medio metro del dolor, de la sangre; los que pelean se olvidan de la cámara. El lente de Lombardi cuenta historias, narra emociones, es lo único real. Es un combate contra el olvido, el único enemigo. “Un fotógrafo que no está obsesionado con el olvido solo tiene una cámara y un botón”.

Todas sus fotografías de MMA son en blanco y negro, un lenguaje propio para Lombardi. “El blanco y negro es la fábrica de iconos, de mitos, desde la niña de Vietnam a los puñetazos de Mohamed Alí”. El sistema visual no necesita el color para dar sentido a las formas y los detalles. Las líneas negras sirven para eso. La foto, el cine y la televisión se concibieron en negro y blanco. Lombardi ha quemado todas las etapas: del blanco y negro obsesivo al color chillón como doctrina y de vuelta a las escalas de grises; los colores van y vienen.

Dice que pertenece a la secta de los “granangularistas”, fanáticos, tercos; dice que no va a cambiar de borde, se le diga lo que se le diga. Su regla es simple: un cuerpo, un lente. Punto. Sus imágenes transmiten detalle, forma, textura, tono. Son entrenamientos, cuerpos, miradas enrabietadas, gestos de dolor, acrobacias, sonrisas de mujer: es el ballet de la supervivencia.

Lombardi carga contra la fotografía digital y la obsesión por los pixeles y las altas resoluciones. “Estamos ahogando el poder de la imagen como a un pez en el agua. Tomamos millones de fotografías y las subimos a las redes sociales, asfixiando su poder; todas las imágenes resbalan ya. Lo único que hacemos entonces es reforzar estereotipos. Los fotógrafos estamos castrados económicamente, compramos equipos caros y entre todos estamos ayudando al control de la imagen colectiva. La gente cree que se libera pero nos estamos esclavizando con tanta imagen; es una estrategia del poder. Hoy la niña de Vietnam pasaría desapercibida”. 

Lombardi es un filósofo que busca su camino, que anhela un refugio. Y solo pide una cosa: ser invisible de nuevo. Su ensayo fotográfico es el diario de un fantasma. Pero los fantasmas suelen ser tímidos y no gustan que los vean; por eso Lombardi los persigue. Nacido en Niza, la famosa Costa Azul, extraña el mar en La Paz. “Todos los días se me escapa una lagrimita”. La última vez que lloró de bronca fue cuando la agencia para la que trabajó le depositó en su cuenta 256 dólares por dos años de trabajo. Porca miseria.

Fotos: Christian Lombardi y Ricardo Bajo

La jaula es su nuevo planeta, su última constelación; una microsociedad donde no importa ni tu clase social, ni tu plata, ni tu origen, ni tu color de piel; ni tu sexo; solo importa lo que haces, lo que puedes sumar al grupo. En esa dimensión retrata a los gladiadores de hoy en día. Lombardi solo da forma, ellos deciden, ellos se abren, ellos se muestran como son, como quieren verse. Lombardi es uno de ellos, de los revividos. La vida es una resurrección diaria, como la de este fotógrafo francés (residente en Bolivia desde 1994 y gran heredero del fotoperiodismo de los 60/70) cuya carrera se hundió hasta que un deporte de combate le ofreció una rama donde balancearse, sin tener una soga al cuello.

Cuando Lombardi pasa la puerta del “dojo” no camina el paseo de los ahorcados, siente la magia; siente que todo vale, vale todo. En japonés, “dojo” significa literalmente “lugar donde se practica la vía” o “lugar del despertar”. Es la búsqueda de la perfección física, mental y espiritual. El “dojo” tiene que ver con la meditación y el “zazen”, estado de contemplación en el que el practicante adquiere un estado de desapego/aislamiento del mundo material, de las ideas vagas/egoístas que impiden una visión directa de la realidad.

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En su bolso apenas entran una cámara, unos “shorts”, unos guantes, unas bandas, un caparazón y unas espinilleras. Ha aprendido a tirar y esquivar “uppercuts” y ganchos; con los espejos de la mente será más difícil. “¿Son hombres de las cavernas que se toman con los pies, los puños, los codos, las rodillas, se tiran al suelo, se estrangulan y se dislocan? ¿Es eso realmente? ¿Un ‘mundo de matones’ con sus roles ya naturalmente designados?”.

No. “Es una relación con el mundo, es una red; ¿qué pasa con las sociedades sin imaginaciones, sin gestos, ritos y mitos que las acompañen o las precedan?”. Y otra respuesta: “para mí no es un deporte, es un cuestionamiento constante y total”. A Christian en el gimnasio de la calle 16 de Calacoto le dicen El Huesos; nadie sabe que llegó hasta la jaula para salvar su pellejo. No es el primero ni será el último. Lombardi ya no huye, lucha.

Texto: Ricardo Bajo H.     

Fotos: Christian Lombardi y Ricardo Bajo

El Visitante

La cinta del director cochabambino Martín Boulocq gira en torno a la reconexión entre un padre y una hija.

Por Pedro Susz K.

/ 12 de marzo de 2023 / 07:54

Martín Boulocq (Cochabamba/1980) es, sin lugar a dudas, una figura singular entre los realizadores bolivianos de la, digamos, tercera generación post 52. Ello debido, ante todo, a la sostenida perseverancia para hacerse de una filmografía personal que en la ocasión suma su cuarto largometraje en solitario, otro (Rojo, Amarillo y Verde/2009) fue realización compartida con Rodrigo Bellot y Sergio Bastiani, de igual manera parte de la misma camada, a una obra tozudamente empeñada, se dijo, en penetrar en el tiempo/contexto que le toca vivir, valiéndose de un estilo renuente a las fórmulas de puesta en imagen instituidas por la corriente dominante del cine comercial.

Lo más bonito y mis mejores años (2005), su prometedora ópera prima, apuntaba ya al desconcierto existencial de los jóvenes cochabambinos en particular, pero extensivo a sus coetáneos del resto del país, encarados a un nuboso horizonte plagado de huecos, develando la ausencia de alternativas atrayentes, distintas al poco prometedor dilema de optar entre resignarse a seguir deambulando o fugar hacia otro sitio por el solo hecho de hacerlo. Esto, narrado con un estilo minimalista —pocos diálogos, cámara mayormente en mano— adoptado de las realizaciones de autores como Wenders, Wong Kar Wai et ál, todos ellos adherentes en mayor o menor medida a las premisas del “Dogma”, corriente cuestionadora de las fórmulas del cine industrial surgida en la producción fílmica nórdica de principios del siglo en curso.     

Tales rasgos se reiteraban en cuento Carretera (2011), extremando el tono experimental del tratamiento impreso a la historia de Toño, quien vuelve a tratar de reencontrar sus raíces en algún sitio del sur del país luego de haber debido escapar al exilio durante una de las dictaduras de los años 60 y 70. Empero, el añorado regreso muta, por variopintos motivos, en una gran decepción. Primera labor de trabajo conjunto de guionización entre Boulocq y el escritor Rodrigo Hasbún en cuyo cuento Carretera se basaron, una vez más, la imagen, acompañada de prolongados silencios y pausas, par de elementos básicos del ritmo en el lenguaje oral, tan escasos en este mundo sobrecargado de ruido, soportaban el relato evitando el didactismo y la demagogia de los discursos socorridos tan a menudo en obras de similar contenido. Y la prolija fotografía completaba un armado dramático distinto al del grueso de las películas de aquí y afuera, sin dejar de mostrar algunos excesos preciosistas que advertían respecto al peligroso ladeo del estilo de Boulocq hacia el ombliguismo.

Fotos: Película ‘EL VISITANTE’

Tal riesgo pareció ahondarse en Eugenia (2018), aventurada tercera incursión del director en el largo, aquella vez arriesgando a utilizar el blanco y negro para espesar su visión de las irresueltas aberraciones imperantes en el entorno social: el patriarcalismo en particular. Allí la protagonista, cuyo nombre daba el título a la película, resolvía a sus 30 años distanciarse de su marido para migrar al exterior en busca de su padre —exmilitante de la guerrilla— periplo que, en el fondo, era un trabajoso viaje en busca de sí misma. La estructura del relato gambeteaba, una vez más, las fórmulas al uso, semejando una relativamente deshilachada sucesión de escenas tomadas de la cotidianidad de Eugenia, sin recurrir a las fórmulas frecuentadas por el cine convencional para sustentar el crescendo dramático. No obstante esos logros, Eugenia acentuó la impresión del vuelco cada vez más notorio del director hacia la fatuidad, vale decir, hacia el vacío.

Menos mal, en El visitante, Boulocq recobra la sensatez, dejando de lado los artificios, las fiorituras gratuitas y la aparatosidad forzada para volver a un estilo que encuentra en la contención y los subtextos ayunos de subrayados sus mayores fortalezas.

Este cuarto largometraje en solitario de Boulocq, basado nuevamente en un guion coescrito por el director junto a Rodrigo Hasbun, aborda la historia de Humberto, quien acaba de abandonar la celda donde pasó los últimos años de su vida a causa de los desmanes cometidos debido a su irrefrenable alcoholismo, resolviendo regresar a Cochabamba, antes que nada, al reencuentro con su hija Aleida, criada durante todo ese tiempo por sus suegros, ya que su esposa resolvió quitarse la vida.

Entre los varios agradecibles gestos de insubordinación del director contra las recientes pautas formales impuestas por la industria del entretenimiento: a la inflación del metraje sin justificación dramática, me refiero puntualmente, resulta obvio que Boulocq prefiere atenerse a la idea clásica de que un film debe durar lo justo para poner en imagen aquello que desea narrar. Así, necesitó solo 82 minutos en Los viejos, y, en la oportunidad, le bastan 85 para exponer la frustrante retoma de contacto paterno-filial en un contexto social sofocado por el dogmatismo religioso y sus férreos mandamientos implantados para amoldar la libertad decisoria de los fieles.

El personaje de Humberto
Fotos: Película ‘EL VISITANTE’

Dos son los filones argumentales desarrollados en El visitante. La referida vuelta al entorno familiar, donde Humberto —aficionado a la ópera, pasión a la cual da rienda suelta interpretando arias en los velorios—, apodado El Lobo por los amigos de otrora, con los cuales compartirá largas jornadas de disputa de pelota a paleta en el frontón de la localidad a la cual regresó, innumerables de las cuales desembocan, tal cual es usual, en no menos prolongadas reuniones generosamente regadas de alcohol. Una suerte de vía de escape a la monotonía de la vida en el lugar, así como de compensación a los escollos con los cuales va tropezando el diálogo padre-hija, dado el desasosiego de esta última en pleno forcejeo con la adolescencia, agravado por el desconocimiento de las circunstancias que rodearon la muerte de la madre.

La otra veta es una durísima crítica al papel que en la actualidad desempeñan las sectas religiosas de origen anglosajón multiplicadas en Latinoamérica, ofertando dudosas panaceas a las desigualdades socio/económicas imperantes por medio de relatos que prometen una felicidad futura a cambio de aceptar con resignación y no ofrecer resistencia alguna a tales inequidades. Aspecto que el espectador podrá colegir por sí mismo, advirtiendo los sinuosos rituales puestos en escena por los suegros de Humberto, moradores de una lujosa mansión —agudo puntillazo a la hipocresía resultante de la colisión entre lo predicado y el modo de actuar en la vida privada— contrastante con las fragilidades del entorno del cual provienen los alelados participantes en dichas ceremonias, que ambos orquestan como pastores de una de aquellas sectas evangélicas.

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La súbita desaparición de Aleida, en definitiva la víctima de los desencuentros de los adultos, agravará la de hecho ríspida relación entre Humberto y los suegros, que ven con muy malos ojos cómo él va reclutando entre los fieles de la secta que conducen, vendedores empleados por aquel en una precaria iniciativa económica dedicada a la venta de tarjetas de recarga para celulares. Si bien en el fondo tal disgusto es apenas un pretexto para bloquear cualquier posibilidad de que el padre recobre la tuición de su hija. La relación acaba definitivamente fracturada cuando una jueza, luego del hallazgo de la muchacha pernoctando al borde de la tumba de su madre, al parecer tentada de reincidir en la fatal decisión tomada por esta, dispone prohibir que durante seis meses aquel mantenga cualquier contacto directo con la chica. Circunstancia que lo lleva, insinúa la escena final, a reemprender su camino hacia quién sabe cuál destino. El espectador sacará sus propias conclusiones.      

El relato demora un tanto en levantar vuelo, como si el piloto no estuviese del todo seguro de hacia dónde enfilar y tal inseguridad se hace extensiva a todos los recursos del tramado narrativo. Pero una vez que lo consigue, pronto, es justo puntualizarlo, deja en evidencia absoluta la seguridad al respecto.

Fotos: Película ‘EL VISITANTE’

PELÍCULA. ‘El visitante’, de Martín Boulocq, se exhibe en La Paz, El Alto, Cochabamba, Santa Cruz y Tarija.

Fotos: Película ‘EL VISITANTE’

El tratamiento visual carga con el peso mayor en la progresiva tirantez que va cobrando la historia. La fotografía de Germán Nocella y el diseño de arte de Andrea Camponovo, pareja del director, adquieren por consecuencia una importancia fundamental, como en general aconteció con todas las películas que Boulocq tiene en su haber. Esta vez, afirmó en una entrevista, el manejo de la iluminación y el color estuvieron inspirados en las pinturas religiosas de tiempos pasados, caracterizadas por una intensa impregnación simbólica. El punto final al relato, con Humberto alejándose hacia el horizonte en un paisaje con varios molinos de viento, ilustra a cabalidad la señalada inspiración. Y si algo destaca sobre todo lo demás en El visitante, es justamente el peso simbólico de todos sus ingredientes, probando, de paso que para hacer una película de denso contenido político, donde los personajes por lo demás tienen vida propia, sin reducirse al papel de voceros de las inquietudes del realizador, no se requiere en absoluto valerse de homilías laicas, ni de monsergas doctrinales.

Así, los diálogos tampoco cumplen el papel de relleno dramático, ni de procedimiento para enfatizar la tensión dramática. De hecho escasean, mientras son los gestos de los intérpretes, su mutismo y la densificación de la atmósfera los ingredientes sustanciales en la aproximación a los conflictos vividos, en algunos casos, imaginados por Humberto y el resto del plantel actoral. Sobresale por cierto el desempeño del triángulo fundamental en ese sentido: apunto al de Enrique Aráoz como Humberto, César Troncoso como Carlos y Svet Mena en el rol de Aleida. Y si bien Sofía Eterovic asume un rol secundario, como la suegra, alcanzan dos o tres escenas, en especial aquella en la que abofetea a su nieta luego del intento de esta de  zafar de semejante entorno opresivo, para sintetizar la almidonada visión de la tarea que como abuela le toca desempeñar en la formación de esta y del método a poner en práctica.  

Son evidentes en el trabajo de Boulocq, quien, tal cual acaeció en todas sus realizaciones precedentes, se reservó múltiples tareas técnicas, amén de la de director,  varias aristas argumentales y formales coincidentes con King Kong en Asunción (2020) del director brasileño Camilo Cavalcante, lo cual podría alentar la idea de que una nueva corriente del cine latinoamericano asoma la cabeza, lo cual no sería extraño conociendo cuán parecidas son, en el fondo, las problemáticas de  los países de la región, pese a las disimilitudes superficiales.

No obstante, haberse alzado con el reconocimiento a mejor guion en los festivales de TriBeCa (Nueva York), y Lima, al igual que el premio a mejor película en el Festival de Antalya (Turquía), habiendo sido, asimismo, seleccionada para participar en el Festival de Moscú, su estreno local pecó, como ocurre reiterativamente con la llegada a las pantallas de trabajos que muestran el buen momento por el que atraviesa el cine hecho aquí, merecedores por ende de ser apreciados por el público local, de la falta de una adecuada campaña de promoción y lanzamiento, pasando de tal suerte inadvertida para el grueso de los espectadores —de hecho en la función en la cual la vi era el único espectador en sala—, reiterada falencia atribuible en parte a la ausencia de políticas claras de Adecine, la institución pública responsable de implementar las medidas de apoyo a la producción fílmica boliviana en todas las etapas propias de dicho quehacer. Si bien el Programa de Intervenciones Urbanas (PIU) activado por el Ministerio de Planificación y Desarrollo, pero, actualmente, en el refrigerador, facilitó que varias de las realizaciones pudiesen concretarse, el circuito solo completa su sentido cuando aquellas se interrelacionan con su destinatario primordial, el espectador de estos lares, contacto imposible de inicio si ni siquiera se entera de la existencia de aquellas.

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Película ‘EL VISITANTE’

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50 años de la observación a ‘El lado oscuro de la luna’

El 1 de marzo de 1973 nació el emblemático disco de la banda Pink Floyd, grabado en los estudios EMI en Abbey Road.

Por Huáscar A. Cajías Cueto

/ 12 de marzo de 2023 / 07:31

Hace algunos años, en el documental realizado por la productora Eagle Vision Classic Album The Dark Side Of The Moon, el guitarrista de Pink Floyd, David Gilmour, en retrospectiva reflexionaba: “Quisiera haber tenido el placer de haber escuchado por primera vez The Dark Side of The Moon” (TDSOTM), expresión que explica cuál fue el impacto y asombro en millones de mortales sobre la tierra al balancear la aguja en el surco y dar pie a los primeros segundos de esta obra fundamental de la década del 70. El tótem fue editado en EEUU el 1 de marzo por Capitol Records hace 50 años, y en Inglaterra fue el 23 de marzo de 1973 por el sello “bizarro” Harvest de EMI, con el código SHVL 804, 1E 064 o 05249.

La obra —realizada por una coincidencia creativa de “los elementos” que conformaron esa entidad química llamada Pink Floyd: Nicolás Mason (1945), Richard Wright (1945-2008), David Gilmour (1946) y Roger Waters (1944), sumados a éstos los no menos talentosos Chris Thomas como productor y un brillante Alan Parsons como ingeniero de sonido (quien llegó con el currículo de haber apoyado en obras determinantes de Los Beatles bajo el brazo)— concibieron el innegable referente, en los míticos estudios EMI en Abbey Road (Londres-Inglaterra) durante 1972.

En el proceso de construcción del disco, a manera de testeo, éste fue interpretado en varios conciertos durante 1972, donde On the run destaca por su diferencia, siendo una larga improvisación, para consuelo de fans, cuyas grabaciones existen en varias ediciones disponibles tanto en formato físico como digital, legales e ilegales, estas últimas desparramadas en la autopista informática.

Fotos: Internet

Si bien, el LP (Long Play) al poco tiempo de salir a la luz solo llegó al puesto 2 de las listas inglesas, este incesante andar fue ascendente, permaneciendo durante 15 años continuos, es decir, 725 semanas, entre los 200 discos más vendidos en los charts norteamericanos, convirtiéndose en el icono rock de mayor estadía en la historia de la música. En la promoción del disco y luego de ésta, su interpretación era obligatoria, llegando a reproducirse la obra por lo menos 385 veces en vivo hasta 1975, dejando de hacerlo hasta 20 años después por las tres cuartas partes de la banda, en la gira de presentación del disco Division Bell (1994-95) y por Waters en calidad de solista durante el año 2007 y todavía de obligatoria ejecución en la actual gira 2022-2023.

Pink Floyd parece habernos dejado un legado que ha entrado en una dinámica de revalorización continua, como demuestran las continuas reediciones, incluyendo también una serie de sufribles, económicamente hablando, y otros no tanto box sets, con nuevas mezclas, versiones alternativas que alimentan ese consumismo criticado en el álbum y la contradictoria ávida demanda por el disco. Como evidencia lo anterior, el disco está sujeto a procesos de redescubrimiento casi perpetuo, acogido por nuevas generaciones alrededor del mundo, como demuestra en la actualidad la diversidad de versiones realizadas por bandas tributo y artistas de variadas orientaciones musicales.

A esto se agregan otros matices que magnifican aún más su leyenda, como una estadística realizada en la primera mitad de la década de 1990 que comprobó que de cada cinco ingleses, uno poseía una copia del TDSOTM en su hogar; u otros de carácter exquisito que son un añadido a su polifacético mito, como aquel que dice que al iniciar la reproducción del CD de manera paralela al film El Mago de Oz (1939) de Victor Fleming, se evidencia una exacta sincronía con las escenas de dicha película. ¿Coincidencia? No olvidemos detalles no menos relevantes al estilo “beatle” que se aprecia en algunas ediciones del disco, donde al finalizar el lado 2, claro está en la copia en vinil, se escucha una breve pista “escondida” solo audible a muy alto volumen.

Pues bien, más allá de estos elementos que otorgan esa bonificación de magia, la pregunta es: ¿Qué hace que una obra como el TDSOTM traspase las fronteras e idiomas y suene con frescura en la actualidad?

Dicha interrogante parece difícil de responder; sin embargo, la connotación histórica en que fue desarrollada la obra es determinante para su consolidación, vale decir, la identificación de los individuos con la misma. Revisemos algunos eventos: iniciada la década del 70 la administración de Richard Nixon reprimía brutalmente a los estudiantes que se oponían a la intervención en Vietnam, dando la estocada final a los sueños hippies; por otra parte, en el mundo se consolidaba un mercado financiero especulativo que dio lugar más tarde a los denominados petrodólares, llenándose las billeteras de banqueros e inversionistas listos para empréstitos a consecuencia del alto precio del barril de petróleo y que de inmediato originó una elevación en la materia prima para la elaboración de discos de vinil, el petróleo.

En este contexto, la obra hace una representación de las sociedades denominadas de primer mundo, aturdidas por la rutina, la locura, el consumismo, dinero y más dinero; temas que martillean de manera rutilante todo el disco. No olvidemos que este fue concebido como una cámara que fotografía “todas las presiones de la vida moderna que pueden llevarnos a la locura” (Gilmour).

La portada

La reconocible iconografía: el prisma que refracta luz, se convirtió en poco tiempo en pieza icónica de la cultura pop, que en sus días de vigencia, pasearlo o tenerlo en el estante también otorgaba cierto estatus. No obstante, antes de su publicación, no era tal para los ejecutivos de EMI, quienes se negaron a publicar un disco sin fotografías del grupo, argumentando; ¿quién comprará un álbum sin reconocer a sus ejecutantes? La obra realizada por Storm Thorgerson y Aubrey Powell del colectivo Hipgnosis fue un encargo del grupo, por lo tanto mantuvieron férrea la decisión que el arte debiera salir tal cual; sin embargo, hicieron algunas concesiones. La banda pensaba en un empaque más robusto, una caja, EMI en definitiva no accedió y el álbum salió con el arte del prisma en el lomo, cuya dispersión de luz hace conexión interna, generando un cuerpo interconectado, fenómeno físico improbable, que pareciera la diversidad de la psicología del hombre común, la temática del álbum. Como elemento sustancial, éste fue el primer trabajo de la carrera de PF hasta esa fecha que incluyó las letras de las canciones y donde la genialidad letrista de Roger Waters se convirtió en apoteosis. 

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Fotos: Internet

Un retrato del disco 

La placa se inicia con un tenebroso latido de corazón, el estruendo de una máquina registradora y una perenne risa maniaca que da paso a Speak to me, solo es el intro para el sutil Breathe and the air, que parece susurrarnos al oído y dar lugar al siniestro toque de On the run, escenificada en pantalla gigante para los shows en vivo con un paciente transportado en camilla que recorre los pasillos de un sanatorio a toda velocidad, donde un hombre con la mirada exorbitada y fija sale disparado. En el firmamento azul y un amarillo tenue aparecen sorpresivamente decenas de relojes para dar lugar a Time con el inicio cacofónico perfectamente empalmados. Dando lugar apoteósicamente a los tambores atronadores de Mason pasando a escuchar a un Gilmour y Wright encandilados. En un guiño se retorna a Breathe y se prepara suficiente aroma para impregnarnos con la canción más seductora sobre la muerte, The great gig in the sky, una composición de Rick Wrigth y soñar con la magistral interpretación de Clare Torry para someternos a ese coro casi al ad infinitum que tanto nos estremece. Dando la vuelta el disco de vinil al lado 2 ingresamos a apreciar, Money y un contundente Dick Parry en el saxo mientras se hace una transición y la bienvenida a Us and them (una joyita descartada de la banda sonora de la película Zabriski Point, de Miguel Angelo Antonini), otra estocada de Wright con la intervención nuevamente de Parry en el saxo, esta vez inversa a la de Money, casi murmurada. Se da pie al optimista Any color you like e ingresa Eclipse y parecen hacerse presentes todos los fantasmas de Roger, es el tema que más se acerca al título original del disco y el corolario con el latido de corazón del inicio y la frase ya clásica “No existe un lado oscuro de la luna, de hecho, toda está oscura”.

Fotos: Internet

Epílogo

Algunos considerarán que la época más brillante de PF fue la psicodélica (bajo el liderazgo de Syd Barret) y otros pensarán que el posterior Wish you we here denote superioridad; sin embargo, más allá de éstas u otras consideraciones, es indudable que TDSOTM marcó un antes y un después en la historia de la música contemporánea (técnica y estéticamente) y que los elementos que la constituyen siguen siendo un canon indeleble en cada generación que redescubre el disco. Ya hace más de tres décadas y una madrugada que lo escuché por primera vez y hasta el momento de concluir estas líneas me es difícil describir con exactitud qué es lo que me fascina de este disco. Lo que sí puedo decir con total seguridad es que llegó para quedarse para siempre en la mente, el alma y los sentidos de millones alrededor de este mundo que observa casi taciturno El lado oscuro de la luna.

Texto: Huáscar A. Cajías Cueto

Fotos: Internet

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Entre Silvio y Serrat

Los cantautores Marco Lavayen y Christian Benítez repasarán la obra de estos artistas el 16 de marzo a las 20.00 en Teatro Nuna.

/ 12 de marzo de 2023 / 06:57

Ojalá, Mediterráneo… la Nueva Trova cubana, la Nova Cançó catalana… La Habana, Barcelona… canción, poesía, guitarras… sueños… simplemente Silvio y Serrat. La Canción de Autor es un género que se caracteriza por sus letras profundas y emotivas, que tratan temas sociales, románticos y políticos; reflejando, por consiguiente, la realidad de los pueblos y su gente. Este género musical ha sido cultivado por muchos artistas a lo largo de la historia, de los cuales dos de los más destacados y prolíficos son Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat, quienes han dejado un legado musical y poético muy valioso e importante para las generaciones actuales y las venideras.

En este tiempo en el que vivimos, marcado por la globalización y la homogeneización cultural, estamos convencidos de que la música de autor cobra una especial importancia, ya que representa una forma de resistencia y de defensa de la identidad cultural de nuestros pueblos. Las canciones de Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat son un ejemplo de esta resistencia, ya que sus letras y melodías son el reflejo de la realidad de sus países y de toda América Latina.

Silvio Rodríguez, nacido en Cuba en 1946, es uno de los cantautores más influyentes de la música latinoamericana. Sus canciones se caracterizan por una poética profunda y una gran sensibilidad social. Rodríguez utilizó su música para denunciar la injusticia y la opresión, para promover la lucha por la libertad o para refrendar su militancia con el amor. Canciones como Ojalá, Playa Girón y La maza se convirtieron en himnos de las voces latinoamericanas. Además, Silvio Rodríguez ha sido un defensor acérrimo de la cultura y la identidad cubana, y su obra ha sido reconocida en todo el mundo por su calidad artística.

Otro aspecto importante de las canciones de Silvio y Serrat es su capacidad para reflejar los cambios culturales y sociales de su época. Con temas como el amor, la amistad, la soledad y el paso del tiempo, sus creaciones han servido como banda sonora para varias generaciones.

Por su parte, Joan Manuel Serrat —cantautor, compositor y poeta catalán nacido en España en 1943— ha mostrado desde sus primeras composiciones su compromiso con la realidad social de su época. Es famoso tanto por la calidad de sus letras como por haber musicalizado a algunos de los principales poetas españoles y latinoamericanos. Temas como Fiesta, Mediterráneo, Cantares, Penélope y otros de su repertorio son considerados hoy en día como referentes de la canción de autor en España y América Latina e inclusive en países no hispanoparlantes.

Por su brillante carrera y su contribución a la cultura y el arte de España fue premiado con la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X, el Sabio. Las canciones de Serrat han logrado trascender fronteras y han sido acogidas con entusiasmo en todo el mundo. Sus letras profundas y poéticas, en las que se mezclan la melancolía y la esperanza, han llegado al corazón de millones de personas.

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Por todas estas razones y otras más, decidimos unir nuestras voces en escenario; y, como cantautores bolivianos, rendir un homenaje a estos dos grandes, no solo recreando sus canciones como ellos las han escrito, sino también poniendo algo de lo nuestro. El repertorio que ofreceremos en este concierto está basado en las canciones más emblemáticas de estos dos cantautores y también en las canciones que más queremos. Como seguidores de esta corriente, conocemos bien la obra de cada uno de ellos, por lo que hay temas que el público va a querer escuchar y otras que, obviamente, nuestro corazón quiere cantar.

Intercalaremos algunas composiciones nuestras —de Christian Benítez y Marco Lavayen— con las canciones de Silvio y Serrat, ofreciéndole al público paceño un espectáculo acústico íntimo, lleno de poesía, esperanza, rebeldía, melancolía y utopías. Contamos, además, con la valiosa participación del talentoso pianista Freddy Mendizábal.

El encuentro Entre Silvio y Serrat será el jueves 16 de marzo a las 20.00 en el Teatro Nuna de la calle 21 de Calacoto casi Costanera. Las entradas se pueden adquirir ya en el mismo teatro.

Texto: Christian Benítez Ugarteche

Fotos: Briela y Jean Marié Arroyo Orrico

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Negativo 2: Los rostros de los ‘Siete pecados capitales’

El director de fotografía Horacio Cavalleri exhibe impactantes imágenes en su nueva serie en La Galerie de la Alianza Francesa.

Gula

/ 12 de marzo de 2023 / 06:41

Negativo 2 nace sobre poder plasmar el imaginario, el subconsciente en la fotografía y a nosotros como seres, que somos un puente para plasmar, hacia una existencia, un realismo de los sueños”, dice el director de fotografía Horacio Cavalleri, quien exhibe la muestra en La Galerie de la Alianza Francesa (20 de Octubre y Fernando Guachalla) hasta el 28 de marzo.

Se trata de 17 fotografías reunidas en cinco obras. Entre estas destaca la serie Siete pecado capitales. “He creado esta serie expresionista y subjetiva; no es religiosa, es una denuncia sobre el atentado contra la autoestima, los excesos, los vicios y la falta de respeto hacia la libertad de los demás. Como sociedad hemos sobrepasado nuestros límites y hemos atentado principalmente contra el medioambiente, es una crítica a la sociedad y sistema moderno en el que vivimos y al uso indiscriminado de la tecnología y manipulación de los medios de comunicación. Cada uno de los pecados es una referencia a aquello en lo que nos hemos convertido”.

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Horacio Cavalleri es director de fotografía, fotógrafo, realizador publicitario en Latinoamérica y retocador digital de gama alta (High End Retouching) y postproducción. Ha colaborado con revistas como The huffington post y Desing Idea. Ganó el Premio Freddy Alborta 2020 en la categoría Fotografía Artística.

avaricia Fotos: Horacio Cavalleri

pereza

envidia

ira

Lujuria

soberbia Fotos: Horacio Cavalleri

Texto: Miguel Vargas

Fotos: Horacio Cavalleri

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Plástico y basura en el arte de Marina Sinjeokov

Se trata de un llamado a la acción sobre el impacto negativo que la basura humana y la destrucción indiscriminada de los ecosistemas está teniendo en la naturaleza.

puro galería

Por Canela Ugalde

/ 5 de marzo de 2023 / 08:20

Este vestido representa la evolución de los materiales en la vestimenta humana. Ha sido tejido de arriba abajo alternando materiales, comenzando con el cabello de la artista, a medida que el tejido avanza, podemos encontrar cabello animal y fibras vegetales y plástico. El vestido es una alegoría de la historia de la vestimenta humana y cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo. El uso de materiales, como el cabello y las fibras vegetales, representa las raíces más antiguas de la moda, mientras que la incorporación del plástico hace que la vestimenta no sea reciclable y biodegradable, convirtiéndola en un residuo más.

La pieza forma parte de la exposición Diosas obsoletas, de la artista rusa alemana  Marina Sinjeokov Andriewsky. Se trata de un llamado a la acción sobre el impacto negativo que la basura humana y la destrucción indiscriminada de los ecosistemas está teniendo en la naturaleza. A través de su arte —que se exhibe en la galería Puro, calle Enrique Peñaranda 1034, San Miguel— la artista nos muestra la gravedad de la situación y cómo la basura se ha convertido en una amenaza para la biodiversidad y la calidad de vida de los seres vivos.

El plástico, en particular, es uno de los materiales más perjudiciales para el medioambiente y la salud humana. Desafortunadamente, estamos rodeados por él y consumimos y respiramos plástico diariamente, transformándonos en plástico. La exposición nos recuerda que la base de nuestra vida está siendo destruida y es urgente tomar medidas para protegerla.

Fotos: Puro Galería

Marina Sinjeokov Andriewsky exhibe instalaciones, collage, grabados, linograbados, grafito, tinta y técnica mixta. Fotos: Puro Galería

Arriba: un vestido hecho con cabello y desechos.

Abajo: instalación de carbón con escultura de cerámica.

La exposición de Marina Sinjeokov Andriewsky es una muestra de arte impactante que invita a la reflexión sobre la responsabilidad que tenemos como seres humanos de proteger el planeta y a nosotros mismos. La exposición es una oportunidad única para conectarse con la naturaleza y comprender la importancia de preservarla.

Al entrar en la galería, los visitantes son recibidos por una gran cortina de residuos plásticos que se extiende atravesando el espacio y haciendo que el espectador tenga que pasar a través de esta para ver la muestra. Es una llamada de atención sobre la cantidad de plástico que utilizamos a diario y cómo este material se ha infiltrado en cada aspecto de nuestras vidas. Es una crítica al uso excesivo de este material y cómo su presencia constante nos afecta a nivel personal y global. Es una llamada de atención para que busquemos soluciones, tomemos medidas y reduzcamos nuestra dependencia del plástico.

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Marina estudió en la Academia de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón con el título de Escultora y profesora de arte, Buenos Aires, Argentina (1980-1985), habiéndose formado también en la Academia de Bellas Artes de Karlsruhe.

Su trabajo se ha mostrado en Argentina, Alemania, Rusia, Ecuador, República Dominicana, México y Bolivia.

En definitiva, Diosas obsoletas es una muestra imperdible para los interesados en la protección del medioambiente y la preservación de la vida en el planeta.

Fotos: Puro Galería

Texto: Canela Ugalde

Fotos: Puro Galería‘Diosas obsoletas’ es la muestra que exhibe la artista ruso-alemana en la galería Puro de San Miguel

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