Lombardi, un fotógrafo lúcido
Imagen: christian lombardi
La lucha de Christian Lombardi
Imagen: christian lombardi
Christian Lombardi inaugura este lunes 13 en la Alianza Francesa su nueva exposición fotográfica ‘Hors sujet’
Luchar o huir. Buscar el camino o abandonar. Volverse invisible. El fotógrafo Christian Lombardi se ha metido dentro de una jaula. Ha escrito un diario, acaso un ensayo fotográfico e inaugura exposición (proyectará las instantáneas) este lunes (Alianza Francesa, Sopocachi). El texto del libro titula El valle de las sombras. Su maestro de lucha durante estos cinco años le pregunta en medio del combate: “¿en qué galaxia sigues pasando el rato?”. En medio de los golpes y el dolor, Lombardi recuerda la hora del recreo infantil cuando el tiempo se detuvo.
Ha tomado durante dos años fotografías en blanco y negro de sus compañeros luchadores de Alianza Bolivia, los pioneros de las MMA (Artes Marciales Mixtas) en el país. “Solo vemos lo que queremos ver”. Se cansó de hacer fotos a las cholitas cachascanistas, al Illimani, a la Puerta del Sol, a la última marcha con dinamita, a la llamita, a los interminables estereotipos paceños y bolivianos; ese bucle infernal de imágenes repetidas. Se hartó de ser un “turista” comprando chucherías. “Mis guantes con olor a sudor frío, la cámara apagada, todo es aún más confuso”. Ahora está en otro mantra que le mantiene en trance: del dolor al frío y del frío a la vergüenza, a las partes del brazo que se paralizan, a las dudas y de ahí, vuelta al dolor.
Se cansó de cobrar cinco centavos de dólar por una foto (así están pagando las grandes agencias a los “freelance”: el mercado ha desaparecido: “no hay futuro”). Pasó 30 años como fotógrafo de prensa buscando la esencia de las personas, sobre todo en manifestaciones y enfrentamientos. ¿Quién no recuerda a Lombardi con un pucho entre los labios muy cerca de la represión policial? 30 años de rastrear una chispa en los gritos, en la violencia.

Un hilo se rompe y llega el hartazgo. “Todo lo que quedó de aquellos años fue un sabor amargo de falsas expectativas, un sabor de decepción, de nada; masticando el vacío, tragando el viento”. Llega el desencanto (de las revoluciones): “giros de 360 grados sobre ti mismo, todo para volver al mismo punto, pero con más ímpetu”. Aterriza el odio (a todos y todo); el odio simplifica. Se queda la depresión; y para salir de ella se mete en una jaula.
Lombardi fuma como chimenea, ha cumplido medio siglo y un año (es del 71) y está más flaco que nunca. Los tatuajes en el cuello lucen desgastados. Habla a tiros, habla como toma las fotografías, de manera visceral, directa, a boca de jarro. No ha dejado de renegar y ahora dispara contra la última moda: “hasta la inteligencia artificial tiene más ganas de crear que nosotros”. Estamos sentados en un parque de Sopocachi; hace sol y luego nos llueve y luego otra vez sol. Parece la vida misma.
Lombardi es un fotógrafo que pelea; ¿o es un luchador con cámara? Lombardi cita a Chosmky (y “la fábrica de consentimientos”), a Barthes (“la foto debe superar la teatralidad”), a Guy Debord (su obra La sociedad del espectáculo fue el “Fiat Lux” en pleno túnel), a Sartre. Su libro se llama Hors sujet, fuera de cualquier tipo de agenda. Lo emparenta con un término “sartriano”: “Huis clos”, a puerta cerrada. “El infierno son los otros”, dice al unísono con su compatriota.
Lombardi ya no fotografía “lo que se vende”. Ha naufragado en ese bucle. Cree que todos giramos sobre los mismos pensamientos. “Estamos estancados entre el seudo confort del statu quo generalizado y las innumerables aburridas declinaciones del inmovilismo. Se nos habla mucho de ser pero apenas se está”. Lombardi es un fotógrafo “sartriano”: el existencialismo es su humanismo.
Ahora es parte de un rebaño de “soldados” dentro del grupo del “sensei” Marcelo Anavi; ya lo fue cuando estuvo dentro del Ejército de Francia en el atolón de Mururoa, en la Polinesia francesa en medio de los ensayos nucleares. “Soy capaz de calentar una pizza en mi mano en diez segundos”, dice con su intransferible sentido del humor.
Lleva cinco años entrenando: suda, sangra, gana, pierde, aprende. Ha vuelto a sacar fotos desde las tripas, fotos que le hacen vibrar el corazón; está asombrado de nuevo. Es un fotógrafo lúcido. La lucha ha cambiado sus ideas. “Los temas no se inventan ni se planifican, los temas aparecen, te jalan”. Cree que la luz sale del ojo, lo que iluminas en una fotografía sale de adentro tuyo.
Cuando satura una foto con colores fuertes es porque lo ve así. Como buen luchador sabe por dónde van a llegar los golpes, se acerca a medio metro del dolor, de la sangre; los que pelean se olvidan de la cámara. El lente de Lombardi cuenta historias, narra emociones, es lo único real. Es un combate contra el olvido, el único enemigo. “Un fotógrafo que no está obsesionado con el olvido solo tiene una cámara y un botón”.
Todas sus fotografías de MMA son en blanco y negro, un lenguaje propio para Lombardi. “El blanco y negro es la fábrica de iconos, de mitos, desde la niña de Vietnam a los puñetazos de Mohamed Alí”. El sistema visual no necesita el color para dar sentido a las formas y los detalles. Las líneas negras sirven para eso. La foto, el cine y la televisión se concibieron en negro y blanco. Lombardi ha quemado todas las etapas: del blanco y negro obsesivo al color chillón como doctrina y de vuelta a las escalas de grises; los colores van y vienen.
Dice que pertenece a la secta de los “granangularistas”, fanáticos, tercos; dice que no va a cambiar de borde, se le diga lo que se le diga. Su regla es simple: un cuerpo, un lente. Punto. Sus imágenes transmiten detalle, forma, textura, tono. Son entrenamientos, cuerpos, miradas enrabietadas, gestos de dolor, acrobacias, sonrisas de mujer: es el ballet de la supervivencia.
Lombardi carga contra la fotografía digital y la obsesión por los pixeles y las altas resoluciones. “Estamos ahogando el poder de la imagen como a un pez en el agua. Tomamos millones de fotografías y las subimos a las redes sociales, asfixiando su poder; todas las imágenes resbalan ya. Lo único que hacemos entonces es reforzar estereotipos. Los fotógrafos estamos castrados económicamente, compramos equipos caros y entre todos estamos ayudando al control de la imagen colectiva. La gente cree que se libera pero nos estamos esclavizando con tanta imagen; es una estrategia del poder. Hoy la niña de Vietnam pasaría desapercibida”.
Lombardi es un filósofo que busca su camino, que anhela un refugio. Y solo pide una cosa: ser invisible de nuevo. Su ensayo fotográfico es el diario de un fantasma. Pero los fantasmas suelen ser tímidos y no gustan que los vean; por eso Lombardi los persigue. Nacido en Niza, la famosa Costa Azul, extraña el mar en La Paz. “Todos los días se me escapa una lagrimita”. La última vez que lloró de bronca fue cuando la agencia para la que trabajó le depositó en su cuenta 256 dólares por dos años de trabajo. Porca miseria.

La jaula es su nuevo planeta, su última constelación; una microsociedad donde no importa ni tu clase social, ni tu plata, ni tu origen, ni tu color de piel; ni tu sexo; solo importa lo que haces, lo que puedes sumar al grupo. En esa dimensión retrata a los gladiadores de hoy en día. Lombardi solo da forma, ellos deciden, ellos se abren, ellos se muestran como son, como quieren verse. Lombardi es uno de ellos, de los revividos. La vida es una resurrección diaria, como la de este fotógrafo francés (residente en Bolivia desde 1994 y gran heredero del fotoperiodismo de los 60/70) cuya carrera se hundió hasta que un deporte de combate le ofreció una rama donde balancearse, sin tener una soga al cuello.
Cuando Lombardi pasa la puerta del “dojo” no camina el paseo de los ahorcados, siente la magia; siente que todo vale, vale todo. En japonés, “dojo” significa literalmente “lugar donde se practica la vía” o “lugar del despertar”. Es la búsqueda de la perfección física, mental y espiritual. El “dojo” tiene que ver con la meditación y el “zazen”, estado de contemplación en el que el practicante adquiere un estado de desapego/aislamiento del mundo material, de las ideas vagas/egoístas que impiden una visión directa de la realidad.
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En su bolso apenas entran una cámara, unos “shorts”, unos guantes, unas bandas, un caparazón y unas espinilleras. Ha aprendido a tirar y esquivar “uppercuts” y ganchos; con los espejos de la mente será más difícil. “¿Son hombres de las cavernas que se toman con los pies, los puños, los codos, las rodillas, se tiran al suelo, se estrangulan y se dislocan? ¿Es eso realmente? ¿Un ‘mundo de matones’ con sus roles ya naturalmente designados?”.
No. “Es una relación con el mundo, es una red; ¿qué pasa con las sociedades sin imaginaciones, sin gestos, ritos y mitos que las acompañen o las precedan?”. Y otra respuesta: “para mí no es un deporte, es un cuestionamiento constante y total”. A Christian en el gimnasio de la calle 16 de Calacoto le dicen El Huesos; nadie sabe que llegó hasta la jaula para salvar su pellejo. No es el primero ni será el último. Lombardi ya no huye, lucha.
Texto: Ricardo Bajo H.
Fotos: Christian Lombardi y Ricardo Bajo