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‘Grillo’ Villegas, escéptico

Rodrigo ‘Grillo’ Villegas muestra un cuadro de Hermeto, el gato del músico. Se trata del regalo de un fan.

/ 11 de junio de 2023 / 06:33

Rodrigo Villegas de vuelta con un octeto de cuerdas. El viernes y sábado tocará en el Teatro Municipal de La Paz y después seguirá su gira por el país

En el “living” de la casa del “Grillo” hay un cuadro de Rosmery Mamani. No es uno de sus retratos hiperrealistas, es un paisaje. Cuando Rodrigo Villegas se fue a vivir/estudiar a Buenos Aires hace unos años se llevó la pintura para matar nostalgias. El cuadro es un Illimani. Cuando la dueña del monoambiente que alquiló le preguntó por dónde estaba esa linda montaña, el “Grillo” respondió: “la tengo delante de mi casa, en La Paz”. Solo cuando dejamos la hoyada, extrañamos al “Resplandeciente”. Solo cuando nos vamos, alardeamos y nos sentimos orgullosos de nuestro guardián.

En la sala principal de la casa también hay cuadros de Efraín Ortuño, Gabriel Aguirre Alandia y una serigrafía del viejo George, un personaje paceño. A los costados están dos viejos bancos de madera del legendario “Socavón”. En el centro de la habitación reina imponente una mesa de póquer. Ya vamos a hablar de póquer. Sobre ella están los últimos regalos que el músico/compositor ha recibido en Cochabamba tras el primer concierto de la gira con su octeto de cuerdas. En La Paz toca este viernes (16) y sábado (17) en el Teatro Municipal. No han sido regalos para él, han sido para su gato (persa). Hermeto es una estrella del rock. Se llama así por su increíble parecido con el compositor (de jazz y música popular brasileña) Hermeto Pascoal. “Tiene más ‘likes’ que yo cuando subo una foto suya al Instagram”.

Hermeto es celoso, posesivo. Tras varias cinco horas de charla, el gato blanco reclama atención, pide mimos y se pregunta: ¿por qué no se va este intruso de la casa, “Grillo”? “Cuando vienen chicas, es mucho peor”, me dice como consuelo. En una de las habitaciones del fondo, donde está el piano eléctrico, hay retratos de Hermeto, también son regalos. Villegas acepta posar con uno de ellos. El “Grillo” solo se ablanda con el gato.

Daniel Subirana, Peque Gutiérrez, ‘Grillo’ Villegas, Fulvia Fossati, Ramón Rocha y Heber Peredo.
Daniel Subirana, Peque Gutiérrez, ‘Grillo’ Villegas, Fulvia Fossati, Ramón Rocha y Heber Peredo.

Rodrigo Villegas Jáuregui ha celebrado 13 cumpleaños en su vida. Nace un 29 de febrero (de 1968) y cumple solo en los años bisiestos. Ya le toca en 2024; cada vez que hay Juegos Olímpicos sopla las velas. Se siente orgullosamente paceño con tres generaciones completas de familiares (14, en total) nacidos en la “hoyada”. Es capaz de distinguir los acentos de los diferentes barrios e incluso identifica cada zona por el género musical predominante en décadas anteriores. “Sopocachi era de los troveros; Miraflores, de los rockeros de antaño; y las villas, territorio metalero con Cristo Rey y Tembladerani para las orquestas y la cumbia”.

La música llega a su vida (para quedarse) en la casa familiar (en Achumani). El padre, don Jorge Villegas Monje, de profesión ingeniero industrial y conocido docente universitario de estadística, es un amante de las guitarreadas con zambas, amigos y tragos en la casa. El abuelo paterno es Víctor Hugo Villegas Núñez del Prado, periodista, corresponsal de Reuters, guionista de radioteatro en los 50; autor de una novela escrita a cuatro manos llamada Chuno Palma (1948), subtitulada “novela de cholos”. Del título de uno sus capítulos, el nieto sacará el nombre para uno de sus discos, el Conciliábulos (2014). Por cierto, conciliábulo es una reunión de herejes contra las reglas de la disciplina de la iglesia. El “Grillo” es un ateo militante.

El “Grillo” está convencido de algo que parece loco, de ciencia ficción (pero tal vez no lo sea): el tiempo dividido en pasado, presente y futuro no existe. Y si existe, está todo en uno. ¿Y si el abuelo puso ese título para su nieto? “Últimamente, he leído letras mías pasadas que responden a cosas que me pasan ahorita y al revés, tal vez lo que escribo ahora me dé las respuestas a preguntas del futuro. Me mando mensajes en el tiempo; es un juego que me he inventado”.

La letra favorita del abuelo era la hache. Puso a sus cuatros hijos el segundo nombre con esa letra muda. El padre siguió la tradición y su primer hijo (Jorge Horacio, hermano mayor de Rodrigo) también lleva la hache. El “Grillo” no la lleva, por algo será. El nieto —que no se calla nunca— bautiza a su gato con la misma letra como inicial. Es un juego con el abuelo.

Desde chico se enamora de la música. Más que enamoramiento, es fascinación. Es curiosidad sin fin por la música como lenguaje. Estudiante del Colegio San Ignacio, con 14 años se separa de las canciones del padre. “A esa edad ya tenía claro que quería ser músico. Mi familia, obviamente, no me tomó en serio cuando lo anuncié y mi papá dijo: ‘puedes ir al Conservatorio a estudiar, pero ojo: mostrame las notas de la universidad, carrera de Economía’”. Villegas será un buen estudiante, amará los números y será un perfeccionista en todo lo que haga, ya sea análisis estadístico en plena pandemia de COVID, estudioso del póquer, alumno de composición y arreglos o músico/líder sobre el escenario.

El músico se presentará el 16 y 17 de junio a las 19.30 junto con su octeto en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez.
El músico se presentará el 16 y 17 de junio a las 19.30 junto con su octeto en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez.

La primera banda que lo fascina se llama OM, la mítica banda de los 80, la que nos dejó verdaderos himnos de la noche paceña como son Cochuna (la de “Cochuna, Coroico, Los Yungas, La Paz”), El reggae del cóndor y Estaño metal del diablo. Los OM (Ismael Saavedra, Luis Kúncar —ya fallecidos—, José Luis “Vichi” Olivera y Marcelo Palacios) no hacen “covers”, tocan sus composiciones. “El tío del Rodo Ortiz tocaba en OM y nosotros íbamos a sus ensayos. Años más tarde, grabamos el Cochuna y pedimos autorización al “Vichi” y consultamos qué poner en los créditos, nos dijeron ‘pongan simplemente OM’”.

No tardan los amigos del “Grillo” en armar su propio grupo de rock. Se llamarán Fox (1983-84). Son Villegas, Rodolfo Ortiz y los hermanos Joffré, Martín y José Luis. Es el nombre de la pandilla de Achumani y Los Pinos (se reunían en una pizzería de la calle 21 de Calacoto). Es el nombre de una marca de motocross. “Por aquella época los festivales se daban después de las carreras de motos”.

Estamos en los inicios de los años 80 y la noche comienza a despertar. Se ha recuperado la democracia, aparecen las radios FM y el vacío del rock boliviano (tras la primera época sesentera/setentera) está por llenarse. Fox hace “covers” de heavy metal (desde Scorpions y Iron Maiden a Black Sabbath) desde glam rock a clásicos en castellano de Barón Rojo y Los Ángeles del Infierno (“tocábamos el Maldito sea tu nombre). Con el tiempo se especializan en Metallica y llegan a tocar íntegramente el primer y segundo disco: Kill’em all (1983) y Ride the lightning (1984).

Al “Grillo” le gusta la buena música. Así de claro. En sus tiempos escucha Silvio Rodríguez y viaja a Buenos Aires para ver al dúo inglés de “new age” Tears for Fears. También llega a la Argentina para ver a Iron Maiden o a la banda de Ozzy Osbourne. “No me rijo por géneros, estos son como ríos y ya verás tú donde te llevan. No tengo problemas con ningún género. Si te gusta la música te riges más por álbumes, ni siquiera por canciones. Dime, ¿cuál es tu disco favorito? En este mundo donde los jóvenes soportan apenas 16 segundos de un tik-tok, el álbum está más vivo que nunca”.

Villegas tiene un hábito: cada año reseña los mejores discos publicados en el mundo separándolos en dos categorías: jazz y no jazz. A través de ese río de géneros, el “Grillo” desemboca, inexorablemente, en el oceáno (inabarcable) del jazz. “El jazz-rock es una gran puerta para el género; Miles Davis ha cambiado cuatro veces la dirección de la música”.

Cuando el Socavón, “la taberna del arte”, abre sus puertas a finales de 1989 en la avenida 20 de Octubre (al 2172) del barrio de Sopocachi, la historia del rock en La Paz da un giro de 180 grados. El “Soca” se convertirá en el lugar de esa efervescencia de principios de los años 90. Bolivia clasifica por primera vez por méritos propios a una Copa de Mundo (Estados Unidos 1994). Nace la primera banda de rock que en un periodo muy corto va a dejar una huella muy alargada en toda Bolivia: Lou Kass. Llega el “boom” del cine boliviano de 1995 con películas de Sanjinés, Loayza, Valdivia, Mela Márquez…

La Drago Blues Band revienta el “Soca” de la mano del guitarrista croata Drago Dogan y su armónica Hohner, el saxo de Gustavo “Chavo” Valera y músicos ex OM como el “Vichi” en la “bata” y Kúncar en la guitarra. El “hit” se llama Mama Coca. Villegas en el bajo, “Rodo” Ortiz y Christian Krauss (el mejor “front man” del rock boliviano) se unen a “la Drago”. El “Grillo” toma la banda. “Apareció un alemán hippie de la Sagárnaga, venía viajando por toda Sudamérica. Caía mucho gringo en el Soca, le gustaba el reggae y Bob Marley, era el Krauss”.

Rodrigo ‘Grillo’ Villegas y el vocalista Christian Krauss, tocando en El Socavón juntos en Lou Kass.
Rodrigo ‘Grillo’ Villegas y el vocalista Christian Krauss, tocando en El Socavón juntos en Lou Kass. Foto: Ricardo Bajo y archivo de Rodrigo Villegas Jáuregui

Cuando Drago se va, Grillo habla con el dueño del boliche, el artista Sol Mateo. “¿Qué van a tocar, pero? ¿Cómo se van a llamar? Sol bautiza al grupo: “serán La Nave de Lou-Kass”. Villegas cree que el nombre es muy largo y se quedan con Lou Kass. “Le puso Lou por Lou Reed y Kas por un famoso refresco que había en el norte de España, Sol había estado de viaje por allá hacía poco”. La doble ese era para provocar, típico del Sol.

El 24 de octubre de 1990 (un miércoles) Lou Kass debuta en el “Soca”. En lugar de papa frita hay coca en las mesas para acullicar (con “lejía” incluída). La fauna de los “socavonenses” es leyenda viva de la noche paceña: Gastón Ugalde, Pablo Cingolani, H.C.F. Mansilla, Mario Conde, Patricia Mariaca, Diego Torres, los hermanos Lara, el cuartero Madera Viva (de música contemporánea), Carlos Villagómez (el creador del logo de Lou Kass con hojita de marihuana), Keiko González, Efraín Ortuño, Jechu Durán, Roberto Valcárcel, Jenny Cárdenas, el Titiritero de Banfield, Oscar García, “Papirri”, Marcos Loayza, “Chichizo” López, los chicos de Wara, Altiplano, Metalmorfosis, Coda 3, los Lapsus de Mauricio Torres, Dies Irae, Ragga Ki, la muchachada del Teatro de los Andes…

Todos se reúnen alrededor del altar/escenario con el Tío, la coquita y sus puchos Astoria, bajo la atenta mirada de los tres retratos pintados por Sol Mateo, logo del antro. “Grillo” recuerda las colas para entrar y ver a Lou Kass, con el padre de Sol, don Jaime, de portero, empilchado. Había reservas para semanas y meses en adelante. En un boliche para 80 entraban 200. “Recuerdo el sudor en las paredes, la gente apelotonada, los chicos sin polera, muchos se paraban en las mesas. Me da nostalgia”.  Socavón, la vida alucinante.

¿Por qué explotó el fenómeno Lou Kass? “Tocábamos bien, éramos jóvenes, todos entre 20 y 23 años pero veníamos de tocar juntos desde los 15 con los covers de Fox; Rodo y Martín eran muy buenos en batería y guitarra. No éramos la bandita que debutaba los miércoles en el Soca. Comenzó a venir más y más gente. Había traído cassettes de Sumo de Buenos Aires, luego se vendían en la tienda de discos que tenía el Coco Cárdenas. Tocábamos también temas de los Redondos, un poco de ska y reggae del Krauss, mi hermano”. Canciones como La rubia tarada (de Sumo) Masacre en el puticlub y Aquella solitaria vaca cubana (de Patricio Rey y sus Rendonditos de Ricota) junto a La torcida se vuelven himnos nocturnos.

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Los dos primeros discos (el Lou Kass de 1992 y el Akasa de 1994) dejan canciones para la historia: Chico predecible, Escrúpula, Extravismo, Feel high, No reces al sol, Resumen paceno, Porque eres tan bella… El nivel de alegría estaba por las nubes en La Paz. “Fue un momento muy lindo, como identidad de país, cuando Bolivia clasificó al Mundial nos abrazamos todos, con el taxista, con la caserita. Fuimos un país, una nación unida por un momento; ese instante duró semanas, no solamente días. Todo sucedió a la vez. Tocábamos y llenábamos el Teatro al Aire Libre y había banderas tricolores por todo lado; en los conciertos del interior, igual. Creo que mi generación cumplió, haya sido un sueño o no”.

Es la época en que Villegas —uno de los mayores iconos del rock boliviano— no puede ni salir a la calle; “el tráfico se cortaba cuando se anunciaba una tocada de Lou Kass en algún canal de televisión”. La banda se separa por lo que siempre separa a las bandas: peleas entre ellos.

Estudio. ‘Grillo’ Villegas con el músico argentino Guillermo Vadalá.
Estudio. ‘Grillo’ Villegas con el músico argentino Guillermo Vadalá.

Tras los cuatro años de Loukass (dos discos en estudio y tres en vivo con un par de regresos), llegarán 20 con Llegas (12 discos, algunos mezclados en los estudios de Luis Alberto Spinetta y Fito Páez) y tres álbumes bajo la autoría de Grillo Villegas. El músico, estudioso de su propia obra, ve cinco trilogías. “Tengo la trilogía de lo popular que agrupa a mis discos más escuchados, donde están las canciones más clásicas”. Son el Huye el sol (1996), el Almaqueloide (1998) y el Pesanervios (2000). De esa trilogía, la hinchada intergeneracional del “Grillo” (Villegas no solo tiene un público fiel, tiene hinchada, que lo idolatra y lo mima, es “Grillo Fútbol Club”) corea con cariño siempre temas como Raquel (escrita junto a Óscar García), Cada beso, Diamante, Alas, Antifaz y Huesos, entre otros. La canción más reproducida en Spotify, Apple y Deezer (más de un millón de veces) es Subterránea, esa que dice “cómo consigues asumir/ la bendición de un cura/ si el que te cura es un faquir/ con anfetaminas”.

La segunda trilogía es la de los álbumes más experimentales, “más densos para escuchar”. Es la formada por Revolver (2001, “es un gran disco, con Daniel Zegada en la batería”), Hidrometeoros 2 (2006) y Conciliábulos (2014). La tercera trilogía es la más débil, dice en tono autocrítico. Antes incluso de decir la palabra “débil”, ha dicho la palabra “mala”. Es el “Superjuguetes (2004), el Bipolar (2010) y el Duramadre (2012). “No significa que no haya buenas canciones en esos discos, por si acaso”.

La cuarta trilogía está formada por los discos en directo: Autosabotajes (2002, doble), Espejismos (2011, acústico grabado en el Teatro Municipal, con Guillermo Vadalá, llegado de Buenos Aires para tocar el bajo) y Viene el sol (2013, un CD/DVD grabado en el Teatro 16 de Julio con invitados como Javier Malosetti).

La quinta es la nueva, la que está firmada como Grillo Villegas. Son el Yo es otro (2017, la vuelta de Buenos Aires), La música debe elevarnos (2019) y Hermetismos (2022, el último). Como estamos hablando de juegos, “Grillo” cree que cada uno de estos tres discos encaja en uno de las tres primeras trilogías: los álbumes populares, los experimentales y/o los malos/débiles. Como estamos hablando de discos (y canciones) y como tiene delante a un periodista, Villegas aprovecha para quejarse del oficio, del periodismo (cultural/musical).

Tira de una frase que le gusta harto: “saber del anecdotario de la música no es saber de música, es saber del anecdotario de la música”. La frase es del divulgador musical argentino Lucas Marti. El “Grillo” lamenta que las críticas/reseñas de conciertos/discos no hablen de música, del lenguaje musical, de estructuras, que se centren casi exclusivamente en las letras. Intuye que es por ignorancia. Tiene razón.

En esta amplia discografía se puede observar cuatro años de intervalo, de ausencia, de lucha por la vida, de reinvención. Son los años dedicados a salvarse de/a sí mismo. Villegas llega a bajar 25 kilos en ese proceso. Rodrigo lleva hoy 12 años “limpio”. Dejó la “blanca” y el alcohol a su manera: sin ayuda, sin clínica de desintoxicación, sin religiones, sin dioses, a puro pulmón. Su mérito es enorme. “Si seguía así, iba a terminar donde terminaron muchos, viviendo en la calle, o en la cárcel, o en el cementerio”. Antes de abandonar los vicios, tiene un gravísimo accidente de tránsito en febrero de 2011 (después de una noche de tocada en el Equinoccio, el testigo del “Soca”). 

Hoy el “Grillo” —un sobreviviente— sigue compartiendo con amigos y lo único que pasa de mano en mano es una cerveza sin alcohol o una buena taza de café caliente. Los jueves se reúne en su casa de Los Pinos para jugar póquer. Ha llegado a ser un jugador semiprofesional, ha llegado a viajar a Chile, Argentina, Uruguay y Brasil para competir en torneos profesionales. Mientras me habla de su pasión por este juego de habilidad mental, saca un cuaderno con apuntes a mano. Ha llegado a tener un entrenador (“coach”) para mejorar. Ha ganado dinero, ha llegado a vivir del póquer. Poca broma. “En un momento determinado tuve que elegir entre la música y el póquer, para subir de nivel en el juego tenía que dedicarle todo el tiempo de manera exclusiva todo el año y decidí priorizar la música”. El póquer es un mundo complejo. “Si te gusta los números, si te gusta estudiar, es apasionante, a mí me atrapó”.

El “Grillo” no sabe por donde irá encaminada su sexta trilogía. No sabe si volver a Buenos Aires para terminar sus estudios de Armonía, Arreglos y Composición en la Escuela de Música Contemporánea (donde estuvo entre 2015 y 2016 con profesores como Juan “Pollo” Raffo y Ezequiel Cantero). No sabe si seguirá escribiendo lo que está escribiendo ahora: obras de cámara, cuartetos para cuerda con el poso del postromanticismo como bandera, composiciones originales con arreglos únicos, interludios e introducciones.

No sabe si de la actual gira —Teoría de cuerdas— con un octeto clásico —liderado por Andrea García, la guía de violonchelos de la Orquesta Sinfónica Nacional, por siete ciudades (tras Cochabamba y anoche Santa Cruz, se vienen La Paz, Oruro, Sucre, Potosí y Tarija)— saldrá un disco. No sabe si su “hinchada” acompañará en estas tocadas alrededor de un conjunto de cuerdas; ni si volverá con su habitual sexteto de pop/rock, se supone que sí. No sabe si volverá a la cancha a ver a querido Bolívar (“luego del incidente de fanatismo que tuve por el tema del Festival de Viña del Mar, no volví a pisar el estadio, ahora soy un simpatizante apático del club”).

El “Grillo” es de la de escuela de los escépticos; de los escépticos religiosos y científicos (por eso se peleó en las redes sociales —tiene 15 mil seguidores en Twitter— en plena pandemia contra los divulgadores de la pseudo-ciencia y sus remedios “mágicos”); es de los que dudan; de los que bancan el pensamiento crítico; de los que creen que no hay verdades absolutas (y si esta existe, la verdad, de los que creen que es imposible conocerla). El “Grillo”, como Sócrates, solo sabe que no sabe nada.

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo Bajo y archivo de Rodrigo Villegas Jáuregui

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Tradiciones Cruceñas, el mural que renace en Los Tajibos

Una obra icónica del reconocido artista plástico cruceño, Lorgio Vaca, fue restaurado y ahora se luce en una nueva ubicación en el Hotel Los Tajibos.

/ 7 de septiembre de 2024 / 21:24

En un acto que fusiona arte, historia y tradición, el emblemático mural «Tradiciones Cruceñas» del reconocido artista Lorgio Vaca ha sido reinaugurado en un espacio privilegiado del Hotel Los Tajibos, a Tribute Portfolio Hotel, en Santa Cruz de la Sierra. Esta obra monumental, que celebra su 50 aniversario desde su creación en 1974, ha sido objeto de una meticulosa restauración, emergiendo con renovado esplendor en el mes aniversario de la capital cruceña.

El proyecto de restauración, impulsado por el empresario Samuel Doria Medina a través del grupo que gestiona el hotel, ha transformado no solo la apariencia física del mural, sino también su accesibilidad al público. Ahora ubicado sobre la Avenida Tercer Anillo Interno, el mural se presenta como una ventana abierta a la rica cultura cruceña, invitando tanto a lugareños como a turistas a sumergirse en sus vibrantes colores y significativos símbolos.

Obra

Con sus impresionantes 18 metros de longitud y cerca de 3 metros de altura, Tradiciones Cruceñas es un testimonio visual de la identidad y el patrimonio de Santa Cruz. El proceso de restauración, que se extendió por cinco meses, no solo ha devuelto la vida a los trazos originales de Vaca, sino que también ha incorporado nuevos esmaltes derivados de minerales bolivianos provenientes de Santa Cruz, Oruro y Potosí. Esta fusión de materiales autóctonos ha dotado a la obra de una energía renovada, realzando su colorido y profundizando su conexión con la tierra boliviana.

Lorgio Vaca, el maestro detrás de esta obra icónica, ve en la restauración un acto de «hermanamiento con el pasado». Para el artista, el mural trasciende su valor estético para convertirse en un ancla de identidad, un recordatorio tangible de las raíces y la esencia cruceña. «Es fundamental no olvidar quiénes somos y de dónde venimos», expresó Vaca, subrayando la importancia de la obra como un legado vivo para las generaciones actuales y futuras.

El mural «Tradiciones Cruceñas» no es solo una representación pictórica; es una narrativa visual que captura la esencia de la cultura cruceña a través de cinco elementos representativos.

Tradiciones cruceñas

El mural incluye la tamborita, símbolo del ritmo y la alegría que anima las fiestas y celebraciones cruceñas; la sortija, juego ecuestre que evoca la destreza y valentía de los jinetes locales; la caña de azúcar, pilar del desarrollo agroindustrial de la región; la figura de José Manuel Baca «Cañoto», héroe de la independencia que personifica el espíritu combativo cruceño; los jinetes de la independencia, homenaje a los luchadores por la libertad de la región.

Samuel Doria Medina, impulsor del proyecto, destacó la importancia del mural en el contexto actual: «En un momento en que el país necesita unidad y orgullo por lo nuestro, esta obra es un símbolo de la cultura que une a los cruceños». El empresario ve en la restauración y reubicación del mural una oportunidad para revalorizar el patrimonio cultural no solo de Santa Cruz, sino de Bolivia en su conjunto.

La reinauguración de Tradiciones Cruceñas se presenta como un acto de resistencia cultural en tiempos de globalización, un recordatorio tangible de la importancia de preservar y celebrar las tradiciones locales. El mural, ahora más accesible que nunca, se erige como un puente entre el pasado y el presente, invitando a la reflexión sobre la identidad cruceña y su lugar en el mosaico cultural boliviano.

La obra de Lorgio Vaca, con su mezcla de símbolos tradicionales y técnicas artísticas contemporáneas, es reconocida por la fuerza de sus trazos y colores intensos.

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La plazuela que se convirtió en poema, el legado de Poesía en la Calleja

/ 7 de septiembre de 2024 / 21:09

En el corazón de Santa Cruz de la Sierra, una plazuela se transforma mensualmente en un escenario abierto donde la poesía, la música y el arte visual se entrelazan para crear una experiencia cultural única. Este fenómeno urbano, conocido como Poesía en la Calleja, ha estado nutriendo el alma de la ciudad durante casi doce años bajo la coordinación del poeta y gestor cultural Óscar «Puky» Gutiérrez Peña.

En esta entrevista, Gutiérrez nos sumerge en el mundo de Poesía en la Calleja, revelando cómo esta iniciativa ha evolucionado desde sus inicios hasta convertirse en un pilar de la vida cultural cruceña. Con más de 150 eventos realizados y la participación de artistas tanto locales como internacionales, este proyecto demuestra el poder transformador del arte en los espacios públicos y su capacidad para construir comunidad a través de la palabra hablada.

Encuentro

¿Cómo ha ido evolucionando el encuentro de Poesía en la Calleja a lo largo de los años?

Poesía en la Calleja es una velada literaria cuya protagonista principal es la poesía, sea esta regional, nacional o universal. Dicha velada es aderezada con bienvenidas dosis de música, pintura, novedades literarias, declamación, cosplay, etc. En definitiva, es una experiencia que intenta contagiar nuestro fervor, siempre in crescendo, por el hábito de la lectura, el arte y la vida.

Sucede el último jueves de cada mes, de noche, en una céntrica y emblemática plazuela cruceña; además, es gratis.

A través del tiempo, mantenemos la misma esencia: compartir nuestro fervor por la poesía, es decir, por las palabras habitadas, decidoras, por el lenguaje vital. Eso sí, a lo largo de estos once años y ocho meses de existencia, la plazuela Calleja nos ha ido enseñando maneras, matices y formatos.

Poesía en la Calleja

¿Quiénes son, si se puede nombrar algunos, los artistas que han acompañado los encuentros?

A lo largo de nuestros 154 eventos realizados, calculamos que son, aproximadamente, 120 artistas los que han compartido su talento desde nuestro escenario. Poetas como Matilde Casazola, Humberto Quinto, Oscar Barbery, Paura Rodríguez, Jorge Campero y Julio Barriga, entre los nacionales, además de otros autores provenientes de, por lo menos, quince países distintos. Músicos como Ronaldo Vaca Pereira, Caribrú, Contrapunto, César Espada, Gustavo Rivero, Verty Bracamonte y el Dúo de Tres. Artistas plásticos como Renate Hollweg, Nicole Vera, Annie Chávez, Ciro Paz y Juan Bustillos.

¿Cuál es la experiencia del aporte a la vida cultural que ha tenido hasta ahora el encuentro? ¿Cómo ayuda vivir la poesía como una expresión comunitaria, social, que no está solo encerrada en los libros?

Me parece algo inédito la «toma» de un espacio público desde y para la poesía. Nuestra propuesta no sucede en una galería o en un salón. Poesía en la Calleja acontece… ¡en una plazuela!, con todo lo que ello implica: acceso irrestricto, inclusión tácita, ejercicio creativo de la ciudadanía y, ojalá, la construcción de un pedacito de imaginario colectivo a través de lo que nos vincula profundamente, más allá de modas, siglas o clases sociales, y esto es: nuestra compartida humanidad, la esperanza y los miedos, el espanto y la ternura, las contundentes alegrías y la universal mortalidad.

Porvenir

¿Cuándo serán las próximas citas y qué se viene?

En este mes de septiembre, naturalmente, nuestra propuesta estará impregnada de turbión y taquirari, de sirari y llanuras, por lo que el último jueves de este mes, celebraremos, desde la poesía, la música y la pintura, el asombro y el azar de vivir en esta geografía hecha de buris y surazos. El público asistente escuchará textos de Cañoto, Julio de la Vega, Enrique Kempff, Raúl Otero Reiche, Amilkar Jaldín y Patricia Gutiérrez, entre otros.

Por otro lado, el jueves 12, desde las 19:30 horas, en instalaciones de la universidad Núr, desarrollaremos nuestro segundo evento artístico producto de una alianza con dicha casa de estudios superiores. Entre otras lindas sorpresas, servirá para reconocer el extraordinario aporte del compositor orureño César Espada a la música del oriente boliviano, en especial por su ya mítico taquirari «Niña camba». También habrá niños y niñas declamadores, ballet folclórico y una muestra de fotografía.

En ambas oportunidades, el público asistente podrá experimentar nuestra particular, incluyente y traviesa propuesta de aproximación a la lectura, al arte y a la vida.

Autor

¿Qué es lo más reciente que vienes desarrollando en tu trabajo poético como autor?

En cuanto a lo que se viene en mi obra poética, solo puedo decir que soy muy hábil… improvisando. No tengo ninguna idea preconcebida, o un plan, o unos «objetivos literarios» por cumplir.

En este aspecto aprendí a vivir como proponen Nietzsche y mis amadas tías de la infancia: a la altura del azar. Además, creo que el poema verdadero es la propia vida, y ahí sí, en su escritorio me paso desafiantes días y noches.

¿Qué mensaje les darías a otros gestores culturales en otras ciudades si quisieran impulsar iniciativas como la de Poesía en la Calleja?

Definitivamente «tomar» lugares por asalto. Abiertos o cerrados. Convencionales o improbables. Y llenarlos de poesía y acordes y colores y vida.

Si hay algo que Poesía en la Calleja tiene por demostrar es que una conmovedora persistencia en el empeño (vamos 154 eventos realizados) puede impactar en conciencias y municipios. Exactamente igual al agua blanda que horada la piedra dura, gota a gota, verso a verso…

Óscar “Puky” Gutiérrez Peña

(Bolivia – 1970).

Es poeta, gestor cultural, facilitador de talleres y corrector de textos. Tiene siete libros publicados en los alrededores de la poesía. Ganó dos concursos nacionales de literatura. Ha participado en encuentros de poetas en Perú, México, Argentina, Uruguay, Colombia, Chile, Cuba y Venezuela. Poemas suyos han sido traducidos al italiano, al catalán y al griego. Coordina Poesía en la Calleja, una exitosa “travesura literaria”. En ella se han compartido más de 2.500 poemas. Suele suceder en una plazuela sudamericana, al aire libre, de noche, sin costo.

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La lengua desnuda

/ 7 de septiembre de 2024 / 20:34

De arranque un par de puntualizaciones necesarias. Algunas semanas atrás llegó a las pantallas del país La lengua desnuda, subtitulada La anatomía de la verdad.  El evento fue presentado, con cierta ligereza, por buena parte de los medios cómo estreno de la última película boliviana. Pero si bien en parte el film puede considerarse boliviano debido a que el guion y la dirección fueron trabajados por el cruceño Jorge Sierra, el grueso de los intérpretes son de igual manera bolivianos y el rodaje, la grabación para ser preciso, tuvo lugar en su integridad en los estudios de la Red Uno en  Santa Cruz durante la pandemia, la producción, que insumió medio millón de dólares, monto inalcanzable para los emprendimientos fílmicos locales, sólo se hizo posible merced a la coproducción con empresas e inversionistas de Colombia, México, Chile, Argentina y Estados Unidos.

Es ese un dato fundamental para entender por qué la película puede aparentar en una primera mirada cierta pretenciosidad y un desentendimiento de los rasgos propios de los films hechos aquí, aspirando a una suerte de enfoque narrativo internacionalista, necesario sin duda, por una parte, a fin de satisfacer a esos aportantes de otras latitudes, y, por otra, con el propósito de abrirse espacio en los mercados de exhibición de aquellas.

Producción

Jorge Sierra fue productor, el 2009 de la notable El Ascensor realizada por Tomás Bascopé. El 2012 dirigió El juego de la silla, su opera prima como realizador, en buena medida malograda incursión en el género de suspenso sobre todo debido al descontrol de los protagonistas, bordeando la sobreactuación, y a la endeblez de los diálogos. El 2016 tuvo a su cargo la fotografía y el montaje de La herencia dirigida por Christian Calvo. Sierra fue responsable asimismo, el 2020, de la Dirección Audiovisual, en su versión virtual, del Festival de la Orquídea en la localidad chiquitana de Concepción. Ha sido autor de también de la novela “El Código Humano”.

Alineada a las demandas de la emancipación femenina La lengua desnuda, cuyo equipo técnico estuvo en más de un 60% conformado por mujeres, la columna vertebral de su trama ronda en torno al deseo de dos amigas íntimas, y algo más que eso, de abrirse camino en el espacio audiovisual, enfrentando los múltiples escollos con los que colisionan en el intento. Así Bárbara, personificada por Mel Quintans, actriz de origen cubano afincada en los Estados Unidos, y Victoria a cargo de su colega argentina Mey Bianchi residente en Madrid, embisten una y otra vez contra las celadas y manipulaciones que van echando por tierra su sueño.

El antagonista principal es Nicolás, interpretado por Cristian Mercado, mandamás de una empresa productora que maneja a discreción y sin parar mientes en la limpieza o no de los métodos que pone en práctica para ir consolidando su poder: desde el robo de ideas y guiones ajenos, hasta el acoso frontal e indisimulado al personal femenino

La lengua desnuda

Sin embargo, el modo de enfrentar esos avatares por Bárbara y Victoria, difiere una enormidad en uno y otro caso. A cierta altura del metraje Bárbara afirma “el problema del mundo es la lengua”, sentencia que abre el abanico temático del film apuntado a reiterar que la lengua, poseedora de una infinidad de sutilezas, puede ser instrumentada ya sea para indagar en la realidad o bien para disfrazarla apelando a términos distractivos y encubridores de la manipulación de la cual son objeto quienes quisieran develar las maniobras del poder para imponer sus intereses, tal cual ocurre hoy en día, dicho sea de paso, con el forzado anglocentrísmo del argot digital campante urbi et orbi, cuyos usuarios casi siempre desconocen el contenido de las palabrejas que absorben del aluvión de falsas verdades propio del doloso universo cibernético.

Pues bien, a partir de la aseveración de Barbara, esta resuelve zafar de los eufemismos, soltando la lengua, vale decir vomitando, en el cabal alcance del término, sus pareceres respecto a los dictatoriales protocolos sociales y encasillamientos lingüísticos a fin de poner en evidencia las jugarretas perpetradas por Nicolás. Entretanto Victoria cree mejor fingir no haber caído en cuenta de los aviesos embustes de este y mantener una actitud conciliadora con el impostor y su tóxica masculinidad. En suma, una y otra se ubican en las dos posiciones opuestas de la mencionada apelación al lenguaje, asunto, valga el apunte ya controvertido 380 años A.C. por el filósofo griego Platón en su “Crátilo”.

Guión

El guion, asimismo, autoría de Sierra, en base a un ensayo que escribió años atrás, fluctúa entre el drama y el humor, género este último que la película se propone activar generando la complicidad de la platea con la incendiaria verborrea de Barbara. Por su parte el drama asoma mayormente en el maltrato del cual son objeto las dos amigas, al igual como algunas congéneres, sin que La lengua desnuda caiga en la trampa de  proporcionar las usuales simplistas, cuanto tramposas, recetas para mutar el estado de cosas agradecible abstención resumida en un texto incluido hacia el final de la película definiéndola como “cuento sin trama ni desenlace”, irónica insinuación con cierto tinte de apertura preventiva del paraguas por el realizador frente a eventuales reparos críticos al producto terminado.

La trama transcurre mayormente en dos escenarios: los ambientes de la productora frecuentada por las protagonistas centrales en procura de encontrar sitio para hacer realidad sus aspiraciones y un café con el curioso nombre de El Lobo Estepario regentado por un sujeto llamado Rulfo, interpretado por el actor chileno José Camus. Tales alusiones a la novela homónima de Herman Hesse y al escritor, guionista y fotógrafo mexicano Juan Rulfo, eventualmente indescifrables para el grueso de los espectadores, al igual que otras referencias a los nueve círculos de El infierno de Dante, texto del escritor florentino Dante Alighieri, o a Moby Dick novela de Herman Melville son algunos de los guiños recurridos por Sierra en el al inicio de esta recensión, mencionado intento de compensar a los coproductores y abrir mercados apelando a un empaque internacionalista distanciado de los aderezos propios de un relato adecuadamente embebido de los acentos culturales bolivianos.

Sabores

Pero si bien tal estrategia discursiva y comercial puede entenderse, otra cosa es que La lengua desnuda peque de excesivo amaneramiento en desmedro de la necesaria concordancia entre el qué y el cómo propia de los trabajos creativos verdaderamente logrados encontrado la dosificación precisa de las sustancias dramáticas y contextuales. La pregunta que permanece flotando pues es si la simple adhesión al recetario formal de los denominados estándares internacionales alcanza para redondear de modo apetecible cualquier producción, incluso estando esta privada de los ingredientes auténticos que le confieren un sabor propio. 

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No es que la realización de Sierra carezca de aciertos sueltos. En términos generales la faena interpretativa del elenco es impecable, lo mismo en el caso de las ya mencionadas y mencionados roles centrales como, al igual, en el desempeño de Luis Bredow y Julio Kempff en los papeles de Reggi y Augusto, par de amigos jubilados, habitués del café donde conversan mientras el primero de los nombrados espera ver retornar en algún momento a su hija entretanto se afana en arreglar diversos dispositivos, y su compinche e interlocutor trata de evitar que se precipite en la depresión.

Crítica

La puesta en imagen es de igual manera mayormente atractiva merced al sobresaliente aporte del director de arte cubano Maykel Paez y del director de fotografía cruceño Ytalo Cabruja, experto en técnicas digitales para el tratamiento visual, a pesar de que en ciertos momentos las imágenes digitalmente demasiado manipuladas pierden en parte su carácter realista semejando figuras virtuales, lo cual no contribuye a espesar el relato en su propósito cuestionador de diversos aspectos de la confusa realidad contextual presente.

En suma, La lengua desnuda es un producto desparejo, a momentos salido del camino y en otros con aciertos puntuales muy dignos de ser relievados. Que esa suerte de desbalance consiga mantener despierto el interés y la atención del espectador, aquí como fuera de nuestras fronteras, resulta incierto.   

Título Original: La Lengua Desnuda – Dirección: Jorge Sierra – Guion: Jorge Sierra – Fotografía: Ytalo Cabruja – Montaje: Lisandro Vasquez – Arte: Maykel Paez, Mey Bianchi, Melina Terceros, Marina Pereyra, Carla Ayala, Vania Torres, Javier Alcocer, Angela Monica Cahuata, Henry Gomez, Bubby Suarez, Diego Castrillo – Música: Federico Amaya – Sonido: Gonzalo Quintana, Walter Acho – Producción: Juliette Betram, Jose Luis Cabruja, Addis Mosqueda, Mel Quintans, Mariana Sueldo, Jorge Sierra, Daniela Gutierréz, Ligia Coronel, Jean Carla Terrazas, Miguel Quintans, Pablo Canedo – Intérpretes: Mel Quintans, Mariana Sueldo, Cristian Mercado, Nancy Cronen, Alexia Dabdoub, Tomas Camus, Luis Bredow, Julio Kempff, Romy Paz, Miguel Mostajo, Malena Arauz Queirolo, Mariana Bredow, Carlos Ureña, Daniela Ochoa, Melina Terceros, Alejandro Amores, Lauro Cardozo, Caro Tv, Mariana Reckeweg, Pedro Alvarez, Robert Rodríguez, Genesis Gil, Jorge Valenzuela, Nathalya Santana, Sergio Mier, Agustina Issa Sierra, Luciana Cabruja, Sofía Caballero, Valentín Sueldo, María Leslie Ascarrunz, Mariana Peña, Paola Mercado – BOLIVIA, COLOMBIA, USA, CHILE, ARGENTINA MÉXICO/2024

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Elogio del silpancho (y del trancapecho)

El silpancho logró encumbrarse desde orígenes humildes hasta ser un ícono de la comida popular.

/ 7 de septiembre de 2024 / 20:17

Cochabamba, una ciudad que se enorgullece de su rica tradición culinaria, ha regalado al mundo un platillo que, por su sabor y su historia, se ha convertido en un emblema de la gastronomía boliviana: el silpancho. Este plato, nacido en la mitad del siglo XX, ha sido un testigo fiel de la evolución de la cocina popular en Bolivia, uniendo generaciones y traspasando fronteras gracias a su inconfundible mezcla de ingredientes. Pero, junto a él, ha surgido un descendiente que ha tomado su lugar como una variante más accesible y callejera: el trancapecho. Ambos, representan el ingenio y la creatividad que surge desde la necesidad.

El silpancho es más que un simple plato. Es la expresión de una cocina que, partiendo de la humildad, ha logrado crear algo grandioso. Su nombre proviene del quechua y significa «plano y delgado», reflejando a la perfección la forma en que la carne es aplanada antes de ser cocinada. Según la historia, el silpancho tal como lo conocemos hoy fue creado hace aproximadamente 80 años por Celia Lafuente, una dama cochabambina que vendía su creación en un fogón en la puerta de una casa en las calles Lanza y Ecuador de Cochabamba. Al principio, el plato no llevaba arroz ni huevo; esos ingredientes se añadieron más tarde para satisfacer a una clientela cada vez más exigente.

Evolución del silpancho

Uno de los aspectos más fascinantes del silpancho es cómo ha evolucionado con el tiempo. Al principio, solo consistía en una lonja de carne de res apanada y frita, acompañada de papas fritas y una sencilla ensalada de cebolla, tomate y locoto. Sin embargo, a medida que Celia Lafuente continuaba perfeccionando su receta, empezó a añadir arroz para hacer el plato más sustancioso. Los clientes, satisfechos con la adición, comenzaron a llevar huevos para que ella los friera y los incorporara al plato. Así, el silpancho se convirtió en lo que es hoy: una deliciosa combinación de arroz, papas cocidas y fritas, carne de res apanada, huevo frito y una ensalada fresca.

El silpancho ha llegado a ser una de las comidas más populares en Bolivia y su impacto no se limita solo al país. Su fama ha cruzado fronteras, conquistando a aquellos que buscan una comida reconfortante y nutritiva. Sin embargo, no podemos hablar del silpancho sin mencionar a su hijo, el trancapecho. Este sándwich, creado en el barrio cochabambino de Caracota, toma todos los elementos del silpancho y los convierte en un alimento portátil, ideal para ser disfrutado en cualquier momento y lugar.

Ramón Rocha Monroy, destacado escritor boliviano, describe al trancapecho como «el hijo pobre del silpancho, que ya era pobre». Este invento, nacido de la necesidad de crear un alimento sustancioso y económico, es un reflejo de la cultura de la pobreza que ha dado lugar a algunos de los platos más icónicos de la gastronomía boliviana.

Su hijo, el trancapcho

Rocha Monroy destaca cómo las bravas cochabambinas, en su ingenio, decidieron globalizar el silpancho, transformándolo en un avatar del sándwich de Lord Montague. «Abrieron entonces el vientre de un buen pan de toco y lo rellenaron con esa milanesa venida a menos que es la delgadísima carne apanada y frita del silpancho», señala,

Añade que “le agregaron el consabido huevo estrellado y la sarsa de tomate, cebolla y locoto picados en cubitos milimétricos. Hasta ahí no habían innovado prácticamente nada, pero entonces se manifestó el espíritu faústico de la región y le agregó el toque inconcebible y final: el arroz y la papa cocida y frita. Listo: nació una nueva criatura alimenticia que, como todo recién nacido, no tenía nombre; y entonces el pueblo aquilató su consistencia de hormigón armado y lo bautizó con el pagano nombre de Trancapecho”.

El trancapecho, al igual que el silpancho, ha encontrado un lugar especial en el corazón de los cochabambinos y, cada vez más, en el de todos los bolivianos. Su versatilidad y la manera en que encapsula los sabores del silpancho en un formato más sencillo lo han convertido en un antojito popular entre jóvenes y adultos. Para algunos, elegir entre un silpancho y un trancapecho es una cuestión de estatus, como lo ilustra Rocha Monroy al recordar cómo un «morenazo» en su Mitsubishi respondió indignado cuando una casera le preguntó si quería un trancapecho, mostrando que hasta en la comida, las percepciones sociales juegan un papel importante.

Tanto el silpancho como el trancapecho ocupan un lugar particular en la culinario y el imaginario boliviano. Son símbolos de la capacidad de Cochabamba para transformar la sencillez en algo extraordinario, y representan el orgullo de una ciudad que ha sabido hacer de su cocina un arte. Ya sea en un plato o en un pan, el sabor del silpancho y del trancapecho perdura, recordándonos que, en la gastronomía, como en la vida, lo humilde puede convertirse en grande.

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Mario Conde ¿Y la exposición?

El artista paceño presenta la exposición ‘Opera Summa’ en la galería Altamira de La Paz

Por Ariel Mustafá R

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:17

Una parte fundamental del mundo de las artes plásticas es la publicación de libros que acompañen la producción creativa de los artistas. Huelgan los ejemplos de todos los museos del mundo y las grandes editoriales dedicadas casi exclusivamente a este fin. Nuestro país no es ajeno a ello, aunque a decir verdad la producción editorial vinculada a las artes plásticas es altamente limitada. Son contadas las publicaciones referenciales de arte en Bolivia, este motivo nos llevó, el año 2020, a publicar el libro Arte contemporáneo en Bolivia.

Sin embargo, la publicación de obras monográficas tiene una producción más intensa. Tal es así que de autores como Raúl Lara, Alfredo La Placa, Enrique Arnal, María Luis Pacheco, María Esther Ballivián, por citar algunos, hay libros publicados en los que se da a conocer al

artista y a su obra. Un común denominador entre todos ellos es que normalmente se realiza de artistas que ya no están entre nosotros. Esto tiene algunas explicaciones válidas, pero creemos que no debería ser necesariamente una norma. Por ello, en pocos días presentaremos el libro monográfico de un artista vivo, probablemente el artista en activo más importante de este momento en el país, nos referimos al maestro Mario Conde Cruz.

Trabajando en una sola técnica: la acuarela, Mario Conde despliega en técnica y contenido una maravillosa propuesta que despierta la admiración tanto en los grupos que defienden como en los que defenestran el arte moderno. Con un trabajo realista y surrealista al mismo tiempo, y su pensamiento anarquista con obras cargadas de ironía y sabiduría hacen sorna de la política —independientemente de la ideología— los manierismos del folclore, las instituciones sociales y su devenir en nuestro tiempo.

Dueño de un gran sentido del humor, su influencia entre los artistas, tanto nóveles como con trayectoria, es innegable y todos lo consideran un Maestro en el campo de las artes; pues en estos tiempos de cambios en las premisas del arte y con artistas conceptuales que pugnan por ganar protagonismo en las esferas del movimiento artístico con instalaciones, performances y propuestas innovadoras, la presencia de Conde y la admiración que se le profesa lo convierten en la bisagra que une el arte moderno con el arte contemporáneo.

Son tantos los motivos que justifican la publicación de este libro, que utilizamos este espacio dedicado a su exposición para promoverlo.

Por cierto, ¿y la exposición?, fantástica, como siempre. Irreverente, desafiante, provocadora. Opera Summa se exhibirá hasta en la galería Altamira (calle José María Zalles Nº834 – bloque M-4, San Miguel).

Mario Conde: maestro acuarelero.

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Perfil

Mario Conde Cruz  nació en La Paz, en 1956, ciudad en la que reside. Estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Hernando Siles, institución que actualmente lo cobija como docente, donde obtuvo la especialidad en pintura y grabado, decantándose por la acuarela. Es considerado un gran maestro en esta especialidad. Comenzó exponiendo sus obrasa en la plaza Humboldt de la ciudad de La Paz.

Texto: Ariel Mustafá R.

Fotos: Mario Conde

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