Cuestiones abiertas acerca de la vida y la obra de Cecilio Guzmán de Rojas
Imagen: Museo nacional de Bellas Artes de argentina, La hora Americana, captura de video
Imagen: Museo nacional de Bellas Artes de argentina, La hora Americana, captura de video
El dato histórico y el mito se confunden en las biografías del artista boliviano más importante de la primera mitad del siglo XX. Aquí se señalan algunos de los temas que merecen mayores indagaciones.
Cecilio Guzmán de Rojas (Potosí, 1899-La Paz, 1951) es, qué duda cabe, el artista boliviano más importante e influyente de la primera mitad del siglo XX. Su pintura inscrita en la tendencia indigenista definió la identidad artística del país, ejerciendo una influencia determinante sobre los artistas posteriores. Su objetivo, según declaró, fue crear un “estilo nacional”, tarea difícil en un país que hasta las primeras décadas del siglo XX había arrastrado, en palabras de Teresa Gisbert, la pesada herencia del clasicismo europeo.
Su innegable talento y su fuerte personalidad permitieron a Guzmán, además, ubicarse entre las figuras más influyentes del medio cultural boliviano durante más de 20 años. A su retorno al país en 1929, tras un viaje formativo a Europa, se posicionó como docente y director de Academia de Bellas Artes de La Paz y, como figura pública de gran influencia, se rodeó de intelectuales, literatos y artistas.
Como resultado, ya en vida fue sujeto de una fascinación particular que en las décadas siguientes se concretaría en un mito en el que frecuentemente el dato histórico se entremezcla con la fantasía de visiones idealizantes. Este fue muy difundido en la bibliografía boliviana por periodistas e historiadores empíricos cuyas informaciones adolecen por lo general de respaldo documental. En lo que sigue, se señalarán algunas de las cuestiones abiertas en las biografías del artista con el objetivo de señalar la necesidad de efectuar indagaciones más precisas y completas sobre su vida y su obra.
Orígenes y formación
Guzmán nació en Potosí en el seno de una familia emigrada de Cochabamba. Su padre, Cecilio Guzmán, era profesor escolar, y su madre, Justa Rojas, ama de casa con inclinaciones artísticas quien probablemente infundió en su hijo las primeras armas del oficio. Un tema de discusión en la bibliografía parece ser el estatus de su familia, presentada como una en dramáticos aprietos económicos en unas versiones, y en otras, como una de clase media de cierto abolengo social. Esta cuestión se entremezcla, en el contexto de la Bolivia de los primeros años del siglo XX, con una probable ascendencia quechua del artista, reflejada en su piel morena, su figura pequeña, y, en palabras de una periodista argentina en 1943, en sus “rasgos muy acusados, que dicen su ascendencia indígena”. Estos temas son importantes si se considera, como plantea el historiador Pedro Querejazu, que a lo largo de su vida Guzmán manifestó una clara preocupación por conseguir cierto ascenso social y reconocimiento dentro de una sociedad marcada por el racismo y el clasismo.
También es incierto el tema de la formación artística de Guzmán. Es bien sabido que a mediados de la década de 1910 ingresó a la academia privada del pintor academicista Avelino Nogales (1869-1948) en Cochabamba, pero se desconoce cuál fue su vínculo con este y cuál fue su relación con otros grandes artistas coetáneos formados por Nogales como Alejandro Guardia (1898-1977) y Raúl G. Prada (1900-1991).
Con todo, es cierto que ya para 1919 Guzmán mostraba un talento particular que le hizo sobresalir en el medio local y que le motivó a aspirar la conquista de nuevos lares, por lo que se trasladó durante al menos un año a la ciudad de La Paz, donde en 1920 habría ganado un concurso convocado por el Círculo de Bellas Artes y desde donde probablemente, realizó una primera visita a los vestigios arqueológicos de Tiwanaku, cuyas imágenes influirían en su obra del decenio siguiente.
Europa: El éxito a costa de penurias
En las versiones más simplificadoras se cuenta que Guzmán viajó a Europa en 1921 gracias a la consecución de una beca. Fuentes más precisas, no obstante, dan cuenta de que el viaje fue financiado con dineros propios de su recientemente enriquecida familia y que, después de un breve tiempo de habitar en París y Barcelona, pudo ser aceptado como alumno en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, la más importante de España. En esta institución logró posteriormente ser beneficiado con una pequeña pensión otorgada en nombre del Rey Alfonso XIIII, beneficio que junto a la venta de sus cuadros le ayudó a solventar sus estudios y su supervivencia.
De hecho, la estadía de Guzmán no fue tan fácil o gloriosa como se piensa. En una nota periodística publicada el 9 de noviembre de 1929 en El Diario, Guzmán cuenta que durante sus años en Barcelona hacia 1922 enfrentó algunas dificultades económicas, viéndose obligado a trabajar en la decoración de una “fábrica de celuloides”. Aunque comúnmente se dice que en este tiempo se hizo amigo de artistas como Pablo Picasso y Leonard Foujita, no se han publicado registros de estas relaciones, y si se dieron, seguramente no fueron los encuentros de grandes maestros, sino los de un anónimo estudiante americano con grandes figuras ya consagradas internacionalmente.
El episodio más ilustrativo de la estadía de Guzmán en Europa, sin embargo, tiene que ver con la exposición que presentó en enero y febrero de 1928 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Para financiar esta muestra consagratoria compuesta por 75 obras, el artista había solicitado al menos dos años antes —por sí mismo y por medio de sus amigos— una ayuda económica al gobierno boliviano, misma que fue comprometida por las autoridades mediante el encargo de la decoración del pabellón de Bolivia en la Exposición Ibero Americana de Sevilla de 1927. Aunque como consigna la historiadora del arte Valeria Paz, Guzmán realizó el diseño de la decoración inspirándose en la estética de Tiwanaku, por algún motivo esta nunca llegó a ser implementada, y los fondos comprometidos por las autoridades bolivianas nunca fueron entregados. Como resultado, teniendo las obras listas y habiendo realizado una gran inversión para la exposición, Guzmán cuenta que se vio obligado a vender casi la mitad de sus cuadros “a precios irrisorios”, conservando sólo una treintena para sí. Entre estos trabajos se encuentran dos de sus obras maestras, El triunfo de la naturaleza y El beso del ídolo, y se sabe de una más de paradero desconocido América y Europa. ¿Qué destino tuvieron las otras obras de esta gran exposición? ¿Se conservan aún? ¿Son de la categoría de los grandes cuadros que trajo consigo?
Debe subrayarse, sobre este tema, que los registros periodísticos que se conservan de la exposición en Madrid muestran a un artista joven en vías de consagración con el auspicio de grandes maestros españoles, en especial, de Julio Romero de Torres (1874-1970), figura hacia la que Guzmán manifestaría particular aprecio a lo largo de su vida. La consagración internacional de Guzmán llegaría sin embargo recién en 1933 cuando fue nombrado académico corresponsal de la Academia de San Fernando, un reconocimiento a sus logros que muestra que, tras años de penurias y duro trabajo, el potosino pudo efectivamente conseguir el reconocimiento que perseguía y que ningún otro artista boliviano había logrado antes.
¿Iniciador del indigenismo?
Cuando Guzmán de Rojas volvió al país en 1929 la corriente indigenista tenía por lo menos una década de vigencia en el continente americano, y ya había tenido tenues manifestaciones en nuestro país. En Argentina fue especialmente importante en la obra de Alfredo Guido (1892-1967), quien hacia mediados de los años 20 recorrió el altiplano boliviano y peruano realizando paisajes y retratos de indios aymaras. En Perú ya se encontraba en plena madurez la obra de José Sabogal (1888-1956), desarrollada dentro de un indigenismo que, a diferencia del boliviano, contaba con una tradición precedente de pintura academicista decimonónica dedicada a la representación del indio.
En Bolivia el indigenismo tiene sus raíces plásticas en la obra de “Los pintores libres de la tierra”, un grupo de artistas activos ya hacía mediados de la década de 1910 en Potosí y Sucre que tenía entre sus miembros a nombres como Nogales, Fortunato Díaz de Oropeza (1876-19_), Víctor Valdivia (1897-1967), Nicolás Zeballos (1880-1954), Teófilo Loaiza (1895-1974), entre otros. Aunque no se han hecho suficientes indagaciones sobre su obra, historiadores como Querejazu y Carlos Salazar coinciden en señalar que manifiestan ya una inclinación telurista, andinista y ancestralista en su fascinación por el paisaje andino y en una emergente retratística de indígenas anónimos. Guzmán se relacionó en su juventud con muchos de los artistas asociados a este grupo, por lo que es certero que antes de su viaje a Europa estuviese al tanto de las tendencias “indianistas” y “folkloristas” (denominaciones originales del indigenismo) que se manifestaban cada vez con más fuerza en el continente americano.
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También debe considerarse, al respecto, que el estilo con el que volvió Guzmán no fue una propuesta novedosa en el contexto americano, sino que, por el contrario, se inscribió en un ambiente de renovación estética continental determinada por una tardía influencia de las vanguardias europeas de principios de siglo. Al respecto se puede señalar, en línea con la historiadora Natalia Majluf, que el indigenismo andino se desarrolló de forma estrictamente contemporánea al muralismo mexicano, una corriente de lenguajes plásticos aún más modernos cuya influencia sería aún más determinante en el arte de mediados del siglo XX.
Con todo, como han señalado varios análisis, el arte Guzmán alcanzó su propio lenguaje bebiendo de las influencias del costumbrismo de sus maestros españoles, de las corrientes vanguardistas como el cubismo, el Art Decó, el Art Nouveau y el simbolismo aún vigentes en París, y del expresionismo de la Europa central, todas combinadas con el deseo de conseguir un arte original y propio inspirado en las culturas indígenas representadas por Tiwanaku (Ver el ensayo El estilo es la nación (2019) de Valeria Paz). A resultados plásticos similares llegaron simultáneamente desde finales de los años 20 otros artistas bolivianos como Alejandro Mario Ybáñez (1913-1960), Fausto Aóiz (1908-1994), David Crespo Gastelú (1901-1947), Gil Coimbra (2014-1978) y José María Velasco Maidana (1896-1989) y Marina Núñez del Prado (1910-1995), entre otros, pero quizás por vías propias y no necesariamente siguiendo el influjo de Guzmán y mucho menos adscribiéndose a lo que Salazar llama “la escuela guzmanorrojista”.
*En el próximo número se publicará la segunda parte de este trabajo de investigación de Reynaldo J. Gonzáles.
Texto: Reynaldo J. González
Fotos: Museo nacional de Bellas Artes de argentina, La hora Americana, captura de video ’El estilo de la nación’