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Cromática: Jean Carlo Sandi

/ 24 de diciembre de 2023 / 06:24

El ensayista Bernardo Prieto reseña el libro que reúne la obra del artista boliviano de estos últimos años

Al terminar su vida San Agustín decidió realizar una revisión sumaria de todos sus escritos. Dicho libro, Las retractaciones son, en palabras de San Agustín, “una recensión de mis opúsculos en libros, cartas y tratados, corrigiendo con rigor de juez lo que no me agrada en ellos”. Hace unas pocas semanas el pintor boliviano Jean Carlo Sandi ha reunido, en un pequeño y bello libro, su producción pictórica más reciente y, dejándola a la vista de todos, ha procedido con el rigor de un juez. Es natural, por lo tanto, encontrar en cada uno de los pequeños prólogos que acompañan cada una de las series, descripciones breves y concisas que, como quien es llamado a testificar, responden por el sentido íntimo de cada obra. No por nada leemos, por ejemplo, en la primera serie (Negros) la “realización de un autorretrato atípico” para, después de un paseo por el universo sensible y afectivo del pintor, volver a un “terreno íntimo y personal”, Ni Madres, que trata de celebrar “el lazo invulnerable que une madre e hijo”. Y es que todo intento de recolección (incluso si se evita el gesto catastrófico de San Agustín, “lo que no me agrada de ellos”): muestra claramente un elemento profundamente escatológico: pues, en el último día, veremos cómo en una recapitalización vertiginosa todas nuestras obras.

Dicho libro contiene seis secciones y un anexo; la diferencias entre las diferentes secciones pueden percibirse, sobre todo, en la elección de la paleta cromática. Si bien en Negros, por una cuestión casi natural, son tanto el negro y el blanco los colores más visibles, esta serie no está exenta de usar colores rojizos y azulados. De alguna manera, dichos retratos parecen emular la intensidad emocional de Basquiat, pasando por tres estados de ánimo: Aburrimiento (Negro Ejecutivo), Enojo (Negro Energúmeno), Tristeza (Negro sin China). El contraste es evidente cuando vemos la serie siguiente: Orgías, aquí se destaca la “superposición de elementos” para poder representar el “deseo de siempre querer más” (la cupiditas, escribiría san Agustín). Este serie tiene, por decirlo así, una cualidad escultórica que, gracias a su diversidad cromática, aporta una sensualidad muy parecida a la de los lienzos de Klimt de la etapa tardía, la personas en sus poses casi artificiales parecen congeladas precisamente en el momento en que se consuma su pasión.

Luego tenemos Muchedumbre, serie que realiza un gesto poco usual en el Carnaval de Oruro: representar al espectador. Aunque aquí el contraste cromático sea evidente, pues el fondo lleno de colores cálidos es traspasado por la gris “indiferencia de las emociones colectivas”: es decir, el retrato casi monocromático de aquellos espectadores. En todo caso, más allá de esta intención de retratar la anonimidad de la Masa, según el concepto de Canetti, es en los detalles (la mixtura que se adhiera a los cuerpos, los sombreros, la pupila de los ojos) que la serie parece exhibir una divina contradicción. En el prólogo se insiste en retratar la “neutralidad” de aquellos “protagonistas advertidos” (como le gusta llamar así al pintor a los personajes del cuadro) y, sin embargo, gracias a estos pequeños detalles, ese muchedumbre no se convierte en Masa, sino en Demos, es decir, podemos reconocer la faz de cada una de las personas que mira atenta lo que sucede por la calle.

Luego viene una de las series más interesantes: Parranda Vallenata que, como leemos en el prólogo, es “la celebración de mi amor por la música vallenata”. En este caso la música se encuentra identificada con una mujer delgada y extrañamente hermosa. Aquí, la pintura deviene en alegoría. Pues, el vallenato (o, en este caso, la música vallenata) es una nueva Euterpe (aquella que trae alegría, podríamos traducir libremente): es decir, la musa de la música. Luego podemos ver algunas fotografías del proyecto multidisciplinario (conformado por diversa instalaciones) Sine Nomine, quizás, el proyecto mas ambicioso del pintor; no solo en términos técnicos (pues incluye fotografías intervenidas, video-ensayo, cuadros, presentación de diferentes objetos como máscaras y serpentinas, además de una intervención sonora), sino conceptuales: “donde la identidad y la máscara bailan al unísono”. Aquí la figura central es la china-morena; la cual, como la “musa vallenesca” de la anterior serie, se convierte en centro del proyecto.

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Por último tenemos la serie más personal, frugal y sobre todo mejor trabajada: Ni Madres. Si bien el humor es evidente ya en el título, especialmente en el cuadro También hay papás (y es que, al menos no claramente, no se logra divisar ninguna figura masculina, sino un saco de papas para comer portado por una madre). Los colores rojizos, ocres y el negro, en su mesurada combinación, crean una atmósfera de sobria tristeza. El anexo incluye algunas fotografías de las series y el proceso compositivo del pintor.

¿Qué nos dice todo esto? Pues bien, Jean Carlo Sandi, al recolectar sus últimos trabajos no solo muestra que es un pintor ya maduro, sino que, como todo artista verdadero recurre (casi inconscientemente) a determinados símbolos y tópicos: la musa, el Carnaval de Oruro, la historia personal, etc. Sin embargo, en cada unos de esto eventos pictóricos (y no solo) tiene la capacidad de expandir o estrechar su paleta cromática de un modo natural y orgánico. En este pequeño libro hemos visto algo de esa producción casi febril (pues lo mostrado ha sido producido entre 2022 y 2023) de un pintor que más allá de un estilo personal se encuentra buscando, como recuerda Borges, la revelación que no se produce. Por lo tanto pinta, crea, todavía pintando se espera.

Texto: Bernardo Prieto

Fotos: Jean Carlos Sandi

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Carta desde Venecia (II):

El ensayista Bernardo Prieto comenta los premios de la muestra de cine, así como curiosidades del festival

‘Io Capitano’, de Matteo Garrone.

/ 17 de septiembre de 2023 / 05:51

Estas son las películas ganadoras del Festival de Venecia en la competencia principal: León de Oro: Poor Things de Yorgos Lanthimos; Gran Premio del Jurado León de Plata (es decir, el segundo lugar): Devil does not exist, de Ryusuke Hamaguchi; Premio Especial del Jurado (es decir, el tercer lugar): Green Border, de Agnieszka Holland; León de Plata al Mejor Director: Matteo Garrone por Io Capitano; Mejor guion: El Conde, de Guillermo Calderón y Pablo Larraín;  Mejor actriz: Cailee Spaeny por Priscilla, y Mejor Actor: Peter Sarsgaard por Memory.

Digamos que el principio rector de los premios asignados en Venecia responde a la “justicia distributiva” de corte rawlsiano: un poco de todo para todos. Aunque era evidente que los dos mejores filmes habían sido respectivamente Poor Things y Devil does not exist, no olvidemos que el jurado, compuesto de voces y perspectivas diferentes debe de algún modo contentar a todos. Imagínense, por ejemplo, dos visiones más diferentes (sobre cine) que la de Jean Campion, parte del jurado este año, y la de Damien Chazelle, el director de La la Land, Babylon y presidente del jurado en esta edición del festival; y es que uno puede hacer el experimento de ver consecutivamente El Piano de Campion y Whiplash de Chazelle para darse cuenta de que, por ejemplo, aunque ambos dramas cuentan la íntima relación de la música con sus personajes principales, los matices y sensibilidades de estos dos directores es casi abismal. Y es que el trabajo de un jurado puede parangonarse, por usar un ejemplo conocido para todos, al funcionamiento de un congreso: así, “la regla de la mayoría debe verse como una entre muchos recursos prácticos que se hicieron necesarios(…) cuando los intereses individuales y grupales divergen”, al decir de Buchanan (y aquí terminamos con las metáforas de filosofía política).

‘Poor things’ de Yorgos Lanthimos.
‘Poor things’ de Yorgos Lanthimos. Foto. Internet

El problema quizá es una cuestión lógica que muchos nos hacíamos ¿Cómo la mejor película no tiene ni al mejor director, ni el mejor guion, ni a la mejor actriz? ¿O algunas más extrañas, si El Conde tiene el mejor guion, pero ningún otro premio, significa que su realización fue terriblemente mala y, por lo tanto; solo podía salvarse el “rico texto” a pesar de sus actuaciones o la dirección en general? ¿O, al contrario, la dirección de Matteo Garrone fue la que salvó el material pobre que constituye la trama de Io, Capitano?

Pero quizá la parte mas interesante del festival, digamos la más democrática (y sí, mentí con eso de las metáforas políticas) es la sección de Ridateci i Soldi (algo así como: “Devuélvanos nuestro Dinero”), un lugar dentro de la Muestra, muy cercano al Palazzo del Casino en el que el público en general (aquel que no tiene voz y tiene las credenciales de color verde) puede expresar su “sincera opinión” sobre las películas vistas y el festival en general. Es un cosa muy simple: cualquiera puede escribir un comentario —sin peligro de ninguna censura— en una hoja de papel que es pegada en un muro: la dinámica es más que interesante, la gente puede escribir encima de las hojas ya escritas y responder todos los comentarios; hay gente que la utiliza para promocionar sus propios productos artísticos, otros para quejarse de la organización, otros para, como por ejemplo, describir las última película de Liliana Cavani L’ordine del tempo (El orden del tiempo) como: “Una pérdida de tiempo o, un Don’t Look Up versión Alzheimer” (esto prueba que en verdad en el muro no opera ninguna censura). Lo interesante de todo esto es que el comentario más votado, el más irónico y brillante, es premiado con la Copa Codacons, un estatua de madera entregada por las manos del todopoderoso Alberto Barbera, director artístico del Festival de Cine de Venecia, en una ceremonia (sencilla) en el Hotel Excelsior. 

Pero hagamos una aclaración sociológica importante: la población que asiste al festival está organizada en una jerarquía claramente reconocible por el color de sus credenciales. En orden descendente según su importancia: a) rojo b) azul c) celeste y d) verde. Esta clasificación se extiende a todos los involucrados en el Festival: seguridad, administración, periodistas, asistentes, etc. Así, por ejemplo, Peter Bradshaw, el crítico de cine de The Guardian, tiene una credencial de color rojo, la cual le permite, por si fuera poco, beber gratis en el bar Campari y en el caso de reserva de filmes, que es aquí lo más importante, una prioridad de 24 horas, o algo así. Algo a lo que, por ejemplo, un acreditado normal (digamos, un estudiante de cine) no tiene derecho: debe escoger entre los no muy numerosos puestos disponibles después de que los acreditados con mayor grado jerárquico ya han reservado. Eso sí, muchos productores y periodistas se quejan de que el Festival de Venecia no es como el Festival Cannes; donde uno puede ver hasta cinco veces una película y en general los servicios son más sofisticados y cuidadosos. Y hay razón económica para esto: el presupuesto para el Festival de Venecia es de alrededor de 22 millones de euros y el de Cannes es de 31 millones. Pero, hay un diferencia esencial. El evento de Venecia está todavía abierto al público, cualquiera puede adquirir un ticket y ver libremente una película; en Cannes esto es impensable. Además —esto es ignorado por muchos visitantes— los cines de Venecia y Mestre (la otra parte de la ciudad ubicada en tierra firme) exhiben las películas en competición.

El León de Oro fue para ‘Poor things’ (izquierda)’ y el Premio Especial de Jurado para ‘Green Border’ (derecha).

Pero sigamos sin hablar de cine: la segunda cosa más apreciada en el festival son las fiestas: la de Campari, la de Armani, la de Cartier, etc. Quizás la celebración más interesante fue, por una cuestión más o menos cinematográfica, la fiesta de Campari, que revivió el famoso L’Hotel des Bains, que estuvo cerrado durante más de 10 años y donde aquí se rodó Muerte en Venecia (1971) de Luchino Visconti.

Ahora sí: Io, Capitano, de Matteo Garrone, es un película que cuenta la travesía de dos adolescentes desde el África hasta Italia. El tema (ya dramático) puede caer en mucho equívocos y simplificaciones; pero lo interesante es que de todas las películas de Garrone esta es la menos violenta y, sin embargo, las más dolorosa. Aquí son las escenas oníricas que —recordando su película sobre los cuentos de Giambattista Basile— nos dan un respiro, y llaman algo así como una esfera trascendente. Pero sobre todo es la historia de una amistad profunda y de un protagonista que, como el príncipe Myskin, tiene un corazón bueno y bondadoso, lo que le da una cierta belleza a esta película. Es precisamente el carácter moral de su protagonista lo que muchos criticaban como irreal y ciertamente nos desconcierta: toda esta tragedia debería, según nuestro típico cinismo, quebrarlo en algún momento. Pero, la insistencia de Garrone en mostrar figuras bondadosas en medio de un mundo conocido por la brutalidad y la injusticia es precisamente la característica más importante de su puesta en escena. Y es que es cuestión de perspectivas: un crítico me decía que no encontraba una explicación dramática seria sobre porqué estos dos adolescentes habían decidido migrar, me dijo, parecían felices, llenos de canciones y una familia que los quería; pero no se daba cuenta, creo, que el protagonista debía dormir en suelo con otras cuatro o cinco personas, y que para ganar 200 dólares debía trabajar duro durante meses. Y es que esas sutilezas parecían mitigadas por el candor de la música y la familia.

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De arriba a abajo: ‘El conde’ (Mejor guion: Guillermo Calderón y Pablo Larraín), ‘Priscilla’, (Mejor actriz: Cailee Spaeny) y ‘Memory’ (Mejor actor: Peter Sarsgaard).

Por último, las películas más interesantes en el festival fueron Priscilla y Memory. La primera, de Sofia Coppola, sabe delinear la fascinación de toda chica adolescente que se enamora de alguien mayor, pero mostrando precisamente, la “historia de un alma”, que crece hasta madurar prematuramente. La segunda cinta, de Michel Franco, protagonizada por Jessica Chastain y Peter Sarsgaar, cuenta la historia de una trabajadora social que se hace cargo de una persona que sufre de demencia. El pequeño detalle es que aquella persona no recuerda que en un pasado abusó de la ahora trabajadora social cuando estaba en la escuela. La película, que sigue el melodrama típico (lleno de remordimientos, dolores, tristezas escondidas) de Franco, termina en un potente final que, en cierto punto nos hace preguntar la naturaleza de nuestros propios recuerdos. Y así, se termina este festival.

Texto: Bernardo Prieto

Fotos: Internet

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Carta desde Venecia

El ensayista Bernardo Prieto hace un recorrido por las primeras películas presentadas en la ‘Mostra Internazionale’

/ 10 de septiembre de 2023 / 06:26

Empecemos por una apreciación geográfica: “La mostra internazionale d’arte cinematográfica”, es decir, el Festival Internacional de Cine de Venecia se realiza en la isla de Lido, a unos 20 minutos en barco del centro histórico de Venecia. El festival se celebra cada septiembre (esta es la edición número 80) en un complejo de varios edificios que se remontan a la época fascista. Y el verdadero problema es que uno no tiene el tiempo de ver todo lo que este evento tiene para ofrecer. Eso sí, el festival se divide en varias secciones: Selección Oficial, Horizontes, Horizonte Extra, Clásicos, Venice Inmersive, etc. Así que uno tiene que programar con detalle y cuidado cuándo y qué ver. Uno debe hacer sacrificios, pues, si no se tiene el don de la bilocación, es imposible abarcarlo todo.

Para mí, sin embargo, las mejores funciones son las matutinas (tan temprano como a las 08.00) pero no por la hora, sino porque estas funciones reservadas a la prensa y la industria son, sin lugar a dudas, las más entretenidas. En estas funciones el público, que en muchos casos tiene la costumbre de llevar consigo una libretita donde toma apuntes, reacciona de manera emocional y espontánea (como en un partido de fútbol) a cada una de la secuencias, guiados quizá por una suerte de espíritu corporativo: las risas, los aplausos y los abucheos son parte fundamental de estas funciones.

Es algo que no sucede tan frecuentemente, por ejemplo, en el estreno oficial (que es por las tardes y está precedido por la alfombra roja) o el dedicado al público en general (que es un día después). Existe, sin embargo, algo misterioso y mágico al entrar en estos “palacios plebeyos”: la Sala Grande (la sala principal del festival) tiene el aforo para unas 1.200 personas: uno se pierde en un mar de cabecitas que parecen estar atadas mágicamente a las sillas y que son hipnotizadas, como en la caverna de Platón, por la luz y la sombra.

El director de cine Woody Allen se presentó en el festival con su filme número 50: ‘Coup de chance’.

Y aunque irónicamente las cámaras solo puedan captar lo que sucede afuera, es decir, la alfombra roja y la conferencia de prensa, hay algo de ceremonial en la entrada triunfal de los actores, productores y un largo etcétera que justifica la ejecución de aquella frivolidad momentánea.

Por eso, es algo curioso, que este año la alfombra roja de Venecia se haya distinguido por su frugalidad no intencional, pues, muchas de las grandes estrellas de Hollywood, precisamente por la huelga de actores y guionista estadunidenses, en una forma de extraña solidaridad, decidieron no presentarse. Esta edición estuvo lejana de las muchedumbres que, como el año pasado, acamparon para ver a Zendaya, Timothée Chalamet o Harry Styles.

Pero hablemos de las películas: empecemos con Ferrari de Michael Mann y protagonizada por Adam Driver. El problema de Ferrari (más allá del exagerado “color local”) es que la primera y tediosa primera parte quiere ser muchas cosas al mismo tiempo, es decir, la historia de a) la infidelidad y de una vida secreta (sí, Ferrari tenía dos familias al mismo tiempo), b) sobre la buena y la mala paternidad, c) la historia de una pareja que se separa por el dolor de un hijo muerto, d) la historia de las dificultades financieras de un empresa otrora exitosa, e) la guerra con Maserati y f ) la dificultad de encontrar y entrenar a los pilotos que deben ganar la famosa “Mille Miglia”. Todo esto, mezclado sin un orden dramático claro: solo la última parte del film es entretenida (aquella que termina con la conocida tragedia).

Por otra parte, con El Conde de Pablo Larraín sucede todo lo contrario. La premisa es fascinante e inteligente: el dictador chileno Pinochet es un vampiro que, después de muchos años, tiene el deseo de morir. Es un aciano taciturno al que le indigna más ser llamado ladrón que asesino, y vive en el destierro en medio de un paisaje digno de una película de Bella Tar.

La película es una ontologización del mal. Pinochet no es más un personaje histórico, sino la encarnación de una idea o una esencia: lo antirrevolucionario. Diluye así lo que precisamente es más escabroso: lo profundamente histórico del personaje. El problema no es que sea un vampiro, sino que Pinochet es una simple alegoría como todos y cada uno de los personajes. Aquí que el tono sea vagamente divertido y aunque en sus mejores y breves momentos, el film quiera parecerse a Viridiana de Buñuel o Persona de Bergman (es ciertamente cómica la revelación del narrador principal), el problema está en la historización final: cuando se da a entender que el mal sigue todavía vivo, creciendo en algún barrio acomodado de Santiago. Por eso, El Conde es, siguiendo a Susan Sontag, una película agrestemente kitsch que no llega nunca a la hilaridad o la ironía del camp.

Dogman de Luc Besson, que en cierto sentido sí es camp, se la debe ver, sin embargo, con una “voluntaria suspensión de la incredulidad”. Dogman cuenta la historia de un niño maltratado cruelmente que es salvado por su amistad con los perros. Recuperado, en un casa de acogida se enamora de Shakespeare y se obsesiona de su maestra de teatro. El eje de la película es, sin embargo, en un perfecto in media res, la relación de Dogman (que ha sido atrapado por la policía, travestido de Marilyn Monroe) con la psiquiatra mientras le cuenta su vida. Aventurarse en los detalles de la película es inútil.

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Pero, en medio del bosque oscuro, pude ver una película sencilla y luminosa: Ser ser salhi (Ciudad del viento) de la directora mongolesa Lkhagvadulam Purev-Ochir. Cuenta la historia de un adolescente Ze, que además de ser un estudiante disciplinado es también un chamán que logra conectarse con un viejo espíritu. La película formalmente es un bildungsroman que describe cómo este joven tranquilo se enamora, crece, sufre y se transforma. Es una historia de una Mongolia, al decir de Arendt, entre el pasado y el futuro, de una generación a la que no le queda más que ladrar como perro. Es la visión madura y serena que amplía el universo emotivo de sus dos primeros y bellos cortometrajes: Nieve en Septiembre y Gato de Montana.

Ahora no nos olvidemos de algunas buenas películas, aunque no sobresalientes: Bastarden (o la guerra de las papas) de Nikolaj Arcel; La teoría del Todo (o un estudio sobre el expresionismo alemán) de Timm Kröger; Comandante (o todo lo puede el amor) de Edoardo De Angelis…

Estos días tuve la oportunidad de ir a la clase magistral del realizador Wes Anderson, o algo así. Ahí estaba Wes Anderson, sentado en un sencillo traje blanco, conversando sobre las emociones y lo artificial en el cine, sobre su amor por los libros como objetos (pues como un buen coleccionista, diría Walter Benjamin, compra libros que no leerá jamás) recordando su uso en las películas de Truffaut o de Godard. Wes Anderson parece un personaje más de alguna de sus películas. Y es que, cuando un alumno de cine le preguntó (con ese mezcla de admiración y vergüenza), sobre cómo superar la duda y desconfianza cuando uno escribe sus primeros guiones, Wes Anderson, en esa característica seriedad sin malicia que tienen sus personajes, le dijo básicamente que nunca tuvo ese problema. Al menos al principio de su carrera, siempre creyó que lo que tenía era verdaderamente bueno, solo con el tiempo, y después de muchas películas, perdió cierta confianza en sí mismo. Ciertamente aquel estudiante no se esperaba esa respuesta. Así como nadie se esperaba que Woody Allen se presentara al estreno de su filme número 50 (Coup de Chance) en Lido. La película de Allen es en francés y cuenta la historia de un engaño y un crimen (curiosamente el villano de la película tiene la misma propensión de Pinochet, el real en este caso, de lanzar cuerpos al agua), pero al igual que el corto de Wes Anderson (The Wonderful Story of Henry Sugar) presentado en el Festival, Coup de Chance es una gran re-visitación de los lugares comunes de su director. Borges podría decir: Cervantes que se copia a sí mismo; pues es estilo, añadiría Hitchcock, es la manía de la repetición.

Y hablando de copias, quizás una de las secciones más interesantes sea Venecia Classics, que se trata de un concurso de restauración de clásicos del cine. Es así como decidí cambiar algunas películas nuevas por ver algo de Malick, Francis Ford Coppola y Tarkovski. Lo interesante fue ver el efecto fulgurante de estas películas: así, por ejemplo, One from the Heart (odiada famosamente por la crítica Pauline Kael) hizo reír y conmoverse a toda una entera sala donde muchos la veían ciertamente por primera vez. Days of Heaven fue aplaudida durante unas largos minutos como si su director estuviese allí presente. Y los que aguataron el “director’s cut” de Andrei Rublev (es decir, unas tres horas y medias de película) salían en un extraño silencio metafísico o quizás solo era cansancio mental y físico. Quiero decir, ninguna de aquellas películas en verdad había perdido su fuerza y belleza.

Hagamos un resumen: hasta el momento, las mejores películas de la Selección Oficial (Poor Things, Evil Does Not Exist: Aku wa Sonzai Shinai, y en cierto punto, Maestro) tienen la peculiaridad de tener bellísimas bandas sonoras que evitan el típico minimalismo a la Glass (esa banda sonora de potentes columnas sonoras, repeticiones, que, por un extraña razón, ahora solemos asociar con lo cinematográfico). En un primer caso, la película de Lanthimos es una comedia fantástica que cuenta la historia de una Bella: en palabras del joven doctor asistente, una “hermosa retardada”. La película es hilarante y sencilla narrativamente. La actuación de Ema Stone es magnífica. En la próxima carta creo, hablaré un poco más de la película. Pero volviendo a la música, Bradley Cooper ha hecho un canónico “biopic” sobre el musico clásico estadunidense mas sobresaliente: la vida del omnívoro, energético y narciso Leonard Bernstein es retratada con un candor y un cuidado especial. Aquí nada se esconde y de hecho las heridas que Leonard abre parecen pervivir en el tiempo. La escena más bella es cuando Bernstein dirige el último movimiento de la Segunda Sinfonía de Mahler: allí el conflicto de su vida aparece encarnarse en las notas del compositor austriaco.

Por último, Evil Does Not Exist de Hamaguchi es un obra perfecta en su realización. Habla sobre el levantamiento de un glamping (campamento de lujo) en medio del bosque en la región de Japón, y cómo esta decisión afecta a toda la comunidad. Y es que si el cine sirve para cambiar precisamente nuestra mirada, puedo decir que luego de ver esta cinta me entretuve largamente mirando los árboles que se erigen en el camino que lleva hasta la parada del vaporetto para volver finamente a Venecia.

Texto: Bernardo Prieto

Fotos: Internet

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