El misterio Berdecio
Imagen: periódico La Razón de 1940
Imagen: periódico La Razón de 1940
El hombre de la pistola de aire -Roberto Guardia Berdecio- es un enigma dentro de la historia del arte boliviano
Han pasado diez años desde que silenciosamente se ha marchado a México. Ha logrado una beca de la Fundación Guggenheim en Nueva York. Son 2.500 dólares al año. Está junto a otros 80 becarios (de 1.200 postulantes); entre ellos un joven aspirante a novelista apellidado Dos Passos. Viene de tomar un taller/fábrica en la capital mexicana impartido por el maestro David Alfaro Siqueiros junto a un joven aspirante a artista apellidado Pollock. Es boliviano, aunque algunos creen que es mexicano.
El periódico La Razón titula a cinco columnas en enero de 1940: “Un pintor boliviano triunfa en Nueva York”. Junto a la noticia, hay una fotografía de perfil, debajo de un nombre: Roberto G. Berdecio. Es un retrato que se ha tomado en la calle Orizaba 93A, de Ciudad de México. Tiene gomina brillante en el pelo y un incipiente bigotito que está popularizando Clark Gable desde que el año pasado arrasara en las taquillas de los cines con Lo que el viento se llevó.
Se va a casar con una espía de la Unión Soviética que está infiltrada en el servicio exterior de los Estados Unidos. Ha bebido de las vanguardias y el indigenismo y va a tratar de innovar el arte con propuestas revolucionarias a punta de pistola pulverizadora de aire. Lora, el patrón de los trotskistas, lo acusa de ser una “figura del stalinismo”. En el norte lo van a insultar con una “mala” palabra: comunista. En los 90, va a volver a morir a La Paz. No sabemos la fecha de su muerte. No sabemos si lo enterraron entre montañas o esparcieron sus cenizas para que esté en todos los lados y en ninguno. Berdecio, Roberto Guardia Berdecio, es un misterio.
Ni siquiera hay consenso sobre la fecha de su nacimiento. Unos dicen 1910, otros 1913, incluso, 1920. Cuando presenta sus papeles para que le den la beca Guggenheim, Berdecio dice que nace en 1908, un 20 de octubre en Sucre. Dicen que es hijo de un diplomático apellidado Berdecio, abogado y escritor. Con apenas 18 años parte a Buenos Aires. Se apunta a la Academia Nacional de Bellas Artes de la capital argentina. No tiene plata y tiene que dejar la carrera. Dicen que trabaja en un banco durante cuatro años para sobrevivir. Vuelve a Bolivia en 1927 e ingresa a la flamante Escuela de Bellas Artes de La Paz, fundada durante el gobierno de Hernando Siles un año antes. Va a ser, pero, un autodidacta toda su vida. Un artista inquieto, por naturaleza. Berdecio será el hombre de las mil caras.
Dicen que estrena 1929 con su primera exposición individual, el mismo año que don Cecilio exhibe por primera vez, tras su regreso de España, El beso del ídolo, Lujuria y El triunfo de la naturaleza con crítica periodística de Arturo Borda, bajo su alias “Calibán”. Aprovecha para viajar: de Tiwanaku a Cusco, pasando por el Chaco Boreal y la Amazonía brasileña. Viaja y pinta. Pinta y viaja. Retratos. Caras y más/caras de la gente de la tierra. De esa época es su cuadro Chaco girl (ver foto), pintado con esmalte Duco con verdes y naranjas. Estudia arqueología inca y colonial. Para entonces ya milita. Dicen las malas lenguas que es el “culpable” de captar al cochabambino José Aguirre Gainsborg (una de las futuras figuras revolucionarias de la postguerra del Chaco) para las filas del Partido Comunista (clandestino) de Bolivia. Lo de las mil caras de Berdecio no es metáfora.
En 1932 se va para México. El país de Pancho Villa y Emiliano Zapata es la Meca. El movimiento político/cultural que parió la Revolución Mexicana ha dado hijos para la posteridad: un trío de “influencers” de verdad (Rivera, Orozco y Siqueiros). Ha dado hijas también, las mujeres (olvidadas) del muralismo: Aurora Reyes, Elena Huerta, Electa Arenal. A México también llegan, como Berdecio, mujeres extranjeras (las “gringas” Marion y Grace Greenwood, la guatemalteca Rina Lazo) que van a hacer arte como Berdecio, atraídas por el imán de la subversión. Modernismo rima con marxismo. La Revolución Mexicana —que como toda revolución viene acompañada de un fuerte terremoto cultural— es popular, campesina, nacionalista y antiburguesa, como toda revolución debe ser. Berdecio es un rebelde.
Dicen que se codea con Diego y Frida. Dicen que es elegido para ser el juez/apuntador del gran debate Rivera/Siqueiros. Se hace compinche del pintor y arquitecto Juan O’Gorman. David Alfaro Siqueiros lo “adopta” como discípulo después de ser partícipe de su legendario Taller Experimental. Es uno de los 20 ayudantes que el maestro tiene para levantar el mural América Tropical, de 24 metros de largo por 6 de ancho, sito en la calle Olvera del Distrito Histórico de la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos. La obra, que inicialmente lleva el título de América Tropical: Oprimida y Destrozada por los Imperialismos es el mural más antiguo de California y el único de Siqueiros en EE UU. Estuvo desaparecido durante 80 años y ha sido restaurado en 2012. Es la primera vez que Berdecio pinta —sobre el fresco de cemento— con aerógrafo (“spray gun”), después de que Siqueiros haya delineado el diseño utilizando un proyector. Es la prehistoria del “graffitti” y el arte callejero. Berdecio es un “pistolero”.
El abuelo Siqueiros marca el sendero. En el centro de su mural de Los Ángeles, un indígena mexicano yace crucificado doblemente bajo las garras de un águila estadounidense. A su costado, dos hermanos —mexicano y peruano— se sienten listos para la defensa del territorio junto a una pirámide maya. ¿Pintó Berdecio al peruano tras sus viajes por el hermano país? En el piso vemos esculturas precolombinas destruidas; la extirpación de idolatrías es denunciada ante las entrañas del monstruo. Solo se conservará una foto del mural original: en ella (ver foto) posa Berdecio.
El boliviano no deja de militar y se une en 1934 a la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios), donde hace política y arte junto a compañeros y compañeras como Pablo O’Higgins, Luis Arenal, Juan de la Cabada y Esperanza Muñoz Hoffman, entre otros. Son pintores, escultores, grabadores, fotógrafos, dibujantes, artesanos; trabajan todos en camaradería. Es la reunificación de las artes, la solución para restablecer la unión artista/artesano.
En el Taller Escuela de Artes Plásticas (TEAP) de la Liga produce gráfica revolucionaria, de manera colectiva; colabora con el Comité de Defensa Proletario, participa en las protestas callejeras contra el fascismo de Mussolini. Y se adscribe al Arte Funcional Revolucionario, “cuya orientación de plástica y gráfica deberá ser útil a las grandes masas populares en su lucha cotidiana” (Siqueiros dixit). Berdecio es un machete.
Con los cuates del Frente Nacional de Artes Plásticas (FNAP) hace litografías, pinta retratos y murales en varias ciudades de México. Dicen que en 1936 viaja por primera vez a Nueva York como delegado al Primer Congreso de Artistas Estadounidenses contra la Guerra y el Fascismo junto a Siqueiros, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo, entre otros. Expone pintura experimental en la mítica ACA (American Contemporary Art Gallery), fundada en 1932 por Herman Baron, en el edificio Fuller de la calle 57. Es una de las tres galerías de Nueva York dedicadas a exhibir arte contemporáneo/progresista de EE UU.
Uno de sus cuadros más vanguardistas, El cubo y la perspectiva, va a terminar en la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York, el MOMA. Dicen que a ese museo donará su impresionante colección de obras de grabado mexicano. En El cubo y la perspectiva (ver foto) ha usado un esmalte retocado con aerógrafo sobre panel de acero montado sobre madera. También pinta paisajes de vanguardia con intenciones intrigantes en violetas y azules (ver foto). Berdecio es un adelantado, un visionario.
En la capital del arte, pinta dos murales en la calle 13 (hoy desaparecidos). Son Two Portraits of New York. Son presentados en los estudios Delphic de la calle 56. Sacco y Vanzetti, los legendarios anarquistas nos miran junto al líder sindical Tom Mooney; los “Scottsboro Boys” (nueve jóvenes negros acusados injustamente de violar a dos mujeres blancas en 1931) nos observan desde la calle por antonomasia del capitalismo especulador, Wall Street, adornada con esvásticas nazis. Lo novedoso no son sus personajes; lo nuevo es la maestría a la hora de tratar/trazar las perspectivas dentro del mural: la noción del espacio y el tiempo. Ha pintado los “retratos” a su manera: con nitrocelulosa (en vez de aceites tradicionales), con cepillo mecánico; con un comprensor; con su pistola de aire. Así es su arte/pintura cinética. Berdecio es un convencido de la frase/máxima de Siqueiros: “la revolución artística solo será posible bajo una revolución técnica”.
Dicen que en 1940 expone en el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SF Moma) y en las Galerías Raymond Burr de Beverly Hills (Los Ángeles, California). Está experimentando con exploraciones artísticas en la cuarta dimensión. Lo de visionario no es metáfora tampoco.
En 1945 imparte clases en el Sarah Lawrence College del Bronx de Nueva York. Dura un año y vuelve a México para colaborar con el Taller de Gráfica Popular, el sello progresista mexicano. Teoriza. Su apuesta cinemática es puro “siqueirismo”. En palabras del maestro, “es un entendimiento geométrico de la arquitectura de superficie curva; son perspectivas alternas y poliangulares junto a trucos ópticos derivados de los estudios del cineasta soviético Sergei Eisenstein; es una propuesta de integración plástica”.
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En la década de los 40 regresa a La Paz. Y no pierde el tiempo. Dicen que funda el Taller de Plástica Popular junto a Atilio Carrasco Núñez del Prado, Félix Rojas Ulloa, Jaime Loaiza y Oscar Alandia Pantoja. Antes de regresar a su lindo y querido México funda la Unión de Artistas Plásticos de Bolivia. En febrero de 1949 participa en la exposición colectiva 32 artistas de las Américas en Bogotá, Colombia, organizada por la Unión Panamericana y coordinada por el crítico cubano José Gómez Sicre. Berdecio es Bolivia.
En 1950 se casa con Marion Davis. Dicen que Berdecio no sabía que su compañera de batallas políticas y artísticas espiaba para la URSS mientras trabajaba en la embajada (Oficina de Inteligencia Naval) de EEUU en Ciudad de México. En los archivos de la KGB hay una carpeta especial para Davis, que llega a traducir al inglés el libro Lumpenburguesía: Lumpendesarrollo. Dependencia, clase y política en América Latina (1973) del economista/sociólogo marxista alemán André Gunder Frank, uno de los creadores de la teoría de la dependencia. ¿Ayudaría el boliviano en la traducción? Berdecio es una caja de sorpresas.
Dicen que después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy (JFK), en noviembre de 1962, Berdecio y Marion Davis aparecen en informes secretos del FBI junto a la escultora y grabadora afroestadounidense (nacionalizada mexicana) Elizabeth Catlett Mora. Lo de cajita de sorpresas tampoco es metáfora.
En 1972, el escritor Fernando Díez de Medina, en su libro de notas políticas y biográficas Nada más que la verdad, escribe: “Guardia Berdecio es un gran pintor y un pensador profundo. Científico y creador a la vez. Se salvó de las escuelas clásicas y figurativas, hasta las tendencias abstractas. Incorporado al muralismo mexicano por sus largos de residencia y su amor a la tierra azteca, fue amigo y a veces discípulos de Siqueiros, alternó con Orozco, Rivera y Rufino Tamayo. Aprendió de ellos, pero ya en plena madurez, como el Vinci se apartó del Verrocchio, formó su propio taller experimental, rebasó a sus maestros y aun partiendo de planteamientos revolucionarios ya divulgados, se proyectó más lejos. Guardia Berdecio buscó en sus experimentos pictóricos, demostrar las posibilidades de una nueva visualización de la realidad o sea lo que ya iniciaron los cubistas — Braque, Picasso, Juan Gris, Diego Rivera desde 1910—, tratando de visualizar el tiempo en el lienzo, mostrando un mismo objeto desde diferentes ángulos”.
Ese mismo año publica junto al editor Stanley Appelbaum el libro Posada’s Popular Mexican Prints, obra sobre el trabajo de José Guadalupe Posada, grabador e ilustrador mexicano (de Aguascalientes), famoso por sus litografías con escenas de muerte, estampas populares y caricaturas sociales folklóricas. La especial relación con la muerte, típicas del pueblo mexicano y el boliviano, lo acercan a la “Catrina” de José Guadalupe Posada. Para Berdecio, nada humano es ajeno. Menos la “pálida”.
Dicen que Berdecio va y viene a Bolivia en diferentes décadas. Los 70 no es la mejor época para regresar, pero se da modos. En plena dictadura de Hugo Banzer Suárez, regresa a La Paz. Ha vuelto para hacer lo que mejor sabe hacer: murales. Tiene una idea. Sueña un grandioso mural a base de mosaicos y perspectivas raras. Lo va a pintar en el edificio Litoral de la Emusa. Se va a llamar Tahuantinsuyo. Será a su estilo, en cuarta dimensión. La dictadura y las penurias económicas lo impiden. Las 12.000 libras de “smalti” (material compuesto por vidrio opal) traídas desde Tepoztlán (México) regresan por el mismo camino.
En 1980 se casa de nuevo, con la arquitecta de Minneapolis Susan Ribnick en Cuernavaca, México. Ella se convertirá con el paso del tiempo en una de las referentes estadounidenses del trabajo en mosaico. Juntos trabajan a inicios de los 90 en la restauración de uno de los murales de Berdecio Hidalgo Libertador (1963) realizado a cuatro manos por el propio boliviano y Juan O’Gorman en el vestíbulo del auditorio “Benito Coquet” del Centro Interamericano de Estudios de Seguridad Social, ubicado en la Colonia San Jerónimo Lídice, barrio de la zona sur de la ciudad de México.
1996 es el supuesto año de su muerte. Aquel agosto es invitado —junto a Solón Romero y Pérez Alcalá— a dar una conferencia magistral con motivo del aniversario 70 de la Escuela de Bellas Artes Hernando Siles de La Paz, en aquel entonces dirigida por el “Benemérito de la Utopía” Benedicto Aiza, potosino de Uncía. Berdecio es pura utopía.
Dicen que el año pasado (2023) la galería Morton de Chapultepec (Ciudad de México) vendió su cuadro Niño campesino por 1.189 dólares. “El pintor Roberto Guardia Berdecio es un caso único en la pintura boliviana. Formado en las fuentes del arte contemporáneo, conocedor de la pintura mexicana y estadounidense, ha logrado formar un concepto propio. Su construcción pictórica se adapta a la época moderna mecánica y de dinamismo creciente”, dice el historiador de arte Rigoberto Villarroel Claure en su libro Arte contemporáneo: Pintores, escultores y grabadores bolivianos (1952). Berdecio es un enigma, un misterio.
Los libros de arte boliviano apenas hablan de Berdecio, Roberto Guardia Berdecio. La historia oficial del arte ha sido escrita con tremendas lagunas y olvidos. Muchas mujeres han sido ninguneadas por las dos o tres personas que se encargaron de separar la paja del trigo. Muchos hombres —con abiertas inclinaciones políticas, como Berdecio— han sido ninguneados por el capricho de tres o cuatro personas. Nuestra “academia” —provinciana y racista— se aplaza; tiene parte y culpa, otra vez. A ratos pienso que Berdecio nunca existió. Berdecio es un personaje de novela negra.
Texto: Ricardo Bajo H.
Fotos: periódico La Razón de 1940, Archivo Saps-Inbal, Museo Nacional de Arte de México, Colección Ponce Kurczyn y Kunstahus.