Marcos Loayza: ‘Cuestión de fe’ ha envejecido bien
Imagen: Marcos loayza montoya
30 años del rodaje de ‘Cuestión de fe’
Imagen: Marcos loayza montoya
Se cumplen 30 años del rodaje de la primera película del realizador, un fenómeno social y cinematográfico
Este 2024 se cumplen los 30 años del rodaje de Cuestión de fe, la película debut del cineasta Marcos Loayza Montoya. Aquella camioneta (La Ramona), aquel tugurio (La Corajuda) y aquel trío de personajes carismáticos se constituyeron hace tres décadas en un auténtico fenómeno social y cinematográfico. El director paceño planea actos de conmemoración donde se proyectará su “opera prima” como nunca la escuchamos, pues está recién terminada una copia restaurada con sonido 5.1. “Por aquel entonces, los cines tenían muy mal sonido y estaban pensados para que los diálogos se lean y no se escuchen”. En esta nueva versión (re)aparecerán detalles que se habían perdido. “Será una sensación muy especial verla de nuevo pero nueva; han pasado los años pero por suerte han pasado bien”. Esta copia de Cuestión de fe se mostró el año pasado en Casa de América en Madrid; “la respuesta del público sigue siendo la misma desde siempre”. Esta es una charla nostálgica de cine con su hacer, don Marcos Loayza.
–A pesar de ser una “opera prima”, ¿crees que te agarró la película hace 30 años en un momento de madurez?
– Sí, dentro de lo que cabe, porque éramos muy changos, creo que sí, porque venía de hacer todo tipo de trabajo audiovisual, guiones, cámara, ediciones, talleres y también comerciales, documentales, reportajes, divertimentos, video arte, una serie de tv Historias de motel y hasta una telenovela Radio Pasión que llegó a los 75 capítulos, y que como la cancelaron de un día para el otro, decidimos sacarnos las ganas e hicimos escenas homenajes a Fellini, Piazzolla, a Don Jaime, a Marlon Brando y también hicimos cosas muy ocurrentes, que el público las festejaba. Por otro lado, por suerte los otros se perdieron, era como mi cuarto guion que había escrito.
— ¿Por qué elegiste el género de comedia —con ingredientes de ironía, suspenso y desencanto— para tu debut?
— Creo, hasta ahora, que la comedia permite hablar de muchos temas que de otra manera no se podrían, mucho más en nuestra sociedad, que es —hasta ahora— tan poco tolerante a la crítica y tan proclive a la susceptibilidad. Sentía que nuestro cine estaba contaminado de mucha solemnidad y pretensión. Creo que una de nuestras caras menos lúcidas es la de la solemnidad, la del afán de denuncia, de concientizar, del subrayado, del lamento boliviano; imagínate, todavía campeaban intocables las viudas de Jaime Saenz, de Foucault, de Tarkovsky y de los adoradores de la noche.
Era ponerse en otro lugar respecto al público, ponerse a su altura y no subirse al púlpito para pontificar el agua tibia. El cine es algo tan serio que no se lo puede tomar tan en serio, porque vas a caer en dogmatismos. Además, pensaba que al cine boliviano le hacían falta personajes más íntegros, menos estereotipados, menos sociológicos, y más cercanos a todos nosotros; había la intención de hacer un homenaje a la cultura popular como manera de afirmar nuestra identidad y también claro estaban los fantasmas de la comedia social italiana a la cabeza de Mario Monicellli, el de don Luis Buñuel y el don Rafael Azcona.
— Si algo quedó en la retina/memoria de todos/todas es La Ramona (incluso dio nombre a un suplemento cultural en Cochabamba), ¿de dónde la sacaste? ¿dónde acabó esa camioneta legendaria?
El “Conejo” Beltrán —uno de los actores protagónicos— llegó a decir que esos tres Quijotes/caminantes sin aquel “caballo” no eran nada.
— Era un personaje más de la película, como el vientre materno que los contenía y donde se forjaba la amistad y la tolerancia, un personaje como la virgen. Para ello se hizo un casting, elegimos al final esa Chevrolet del año 1959 y desechamos una Ford más antigua. En el guion estaba que, como personaje, sufría cambios, internos como externos; así la trabajamos, cuando la pintan el guion decía que tenía que ser con reminiscencias a la cultura de pintura de los colectivos de la Línea 2, que todavía circulan en la ciudad, mezclada con la estética del Gran Poder, pero gracias a José Bozo le aumentamos unos toques de arte sacro, con toques de caporal (en ese entonces se discutía si en Bolivia teníamos “barroco andino” o “barroco mestizo”, imagínate). Al final usamos una camioneta abandonada de un compañero de colegio y con una fuerte inversión la hicimos andar. En un inicio nadie la quería pero después del éxito se convirtió en un trofeo y se la disputaban; hasta donde sé, terminó sus días cumpliendo su trabajo como volqueta arenera en la ciudad de El Alto.
— Otro mito a estas alturas es la cantina La Corajuda, con una joven Marta Monzón al frente, ¿cómo fue el trabajo de diseño de arte para armar el boliche?
— En nuestra sociedad ha habido y hay muchos bares míticos, desde las bodegas hasta los “Cementerios de elefantes”; eran locación recurrente en el cine nacional. Cierran los viejos y abren los nuevos como el Río de Janeiro, donde se jugaba cacho, El Averno, el Socavón, el Bocaisapo, La Oficina, el Mangareva y La Caverna. Había un par de Corajudas en Bolivia. Hay un montón de historias de la verdadera Corajuda que encara Marta Monzón, algunos la confundieron con La Chola con pito. La real vivió en Tarija en un antro que se ubicaba en una de las primeras curvas de ida a Padcaya.
El guion decía que “era un bar como un cuadro barroco mestizo, que tenía que contrastar con las imágenes de los santos de la secuencia anterior de los créditos”. El trabajo de arte se enriqueció con el aporte de cada uno del equipo, que estaba a la cabeza del “Pepe” Bozo junto jóvenes egresados de la carrera de Arte: Víctor Mamani, Jorge Altamirano y Jaime Guzmán, que después aportaron mucho más en el cine y el teatro boliviano.
Bozo le dio ese aire de altar de iglesia barroca y Jaime puso el carácter de fiesta con diablada. Estuvieron presentes en La Corajuda, entre otros: Luigi Antezana, Gory Patiño, Claudia Andrade, César Ajpi y Oscar García Guzmán. Por las dificultades de iluminación se recreó toda La Corajuda en el estudio de la productora FOCUS, que estaba en la plaza Abaroa, de Luis Prudencio Tardío, que era el productor ejecutivo y quien junto a mi hermano “Rulo” nos pusieron más de una vez los pies en la tierra para que la película se termine.
– El trío de protagonistas (Domingo, Pepe Lucho y Joaquín) te exigió una gran labor de dirección de actores. ¿Cómo fue trabajar con esos tres monstruos de la actuación (Jorge Ortiz, Raúl “Conejo” Beltrán y Elías Serrano)?
– Fue un arduo trabajo, además de lento. Sirvió mucho la entrega total de todos los actores, cada uno venía de una escuela diferente de actuación. Yo había trabajado con Elías en una película de Hugo Ara con otro registro y con Jorge en Radio Pasión. Cuando viajábamos, ellos siempre iban juntos en el mismo lugar que ocupaban en La Ramona y en Coroico también dormían juntos en la misma ubicación. Con Pepelucho al medio.
En los ensayos —primero individuales y después colectivos— lo más importante eran los gestos. Trabajamos mucho en la actitud de cada uno, más que en marcar las escenas. Se trataba de sacar de cada uno algo que no tenían en la superficie. En el “Conejo”, la manera de caminar; en Jorge, la manera de pararse; y en Elías, la manera de mirar. Además se diseñó cómo con la puesta en escena, la cámara ayudaría a marcar el carácter de los personajes. Domingo siempre de frente, Pepelucho al medio y el Joaquín Ballesteros siempre apareciendo sin aviso.
— Repasas la lista de secundarios y es una auténtica selección boliviana de la actuación. Con Norma Merlo como doña Celeste, con David Santalla como el curita, con el Toto Aparicio. Y no digamos los aspectos técnicos y de producción: Jean Claude Eiffel en su debut también, Óscar García y el “Mosca” Claros en la música junto a Juan Carlos “Loro” Orihuela y “Rodo” Ortiz, el laburo del maestro César Pérez… ¿Cómo lograste (con)juntar a todo ese gran equipo y qué recuerdos te vienen a la memoria?
— Eran días más precarios que los de ahora y con Jean Claude empezamos a reclutar a cada uno con la consigna de que el cine era una cuestión de fe. Así muchos otros amigos quedaron fuera porque no tuvieron lo que nosotros considerábamos la fe necesaria en nuestro proyecto y algunos fueron promovidos por su fidelidad.
Además era un asunto interdisciplinario, de alguna manera todos éramos parte de la misma movida cultural. Óscar además de música escribía poemas (Golpes de Tambor y Morena Rena) lo mismo que Jean Claude (Palabra Final y Territorios); Jorge Ortiz (El agua cóncava del ciego, Autorretrato acodado) y Elías Serrano (Caminos de niebla, Reversos, Cuerpos encendidos). El “Mosca” Claros además era productor musical de Coda 3 y de Jenny Cárdenas.
Recuerdo que el “Loro” Orihuela tenía una lucha interna de que su canción Estatuto vital se hiciera un tratamiento tan ocurrente y propuso una nueva letra que titulaba El tiro por la culata. Es la que se usó para el “trailer”, traté de compensar tal desatino con la versión de la misma canción versionada por Ismael Serrano en El corazón de Jesús.
Con el “Mosca” recuerdo con mucho cariño las llamadas telefónicas que recibíamos y hacíamos en la madrugada mientras mezclábamos con el doctor Ordóñez. En la noche que grabamos la canción final con Susana Baca, ella se pidió un “quita vergüenzas” (un “whisky”) y después de oírla cantar, todos terminamos llorando de la emoción.
Para la realización del guion técnico, viajé a Cochabamba a la casa de César. Estuvimos una semana dedicados solo a eso. Él me ayudó a incluir algunas transiciones que ayudaron a que la película fluya. Recuerdo que cuando viajamos a Cuba para cerrar trato con el editor Nelson Rodríguez acaba de celebrar la ceremonia para hacerse santo en la santería y estaba en una profunda crisis. Cuando le ofrecimos el trabajo, no mostró ningún interés hasta que oyó el nombre Cuestión de fe y asumió que ese trabajo era para él y así lo confirmó su madrina. Él estuvo viviendo en La Paz por meses en la casa de mi madre con quien entablaron una profunda amistad llena de complicidades. Con Óscar debatimos y profundizamos grandes teoremas del uso de música en la banda sonora y discutíamos sobre nuestras diferencias musicales y cinematográficas.
—La película es un canto a la amistad, a la convivencia/tolerancia a pesar de las diferencias, a los principios, ¿la pensaste así desde un inicio?
— Al comienzo era más una reflexión sobre la fe y su variedad, pero al final quedó ese canto.
— El maestro Pedro Susz dijo en su momento que era la Chuquiago de los 90, que era un fenómeno social estético trascendente, que marcó un antes y después en el cine boliviano. ¿Crees que ha envejecido bien?
— En la primera convocatoria del Fondo de Fomento de la Ley del Cine de entonces, se presentaron once proyectos y Cuestión de fe, en la puntuación, estuvo en el puesto nueve. Había una manera distinta de entender el cine. Después nosotros tuvimos que presentarnos con el material rodado para mostrar que era un trabajo que valía la pena apoyar. Creo que sí envejeció bien.
Tiene algunas cosas que seguro ahora las cancelarían y me sonrojan. Esas películas y obras de esa época eran nuestra manera de sanar las cicatrices de la dictadura y festejar las libertades de la democracia. Nuestra cultura necesitaba nuevas maneras de reflejarnos y ahí estaban nuestros trabajos.
Creo que hubo en el siglo pasado tres momentos estelares en el desarrollo de la cultura: el primero, producto de la Guerra del Chaco y la Revolución Nacional, donde destacan el “Chueco” Céspedes, Oscar Cerruto, Miguel Alandia Pantoja y Gil Imaná; el segundo, la década del 60, cuando se juntaron todas las rebeldías y donde se destacan Jaime Saenz, Marcelo Quiroga Santa Cruz, René Zabaleta, Jorge Sanjinés y Raúl Lara; y el tercero, el nuestro, los años noventa, con la primera generación de la democracia y el desencanto.
— El rodaje fue en agosto del 94 en los Yungas, ¿cómo los recibió Coroico y todo el trópico paceño?
— Como sucede acá tuvimos que reunirnos con gente y organizaciones para tener las autorizaciones, en especial con el alcalde, que como todo político tenía su horizonte puesto en las próximas elecciones municipales. La película se estrenó al aire libre en la plaza de Coroico y fue un acto inolvidable con la plaza llena de gente hasta en la copa de los árboles, llegaron incluso de los poblados cercanos. Fue una prueba de fuego, la gente se reía de sus vecinos y de sus casas, además de lo que proponía la cinta y después hubo un concierto de desagravio donde teníamos que cantar la canción Coroiqueñita de manera correcta y “Uchumachi” y no “Uchumani”, como se grabó en la película.
— El crítico argentino Diego Lerer en Clarín de Buenos Aires dijo que Cuestión de fe era “humilde, fresca e inteligente”. ¿De dónde vino esa frescura?
— Antes del rodaje le di el guion a muchos amigos para hacer las últimas correcciones, todas valiosas y algunas demoledoras, me sirvieron para fortalecer más mis puntos de vista. Me acuerdo de que cuando lo leyó Pedro Susz, me dijo que la fuerza estaba en mantener la frescura que respira el libreto, fue una campanada y se convirtió en una consigna que seguimos a rajatabla en todo el rodaje.
— Se estrenó un año después (en 1995) como parte del “boom” y recién aprobada la Ley del Cine, a 30 años vista, ¿cómo ves nuestra cinematografía?
— La anterior Ley del Cine se aprueba en 1992; tres años después se estrenan cinco películas, que marcan un cambio total del cine en nuestro país (todas en el Tesla, por cierto) y marcan el año récord de asistencia en el cine nacional. Calculo que más de medio millón de espectadores en total la vieron. En cambio, la nueva ley se aprueba en 2018; hubo un nuevo “boom” con hermosas películas nacidas del PIU (Programa de Intervenciones Urbanas), y ni eso se aprovechó. Han pasado más de cinco años y no hay ni siquiera reglamento; y tengo la sospecha de que a muchos, más de lo que uno podría imaginar, les interesa de que no se implemente nunca la ley, para que las cosas se mantengan así, inmutables; para conservar para su beneficio el “status quo”.
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Además creo que es una manera de ver y entender la cultura. Recuerdo que para financiar Cuestión de fe visitamos muchas entidades, del Estado, de la empresa privada y de las organizaciones no gubernamentales, y en general todos nos decían que en Bolivia la prioridad del país era el desarrollo y no la cultura. Con los años vemos que “nuestro desarrollo” sigue más o menos igual, y nuestra cultura más precaria y depreciada y en ese afán de desarrollo constatamos cómo una generación de artistas se ha dejado el pellejo en trabajar en organismos dedicados al desarrollo en vez de ampliar su obra; entre esos colegas están Néstor “Japo” Agramont, “Chichizo” López, “Jechu” Durán, Pancho Cajías, Jaime Taborga…
Desafortunadamente a la fecha, la gente sigue pensando así respecto a la cultura y el arte, solo sirve si es funcional al desarrollo, a la política o la empresa. El resultado lo vemos en todo, en los presupuestos del Estado, en los medios de comunicación, en la oferta y la demanda y también se ve en una degradación de nuestra producción cultural.
— ¿La cantidad de premios que logró, especialmente de “opera prima”, llegó a abrumarte? ¿Lo esperaban?
— No esperábamos nada, solo deseábamos hacer una buena película, lo más digna posible. Estar a la altura de los otros cineastas del continente. Que se reconozca la mirada sobre la realidad y del cine que teníamos que estaba a contracorriente.
— Cuestión de fe trata el mundo de los artesanos, de la paceñidad, del narco incipiente, pero especialmente de la religiosidad popular, sin embargo no es una “peli” sobre religión, sino sobre la fe. Y sobre la suerte.
— Una de las fortalezas que tiene es que cada personaje, más allá de lo que es, representa una manera muy diferente de encarar la fe, el azar y de entender de cómo suceden las cosas. Por ejemplo, uno de los diálogos más absurdos de la cinta es éste de Pepelucho: “compadre, si las cosas han pasado, han pasado; es que tienen que pasar”.
— ¿Crees que tu película marcó un hito a la hora de demostrar —una vez más— que se puede ser universal partiendo desde una historia tan local?
— Creo que sí, porque en esos años se discutía mucho acerca de nuestra identidad y de nuestra dependencia con Occidente y de cómo se puede ser universales. Si lo universal es lo judeo cristiano o va más allá. Recuerdo que algunas críticas locales decían que era una película demasiado localista y que como en el teatro popular no pasaría las fronteras de la ciudad de La Paz; que ya no eran tiempos de costumbrismos y que afuera de Bolivia no la entenderían porque tenía demasiadas referencias a nuestra idiosincrasia.
Por suerte después —para contrastar— una de las críticas en el festival de Rotterdam festejó que la cinta tenía mucho del particular humor holandés, y lo propio escribió un inglés calificando la cinta como influenciada por la comedia inglesa; y otra decía que se inscribía en la vieja tradición de las “road movies” del cine independiente de los Estados Unidos.
Texto: Ricardo Bajo H.
Fotos: Archivo Marcos Loayza Montoya