Sobrevivientes después del terremoto
Imagen: Internet
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El director surcoreano Tae-hwa Eom presenta una película de desastres que explora la condición humana
Se encuentra disponible en la cartelera local la producción surcoreana titulada en español Sobrevivientes después del terremoto, caprichosa traducción del título original que literalmente es Utopía concreta, una película con altibajos pero que está muy lejos de carecer desolidos atractivos.
Muchos se preguntarán ¿cine surcoreano? Digamos, a título de información, que dicho país asiático produce anualmente, en promedio, un número superior a 350 largometrajes, en 2019 la cifra llegó a 642. Se sabe por cierto que en este rubro, como en muchos otros, cantidad no equivale a calidad. Sin embargo, en los años recientes varias producciones del mismo origen concitaron la atención de la crítica internacional. Cito, a guisa de ejemplos: Pietá de 2012 dirigida por Kim-Ki-duk; Tren a Busán (conocida por estos lares como Estación Zombie) de 2016 realizada por Yeon-Sang ho y Parásitos de 2019 del director Bong Joon-ho. Esta última, estrenada también aquí, se convirtió en la primera película surcoreana en obtener la Palma de Oro en el Festival de Cannes, uno de los más importantes del mundo. Consiguió asimismo seis nominaciones en los Premios Oscar y se alzó con las estatuillas a mejor película, mejor director, mejor largometraje internacional y mejor guion original.
El género de películas de catástrofe o, si se prefiere, en el de obras con marcado acento distópico tuvo su apogeo, aparejado a los finales de la Guerra Fría, en la década de los 70 del siglo pasado a partir del suceso de Aeropuerto (George Seaton/1970) tildada, con justicia, por Burt Lancaster, su propio protagonista, como “la mayor porquería de la historia del cine”. Otros títulos de nivel un tanto encima de aquella, si bien ninguno dejaba de mostrar notorias falencias, fueron La amenaza de Andrómeda (Robert Wise/1971); La aventura del Poseidón (Ronald Neame/1972); Infierno en la Torre (John Guillermin e Irwin Allen/1974); Terremoto (Mark Robson/1974); Tiburón (Steven Spielberg/1975); La última ola (Peter Weir/1977); El enjambre (Irwin Allen/1978); El día del fin del mundo (James Goldstone/1980).
Sobrevientes después del terremoto, entre otras hechuras recientes del género en cuestión, lleva a preguntarse si su reciente resurgimiento da cuenta del extendido temor desatado por los conflictos bélicos en curso, el calentamiento global, la crisis migratoria y varios otros siniestros que parecieran anticipar un pronto apocalipsis planetario, o si, por el contrario, responden a la argucia distópica, de inocultable sesgo conservador, instrumentado para convencernos de que aun cuando el presente es poco grato, el futuro podría ser aun peor si tenemos la ocurrencia de insubordinarnos de alguna manera contra el estado de cosas.
Veamos empero de qué va esta realización de Tae-hwa Eom. Con el propósito de insinuar que no es una fabulación localizada en algún sitio puramente imaginario, el director arranca su relato con un montaje documental de imágenes de monumentales edificios en Seúl entretanto desde un noticiero se comenta cómo el traslado masivo de casas unifamiliares a los departamentos ha mutado las costumbres y formas de vida de los sectores más beneficiados de la sociedad surcoreana. El uso irónico de Hogar dulce hogar, canción compuesta en 1823 por John Howard Payne en la banda sonora anticipa cuál será el tono prevaleciente de allí en adelante, combinando, con precisa dosificación, tragedia y humor negro.
De pronto, a consecuencia de un terremoto de origen desconocido e incalculable alcance, el mundo ha quedado reducido a escombros. Las escenas dedicadas a mostrar el siniestro y la devastación que dejó atrás son, por cierto, de un realismo notable. El hecho es que en el centro de Seul apenas queda en pie un edificio de apartamentos de 30 pisos, el Hwang Gung Apartments, donde moran unos 100 habitantes. De a poco van apareciendo algunos otros sujetos que salvaron su pellejo en distintos lugares de la ciudad pero carecen de un techo donde protegerse del helado clima imperante, amén de encontrar así fuera el mínimo alimento para ingerir. A medida que el número de damnificados en procura de ayuda se incrementa y no hay ni asomo de algún socorro (ambulancias, carros bomberos, médicos) que pudiese presentarse, los copropietarios pasan del sentimiento de solidaridad a una creciente sospecha de estar siendo invadidos, lo cual los persuade a su vez de la urgencia de establecer las normas que regirán de allí en más en esa suerte de sociedad en construcción. Y, salvo algunas mujeres sobre todo, el resto opta por que tales preceptos semejen lo más posible una férrea dictadura, como la que rigió, dicho sea de paso, en Corea especialmente durante las décadas de los años 60, 70 y 80.
Básicamente son tres las leyes acordadas “democráticamente”, únicamente entre los propietarios, por cierto: 1) Solo ellos tienen derecho a vivir en el edificio y quienes no sean dueños o residentes serán expulsados por cualquier método del lugar. 2) Las raciones se dividirán porcentualmente, de acuerdo a sus aportes al colectivo, entre quienes cumplan con la condición del punto anterior. 3) Cualquier nueva regla será acordada mediante el mismo procedimiento consensual que se utilizó a fin de establecer esta especie de micro-Constitución. Y quien asume el timón es un tal Yeong-tak, que afirma haber compartido uno de los departamentos con su madre, sin que nadie lo recuerde empero. Pero este pasa a ser un detalle menor cuando, a diferencia del resto de los vecinos atrapados en un pantano depresivo y sin la más mínima idea de qué hacer, ese personaje —interpretado por el muy elogiado actor Lee Byung-hun por su desempeño en Parásitos— tiene muy claro cómo organizar una comunidad cuando la institucionalidad preexistente se hizo humo. De allí que sea nombrado como Delegado Residente, pasando a ejercer la máxima autoridad en el sitio.
La utopía concreta a la que pareciera aludir el título en coreano, no exento de una cierta dosis de ironía, es que a diferencia de las usuales elucubraciones utópicas que pronostican para el porvenir un mundo distinto, mejor, la lucha por la sobrevivencia de los cohabitantes del edificio, y de quienes se acercan al inmueble buscando refugio, constituye un reto inmediato que pondrá a prueba no solo la inventiva de unos y otros, buscando el modo de salir indemnes de la catástrofe, sino la fuerza, unidad e imaginación de los excluidos para hallar la manera de impedir ser devueltos a las ruinas a morir más o menos pronto. Metáfora bastante evidente de los entretelones de la antes mencionada crisis migratoria cuyos espantosos entretelones y la torpeza de las medidas adoptadas por los gobiernos europeos, en particular aquellos en manos de la nueva ultraderecha mas no sólo ellos, enfrenta a quienes escapan de sus países de origen y de las invivibles situaciones allí imperantes, a encrucijadas muy semejantes a los de los personajes de Tae-hwa Eom. El desarrollo dramático fluctúa, con preciso equilibrio, entre moderadas escenas sangrientas e instancias introspectivas de los personajes encarados a sus propios dilemas.
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El contrapeso de la balanza en el mayormente desencantado viaje a los intersticios de la condición humana, cuyos peores rasgos ocultos, entretanto no pasa nada fuera de lo común, se externalizan en situaciones extremas, está encomendado a la enfermera Myung-hwa (Park Bo-young) y su marido, el funcionario ahora desocupado Min-sung (Park Seo-joon), joven pareja que si en los primeros momentos observa paralizada con horror cuanto acontece alrededor se va desembarazando de ese estupor para comenzar a poner en práctica iniciativas que acabarán teniendo un valor insospechado llegado el sorprendente desenlace de la trama.
En el tratamiento visual prevalecen los colores grisáceos acentuando el tono depresivo de un puesta en imagen donde el sálvese quien pueda, y como pueda pareciera ser la única consigna válida, aun cuando el desarrollo dramático planteado en el guion apunte a reproducir una de las ideas básicas del actual género distópico, embebido de una desalentadora visión generalizadora del género humano de acuerdo a la que si se le da una segunda oportunidad de hacer algo que hizo mal en la primera, siempre lo hará peor aún.
Así como hay secuencias durísimas de punta a punta en el relato, por ejemplo al grado de poner sobre el tapete, sin enfatizar innecesariamente, que in extremis el canibalismo ha pasado a ser la única salida cuando los comestibles se agotan, el agua comienza a escasear, el aceite se ha vuelto una joya y el dinero ya no sirve de nada. Situación resumida por un residente apostrofando que en semejante desbarajuste “un asesino y un pastor ahora son lo mismo”, hay también momentos de un humor negro que hacen las veces de válvulas de escape a la tensión acumulada.
Si por momentos la trama se aproxima peligrosamente al enredo, el manejo de la cámara, y un muy prolijo trabajo de montaje, ayudan a evitar que ello acontezca moviéndose con precisión y de acuerdo a las necesidades dramáticas, ya sea para ir de un primer plano a uno general o viceversa. Igual de atinado es el diseño de producción perceptible en apuntes como el del enmugrecimiento de la vestimenta de los vecinos, contrastando con su ridícula reticencia a considerarse iguales a esos “otros”, sacados a empellones del camino por, probablemente, ser inferiores.
La inclusión de varios cortos flashbacks enfocados en los antecedentes de los personajes ayudan a situarlos en el contexto, en lugar de ser, según pasa a menudo, distractivos caprichos del guion o la dirección. Una, entre varias, pruebas del contenido, si bien preciso manejo de los recursos de puesta en imagen, por Tae-hwa Eom. Y ello resulta en definitiva ratificado cuando, anoté, que el final sorprende al ser objeto la narración de un súbito giro que en principio pareciera discordante con el curso que aquella había tomado. En ese instante la cámara se ladea 90 grados y le regala al espectador una pausa, breve pero suficiente, para reordenar sus ideas. Es la evidencia incontestable del perfecto conocimiento por el director de los recursos expresivos de los cuales valerse a fin de conectar con la platea sin necesidad de hacer uso de diálogos explicativos o subrayados superfluos como proceden quienes creen que sus audiencias se hallan conformadas por disminuidos mentales. Y ese mismo respeto hacia los ocupantes de las butacas se pone de manifiesto en la negativa del realizador a exponer una visión concluyente acerca de los humanos, dejando que aquellos extraigan sus propias conclusiones a partir de los insumos, por momentos pesimistas y en otros dejando filtrar leves rayos de esperanza acerca de la eventualidad de dar algún día, aún en medio de la peor devastación material o moral con las ideas para hacer de este ese mundo mejor avizorado por quienes se niegan a tragarse las adormecedoras falacias del sistema.
Es inocultable que en algunos tramos del relato las pretensiones de Sobrevivientes después del terremoto dejan la impresión de superar con largueza el modo de traducirlas en imágenes y su tramado dramático. Tampoco se puede estar seguro de si las dubitaciones de los actores son atribuibles a la dirección o corresponden al diseño de los mismos. Es en cambio patente que algunos cortes del metraje hubiesen beneficiado la contextura del producto final.
Tales circunstanciales falencias distan empero mucho de hacer que la de Tae-hwa Eom no sea una película muy digna de verse y de reflexionar acerca de las disyuntivas morales que deja abiertas. Estas procuran empujar al espectador a preguntarse ¿Qué haría yo en una situación similar a la que acabamos de ver?, en vez de limitarse, como pareciera ser la premisa ineludible del género distópico, a encarar a sus personajes con una situación horrenda de vida o muerte y luego acabar proporcionándoles una solución tan sencilla que uno acaba preguntándose cuál era el sentido de semejante abundamiento de secuencias impregnadas de truculencia y desolación.
Ficha técnica
Titulo Original: (traducido del coreano): Concrete Utopía – Dirección: Tae-hwa Eom – Guion: Tae-hwa Eom, Lee Shin-ji – Basado en el cómic de: Kim Dong-gyun – Fotografía: Cho Hyung-rae – Música: Kim Hae-Won – Efectos: Anna Abragina, Mikhail Bolonkin, Radinka Damas, Margarita Garetova, Julia Huene, Egor Ivanov, Dmitry Kuznetsov, Jun Yit Lai, Egor Marchenko, Darya Nikonova, Nick Potapov, Senya Rada, Arman Yahin, Anton Zerr – Intérpretes: Park Seo-joon, Lee Byung-hun, Park Bo-young, Kim Sun-young, Park Ji-hu, Na Chul, Kim Do-yoon, Kim Hak-sun, Nam Jin-bok, Kwak Min-gyu, Kim Dong-gon – corea del sur/2023
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Internet